martes, 14 de mayo de 2013

EL DICTADOR EN SU LABERINTO

Desde la totalizante perspectiva del dictador: “Nunca tuve la intención ni el propósito de destruir ninguna etnia nacional”. En realidad, no hay necesidad de tener tal intención o propósito desde el pináculo del poder, cuando toda su organización, toda la maquinaria de dominación, toda la burocracia de la muerte está ejecutando la operación “sabia” de destrucción, sin que el Dictador en su Laberinto tenga que preocuparse por los detalles


EL DICTADOR EN SU LABERINTO


Por Marco Fonseca

Sobre los argumentos finales de Ríos Montt

Después de todo lo que se hizo y dijo, el ex general Ríos Montt, tomó el banquillo de los acusados ante  el Primer Tribunal de Alto Riesgo, en mayo 9, 2013 y montó una defensa basada en el razonamiento militar del genocidio sin precedentes en la historia de Guatemala. “Los querellantes me han arrinconado” dijo, para empezar, indicando así que su rol histórico fue y debe ser inconfundible con  las ordinarias y simples posiciones de los oficiales de bajo rango y de los burócratas de la muerte. Después de todo, él no fue, un simple Álvarez Ruiz, un Chupina Barahona, un Mejía Víctores o un “Mayor Tito”: “No fui un comandante de compañía, no fui un jefe de batallón, no fui un comandante de área”. Yo era un jefe de Estado”. Enfatizando en sus declaraciones, dijo: “El Estado tenía un gabinete llamado de los ministros de Estado. Y yo era el jefe de los ministros de Estado”. Él era Guatemala en su totalidad y no únicamente una de sus partes, mucho menos, una de las peores partes, los indígenas, los ixiles. Por su puesto que visto desde la perspectiva de los ixiles, la óptica de la historia y lo que significa este general cambian, la perspectiva histórica de él, y la clase social que él representa aparecen como el retorno de Cortés/Quetzalcóatl en su versión Maya, o sea Kukulcan, como un serpiente en uniforme militar, una serpiente de herencia criolla, ladina, y orgullosamente superior.

Y, tal y como él acostumbraba hacerlo los domingos durante su dictadura y  los días festivos de cuando era el presidente del Congreso de Guatemala, una vez más él proclamó un mensaje enfocado en su papel como el redentor de un Estado financiera y moralmente en bancarrota: “No podíamos respetar la Constitución porque todo era una podredumbre, todo se había caído solo. Entonces tuvimos que redactar el Estatuto Central de Gobierno”. Y este Estatuto Fundamental, representaba nada menos que la voluntad del general encarnada en la voluntad particular de las fuerzas armadas, entendidas como el cuerpo del Lord General, quien había sido puesto en el poder por la voluntad de la historia misma.

Este es un discurso en el cual el ser del dictador y el ser mismo de Guatemala son uno y el mismo. Durante su campaña presidencia en la década de los 90 el acostumbraba decir: “Yo soy Guatemala”. Y esta vez en sus argumentos finales del juicio en su contra  por el genocidio del pueblo Ixil, una vez más reiteró esa moralidad, la restauradora y noble misión que la posición de jefe de Estado le había conferido. Una posición que él y sus abogados insistieron había sido también ofrecida a otros oficiales del ejército pero que únicamente Ríos Montt tuvo el “coraje de asumir”. Y la esencia del caso de la defensa, del discurso de Ríos Montt, es que en las altas esferas del poder donde se desenvuelve el Jefe de Estado la interacción social es muy escasa, allí el dictador se encuentra realmente muy solo, reflexionando sobre el destino de su nación, un lugar donde únicamente está el dictador y su grandiosa misión de restaurar y renovar en un todo a la resquebrajada y amenazada nación.

Y desde la altitud de su casi divinamente designado poder, el dictador no tiene nada que ver con lo que pasa en las pueblerinas estribaciones del Estado, en los desolados campos de las multitudes y, mucho menos en los profundos barrancos y rocosos desfiladeros de los apestados de la tierra en donde sus órdenes son implementadas por oficiales de bajo rango que llegan a sus trabajos con sus propias agendas personales, divisiones e inercia. Pero el dictador está por encima de todo, al igual que todos los dictadores en la historia que exploran el horizonte con ojo de águila y sobresale por encima de la comedia humana. De esta manera el ser esencial del dictador no es responsable de la suerte existencial de lo cotidiano, de la mundana implementación de su voluntad. Las decisiones de este Líder Supremo no tienen nada que ver con las consecuencias prácticas de la implementación de las políticas de Estado, esas consecuencias son dejadas a otros. El Líder Máximo es responsable únicamente por la Idea de una “nación de naciones” que él quiere construir en un mundo en el que solo otros, la inercia social y el “enemigo” Comunista disfrazado en las tierras indígenas como mujeres, niñas y abuelas quieren violentar. En sus propias palabras: “El comandante general del ejército solo hace tres cosas importantes: hacer las convocatorias para reclutar soldados, otorgar condecoraciones y autorizar pensiones”. Las ejecuciones judiciales y extrajudiciales de sus órdenes quedan, así, en las manos de otros mientras que el dictador permanece solitario en su laberinto.

El genocidio desde la perspectiva del poder, es un asunto multicultural y multiétnico. En palabras de Ríos Montt: “Me señalan como racista cuando digo que somos un país compuesto de muchas naciones”. El nivel de distorsión ideológica efectuada por la razón dictatorial alcanza aquí, en este punto del discurso del dictador, niveles sin precedentes. En nombre del multiculturalismo surge la necesidad de eliminar, precisamente, la amenaza multicultural. Una vez se han dado las órdenes, una vez se han trazado los planes para la “victoria” y “fortaleza” y una vez invocada la antigua figura de la sabiduría (“Sofía”) como guía para lo que tiene que ser requerido, sin importar cuan doloroso, entonces es posible decir “El jefe de la Defensa Nacional o el Ministro de Defensa no me entregaron reportes de ninguna clase”. Porque una vez se ha bosquejado el rumbo del destino para la gente de abajo, para el “otro”, lo que les suceda a los ancestrales habitantes de las montañas y valles del multicultural pueblo Maya, se vuelve menos que irrelevante. Su memoria misma se vuelve un complot comunista para distorsionar la historia oficial, la grandiosa benevolencia  y coraje del Líder, el destino “común” de la nación, aún más si en estos lugares, como lo argumentó Ríos Montt en su discurso, existe un “movimiento Comunista” que esas personas desagradecidas, profundamente indoctrinadas, no pueden resistir por ellos mismos sin la asistencia salvadora y purificadora del ejército.  Así es que la campaña moralizadora de su dictadura no consistió únicamente en hacer que “los empleados públicos se comportaran mejor para que no robaran, no mintieran y no abusaran”. En lo más fundamental, consistía, en una política de cambiar el ser mismo de la multinacionalidad y diversidad étnica de la patria criolla: una nación para todas las naciones; la nación criolla. Se trataba de recordarle a la nación de su propia historia, como la ve Ríos Mont: “De 1944 al 2013, todos los movimientos que de una u otra forma han hecho que Guatemala progrese han sido guiados por el ejército”. De esa manera la amenaza del Comunismo no fue únicamente al multiculturalismo real (la pacífica, obediente coexistencia de los grupos étnicos colonialmente construidos, delimitados y controlados) sino también al sentido fundamental de la historia moderna de Guatemala y al Estado protector del bienestar y de la diversidad étnica del país. No puede haber nada más en riesgo que eso.

