Durante
los últimos cincuenta años Guatemala ha sido gobernada por grupos de poder que
se han identificado o que se identifican, como el actual gobierno, fuertemente
con los programas políticos de la derecha guatemalteca. No es cierto que el
gobierno de Álvaro Colom, a pesar de contar con elementos de la izquierda revolucionaria
en su equipo, haya sido un gobierno plenamente identificado con los postulados
de la izquierda, ni mucho menos como lo afirman algunos por obra de la mala fe
o la ignorancia; un gobierno de la guerrilla. De eso y más escribe Luciano
Castro Barillas.
Por Luciano Castro Barillas
Es
que la izquierda revolucionaria (no hablo de la del tipo de la UNE ) no acaba de comprender que ese gobierno fue
un desastre en todos los sentidos, dejando el peor saldo para las fuerzas
progresistas, pues el común de las personas creen que la izquierda estuvo en el
poder, lo cual es cierto. Hay quienes todavía defienden la “proyección social”
de las remesas condicionadas y las bolsas solidarias, como si estas políticas
de Estado no se hubiesen diseñado con fines de clientelismo político o
hipocresía política. Se tuvo la oportunidad de prestigiar a la izquierda con un
gobierno de mayor atrevimiento y desafío a los poderes económicos tradicionales
y no se hizo, porque tuvimos un presidente sin personalidad, collón,
ambivalente, constantemente desmintiéndose y autocorrigiéndose ante la mínima
amenaza, no consciente que la institución que él representa es la encargada de
dar al pueblo dirección intelectual, política y espiritual. Él no mandaba. No
tenía poder ni autoridad. Él era mandado y desautorizado constantemente. Y lo
afirmado no son resonancias ni ecos de los discursos de la ultraderecha
guatemalteca: de veras, este hombre casado con una mujer dominante,
autoritaria; no mandaba pero ni en su casa. No dirigía ni coordinaba la vida
familiar, sencillamente porque siempre fue una tripa seca, sin morcilla adentro. Le faltó de todo: autoridad,
valor, determinación, honradez, compenetración de su cargo, pero sobre todo
sentido profundo de dignidad nacional.
Hoy
que la gente ve a un gobierno que por lo menos no trae la intención de robar y
hay un combate real -que se ve- contra
el latrocinio en las instituciones del Estado, a todos les parece bastante. Es un país donde nunca se ha
hecho nada que no sea robar. En estos veinticinco años de apertura democrática
o política esa ha sido la constante de los sucesivos gobiernos. Por primera
vez y por el momento hay un poco de
decencia en algunos aspectos administrativos del Estado (pues no puede decirse lo mismo del trato con
las mineras, la criminalización de las reivindicaciones de los movimientos
sociales organizados y que los ricos no paguen los impuestos que deben pagar). Indudablemente
es insuficiente, pero por el momento y sin ser un defensor oficioso, yo tengo
la percepción que se están haciendo esfuerzos por resolver uno de los problemas
más angustiantes de los guatemaltecos como lo es la violencia, habida cuenta
que fue una de las propuestas emblemáticas de su plataforma política. ¿Qué se
está militarizando la sociedad con sacar a los soldados a patrullar las calles
de las ciudades y aldeas? No es exactamente eso la militarización de una sociedad. Militarizar una sociedad es cooptar
las instituciones democráticas, hacer preponderante el atropello y el abuso por
parte de los uniformados, restringir los derechos y garantías ciudadanas en
términos dictatoriales y que hegemonicen los cargos públicos los militares. La
lógica nos dice que su máximo dirigente tiene formación militar y por lo tanto
sus aliados de confianza son sus conmilitones. ¿O acaso un dirigente revolucionario no buscaría como
aliados políticos a su compañeros ideológicos? Es cuestión de sentido común y
que haya una agenda estratégica para perpetuarse en el cargo por veinte años como
ARENA en El Salvador, indudablemente la hay. Pero asunto muy diferente serían
los propósitos de restaurar una dictadura militar. Histórica y socialmente ya
no es posible. Los sectores intransigentes de la derecha no son a veces tan diferentes
a los de la izquierda, pues por todos lados ven chompipes en bicicleta y
zopilotes marcando el paso. ¿O acaso es mejor tener a los soldados de
holgazanes en los cuarteles y contratar más deuda externa para incrementar el
número de policías en aras de la civilidad y del prejuicio militarista?
Desconstruyamos, creo yo, algunos esquemas mentales y apelemos también a los
principios de la desconfianza política constante, no vulgar; que hablaba el
comandante Che Guevara. La desconfianza política es condición de sobrevivencia
y la vulgar asunto de educación. En una sociedad como la guatemalteca, con un
pasado de horror, es totalmente comprensible una actitud de reserva con los
militares. Y no digo que no deba haber
-en tanto no demuestren lo contrario-
la prerrogativa de la suspicacia, aunque se peque de mal educado por el
pasado que les acompañe, sin embargo esa desconfianza se tiene que tener
capacidad de situarla bien. Lo mejor es partir de las constataciones para emitir
valoraciones políticas, pues lo que se ve, se cree. Lo demás son puras
especulaciones de personas que ven hombres desnudos con las manos entre las
bolsas y banqueros de buen corazón.
Con
respecto a las cortinas de humo, ésta no es otra cosa que una política
dirigida a las personas carentes de discernimiento. ¿Acaso no va a ser metido a
la fuerza El Salvador en el proyecto de lucha contra el narcotráfico
planificado para este año por los Estados Unidos en su iniciativa del Triángulo
Norte que comprende a Guatemala, El Salvador y Honduras? Tendrá que hacerlo el
escurridizo Mauricio Funes porque si no pone en riesgo el TPS. ¿Y eso es
apelación a la soberanía nacional, a la dignidad revolucionaria y a la
sagacidad política? Por favor, aquí somos países dependientes y hasta
sodomizados por los Estados Unidos. Lo que no ha hecho ni Calderón en México ni
Santos en Colombia, lo hizo Pérez Molina: rezongarle al imperio y sentarlo a
dialogar. Es posiblemente que me equivoque, pero he tratado toda la vida de
liberarme de las colonizaciones espirituales, vengan de donde vengan y creo que
lo que percibe acertado y correcto debe asumirse. No deben esperar órdenes para
poder pensar y decidir, porque entonces estamos más militarizados que a los que
criticamos. En la
Revolución también hay militaristas verticalistas
recalcitrantes, que no comen ni dejan comer. Si no vea el lamentable ejemplo
político de Pablo Monsanto cuya intransigencia y demencia política está a la
orden del día. Este pernicioso sujeto a hecho más daño a las fuerzas revolucionarias
que las ofensivas de Ríos Montt. Nadie
puede creer que el actual gobierno sea livianamente democrático. Para
calificarlo así deben transcurrir cuatro años. Por el momento representa e impulsa
una política neoliberal y está integrado por los sectores conservadores
responsables del atraso de este país. Afinemos nuestros instrumentos de lucha
política popular, pero no seamos delirantes, porque ya hace muchos años que
algunos compañeros revolucionarios no puede bajarse de la perseguidora de los cruentos
años de la represión.
Publicado por Marvin Najarro
Ct., USA.
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