A la pregunta clásica de qué
hacer lanzada a la historia por Lenin, Bakunin, en su obra Dios y el Estado,
vino a responder que irse de putas, rezar sumisamente u optar por la
revolución.
EL BURDEL, LA IGLESIA Y
LA
REVOLUCIÓN
Por Armando B. Ginés
A la pregunta clásica de qué hacer lanzada a la historia por Lenin,
Bakunin, en su obra Dios y el Estado, vino a responder que irse de putas, rezar
sumisamente u optar por la revolución.
Mucho ha tronado y llovido desde entonces, pero las alternativas, pese a
las apariencias, siguen siendo más o menos las mismas, esto es, dejarse
embaucar por el espectáculo capitalista, rendirse a la verticalidad jerárquica
del sistema ideológico o rebelarse contra el régimen de explotación en el que
vivimos inmersos.
La esencia del ser humano exige la rebelión y el pensamiento crítico, la
dialéctica del qué hacer teórico haciéndolo en la práctica. Ambos momentos se
refuerzan, son aspectos complementarios de un idéntico movimiento que busca la
libertad social y colectiva de todos, al menos de la inmensa mayoría.
Ciertamente, el capitalismo no entregará las armas únicamente con idealismo
y voluntad de querer. No se advierten soluciones mágicas para derribar a tan
colosal enemigo. Su ejército es mastodóntico, tanto en las vertientes militares
y represivas como en los medios de difusión culturales.
Pero continúan valiendo las palabras certeras de Mijaíl Bakunin. Hay que
dar la batalla en diferentes frentes, pero jamás dejarse llevar exclusivamente
por la acción política coyuntural. Esta es la vía preferida del posibilismo con
atavío izquierdista, el camino que toma la compleja realidad social como un
todo modificable a base de discursos y componendas puntuales de segundo orden.
Sin ideología que dé consistencia a la política, las señas de identidad y las
profundas transformaciones sociales que se necesitan se van perdiendo en la
confusión meramente parlamentaria.
Hay que pactar mirando al horizonte, no quedándose instalados en el párrafo
legal que tenemos delante, mirándonos el ombligo de la victoria pasajera como
si fuera ya el triunfo definitivo de la justicia universal. Acumular fuerzas
debe ser el objetivo último, no desmovilizar a la clase trabajadora con
alegrías banales y pasajeras.
La lucha contra el capitalismo no puede entablarse con medias tintas y
retórica fácil. A lo largo de su trayectoria, el sistema capital-trabajo ha
demostrado una flexibilidad enorme, adaptando su ideología a etapas o fases muy
diversas sin quedar afectada su estructura económica de poder absoluto.
Las estrategias utilizadas por el régimen capitalista para permanecer vivo
y coleando todavía han sido muchas, pero dos destacan por encima del resto: la
extensión y generalización del consumo intrascendente y el apuntalamiento de
una superestructura ideológico-cultural proclive a sus intereses ocultos a base
de elevar a los altares un individualismo ficticio contrario a la solidaridad y
el pensamiento crítico y rebelde.
Ese yo insustancial cercado por compulsiones inmediatas y la libertad
dirigida mediante mensajes subliminales de estatus y competitividad salvaje
impiden ver la compleja realidad en sus verdaderas relaciones de clase y de
hegemonía vertical difusa.
Las alternativas u opciones siguen siendo similares a las apuntadas con
tino por Bakunin. Evadirse y mirar para otro lado, agarrarse a las falsas
verdades de la tradición o lanzarse a la liberación del yo esclavo a través de
la revolución social y el contacto con el otro en igualdad de condiciones.
Resulta evidente que no apostamos aquí por la enfermedad infantil de confundir
la voluntad de poder y la crítica radical con tomar la calle solamente con
fundamentos basados en dogmas o catecismos leídos e interpretados a la ligera.
Un análisis coherente de la realidad debe tener en cuenta la correlación de
fuerzas en litigio y, antes que nada, saber a qué nos enfrentamos. Puro
tacticismo sin estrategia de largo recorrido suele conllevar frustraciones de
larga duración.
Ahora bien, dicho lo dicho, una afirmación clara: sin rearme ideológico, la
izquierda transformadora está condenada a su enésimo fracaso. La crítica al
capitalismo ha de ser radical, pero siempre acompañada de una dirección de
destino, que si bien no ha de ser cerrada a cal y canto en un domicilio
concreto, si debe ser lo suficientemente diáfana para indicarnos un amplio lugar
de llegada que sirva de referente a la clase trabajadora.
Hoy la izquierda en su conjunto, salvo honrosas excepciones, no conoce ni
el lugar de partida ni el de destino. Su crítica se nutre de movimientos cortos
y redundantes que no salen del círculo capitalista. La agenda política está
marcada por los intereses y querencias de las derechas. Nadie ofrece un
proyecto global de superación del marco social e ideológico en el que nos
hallamos empantanados.
A las percepciones de Bakunin, habría que agregarle la pregunta radical de
¿qué hacer? La soluciones espontáneas parecen condenadas al fracaso porque a
sus móviles les falta el condimento de un programa de futuro serio y
participativo. Viven únicamente de impulsos de presente, de rabiosa actualidad
que adolece de una aproximación detenida y profunda a la compleja realidad
sociopolítica y cultural. El personalismo y las urgencias son adversarios
temibles de la izquierda consecuente, tanto como la quietud amable de los que
rastrean pactos posibles a toda costa para salvar los muebles de la crisis que
hoy arrastramos.
¿Ganar tiempo para qué? ¿Para apuntalar al sistema con concesiones
superficiales y tapar la boca de la contestación social o para construir
horizontes que vayan más allá de la cárcel capitalista? Comer hoy, sin más, es
el hambre diferida y la indigencia
crítica y rebelde que nos traerá la próxima crisis.
Lo ya reseñado como colofón. Irnos de putas con el sistema capitalista.
Adaptar nuestra insatisfacción a la plantilla de la costumbre y el statu quo. O
la revolución consecuente. ¿Qué hacer? De momento, quitarnos el traje del yo en
la plaza pública, poniendo después nuestra completa desnudez individual al
servicio del yo social. Una vez que todos estemos desnudos, el mundo lo veremos
de otra manera: podremos vestirnos de nueva rebeldía y auténtica libertad.
¿Para qué si no hemos venido a la vida? ¿Nada más que para someternos a la
clase pudiente y decir sí al poder establecido, recogiendo las migajas de la
opulencia y la injusticia social? ¿Pactismo a ultranza, barbarie neoliberal
o socialismo del siglo XXI? También
podría decirse, irse de putas, untarse de mojigatería y tradición inveterada o
hacer la revolución. El menú está servido. Que no se quede frío, por favor.
Punlicado por LaQnadlSol
CT., USA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario