Nacieron dentro de esa
violenta supervivencia, crecieron abonados por la violencia del ambiente. Nadie
les comprobó que la vida humana es un hermoso milagro lleno de dignidad y de
esperanza. Nadie -entre los seres que
los rodearon siempre- gozó de cierta
comodidad indispensable para que el espíritu se amplíe. Nadie les dijo
jamás -con hechos, con la elocuencia
callada de la verdad- que ellos no eran
bestias, que ellos eran parte de esa misma humanidad que llega a la Luna, que
cura el cáncer y que ha evolucionado tanto desde la cueva y la piedra hasta la
computadora y el sueño realizado. Venían de una vida en que la muerte está
presente a todas horas, hasta confundirse con ella.
PENSANDO TONTERÍAS
(II)
“DOS FRENTE AL
PELOTÓN”
Por Manuel José Arce
Son dos hombres jóvenes. No han tenido tiempo
para acumular experiencia, para asentar valores, para madurar conceptos vitales
que normen su vida.
Sólo han tenido tiempo para deformarse. La
justicia está cumpliéndose con su muerte. Las leyes así lo determinan y la
sociedad debe hacer cumplir sus leyes para sobrevivir. Ellos están allí
fatalmente en el final de la vida. Nadie puede pedir clemencia por ellos en ese
instante tremendo. Ninguna voz puede alzarse ya. Solo las voces de mando y la
descarga pueden tocar el silencio. Serán las últimas voces y los últimos
sonidos que habrán de escuchar.
Faltaron a las leyes que aglutinan a los
hombres en apretados números de convivencia. Cometieron un crimen execrable.
Fueron crueles y malvados con un ser humano indefenso. Pagan con su vida el
irrespeto a la vida. La ley es inexorable como ellos fueron inexorables con su
víctima. Dieron la muerte y recibieron la muerte. No pidieron perdón y no
recibieron perdón. Negaron la piedad y la piedad les fue negada.
Llegaron de tal manera a la muerte.
Venían de la vida cargada de frustraciones y
miseria. Del barrio marchito de penuria. Habían tenido que pelear el alimento
desde la niñez. Aprendieron que la existencia es guerra sin cuartel, en la que
cada boca, cada semejante es un enemigo al que hay que arrebatarle el bocado
vital e imprescindible.
Nacieron dentro de esa violenta supervivencia,
crecieron abonados por la violencia del ambiente. Nadie les comprobó que la
vida humana es un hermoso milagro lleno de dignidad y de esperanza. Nadie -entre los seres que los rodearon
siempre- gozó de cierta comodidad
indispensable para que el espíritu se amplíe. Nadie les dijo jamás -con hechos, con la elocuencia callada de la
verdad- que ellos no eran bestias, que
ellos eran parte de esa misma humanidad que llega a la Luna, que cura el cáncer
y que ha evolucionado tanto desde la cueva y la piedra hasta la computadora y
el sueño realizado. Venían de una vida en que la muerte está presente a todas
horas, hasta confundirse con ella.
Eran prófugos de la condición indígena. Acosada
por la miseria en el campo, su sangre emigró a la ciudad y se hundió en la
miseria urbana. Quién sabe cuántas generaciones antes que ellos estaban en fuga
con el hambre pisándoles los talones. La pobreza no es excusa. La miseria no
tiene excusa.
En ellos no cabía nada más que el odio. Ahítos
de hambre, nutridos de miseria, plenos de cotidiana mezquindad acumulada a lo
largo de sus vidas, ya solo el odio podía caber en ellos. Y lo volcaron todo
sobre una criatura que apenas iniciaba su vida. Se expresaron por medio del
crimen.
Después, sobre sus almas oscuras, sobre sus
cerebros envilecidos, se posaron como nítidas mariposas, la erudición de los
científicos, la majestad de la ley, las togas, los libros y los microscopios.
Luego, la voracidad del morbo colectivo, que devoró minuto a minuto las últimas
horas de existencia.
La ley ha sido hecha para cumplirse y se ha
cumplido.
El crimen ha sido castigado satisfactoriamente.
Es lo correcto.
Esos dos criminales ya no cometerán más
crímenes. La sociedad se los ha amputado. Correcto.
Pero la miseria incubadora del odio sigue allí.
La violencia madre sigue allí. Siguen los indígenas prófugos del hambre rural
desembocando en el hambre urbana. Siguen creciendo niños en el aprendizaje de
la ira y del odio contra la vida. Es decir, han sido destruidos dos productos.
Pero la fábrica sigue en plena producción, a toda marcha…
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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