martes, 3 de enero de 2012

La cultura a la muerte


Recién venido de su viaje a Guatemala, un amigo me comentaba cuanto se había degradado el valor de la vida por allá, en la tierra de la “Eterna Primavera.”  Me decía, con cierto dejo de desconsuelo y perplejidad, que ahora cualquier mal nacido por 100 míseros quetzales y sin tentarse el alma es capaz de quitarle la vida a cualquier honorable persona. Que por la carencia de la mínima tolerancia  se encarga su muerte. Que la maldad está desbordada. Que casi nadie se soporta y por lo tanto debe de ser eliminado. Así de sencillo. Recuerdo que en la década de los 90 ese simple acto de maldad estaba mejor cotizado, 1000 quetzales el “volado", "el trabajito sucio". Lo cierto y lamentable de todo esto es que esta “cultura a la muerte” no se circunscribe al ámbito nacional, también se exporta, y llega a estas tierras del norte americano de la mano de muchos de los miles de compatriotas que emigran en busca de mejores horizontes. Durante el verano del recién fenecido 2011, en esta pequeña localidad del condado de Fairfield, Connecticut, se desató toda una cacería en busca de un presunto homicida a quien se le acusaba de haber, literalmente crucificado a otro, de certeras puñaladas en el pecho, mientras el ahora difunto dormitaba en su auto. Las imágenes de las televisoras locales con la fotografía del sospechoso se difundieron hasta el hartazgo, ni que hablar por Internet. ¿Quién era el protagonista de tan brutal hecho? El sospechoso de tan horrendo crimen era un guatemalteco, del oriente del país. El escándalo que este acto criminal generó fue enorme y lo peor de todo es que confirmó ante los ojos de todos aquellos racistas y xenófobos lo que constantemente se repite: que los latinos son todos unos criminales a los que hay que deportar sin mayor miramiento. El caso mencionado es uno, entre varios, en los que algún connacional se ve involucrado cada cierto tiempo.

Claro que los medios de comunicación anglosajones tienden a magnificar estos hechos, sobre todo cuando involucra a miembros de la comunidad latina o afroamericana. Casi nunca se menciona la naturaleza violenta y el culto a la muerte que se viene practicando en los Estados Unidos desde el mismo momento en que los llamados “pilgrims” (peregrinos) desembarcaron en estas tierras y, quienes después de haber sido alimentados por los nativos que habitaban estas tierras, procedieron con toda la saña a eliminar a los “salvajes” para luego apropiarse de sus tierras. Según la versión histórica que se difunde y se nos quiere vender como la verdad, los pilgrims o peregrinos  separatistas de la Iglesia Anglicana poseían altos valores democráticos y de libertad de culto, supuestos valores que nunca extendieron a los indios americanos,  sino al contrario, los sometieron a su barbárico culto a la muerte. Contrario a lo que muy ingenuamente se podría pensar, Estados Unidos es un país con una cultura a la muerte profundamente arraigada en casi todos los estamentos de la sociedad. No solo se produce (Hollywood) y se practica internamente, sino que se exporta como vehículo de dominación imperial a otros pueblos del mundo. Es un culto a la muerte investido de los más altos valores humanos. Del destino manifiesto, la excepcionalísima gracia divina otorgada al Gran Coloso del Norte por alguna extraña sinrazón.

En un comentario escrito por Steve Almond y publicado en el semanario Fairfield Weekly (octubre 20, del 2011) el referido autor manifiesta  en uno de sus párrafos y de manera muy crítica, lo siguiente: “Nuestra tradición nacional de generación a través de la violencia no es nada nuevo, por supuesto. Ha estado presente desde la guerra de independencia. Es lo que provocó  que la destrucción sistemática de los nativos americanos a manos del ejército de los EE.UU resultara tan gratificante. No debería aterrar a nadie que las muertes resultantes de los ataques aéreos del 11 septiembre del 2001, se volvieran, no en una ocasión para el duelo y reflexión, sino en una oportunidad para redespertar nuestro heroico espíritu asesino. A los pocos meses del ataque, los americanos celebraban con gusto los eventos en los cuales miles de personas - inocentes o no - eran asesinados. Es decir en las dos subsecuentes guerras. Pero esas guerras fueron públicamente aprobadas, llevadas a cabo-se nos dijo- en defensa de la madre patria, como también fueron las muchas instancias de tortura que fueron reveladas más tarde.” Marvin Najarro

En el ensayo que presentamos a continuación el profesor Luciano Castro Barillas  diserta sobre ese oscuro aspecto de la cultura nacional guatemalteca.





