En cierta ocasión hurgando a través de las páginas de una
de esas publicaciones que se editan para servir a los requerimientos o a los
gustos de la elite bien educada, me entere al leer uno de esos largos artículos
publicados por dicha revista, que el autor, miembro por supuesto, de la crema y
nata de la “intelligentsia” mundial y con cátedra en la prestigiosa Universidad
de Harvard argumentaba que: La globalización económica había producido enormes
beneficios para la población mundial y como prueba manifestaba que la población
mundial sobreviviendo con 1 dólar diario se había reducido de 400 millones a
200 millones que ahora sobreviven con 2 dólares diarios. Si uno no se indigna
ante semejantes aseveraciones es porque uno tampoco tiene madre. Una cosa es
escribir a cerca de la pobreza y la miseria desde la comodidad del espacio que
uno habita, otra muy distinta es escribir basado en la cruda realidad y como sujeto
afectado por la incidencia de tales calamidades humanas. Una cosa es escribir
basado en apreciaciones subjetivas de la realidad y sin cuestionar nada, otra
muy distinta es escribir basado en la realidad concreta de las cosas,
cuestionando y denunciando las injusticias y arbitrariedades de todo un
sistema, que como el neoliberalismo económico tiene sumida a casi la mitad de
la población mundial en la miseria, el hambre y la pobreza. Recién hoy me he enterado que en Somalia un niño muere de
hambre cada 6 minutos y que probablemente 750,000 somalíes podrían morir de
hambre al finalizar el año. Se estima que unos 12 millones de seres humanos
sufren de hambre en el Cuerno de Africa. Si los que tenemos las posibilidades
de escribir no denunciamos estas atrocidades causadas por la ambición desmedida
del Capitalismo y contribuimos no a reformarlo sino a destruirlo, entonces como lo sugiere el Profesor Luciano Castro Barillas
en el siguiente ensayo ¿Para qué escribir?----Marvin Najarro.
¿PARA QUÉ ESCRIBIR? A VECES PIENSO Y SIENTO QUE ESTE EJERCICIO INTELECTUAL ES UNA INCONSECUENCIA
EN
PAÍSES COMO GUATEMALA
Por Luciano Castro Barillas
Los resultados electorales (54.16% del Patriota y LIDER con el 45.84%)
son los esperados, no por esa especie de futurología en que han caído los
lucrativos negocios de las encuestadoras; sino por la desastrosa gestión “socialdemócrata”
de la UNE que volvió a cumplir por enésima vez lo dicho por la historia de la
despreciable posición política de los izquierdistas: desprestigian a los
revolucionarios, neutralizan las inconformidades de las masas populares - o sea su potencialidad revolucionaria- ,
pero lo peor de todo es que meten en atolladeros momentáneos la marcha de la rueda
de la historia, es decir, atrasan la consecución de la justicia y la libertad
de que tan urgida está el mundo entero.Por ello bien está que hayan sido
defenestrados del poder por su deficiente operatividad política y su flagrante
y descarado oportunismo, corrupción y alianzas inescrupulosas que refleja exactamente lo que son. En fin, a cambio de
hablar sobre los lugares comunes de un proceso electoral con suficiente
cobertura mediática -y que a la gran
mayoría de los 14 millones de guatemaltecos importa menos que poco- me pregunto cuando veo al más humilde de los
ciudadanos guatemaltecos, un indígena vendedor de cromos religiosos enmarcados
que tiene su mísero negocio instalado en la Calle Real de Jutiapa (hoy Calle 15
de Septiembre) y que son los mismos durante semanas; si le importan las
elecciones. Si se siente representado por los diputados. O si le importa quién
sea presidente. Creo que no. Sentado al borde de la acera del comedor de pollo
frito (rico en colesterol y no en sabor)
y con los pies calzados con caites sobre
la calle, ya no tiene aliento para ofrecer su precaria mercancía. El hambre, la
tristeza, navega por sus ojos. Hermético, sumido en la soledad y la
indiferencia, pasan frente a él las personas, en un ir y venir, viendo sin ver
a aquél hombre inmóvil que pareciera que llevara todas las penas del mundo; con
su raído y fungoso sombrero chichicasteco, que vino a la vida a este país -Guatemala-
que no le ha dado nada. Solamente las calles y una fracción de banqueta.
Vida sombría y desesperada ésta. Con breves acomodos de su espalda adolorida y
anciana sobre la pared, por momentos mueve sus ojos, sin rumbo, como
adivinando, como queriendo ver por algún punto que se aparezca la esperanza. ¿Qué
pensará este humilde hombre cuando ve a diario la ostentación, la vanidad y la
arrogancia que circula ante sus ojos calmos? Allí, al ver ingresar al comedor
de pollo frito niños rechonchos con incontrolables berrinches e inconfundible
malacrianza, acostumbrados indudablemente a deglutir alimentos chatarra. Es
asunto de educación el lugar que usted selecciona para comer, no importa que
sea humilde. Pero los nuevos riquillos de nuestro país pecan de mal gusto y
buenas costumbres para alimentarse: comen como marranos y enseñan a comer de
igual modo a sus marranillos, como me dijera en una ocasión un maestro español.
