En Guatemala hay
hambre, sí señor, HAMBRE. Hasta aquí, el violento dique ha contenido y ha
ahogado. Pero ¿cuánto más va a soportar? ¿O es que ustedes mismos, los que hace
apenas un poco de tiempo hablaban de reformar ciertas cosas, de dejar un
respiro de justicia al pueblo, de poner en orden a los hambreadotes de nuestro
país, ya se sienten seguros, porque ninguna metralleta les quita el sueño?
PERDONEME, SEÑOR,
PERO AQUÍ HAY HAMBRE
Por Manuel José Arce
Sí, señor, hay hambre. Y hágame el favor de no
seguirla llamando desnutrición, subalimentación, ni palabritas por el
estilo. Porque esto no necesita de neologismos: hambre es y hambre se llama. Mi
pueblo tiene hambre. Los niños nacen y mueren con hambre. Ya sé que esto no es
un tema agradable y que echa a perder a veces la digestión. Lo siento por su
desayuno de hoy, pero voy a hablarle de eso.
Fue necesario que el New York Times lo
publicara para que cierta gente en Guatemala empezara a pensar que a lo mejor
sí, como que hay algo de eso, aunque muy exagerado, claro está. Pero no crean
que exageran, ni que estas son mentiras de los
“cumunistas” para espantar el turismo. En Guatemala hace mucho
que hay hambre. ¿Y sabe usted una cosa? El plomo pesa, pero el hambre no sacia
con balas. Y sobre los muchos que ya pesan en nuestra historia, este es otro
crimen imperdonable.
Claro que echarle las culpas a la “inflación
mundial” es una bonita zafada. O decir que los indios son huevones[1] y
que por eso tienen hambre. O decir que qué se va a hacer, hay algunos que
tienen mala suerte, que no progresan porque no quieren y toda esa retahíla de
excusas canallas. Hay inflación mundial, cierto. Pero eso no es todo: porque
aquí la inflación solo ha golpeado a la clase media y a la clase
trabajadora -campesina o urbana-. Los
demás se hacen los “quesos”[2]. No
dejarán por eso de gastarse algunas decenas de miles de quetzales en su carrazo
de lujo. Si les ponen impuestos les viene flojo, porque suprimen plazas y
salarios, a la vez que encarecen productos y ¡santos en paz! La inflación ha
resultado un gran negocio para muchos: el estupendo pretexto. Y están sacando
buena tajada de ella.
Este país tiene tierra como para alimentar
holgadamente a todos sus habitantes. Pero para que ello fuera un hecho, el
negocio habría que manejarlo de una manera muy diferente: a manera de que la
gente que produce la riqueza de Guatemala con su sudor, su miseria y su hambre,
tuviera también derecho a vivir, por lo menos. ¿Cuántos almuerzos de niño
indígena vale su carro último modelo, su lancha de lujo, su chaletito, su casa
diseñada por el arquitecto fulano y decorada por el señor zutano?¿Cuántos
litros de esa leche que jamás llega a los niños cuesta su última parranda a la
que llegó Don Fulanón, Don Zutanazo y Don Perencejote? Ya sé que usted limpia
su conciencia diciendo que no es culpa suya. No será culpa suya,
exclusivamente, pero sí es culpa de ustedes, de un ustedes en el que caben
algunas personas: aquellos que comercian con el hambre de nuestro pueblo,
aquellos que se asocian para el saqueo de las riquezas de este país, aquellos
que le zampan un balazo al espejo que los ofende con su propia imagen.
En Guatemala hay hambre, sí señor, HAMBRE. Hasta aquí, el violento dique
ha contenido y ha ahogado. Pero ¿cuánto más va a soportar? ¿O es que ustedes
mismos, los que hace apenas un poco de tiempo hablaban de reformar ciertas
cosas, de dejar un respiro de justicia al pueblo, de poner en orden a los
hambreadotes de nuestro país, ya se sienten seguros, porque ninguna metralleta
les quita el sueño?
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