LA CULTURA A LA MUERTE EN GUATEMALA

Por Luciano Castro Barillas



Es diferente la cultura a la muerte que a los muertos. El culto a los muertos son ritos, símbolos, creencias, imaginarios sobre la vida después de la muerte. Ese tipo de trascendencia y esperanza que son el fundamento de todas las religiones del mundo, son necesarias y útiles para la vida de los pueblos. Confieren identidad nacional y son, para el caso de Guatemala, (religión católica y cofradías) los grandes depositarios del ser guatemalteco, de la cultura popular tradicional guatemalteca. De allí mi rechazo personal al protestantismo y sus diferentes sectas que representan la cultura utilitaria del dólar como bendición en la vida económica de las familias. Los grandes consorcios de los predicadores protestantes representan el mal y no a Cristo, por una sencilla razón: anteponen el dinero al ser humano. Tal el caso de una persona amiga que estando en un angustiante trance personal solicitó una oración de su pastor, a lo que éste, presto y con desparpajo preguntó: “Con mucho gusto, hermana, siempre que esté al día con sus diezmos”. El dinero, claro, es útil, no obstante, cuando esos dólares se transforman por acción del imperialismo y la mezquindad en instrumentos de opresión y dominación de los más débiles; bueno sencillamente ese dinero es una maldición. Peor aún cuando esa cultura protestante que viene de los Estados Unidos intenta destruir los valores y creencias tradicionales del guatemalteco. Ya ve usted, el arbolito navideño de origen nórdico desplazó al nacimiento latino, pero coexisten ambos en extraña simbiosis, tal caso de los arbolitos que tienen a sus pies un nacimiento. O el caso de Santa Claus inventado por la Coca Cola (con los colores clásicos de esa bebida tóxica [rojo y blanco] y que muchas gentes creen que es un santo oficial) y que ahora, como convidado de piedra, aparece entre las estatuillas de barro o yeso ocupando un lugar entre el buey y la mula. El culto de las religiones es a la vida, y por supuesto a los muertos, que son parte inherente del existir. Los católicos de hoy avanzan en su compromiso con el pueblo, con los necesitados, relanzando el verdadero sentido de vivir los evangelios, sus verdades eternas (que si se vivieran con sinceridad no necesitaríamos de marxistas, ni de socialismos del siglo XXI o de censurables monarquías comunistas como la Kim Jong un, en Corea, tal si no existiesen personas capaces, sólo los Kim).

Ahora bien, la cultura a la muerte, es otra cosa. Es ese tipo de cultura que niega la vida. Que la ofende. Que no le importa. Que no vale la pena. Por eso existen los masacradores, los genocidas, los asesinos en serie y los extorsionistas de la actualidad. Ya ve usted, la vida no vale nada y no obstante vale mucho. Ese déficit de valoración de la vida tiene su raíz en la cultura de la muerte, que es la cultura del odio, la marginación, la exclusión y la crueldad. No parece importar el dolor ajeno y el sufrimiento de nuestro prójimo. Ser solidario es ser tonto. Merece la pena ser “listo”. Hacer dinero no importando cómo; vivir en extremado confort, consumir hasta sentirnos bien, gastando lo innecesario y bueno… los demás, los seres humanos, es asunto que no nos concierne porque la gente “no agradece nada”, como si estos gestos profundamente humanos debieran ser resarcidos. Por eso la sociedad guatemalteca  -que imita a la estadounidense-  está como está. Descompuesta, ya no en estado de descomposición. Por ello ocupamos el primer lugar en América Latina (y me temo en el mundo) en el asesinato y descuartizamiento de mujeres. Por eso disponemos los deshonrosos primeros lugares en falta de desarrollo material y humano. Por eso, donde llegan los guatemaltecos, van precedidos de la fama de buenos trabajadores, abnegados y diligentes, sin embargo llevan el endoso de la violencia. Explotan por el más mínimo incidente y no vacilan en descerrajarle a las personas una andanada de tiros o hundirle un puñal hasta el tope a un infeliz que ose contradecirlo, en altercados muchas veces rídículos e intrascendentes; tal sería el caso de derramar una cerveza, bocinar a un coche para que avance o se aparte de la vía o simplemente ir a cobrar unos pocos dineros que el “amigo” le prestó (por dos años) y le cayó mal que le cobrara, ahora que usted tenía necesidad de ese dinero ganado con esfuerzo. ¿De dónde aprendió a ser el actual guatemalteco tan mal educado? ¿Por qué siendo un ciudadano tan noble y trabajador fue llegando al punto, aparentemente sin retorno, en que actualmente estamos?

