(…) ¿De dónde salen esos
miles de millones? ¿A dónde van a parar? ¿Por qué será que hay gente que vive
sobre el duro y puro suelo, que se muere
de enfermedad común, que no tiene un bocado que llevarse a la boca, que no sabe
leer ni escribir? Si fuéramos un país de haraganes -digo yo en mi tontera- ¿de dónde sale tanto
pisto? Y si no somos un país de haraganes ¿por qué está jodida la mayor parte
de la gente?
PENSANDO TONTERÍAS
Por Manuel José Arce
El fenómeno de los precios y de sus alzas, para mí que no tengo ni la menor
noción de las Ciencias Económicas, es un asunto sumamente complejo o sumamente
simple: depende de dónde se vea.
Me parece algo así como la “reacción en cadena” de las bombas atómicas: una
cuestión que, una vez comienza, ya nadie la puede parar, pero todos sabemos a
dónde va a parar.
Los árabes le suben el precio al petróleo. Luego, todos aquellos que usan
petróleo para las fábricas, para el transporte, para lo que sea, aprovechan y
le suben el precio a sus productos; eso sí: con un agregadito más de los imprescindible porque,
¡ni modo que solo los árabes van a ganar! Entonces, los que se ven afectados de
alguna manera por los nuevos precios también le resultan subiendo a lo que ellos
venden -lógico- “para no perder”, con el cachito de ganancia,
por supuesto. Así las cosas, la subidita de precios se vuelve una especie de
maratón de “a ver quién llega más lejos”. Y como los árabes no solo venden
petróleo, sino que también compran cosas, cuando el aumento de precio les llega
de regreso en los productos que ellos importan, ni modo, le vuelven a subir al
petróleo… De tal manera, el jueguito sigue sin parar.
Pero, al final de cuentas ¿quién pagó el pato? Si se trata de países, el
pato lo pagan las pobres naciones que no pueden imponer precios sino que tienen
que sujetarse a los precios que le imponen las naciones poderosas, así como
nosotros, como nuestra Guatemalita que, a la hora de vender su café, su azúcar,
su algodón, sus productos, pues, son los compradores los que disponen cuánto
nos van a dar; pero a la hora de comprarles a ellos sus carros, su gasolina, su
maquinaria, hasta su hojita de rasurar, son ellos los que disponen cuánto
tenemos qué pagarles. Esto tratándose de países. Si se trata de personas, el
que paga el pato es el que no tiene otra cosa qué vender que su propio trabajo:
el que no puede subirle el precio a nada, ni a las aguas que no vende, ni a los
carros que no importa, ni a las casas que no da en alquiler, ni a los granos
básicos que cultiva pero no distribuye él; la pobre gente que solo tiene su
jornal para vivir (comer, pagar alquiler, comprar ropa, comprar medicinas,
pagar la luz y el agua, pagar el transporte, pagar los abonos del radiecito de
transistores, ir alguna vez al cine, etc., etc.). Ese pobre es el que siempre
sale fregado, el que carga con el peso de todas las encaramadas de precios, el
que lleva a tuto sobre sus espaldas la pirámide social.
De tal manera, y “aunque usted no lo crea”, los habitantes de los
asentamientos, los campesinos guatemaltecos, los pequeños empleados y los
obreros de nuestro país resultan pagando en parte, en compañía de la gente que
está en su misma situación en otros países como el nuestro en todo el mundo, la
prosperidad de los petroleros árabes, los viajes espaciales, las sofisticadas
armas nucleares, las guerras comerciales, las suntuosas mansiones, los avances
de la ciencia, la buena vida y el “alto standard” de algunos países y de
algunas gentes.
Yo me quedo baboso al ver cómo hay de plata ahora en nuestro país. Pero más
baboso me quedo al ver cuánta miseria hay también. Y claro, como en el juego de
la encaramadita de precios cada quien que puede pega su pellizco y saca su
tajada, la prosperidad y la comodidad de los tajadores y pellizcadores sale
ganando, a costillas del que, en última instancia, es quien sufre los pellizcos
y las tajadas. Se habla ya, como cosa muy natural y sencilla, de miles de
millones de quetzales. Las cifras se llenan de ceros elegantes. Vea, no más, el
auge de la construcción. Vea, no más, la cantidad de carros nuevos que inundan
nuestra ciudad. Pero, en mi tontera, me pongo a pensar: si solo somos seis
millones de chapines, a cuánto por cabeza nos tocaría en esos miles de millones
que no aparecen así no más, como por gesto hipnótico de Mandrake. ¿De dónde
salen esos miles de millones? ¿A dónde van a parar? ¿Por qué será que hay gente
que vive sobre el duro y puro suelo, que
se muere de enfermedad común, que no tiene un bocado que llevarse a la boca, que
no sabe leer ni escribir? Si fuéramos un país de haraganes -digo yo en mi tontera- ¿de dónde sale tanto
pisto? Y si no somos un país de haraganes ¿por qué está jodida la mayor parte
de la gente?
Y mientras yo me hago estas preguntas tan tontas, los precios siguen
subiendo, se vuelve lujo comer fruta y comer verduras en un país agrícola por
excelencia, se vuelve un lujo tener buena salud en un clima que tiene carácter
de medicinal, todo, hasta lo más indispensable, se vuelve un lujo…
Ay Dios ¡qué ingratos somos!
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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