INTRODUCCIÓN
La cuestión es, si los niveles de
testosterona hacen o harían de una mujer menos mujer. Es decir parecerse más al
hombre o ser más que éste. Superarlo biológicamente si dicho esto no es más que
una elucubración ociosa. Parece que esto último es la aspiración de algunas de
las feministas más extremas, entre quienes el término fémina, que por cierto la
RAE lo define como mujer, persona del sexo femenino; se
interpreta como algo derogatorio o en todo caso hasta sexista. Pero no es
únicamente superar al hombre la aspiración de estas feministas, sino
desplazarlo y convertirlo en algo irrelevante, si acaso útil únicamente como
proveedor de placer sexual. Son precisamente este tipo de actitudes las que
provocan sospecha y rechazo entre muchos hombres hacia las posiciones feministas
desintelectualizadas. He visto, leído y escuchado historias de mujeres
corajudas, valerosas, que han luchado con determinación y arriesgado todo
cuando las circunstancias de la vida así lo han demandado, como lo
ejemplifica el caso de la maestra, Evelyn Lucrecia Lezana. Y
también, se de hombres de extraordinaria fuerza física, pero sin la
determinación, la valentía o el coraje para hacerle frente a las exigencias del
momento. No creo que haya nada de débil en la condición de ser mujer, la
cotidianeidad de la vida y la historia humana demuestran todo lo contrario. Lo
del sexo débil es una aberración lexicográfica que debe de ser eliminada de una
vez y por todas; pues más que palabras es una construcción cultural, la cual
puede ser dinamitada desde su base cuando se da una correcta identificación de
clase. Se necesita de mujeres que promuevan la unidad no la división de
géneros, mujeres que desde posiciones de poder promuevan la paz y no la guerra.
De todo esto y más son capaces las mujeres de hoy en día. En estos momentos de
grandes turbulencias que amenazan la existencia humana se necesita de “mujeres”
y no de damas de hierro. Marvin Najarro.
TESTOSTERONA, NO
GRACIAS
Rosa Parks, la madre del movimiento por los
derechos civiles en Estados Unidos.
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Por Lucía Escobar / La lucha libre
No. 158 / Agosto 2012
¡Ala, la felicito, usted es rehuevuda! ¡Mano, vos sí que tenés cojones!
¡Me llega una mujer con pantalones! Creo que si vuelvo a escuchar uno de estos piropos
o cumplidos hacia mi persona, voy a experimentar mi primera erección. Fuera de
bromas, comprendo que ese tipo de frases son para felicitarme por mi supuesta
valentía. Lo que no entiendo es el porqué de utilizar atributos masculinos para
enaltecer
a una mujer. No me gusta que me comparen con los hombres. Para mí, ser
feminista no significa querer ser macho. No gracias, me siento muy cómoda como
mujer, me gusta tener ovarios, pechos y vagina.
Me gusta saber nombrar mi cuerpo. Y que lo nombren con propiedad.
Yo quiero imaginar que las mujeres de hoy en
día somos capaces de modificar la historia y hasta la gramática, y romper con
los prejuicios que existen sobre la fuerza y la valentía. En las noticias nos
damos cuenta de la increíble tenacidad que muestran en todos los ámbitos. Vemos
juezas íntegras capaces de enfrentar por docena a narcotraficantes, violadores
y asesinos, de dictar sentencias sin inmutarse y sin amedrentarse por las
amenazas que a menudo reciben. En las guerras son las viudas, las madres, las
hijas y las hermanas quienes marchan exigiendo los cuerpos de sus seres
queridos, perseverando por saber dónde están enterrados los desaparecidos;
botando gobiernos, ministros y regímenes dictatoriales (recordemos el caso de
las mujeres de Liberia).
Hace poco vimos la maestra de la Escuela Normal
para Varones de la zona 13, Evelyn
Lucrecia Lezana, enfrentarse a los antimotines para defender a sus
estudiantes. Cada día las mujeres demostramos que tenemos una gran fuerza
interna, capaz de manifestarse más allá de lo espiritual, incluso físicamente.
Nunca olvidaré una de las imágenes más
conmovedoras que he visto en mi vida. Fue en la calle Santander, en Panajachel,
una señora indígena ya entrada en años, cargaba sobre su espalda a su hijo, ya
mayor de edad, de unos 20 años quizá, quien sufría algún tipo de retraso mental
y/o motriz. El cargado era mayor en tamaño que la misma señora. Sin embargo,
como si fuese un bebé de meses, ella lo envolvía en su rebozo y se lo subía en
la espalda. No imagino desde qué lejano pueblo y tiempo cargaba ese peso, pero
no olvido esa muestra de fortaleza física y de inmenso amor hacia su familia.
Por eso si algo me enoja es escuchar comentarios sobre nuestra supuesta
debilidad física.
La última vez que uno de mis hijos mencionó la
posibilidad de que las mujeres no somos fuertes, tuve que sentarlo frente a mí,
y describirle paso a paso, cómo fue mi embarazo, mi parto y cómo salió su
cabezota dura entre mis piernas sin anestesia ni epidural, ni cirugía. Tal vez
se me pasó un poquito la mano con la descripción del proceso. Quizá fue un poco
gráfica. Pero desde ese día, mis hijos, al menos frente a mí, no se atreven a
hacer ese tipo de comentarios.
Es cierto que muchas veces preferimos que sea
un hombre quien nos cargue el tambo de agua pura, pero eso no quiere decir que
seamos débiles. Es verdad que muchas de nosotras gritamos como niñas cuando
vemos a una rata o una cucaracha, pero eso puede atribuirse a algún trauma
cultural. No olvido que se hace poco leí un estudio que decía que los hombres
prefieren a las mujeres débiles y vulnerables. No sé qué tan cierto sea esto, y
si quizá esa concepción se debe a que algunas se hacen las debiluchas con el
fin de sentir a un hombre que las proteja. Quizá solo sea una estrategia para
la reproducción de la especie, un tipo de instinto de supervivencia que
heredamos de nuestras abuelas de las cavernas. Pero en la práctica, en la vida
real, conozco infinidad de mujeres que demuestran una fuerza sobrenatural para
enfrentar el día a día y para proteger a su familia, prole y amistades. Por eso
me encantaría la reivindicación de nuestros ovarios y de nuestras propias
hormonas que también tienen nombre y una función en la vida que no es
precisamente quedarse quietas y sumisas, al contrario, son nuestros motores de
lucha y valentía. Y la testosterona, ¡bienvenida sea, pero de cordial y
placentera visita!
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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