Contrario a las
acusaciones de apología o embellecimiento del terror, el logro de la revista Rolling
Stone al publicar en su portada el rostro de Jahar, en palabras de J.P. Sottile, ha sido forzar
al público a darle una mirada, ha sido incitar a todo el mundo a examinar el por
qué este muchacho de carácter afable, muy querido y que parecía occidentalizado,
se convirtió en violento en su país adoptivo. Quizás el verdadero temor radica
en que Jahar y otras personas como él no están simplemente motivados por algo
tan fácil de entender y desestimar, como “pura maldad”.
EL ROSTRO DEL TERROR
Para un público atemorizado que por primera vez experimentó en carne propia
los horrores del terrorismo el 11/9, la aparición del rostro de Dzhokhar
Tsarnaev, uno de los dos hermanos chechenos acusados de la explosión en la
maratón de Boston, en la portada de la pasada edición de la revista Rolling
Stone, fue algo inconcebible, un acto de chocante insensibilidad y falta de
respecto a la memoria de la víctimas y de sus seres amados. La furia del
público se centraba en el retrato de Jahar que, contrario a sus prevalecientes
estereotipos, rompía con la imagen convencional del clásico terrorista
difundida por todos los medios después de los ataques del 11/9. No era la imagen
espectral de Osama bin Laden o la imagen trillada del cruel dictador, Saddam
Hussein, asociadas siempre con el mal. Era la de un joven perfectamente
adaptado al estilo de vida de la mayoría de jóvenes adolescentes
norteamericanos y quien, según el excelente reportaje de la revista, gozaba de
las simpatías y era muy querido entre todos sus compañeros de la escuela
secundaria en la que estudiaba en Cabridge, Boston, Massachusetts.
La visceral reacción en contra de lo publicado por la revista Rolling
Stone, por cierto una de las escasas publicaciones que combina el
entretenimiento con excelentes reportajes de periodismo investigativo, como los
de Matt Taibbi y del trágicamente fallecido Michael Hastings que causan el
malestar y la ira de los detentadores del poder, va directamente al corazón de
una interrogante por mucho tiempo dejada sin respuesta y que es central a la
guerra contra el terrorismo:
¿Por qué?
¿Por qué nos atacaron? ¿Por qué nos odian ¿Por qué ellos se sienten
amenazados por nuestras libertades?
Para un público ignorante, atrapado en la vasta red de la industria del
infoentretenimeinto, la reacción a estas
interrogantes, ante la falta de respuestas adecuadas, no fue otra que recurrir
como única explicación, a lo indiscriminado y perverso del “mal”. Según J.P.
Sottile (Counterpunch) Es la única respuesta que llena el vacío de la
disonancia cognitiva, entre causas y efectos y entre la verdad y sus
consecuencias. La idea del mal funciona mejor ahí donde el entendimiento es
elusivo. Florece donde la ignorancia persiste, particularmente la ignorancia
deliberada. Muchas atrocidades tienen sus raíces en la disposición del
espectador de hacerse de la vista gorda. Pero también ofrece un tentador
mitigante cuando los “actos malvados” insinúan algo más complicado y profundo
que lo indiscriminado y perverso. Es entonces que buscamos en la oscuridad por
respuestas. En vez de respuestas fáciles batallamos por extraer alguna lógica
de los escombros y del daño colateral.
Sin embargo, las explicaciones lógicas se fundamentan en la información y
el contexto, aunque en el caso de la amenaza terrorista que ha calado muy
profundamente en la psique del público estadounidense, estas explicaciones,
desafortunadamente, han sido muy escasas o insuficientes desde que G.W. Bush
por primera vez hizo uso de la frase “malvados”, proveyéndole, de paso, al
abrumado y aterrorizado público de un mantra nacional para el confort.
Dicho en palabras simples y sencillas, el culpable fue el “mal”. Y la
yuxtaposición inmediata al “mal”, es por
supuesto, el “bien”. Obviamente, los Estados Unidos representan el bien,
especialmente si el mal busca destruirlo. Por lo tanto no debe haber ninguna
duda de que la guerra contra el mal está totalmente justificada. Una “guerra
justa” no es simplemente una guerra, es el derecho concedido por Dios al
afligido.
La simple y fácil yuxtaposición del mal vs el bien funcionó con mucha
eficacia, para una población tristemente desinformada de la complicada génesis
del fundamentalismo islámico. El “rostro del mal” se ajustaba perfectamente con
Osama bin Laden, su barba larga, piel oscura y su anacrónica vestimenta
evocaban una tradición cultural profundamente arraigada, consagrada por la
figura del Ayatollah Khomeini y su
revolución contra el Shah de EUA.
Sin escrúpulos o sentido de la ironía, el dolor y el sufrimiento soportado
por el público norteamericano fueron inmediatamente aprovechados para potenciar
otra tradición cultural de muchos años; el tenebroso dictador militar.
Cualquier búsqueda por los sospechosos usuales debe incluir el rostro burlón y
la baladronada militar de Saddam Hussein, quien al igual que Bin Laden estuvo
al servicio de los EUA antes de ponerse en su contra.
Cuando EEUU montó su campaña para llevar acabo su aterrorizante y
destructiva guerra contra un pueblo, de inocentes espectadores en su mayoría,
el rostro de Saddam Hussein se ajustó perfectamente a la narrativa de la guerra
contra el mal, contra el “eje del mal” como lo propagaron sin cesar los medios
de prensa. El público norteamericano en un 70% creía que Saddam Hussein era
responsable por los atentados terroristas de septiembre 11.