Ríos Montt no es un hombre ignorante. Si alguien cree que el dictador es un tonto está cometiendo un error. García Gudiel, el abogado de Ríos Montt, se arrogó a sí mismo el derecho de descalificar el testimonio de expertos como Rosada Granados al que consideró como el testimonio de un “simple sociólogo”. Pero él no cuestionó ni tampoco impidió que su cliente, antes, durante y después de su discurso declarara, con un asomo de teoría sociológica e inclusive de un Marxismo provincial, lo siguiente: “La subversión no es cuestión de tiros sino de subdesarrollo, enfermedad, hambre y pobreza”. Aunque esta lógica de la Ideología de Seguridad Nacional fue plenamente reflejada en Plan de Seguridad Nacional y Desarrollo, es además una idea desarrollista que en Guatemala, a pesar de su constante repetición por un reducido sector de la intelectualidad y de antiguos funcionarios de gobierno del llamado periodo de “paz” (por los Acuerdos de Paz) tales como Rosada Granados o  Porras Castejón, esta idea nunca ha producido políticas de Estado consistentes y efectivas para reducir la pobreza. En realidad esa no es la meta del desarrollismo. Cuando el dictador ofrece este reconocimiento de la economía política del subdesarrollo y dependencia –como todavía se enseña en esa “Comunista” e inveterada casa de estudios llamada Universidad de San Carlos- el no reconoce el racismo y colonialismo de estirpe criollo, la historia de una independencia fallida y el conservadurismo intransigente de un Carrera, la primitiva acumulación de capital promovida por otro héroe nacional militar en la figura de Justo Rufino Barrios, o el protofascismo de Ubico que condujo directamente a la Primavera Guatemalteca, la que con el apoyo de la CIA y de su amado ejército fue eventualmente truncada dejando precisamente las condiciones estructurales que llevarían a la rebelión de los empobrecidos indígenas del altiplano y su genocidio. De ninguna manera. Para Ríos Montt, el objetivo de un plato de “frijoles y tortillas” es nada más y nada menos que obediencia y resignación. “Subdesarrollo, enfermedad, pobreza y hambre” llevan no solo a la subversión sino que también, y aun peor, a la desobediencia e insolencia étnica, a la falta de memoria histórica según articula Ríos Montt la memoria histórica: “De 1944 al 2013, todos los movimientos que de una u otra forma han hecho que Guatemala progrese han sido guiados por el ejército”.

Esta es la clase de consciencia nacional que reivindica el Jefe de Estado. Trivializando el significado y las grotesca políticas del genocidio, Ríos Montt, sin embargo, expresa lo que significa, desde el punto de vista del Líder Supremo, trabajar para el rescate del Estado: “Cuando capturan a un policía sinvergüenza, por cobrar impuestos ilegalmente no van a llevar a juicio al Ministro del Interior por eso”. Por extensión, si oficiales y comandantes con sus propias agendas matan a unos cuantos “Indios” aquí o allá, no se puede perder de vista el gran proyecto de nación encarnado únicamente en el Jefe de Estado, representado únicamente por la histórica contribución de los militares al progreso del país y que solamente puede ser asegurado por medio de una concienzuda campaña moralizadora de todo el Estado. Lo que pudo haber resultado de todo esto en los pueblos indígenas de Chajul, Nebaj y Cotzal pudo muy bien haber sido un infortunio, “una confrontación entre hermanos, entre familias”, pero no es debido a la historia del racismo, colonialismo, subdesarrollo, y dependencia como tampoco a las órdenes del Jefe de Estado, sino más bien es debido al “Comunismo” de la “honorable Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca”. Es precisamente esta lógica anti Comunista del dictador la que ayudo a que germinaran las semillas que ya habían sido sembradas durante los tiempos de la colonia española pero cuyo florecimiento había sido pospuesto hasta la llegada al poder de esta serpiente de la guerra.

Ahora al final del juicio, el dictador dice que el no estuvo envuelto en la ejecución diaria del genocidio. Él ahora dice que fueron “otros” los que ejecutaron su visión de una “nación de naciones” y que estos otros pudieron haber cometido “excesos” en sus acciones, como se indica en los muchos reportes que hablan de la eliminación de “chocolates” (código operacional del ejército para designar a los niños durante las operaciones de tierra arrasada en las comunidades indígenas) por aquí y por allá, pero esto no es razón para culpar al dictador.

Desde la totalizante perspectiva del dictador: “Nunca tuve la intención ni el propósito de destruir ninguna etnia nacional”. En realidad, no hay necesidad de tener tal intención o propósito desde el pináculo del poder, cuando toda su organización, toda la maquinaria de dominación, toda la burocracia de la muerte está ejecutando la operación “sabia” de destrucción, sin que el Dictador en su Laberinto tenga que preocuparse por los detalles



Traducido del inglés por Marvin Najarro



Marco Fonseca nació y creció en la ciudad de Guatemala. El obtuvo su doctorado en Teoría Política y Social con especialidad en filosofía política y Estudios Latino Americanos en York University.






Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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