Son los nuevos ricos sin pedigrí social y medianamente instruidos. Los ricos
aburguesados consumen aceites más finos. Comen sano y son delgados, pues ahora
lo chic (imitando a los Estados Unidos, como siempre) es lucir flaca, con
carnes magras y huesos mondos. Ese no es el mundo del anciano vendedor de
cromos. Él sería profundamente feliz con que llegara -no a su mesa- sino a sus manos, sobre sus dos tortillas de
maíz (hoy tan delgadas y no es porque sigan las modas y estén a dieta) una
alita rostizada de pollo o una simple pata. Y es que este ciudadano, amigo
lector, almuerza todos los días quizá, con la suculenta vianda de sus dos
tortillas, un tomate crudo y unos granitos de sal. Cruel espacio buscó. Terrible
y desconsoladora ubicación para vender que ha de atormentar su estómago, pues
las emanaciones de pollo frito se filtran cruentas y despiadadas, directas, a
su hambre. A su apremiante necesidad de guatemalteco marginado. Guatemalteco
que luchó toda su vida por ser honrado y que de poco le ha servido. Los
ladrones están en el poder y no los honrados. Que trabajó en lo que pudo y como
pudo y que a la vuelta de tantos años, con sus piernas flojas, la vista corta y
el oído escaso; acabó sufriendo el tormento de estar haciendo inhalaciones de
Pollo Campero. A un hombre como él, pienso, qué pueden importarle los
políticos, sus partidos, sus candidatos y sus proyectos de codicia. Pienso
también que, ante la suprema necesidad del ser humano de alimentarse, este
oficio de escribir es un lujo y hasta tal vez innecesario, un modo suntuario de
existir y hasta una inconsecuencia. Estos ciudadanos, al parecer, no tienen
problemas psicológicos de bipolaridad o depresión, no padecen de sobrepeso, ni
de angustia existencial por el ser o no ser. Esas patologías emocionales si las
tienen los pobres, como el vendedor de cromos, las ponen bajo control. No
corren con el psicólogo para que los oriente o con el psiquiatra para que los
medique. Los pobres de este país no tienen tiempo para eso. Los ricos y
riquillos, como no tienen enfermedades reales, pues sencillamente se las
inventan. La gran mayoría de guatemaltecos no tienen problemas de sobrepeso
ante la escasez de comida. Ahora la lucha es por no desaparecer, por no
invisibilizarse por la desnutrición. Creo
que los guatemaltecos barrigones van en camino de desaparecer, igual como lo
hacen las muchachas pijas de la burguesía que van y vienen con el nutricionista,
cuidándose de la bulimia y la anorexia. Los tripones se van haciendo menos. Serán para
la historia una obsolescencia adiposa. Un bidón o una lata de manteca
abandonada a quien poco le importa lo que diga Pérez Molina con su lenguaje
sincopado de militar -positivo,
negativo, mi coronel- o la cháchara
engolada y huera de Baldizón y su sonrisa de bufón, además de vulgar. O poco le
importaría también lo que diga o escriba un poeta o escritor que pergeña
versos, frases precisas o sintaxis ocurrentes. Todo está demás cuando se vive
en la miseria extrema. Escribir es un lujo e insulto ante la existencia llena
de sombras. Escribir es un abuso no una catarsis ante el hambre. No seamos
cursis. Escribamos y seamos sinceros, por las razones que tenían el escritor
mexicano Efraín Huerta: “Escribo por
amor, por odio, por obligación que nadie me impone y por el pan que nunca
alcanza”. Esas expresiones que dicen que escribir es un acto de
rebeldía, frustración, consuelo; son argumentos propios de la pequeña burguesía
y de los grandes burgueses. Escribamos los pobres ¿de acuerdo? para hacerle la
guerra a este infeliz sistema capitalista. Contribuyamos a destruirlo y no
creamos esas frases hechas y de gran prestigio de los escritores del sistema.
Los pobres, sí, debemos esforzarnos por equivocarnos menos, porque no tenemos
tiempo ni lugar para eso. No nos defraudemos entre nosotros. No pensemos que
conquistamos el mundo por un éxito literario, fama o prestigio. Los pobres
tenemos que luchar por autoeducarnos y comunicarnos porque no podemos llegar a
los grandes centros de reproducción de la ideología capitalista como lo son
Harvard o la Sorbona. Seamos entre los pobres los mejores amigos y no digamos “mucho
gusto de verte” cuando en
realidad nos repudiamos y no nos toleramos. A veces pienso -ante un mundo y necesidades así- si realmente merece la pena ser escritor. ¿O
acaso es una cháchara burguesa más y no nos hemos dado cuenta?
Saludos, lectores amigos, y hasta la
próxima semana en La Cuna del Sol.
Publicado por Marvin Najarro
Ct, USA.
Publicado por Marvin Najarro
Ct, USA.
La palabra escrita lejos de como piensan algunos es acción, tienen su mente tan corta que señalan al escribiente "que no hace nada", por no dejarse llevar como ellos por la marea.
ResponderBorrarPara que escribo no lo sé, pero después si que me siento mejor...
y si ese vendedor de chácharas puediera leer, ¿tendría una vida mejor?
ResponderBorrarCon comodidades quizá no, pero si una vida más plena, y quien sabe tal vez el fuera un buen escribiente