jueves, 8 de agosto de 2013

EL ROSTRO DEL TERRORISMO


Contrario a las acusaciones de apología o embellecimiento del terror, el logro de la revista Rolling Stone al publicar en su portada el rostro de Jahar, en palabras de J.P. Sottile, ha sido forzar al público a darle una mirada, ha sido incitar a todo el mundo a examinar el por qué este muchacho de carácter afable, muy querido y que parecía occidentalizado, se convirtió en violento en su país adoptivo. Quizás el verdadero temor radica en que Jahar y otras personas como él no están simplemente motivados por algo tan fácil de entender y desestimar, como “pura maldad”.


EL ROSTRO DEL TERROR


Para un público atemorizado que por primera vez experimentó en carne propia los horrores del terrorismo el 11/9, la aparición del rostro de Dzhokhar Tsarnaev, uno de los dos hermanos chechenos acusados de la explosión en la maratón de Boston, en la portada de la pasada edición de la revista Rolling Stone, fue algo inconcebible, un acto de chocante insensibilidad y falta de respecto a la memoria de la víctimas y de sus seres amados. La furia del público se centraba en el retrato de Jahar que, contrario a sus prevalecientes estereotipos, rompía con la imagen convencional del clásico terrorista difundida por todos los medios después de los ataques del 11/9. No era la imagen espectral de Osama bin Laden o la imagen trillada del cruel dictador, Saddam Hussein, asociadas siempre con el mal. Era la de un joven perfectamente adaptado al estilo de vida de la mayoría de jóvenes adolescentes norteamericanos y quien, según el excelente reportaje de la revista, gozaba de las simpatías y era muy querido entre todos sus compañeros de la escuela secundaria en la que estudiaba en Cabridge, Boston, Massachusetts.

La visceral reacción en contra de lo publicado por la revista Rolling Stone, por cierto una de las escasas publicaciones que combina el entretenimiento con excelentes reportajes de periodismo investigativo, como los de Matt Taibbi y del trágicamente fallecido Michael Hastings que causan el malestar y la ira de los detentadores del poder, va directamente al corazón de una interrogante por mucho tiempo dejada sin respuesta y que es central a la guerra contra el terrorismo:

¿Por qué?

¿Por qué nos atacaron? ¿Por qué nos odian ¿Por qué ellos se sienten amenazados por nuestras libertades?

Para un público ignorante, atrapado en la vasta red de la industria del infoentretenimeinto,  la reacción a estas interrogantes, ante la falta de respuestas adecuadas, no fue otra que recurrir como única explicación, a lo indiscriminado y perverso del “mal”. Según J.P. Sottile (Counterpunch) Es la única respuesta que llena el vacío de la disonancia cognitiva, entre causas y efectos y entre la verdad y sus consecuencias. La idea del mal funciona mejor ahí donde el entendimiento es elusivo. Florece donde la ignorancia persiste, particularmente la ignorancia deliberada. Muchas atrocidades tienen sus raíces en la disposición del espectador de hacerse de la vista gorda. Pero también ofrece un tentador mitigante cuando los “actos malvados” insinúan algo más complicado y profundo que lo indiscriminado y perverso. Es entonces que buscamos en la oscuridad por respuestas. En vez de respuestas fáciles batallamos por extraer alguna lógica de los escombros y del daño colateral.

Sin embargo, las explicaciones lógicas se fundamentan en la información y el contexto, aunque en el caso de la amenaza terrorista que ha calado muy profundamente en la psique del público estadounidense, estas explicaciones, desafortunadamente, han sido muy escasas o insuficientes desde que G.W. Bush por primera vez hizo uso de la frase “malvados”, proveyéndole, de paso, al abrumado y aterrorizado público de un mantra nacional para el confort.

Dicho en palabras simples y sencillas, el culpable fue el “mal”. Y la yuxtaposición inmediata  al “mal”, es por supuesto, el “bien”. Obviamente, los Estados Unidos representan el bien, especialmente si el mal busca destruirlo. Por lo tanto no debe haber ninguna duda de que la guerra contra el mal está totalmente justificada. Una “guerra justa” no es simplemente una guerra, es el derecho concedido por Dios al afligido.

La simple y fácil yuxtaposición del mal vs el bien funcionó con mucha eficacia, para una población tristemente desinformada de la complicada génesis del fundamentalismo islámico. El “rostro del mal” se ajustaba perfectamente con Osama bin Laden, su barba larga, piel oscura y su anacrónica vestimenta evocaban una tradición cultural profundamente arraigada, consagrada por la figura del  Ayatollah Khomeini y su revolución contra el Shah de EUA.

Sin escrúpulos o sentido de la ironía, el dolor y el sufrimiento soportado por el público norteamericano fueron inmediatamente aprovechados para potenciar otra tradición cultural de muchos años; el tenebroso dictador militar. Cualquier búsqueda por los sospechosos usuales debe incluir el rostro burlón y la baladronada militar de Saddam Hussein, quien al igual que Bin Laden estuvo al servicio de los EUA antes de ponerse en su contra. 

Cuando EEUU montó su campaña para llevar acabo su aterrorizante y destructiva guerra contra un pueblo, de inocentes espectadores en su mayoría, el rostro de Saddam Hussein se ajustó perfectamente a la narrativa de la guerra contra el mal, contra el “eje del mal” como lo propagaron sin cesar los medios de prensa. El público norteamericano en un 70% creía que Saddam Hussein era responsable por los atentados terroristas de septiembre 11.

El rostro de Saddam Hussein se ajusta a la narrativa, mientras que el de Dzhokhar Tsarnaev rompe con ella.

“Jahar”, como sus amigos y el entrenador de lucha dela escuela secundaria Cambridge Rindge and Latin, acostumbraban llamarlo, era un muchacho bello, un “joven americano normal” con quien todo mundo quería pasar un buen rato, presenta una imagen del todo diferente. La yuxtaposición de su rostro suave y seductor al lado de la frase resaltada en letras negras, “The Bomber” (El Bombardero) inmediatamente generó toda una oleada de indignación. La carencia total de la presencia del mal en sus ojos de cordero y la sospechosa falta de cuernos en su cabeza cubierta de cabello negro ondulado no encaja en la narrativa que impulsa la Guerra contra el Terrorismo.

Esta no era la imagen de Osama o de Saddam o inclusive la de Mohammed Atta, no era la foto de un prontuario o una instantánea tomada de un video borroso de yihadis. Esto era una prueba Rorschach nacional.

Aunque la misma fotografía fue publicada por el New York Times poco después del ataque y a pesar del hecho de que esta clase de yuxtaposición es algo habitual cuando se trata de examinar la desnuda y escalofriante brecha entre las apariencias y la realidad, muchos pusieron el grito en el cielo y la revista fue retirada de algunos puestos de venta.

Sin embargo, es en esa brecha entre apariencia y realidad donde debemos encontrar las respuestas a esos “porqués”. Pero la guerra contra el terrorismo no puede mantener esas brechas. La apariencia y la realidad deben coincidir. Las decenas de niños asesinados por los misiles de los aviones a control remoto no deben de ser vistos o sus nombres dados a conocer. Los otros cientos de asesinados deben de ser categorizados como “militantes”, tan solo por ser individuoss en edad militar.

Ahora imaginémonos como luciría la foto de un avión autopiloteado en la portada de Rolling Stone en Yemen, Paquistán o Afganistán. ¿Expresaría el público y los medios de comunicación la misma indignación al ver la inocua imagen de un avión auto piloteado, que no representa del todo la maldad de sus ataques sobre las vidas y las familias de esas personas?

Por otra parte, la gente en el mundo musulmán no tiene que lidiar con esas afrentas teóricas, ellos han estado viviendo en esa brecha por mucho tiempo. Ellos conocen de primera mano el papel desempeñado por los Estados Unidos en esa región, apoyando dictaduras  y regímenes sangrientos, golpes de Estado, y del insaciable apetito por el petróleo. Ellos saben del doble papel de EEUU en la guerra entre Irán e Iraq, del estrecho vínculo entre el poderío estadounidense y la represiva familia real Saudita, que fue el motivo inicial de Osama bin Laden para convertirse en un enemigo jurado de su antiguo patrocinador. En realidad, el poder imperial y corporativo de los EEUU ha sido experimentado en todo el mundo musulmán desde el final de la segunda guerra mundial. A esto hay que agregar los recientes abusos y tortura en Abu Ghraib y en Guantánamo, y la destrucción de Iraq. No hay duda que estos crímenes están en la mente de millones de musulmanes.

Y todos estos perturbadores detalles se fueron acumulando en la mente de un, en apariencia ambivalente Jahar. Aparentemente la tentación del consumismo y la reality TV no fueron suficientes para mantenerlo en la ruta de la completa “americanización”. En lugar de eso él fue radicalizó o, como también se menciona, se “auto radicalizó”.  Independientemente de si Jahar se convirtió el mismo en un monstro o fue influenciado por otros, la conclusión del reportaje de Janet Reitmans, en la revista Rolling Stone es que, el joven Dzhokhar Tsarnaev se extravió en la brecha entre realidad y retorica. Y aquí es exactamente donde permanece los EUA después de más de una década delos atentados del 11/9, y más de dos años después de que la revista Time publicó en su portada la fotografia de Osama bin Laden con “X” roja sobre ella. La imagen encaja con la narrativa, pero en vez de ser el punto al final de la oración, la guerra contra el terrorismo se alarga indefinidamente. Mientras el público norteamericano pondera el “por qué”, las guerras secretas arrasan Somalia, Yemen y África, mientras eso sucede, hombres inocentes sufren la indignidad de la tortura legalizada en el agujero negro  de Guantánamo y las libertades que “ellos” supuestamente odian desparecen bajo el poder de la política de seguridad nacional de Estado dependiente en el perpetuamiento de la guerra.

Contrario a las acusaciones de apología o embellecimiento del terror, el logro de la Rolling Stone al publicar el rostro de Jahar, en palabras de J.P. Sottile, ha sido forzar al público a darle una mirada, ha sido incitar a todo el mundo a examinar el por qué este muchacho de carácter afable, muy querido y que parecía occidentalizado, se convirtió en violento en su país adoptivo. Quizás el verdadero temor radica en que Jahar y otras personas como él no están simplemente motivados por algo tan fácil de entender y desestimar, como “pura maldad”.











Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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