INTRODUCCIÓN
Los niños
y los jóvenes del ayer tenían
aspiraciones más sencillas y más nobles. Por ejemplo, ser bombero para lucir su
casco y manejar las potentes mangueras aspersoras para apagar un incendio. Ser
médico para curar a las personas y veterinario para atender a los animalitos.
Maestra o enfermera si eran niñas, para enseñar a los que no saben y cuidar al
que sufre. Pero hace cosas de unos meses me quedé estupefacto y a la vez triste
cuando a un niño de 12 años de Alta Verapaz
-en los días en que los narcotraficantes exhibían su riqueza mal habida
y su prepotencia por las calles de Cobán- le preguntó su abuelo qué
quería ser cuando fuera grande… Sin vacilar un momento y con la mirada
rapaz le contestó:
-Yo quiero ser narco.
-¿Cómo? ¿Por qué? -dijo sorprendido el anciano.
-Abue, es que quiero tener mi pick up de doble
cabina, doble tracción, llantas gruesas, aros cromados, una casa con piscina y
además, una buena pistola.
El abuelo se le quedó viendo y le dijo con
desconsuelo:
-Bonito estás, vos.
Todo porque la sociedad de consumo enseña de
muchas maneras, empezando por los padres, a tener antes que ser. El tener un
coche, vivir un barrio distinguido de la ciudad, asistir a un colegio caro,
vestirte con ropa de marca te da un estatus, un prestigio social; que ahora no
se gana en ocasiones con el saber. Muchos excelentes y honrados profesionales viven con modestia y
para los codiciosos eso es no tener “éxito”. Éxito es tener dinero, no
importa si estafando, robando, embaucando, asaltando o vendiendo droga. O de
pérdida siendo politiquero. Lo importante es ser hombre de dinero. Es la
máxima realización enseñada a generaciones por la doctrina capitalista. Sin
embargo, conociendo como tienen lugar los procesos de acumulación monetaria, de
hacer riqueza, no se debe pasar por alto dos sentencias famosas: “Detrás
de cada fortuna hay una vergüenza” y “La causa de todos los males es
el amor al dinero. Por eso el mundo está como está, digo yo. Y Manuel
José Arce lo dice mejor. Luciano Castro
Barillas.
SER O TENER
Por Manuel José Arce
“¿Qué vas a ser de grande…?”. Tal la preguntan
que pronuncian los adultos, con una sonrisa benevolente, frente al
deslumbramiento que un mañana virgen, inmenso, enciende espejismos en los ojos
del niño.
¡Qué vas a ser!
Pero, con frecuencia, el niño confunde -al igual que el adulto- el ser con el tener.
-Cuando se grande tendré un carro como mi papá,
y una refrigeradora llena para mí solo, y una pistola grande de verdad, y una
gran botella de whiskey... Porque frente
a los ojos limpios y asombrados del niño, cada día se planta, inexorable, la
prisa de los adultos por tener cosas, por llenar de objetos
su gran vacío de insatisfacción vital.
Y es que, además, el tener y el no
tener determinan lo que se es en nuestro mundo: se es pobre porque no
se tiene, se es rico porque se tiene. Y se plantean, entonces, contradicciones
maravillosas.
Ya no se es médico, digamos a guisa de ejemplo,
porque se sabe curar, sino porque se tiene el título de médico. Cada día vale
menos lo inteligente que se sea, si no se posee, además, el cartón impreso, el
objeto de uso en el que unas firmas y unos sellos así lo testifican.
Y en aras del tener se sacrifica muchas veces
todo. La honorabilidad, la decencia, la amistad, la lealtad y tantas otras
cualidades más que resultan a veces obstáculos en la veloz carrera posesiva. Al
grado que la antigua expresión de “soy pobre pero honrado” está en
calidad de obsoleta: muchas veces se es “pobre por honrado” (¿verdad señor
Díaz Masvidal?)[1] y
resultaría más propio decir: “Soy rico pero honrado”.
Y volviendo al principio, la importancia del
tener algo sobre el ser algo se le inculca al niño desde que no se le trata de
impulsar a que aprenda, sino a que gane el año, cuando el niño nota que la
intención de sus padres no es la darle conocimientos que contribuyan a su
formación, sino de ponerlo en posesión, lo antes posible, de los requisitos que
la sociedad exige para permitir una vida más o menos decorosa.
Y ¿qué es esa vida decorosa? La posesión de
casa, carro, televisor, chalet de descanso, lancha, teléfono, trajes a la moda,
mausoleo propio. Es decir, la deformación tiene una clara finalidad: no es la
de hacer gente capaz de la felicidad, sino gente con poder adquisitivo:
consumidores.
Se me antoja pensar que mucho de eso hay en el
desencantado rechazo de cierta juventud contra un modo de prosperidad feroz.
Son muchachos que quieren ser, hacer, vivir consciente y plenamente. En lugar
de esto, la sociedad los satura de objetos, de juguetes para adultos; los
obliga a ser permanentes compradores.
Un sobrino mío, patojo muy inteligente, dio una
respuesta hace unos años, que me erizó los pelos.
-¿Qué quieres ser de grande? -le preguntamos.
-Quiero ser libre -respondió.
[1] Este
respetable empresario del mundo financiero guatemalteco, de origen cubano, se hizo famoso por saquear un banco en la
década de los años 70. Nota del autor.
Publicado por Marvin Najarro
Ct., USA.
Este tipo de lecturas deberian estar en los pensum de estudios del áre de Formación Ciudadana, para entendernos la vida. :)
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