INTRODUCCIÓN
Esta entrevista fue realizada en 1987 por el
periodista guatemalteco José Eduardo Zarco, de conocida familia conservadora y
propietaria de uno de los principales periódicos del país (Prensa Libre). Fue
autorizado a visitar la llamada Escuela de Adiestramiento y Operaciones
Especiales Kaibil situada desde su fundación, en 1975, en la aldea La Pólvora,
municipio de Melchor de Mencos, departamento del Petén. La escuela kaibil es
conocida con el nombre de El Infierno
Kaibil. De dicha visita surgió una serie de ocho artículos publicados por
el periódico de su propiedad, el sexto de los cuales detalla el llamado “destazamiento
de la mascota”. Esta entrevista La Cuna del Sol la hará por entregas,
dada su extensión, en conmemoración de un aniversario más de la muerte de
monseñor Juan Gerardi, ejecutado por esta clase de personas a los dos días de
haber entregado el documento del proyecto Recuperación para la Memoria Histórica.
El asesino material, por cierto, era de la aldea Río de Paz, municipio de
Quesada, Jutiapa; quien por némesis divina, fue decapitado por pandilleros a
raíz de un motín en la cárcel donde estaba recluido, jugando después de
consumado el hecho un partido de fútbol con su cabeza -como el más terrorífico
balón-, en tanto la policía tomaba el control del penal. Luciano Castro Barillas.
UN MODELO DEGRADANTE
DE FORMACIÓN MILITAR
Tercera Parte y
final
Conclusiones
cualitativas y cuantitativas sobre estos comportamientos aberrantes.
Sin perjuicio del análisis pormenorizado que
más adelante efectuaremos sobre estos comportamientos militares a la luz de
nuestro modelo, ya desde ahora, sin entrar aún en nuestro modelo analítico,
cabe extraer las siguientes conclusiones sobre este tipo de conductas
aberrantes:
1. No
puede decirse que la antropofagia y sus derivados formasen parte de los
mecanismos sistemáticos de la represión desarrollada por el Ejército de
Guatemala durante los años del conflicto. Sí puede afirmarse, en cambio,
que este fenómeno se dio como subproducto de una determinada
formación y como consecuencia directa de una educación militar concebida para la máxima violencia y la más extrema crueldad.
2. En
el aspecto cuantitativo, estos comportamientos aberrantes (antropofagia en sus diferentes
variantes y derivaciones) pueden
considerarse estadísticamente poco significativas, muy bajos en
porcentajes relativos, pero no tan escasos en términos absolutos, pues ahí
está la variada casuística que acabamos de ver. Pero más que su cuantía
numérica importa su extrema gravedad moral, no ya desde una perspectiva
cristiana -que también condena rotundamente
estas crueldades- sino desde una
simple ética universal. Sólo una grave degradación moral puede conducir a
un Ejército a este tipo de extralimitaciones, con independencia de sus
creencias religiosas o de su total falta de ellas, y de que se trate de un
conflicto interno o internacional.
3. La
antropofagia, en las formas aquí registradas, reviste un carácter predominantemente simbólico: se
muerde, o se mastica, o se traga, un fragmento del cuerpo de la
víctima -o se bebe una porción de
su sangre- como afirmación suprema
de la absoluta superioridad del victimario sobre ella, afirmando, al mismo
tiempo, la radical inferioridad de la víctima, reduciéndola al nivel de un
animal cuya carne expuesta puede ser extraída, cortada y comida, y su
sangre derramada y bebida. En otras ocasiones se acentúa esa superioridad
y ese desprecio, obligando a la víctima a comer sus propios miembros
amputados.
4. Es
obligado señalar, en los comportamientos aquí registrados, un fuerte ingrediente racista, ya
que este tipo de acciones no se dieron en el marco de la represión urbana,
sino que prácticamente siempre fueron perpetrados en el ámbito rural y
contra la población indígena, cuya vida y cuya integralidad física fueron
despreciadas por el Ejército en un grado difícilmente comprensible, con
formas de la más gratuita y abyecta crueldad.
5. Resulta
evidente que la formación impartida, tanto en la escuela de kaibiles como
en los ya mencionados cursos de entrenamiento de los reclutas, y de
capacitación de los instructores y subinstructores responsables de la
formación del soldado, incluyeron ciertos
tipos de prácticas que, con el pretexto de lograr su “endurecimiento”,
degeneraron en un alto grado de deshumanización y de grave perversión de
la moral militar, aniquilando, hasta niveles catastróficos, ese principio
básico de humanidad que debe regir la conducta de los militares, incluso
dentro de los terribles escenarios de cualquier guerra.
6. Esta
deshumanización se tradujo no sólo en esta serie de casos registrados de
antropofagia y coprofagía (no habituales, aunque sí muy graves) sino
también, y esto es lo fundamental, en miles
de casos (no ya frecuentes sino absolutamente habituales y sistemáticos)
de atroces violaciones de derechos humanos, incluyendo las más abominables formas de
muertes, mutilaciones y torturas, fenómeno de gravedad incomparablemente
superior por su enorme extensión e inmensa crueldad. Factor categórico y
central, del cual los casos registrados de antropofagia y coprofagía no
fueron más que manifestaciones episódicas, dentro de un fenómeno de
degradación moral de enorme amplitud y profundidad.
7. Para
hundirse en esa degradación ni siquiera resultó necesario que todos los
centros de enseñanza del Ejército de Guatemala impartiesen estos tipos de
instrucción, y es seguro que en aquellos años existían en él otros centros
académicos ajenos a estos métodos.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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