El rostro de Saddam Hussein se ajusta a la narrativa, mientras que el de
Dzhokhar Tsarnaev rompe con ella.
“Jahar”, como sus amigos y el entrenador de lucha dela escuela secundaria
Cambridge Rindge and Latin, acostumbraban llamarlo, era un muchacho bello, un
“joven americano normal” con quien todo mundo quería pasar un buen rato,
presenta una imagen del todo diferente. La yuxtaposición de su rostro suave y
seductor al lado de la frase resaltada en letras negras, “The Bomber” (El
Bombardero) inmediatamente generó toda una oleada de indignación. La carencia
total de la presencia del mal en sus ojos de cordero y la sospechosa falta de
cuernos en su cabeza cubierta de cabello negro ondulado no encaja en la
narrativa que impulsa la Guerra contra el Terrorismo.
Esta no era la imagen de Osama o de Saddam o inclusive la de Mohammed Atta,
no era la foto de un prontuario o una instantánea tomada de un video borroso de
yihadis. Esto era
una prueba Rorschach nacional.
Aunque la misma fotografía fue publicada por
el New York Times poco después del ataque y a pesar del hecho de que esta clase
de yuxtaposición es algo habitual cuando se trata de examinar la desnuda y
escalofriante brecha entre las apariencias y la realidad, muchos pusieron el
grito en el cielo y la revista fue retirada de algunos puestos de venta.
Sin embargo, es en esa brecha entre
apariencia y realidad donde debemos encontrar las respuestas a esos “porqués”.
Pero la guerra contra el terrorismo no puede mantener esas brechas. La
apariencia y la realidad deben coincidir. Las decenas de niños asesinados por
los misiles de los aviones a control remoto no deben de ser vistos o sus
nombres dados a conocer. Los otros cientos de asesinados deben de ser
categorizados como “militantes”, tan solo por ser individuoss en edad militar.
Ahora imaginémonos como luciría la foto de un
avión autopiloteado en la portada de Rolling Stone en Yemen, Paquistán o
Afganistán. ¿Expresaría el público y los medios de comunicación la misma
indignación al ver la inocua imagen de un avión auto piloteado, que no
representa del todo la maldad de sus ataques sobre las vidas y las familias de
esas personas?
Por otra parte, la gente en el mundo musulmán
no tiene que lidiar con esas afrentas teóricas, ellos han estado viviendo en
esa brecha por mucho tiempo. Ellos conocen de primera mano el papel desempeñado
por los Estados Unidos en esa región, apoyando dictaduras y regímenes sangrientos, golpes de Estado, y
del insaciable apetito por el petróleo. Ellos saben del doble papel de EEUU en
la guerra entre Irán e Iraq, del estrecho vínculo entre el poderío
estadounidense y la represiva familia real Saudita, que fue el motivo inicial
de Osama bin Laden para convertirse en un enemigo jurado de su antiguo
patrocinador. En realidad, el poder imperial y corporativo de los EEUU ha sido
experimentado en todo el mundo musulmán desde el final de la segunda guerra
mundial. A esto hay que agregar los recientes abusos y tortura en Abu Ghraib y
en Guantánamo, y la destrucción de Iraq. No hay duda que estos crímenes están
en la mente de millones de musulmanes.
Y todos estos perturbadores detalles se
fueron acumulando en la mente de un, en apariencia ambivalente Jahar.
Aparentemente la tentación del consumismo y la reality TV no fueron suficientes
para mantenerlo en la ruta de la completa “americanización”. En lugar de eso él
fue radicalizó o, como también se
menciona, se “auto radicalizó”. Independientemente de si Jahar se convirtió el
mismo en un monstro o fue influenciado por otros, la conclusión del reportaje
de Janet Reitmans, en la revista Rolling Stone es que, el joven Dzhokhar Tsarnaev se extravió en la brecha entre realidad
y retorica. Y aquí es
exactamente donde permanece los EUA después de más de una década delos
atentados del 11/9, y más de dos años después de que la revista Time publicó en
su portada la fotografia de Osama bin Laden con “X” roja sobre ella. La imagen
encaja con la narrativa, pero en vez de ser el punto al final de la oración, la
guerra contra el terrorismo se alarga indefinidamente. Mientras el público
norteamericano pondera el “por qué”, las guerras secretas arrasan Somalia,
Yemen y África, mientras eso sucede, hombres inocentes sufren la indignidad de
la tortura legalizada en el agujero negro
de Guantánamo y las libertades que “ellos” supuestamente odian desparecen
bajo el poder de la política de seguridad nacional de Estado dependiente en el
perpetuamiento de la guerra.
Contrario a las acusaciones de apología o embellecimiento del terror, el
logro de la Rolling Stone al publicar el rostro de Jahar, en palabras de J.P. Sottile, ha sido forzar al
público a darle una mirada, ha sido incitar a todo el mundo a examinar el por
qué este muchacho de carácter afable, muy querido y que parecía occidentalizado,
se convirtió en violento en su país adoptivo. Quizás el verdadero temor radica
en que Jahar y otras personas como él no están simplemente motivados por algo
tan fácil de entender y desestimar, como “pura maldad”.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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