INTRODUCCIÓN
Manuel José Arce nos lleva con su tintineante y
cintilante palabra, ajena a las poses doctorales o intelectuales, más allá de
los indicadores sociológicos propios del mundo académico. Nos desvela por medio
de la lírica ternura de su palabra, de su hablar poético, el mundo de las
desigualdades sociales, de los contrastes, de las exclusiones; de todo un
universo de falaces justificaciones de aquellas personas que niegan la mano, la
solidaridad a los seres humanos que sufren o que están en desventaja ante ellos.
Unos lo hacen con desdén, que es un paso delante de la displicencia o la
indiferencia. Otros (como muchos “intelectuales” de derecha formados en
antihumanidad en el ámbito de la educación superior privada y también estatal)
leyendo la realidad como mejor les conviene y otros -los más-
repitiendo las viejas ignorancias
“del pobre por huevón y sin iniciativa”. En fin, son
los pensamientos mediocres de la postmodernidad, del neoliberalismo; sólo que
con ropajes diferentes. Tal como lo descubriera Aristóteles hace ya muchos
años: “Las cosas se diferencian en lo que se parecen”. Y no parecen
darse cuenta, en su locura de acumulación monetaria e insensibilidad, que están
desde ya hace ratos sentados en un volátil barril de pólvora o acomodándose en
la punta de una escurridiza bayoneta. Luciano
Castro Barillas.
¡CÓMO MENTIMOS!
Por Manuel José Arce
¡La de maneras que hay de ver la vida! Y no sé
por qué, casi siempre escogemos la manera menos apegada a la realidad. Mejor
dicho, sí sé por qué: porque la realidad no nos gusta y nos da pereza tratar de
cambiarla. Pereza e impaciencia. Porque para modificar la realidad no basta
sólo nuestro esfuerzo personal de un momento: es una tarea colectiva a largo
plazo.
Pero volviendo al punto inicial, para no ver la
realidad tal cual es adoptamos una serie de visiones “literarias” que nos lo
simplifican todo, que nos resultan muy cómodas para no pensar más ni asumir
responsabilidades. Como la gente que, para justificarse, dice: “Es que yo soy así”. Y para poner un
ejemplo, cuántas maneras hay de ver a un mendigo.
-Son gente haragana que no sirve para nada: no
quieren trabajar, quieren que la sociedad los mantenga. –Es una de las cómodas versiones de esa
realidad.
-Ellos viven felices así; son verdaderos
filósofos, descendientes de Diógenes El Cínico. Han renunciado a las
complicaciones que padecemos todos los demás. Han encontrado “la verdad” en la
“renunciación”…
-Tal, otro punto de vista sumamente
“intelectual” acerca del mismo personaje.
Y qué lejos están ambas versiones de lo que es
la realidad: el mendigo es una víctima de nuestra sociedad. Es un ser humano
con hambre, sin techo, sin salud, sin esperanza, sin preparación para esta
competencia a muerte en que hemos convertido la vida. Es un ser derrotado por sus semejantes. La verdad es que muchas de
las gentes que lo ven como un filósofo o como un haragán empedernido, no han
dejado de estar conscientes de que, con lo que ellos mismos se gastan en la
menor de sus vanidades, muchos mendigos podrían comer y que si esto ocurre es
señal de que la sociedad está enferma y funciona mal. Pero qué incómodo resulta
pensar en eso.
Qué incómodo. Cuanto más fácil es ver las cosas
de otro modo, decir las cosas de otro modo, inventarse una versión menos real y
más sofisticada de la realidad. “Pobrecitos: algo están pagando”, resulta una
mentira muy piadosa para quien la pronuncia.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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