La gran enseñanza  -la malísima gran enseñanza- proviene de un sistema político y social injusto. Antidemocrático, antipatriótico y humanos que nos ha hecho como somos los guatemaltecos. Hermético, callados, de pocas palabras; pero nos desbordamos en expresiones desconsideradas cuando se trata de hablar mal del prójimo. Calladotes, pero pícaros”, decía un conocedor de la idiosincrasia chapina. Somos envidiosos: no nos alegramos del bien ajeno, del éxito de los demás y viviendo esa mediocridad de vida se nos va la existencia en cosas irrelevantes. Votamos por los partidos y politiqueros que no nos aprecian y que representan los intereses de otros grupos, que no son precisamente de nosotros los pobres. Somos tontos, de verdad, porque votamos en contra de nosotros mismos. Y cuando surge una iniciativa progresista, verdaderamente democrática; tal como dijera Luis Cardoza y Aragón, a cambio de respaldarla, empezamos a discutir y a cuestionar hasta lo indecible y resulta que cuando dos guatemaltecos discuten de política, surgen tres partidos políticos”, tal dijera el excelso poeta nacional, quien hizo su carrera y construyó su prestigio en México porque aquí, en Guatemala, lo más seguro era que lo destruyeran.

Ese guatemalteco amante de la cultura de la muerte es el que no debe empeñarse en lo mismo este 2012. Seamos hospitalarios. Dejémonos que nos engañen, porque es preferible que nos sorprendan en nuestra buena fe que vivir una vida desconfiando de los demás. En Guatemala hay cristianos maravillosos. Grandes hombres de bien, como monseñor Gerardo, el cardenal Quezada Toruño y muy cercanamente el valiente y distinguido párroco de Jutiapa, don Víctor Ruano. Ejemplo de lucha, de abnegado pastor, de gran orientador democrático y humano. En Guatemala hay gente valiosísima. Identifiquémoslos y vivamos su ejemplo.  No salgamos, por favor, diciendo que las reivindicaciones por la vida, como la marcha de nuestros familiares desaparecidos que organiza la parroquia San Cristóbal de Jutiapa son acciones de comunistas. Que el padre Ruano es rojillo por ser un hombre altamente justo y honesto. Por favor, quitémonos ese pensamiento cochambroso. Civilicémonos, diría yo. Democraticémonos. No persistamos en el pecado de la antidemocracia. No sigamos envenenando nuestra mente y corazón pensando en la dureza, en seguir siendo el martillo que tiene que golpear el clavo que sobresale. Este pueblo es un niño maltratado que está urgido de cariño y consideración, no de dureza. Todo acto criminal, por execrable que sea, tiene como raíz la ausencia generacional del amor. Es preciso tener presente las palabras de monseñor Oscar Arnulfo Romero en lo que hacen hoy los consecuentes católicos con esa tarea fundamental de las Santas Misiones Populares: “El reino de Dios empieza en este mundo”. No basta, pues, sólo con rezar. Es de involucrarnos de manera pacífica y promover diariamente, empezando por uno; acciones de compromiso con la causa de Cristo, que es la causa de la justicia y su incomparable dimensión del amor, al punto de amar a nuestros enemigos. A aquellos que nos odian. Nadie como él  -digo yo-  antes y después de todos los tiempos, los pasados y los por venir.

Seamos mejores, estimados lectores. Yo creo que podemos.








Publicado por: Marvin Najarro
Ct., USA.


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