domingo, 22 de abril de 2012

LA VALENTÍA DE APALEAR ANCIANOS…



INTRODUCCIÓN


Y no podía, no puede ser de otra manera. Guatemala, país de innumerables y colosales bellezas naturales que no se reflejan en la calidad humana de muchos de sus seres. Sí que en verdad duele y duele mucho. De qué sirve tanta experiencia, tanta sabiduría acumulada en la venerable ancianidad de tantos de sus hijas e hijos, si a nuestros desalmados y corruptos funcionarios les importa un pito la deplorable situación en la que actualmente viven nuestros ancianos. De nada sirve que estos otrora dignos ciudadanos hayan dado lo mejor de su vida en beneficio de un país y de una sociedad que corrompida hasta el tuétano ahora les desprecia y les trata como seres indeseables, como estorbos, que sus mezquinos prejuicios no pueden tolerar. Razón tenía el más grande de los poetas guatemaltecos, Manuel José Arce, cuando en una de sus magistrales piezas literarias enfatizaba: “Y no quisiera ser de aquí". Escribió: (…) desde adentro de mí mismo este país  -este pequeño y cruel país- , se me hace presente, me sangra, me duele. Cuánto amor en el dolor. Cuánto dolor en el amor.  ¡Que dura eres Guatemala! Marvin Najarro










LA VALENTÍA DE APALEAR ANCIANOS


Por Luciano Castro Barillas


Hubo en México hace algunos años una asesina en serie de ancianos apodada La Mataviejitas, despiadada mujer que aprovechándose de su fortaleza física, pues había sido luchadora en la Arena México, se hacía pasar como trabajadora doméstica, circunstancia que aprovechaba para robar y matar a personas de la tercera edad. Luego de innumerables crímenes la sádica asesina fue capturada y condena a la pena máxima por esta clase de ilícitos de la legislación mexicana. En Guatemala el mataviejitos es su injusto sistema social que ha hecho que miles de ancianos salgan como personas en sus mejores tiempos a protestar por la insensibilidad con que son tratados ante un poder desdeñoso que prácticamente los considera personas inútiles, según se desprende por la indiferencia con que son tratadas sus modestas demandas, que se focalizan en dos cosas: comer un poco y tener donde dormir. Asuntos como recreación, atención a sus enfermedades físicas y emocionales, son asuntos de poca importancia.

Hacía meses que los ancianitos del asilo  del irónico nombre, Dulce Refugio, estaban en una situación de postración tal que muchos pensaron seriamente en morir, ya que literalmente estaban muriéndose de hambre. Realidad que contrastaba cuando ese día salían de rendir su primera declaración ante un tribunal dos mujeres regordetas de feas caras y con la apariencia de ser glotonas sin control, no encontrando curiosamente el corrupto funcionario judicial indicios racionales de la comisión de delito, por lo tanto, les dictó una medida sustitutiva consistente en una multa, a cambio de ir a prisión. Estas dos señoras eran acusadas por alcaldes de pequeños pueblos de haber sido estafadas con cantidades millonarias de dinero por gestionarles créditos de desarrollo para sus paupérrimos municipios. La madre y sus dos hijas ladronas salieron de la audiencia con una sonrisa torva de guasón de medio lado, sabiendo que en este país se pueden cometer los ilícitos más inquietantes sin que necesariamente pase nada, máxime si usted es o ha sido pariente de un presidente de la República. Sin embargo, la realidad para los ancianos del asilo Dulce Refugio, con edades entre los 80 y 90 años de edad, la situación era diametralmente opuesta.

Ellos forman parte de las decenas de miles de personas de la tercera edad en Guatemala que no gozan de ninguna protección social por parte del Estado. Su única ayuda han sido las solidaridades históricas entre los pobres y uno que otro familiar que no los ha olvidado. Actitud generosa a lo cual se han opuesto desde siempre las cámaras empresariales guatemaltecas con campañas disimuladas tales como afirmar que: “No contribuya a crear mendigos, no de limosna”. Gracias a la desatención de esa propuesta ideologizante los ancianos de Dulce Refugio han logrado comer mal que bien, en tristes y aciagos días donde toda vianda lo ha constituido dos delgadísimas hojaldras, casi milimétricas,  con un café escaso de café y azúcar, servidas en un vaso plástico porque los viejos  -según unos energúmenos cuidadores-  no deben usar tazas de cerámica porque las quiebran. ¡Y como no se le van a caer sus recipientes si son acomodados sobre endebles e inestables mobiliarios!

Pero los ancianitos, pese a las desventajas físicas de su edad, hombres y mujeres sorprendieron a todos los ciudadanos guatemaltecos. En horas de la madrugada, con gran sigilo,  tomaron una de las calles principales del Centro Histórico y decidieron a acampar, teniendo por casas de campaña ligeros plásticos y cartones para guarecerse del frío y el viento. Tenían pensado hacer un plantón para poder llevarse un pan o una tortilla más a la boca. Los automovilistas trasnochados y borrachos que acertaban por el lugar, molestos los insultaban, por la terrible molestia de tener que desviarse unos 300 metros de su ruta habitual, maldiciendo que “esos vetarros amanecieron jodiendo”.

La movilización tenía su origen a raíz que el indigno Congreso Nacional les quitara el dinero aduciendo malos manejos, como si ellos, precisamente, fueran el paradigma del manejo honrado de los recursos del Estado. ¡El burro hablando de orejas!

Afirman los actuales funcionarios de Pérez Molina que a los ancianos se les hizo una propuesta ante la presencia del Procurador de los Derechos Humanos y el Alto Comisionado de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, testigos de honor; que los fondos fueran administrados por el nuevo Ministerio de Desarrollo Social, como lo afirmara también Francisco Cuevas, Secretario de Comunicación Social de la Presidencia. Pese a lo “acordado” y ante la experiencia y cautela con quienes se habla, los ancianitos optaron mejor por presionar a los politiqueros y esa noche tomaron las calles desoladas y frías de una ciudad cruel, quizá creyendo que por su ancianidad, por lo venerable de sus años les respetarían y los tratarían con consideración. Todo lo contrario, los policías antimotines enviados por el Ministro de Gobernación y el Jefe de la Policía Nacional Civil, en aras del orden público, con carros, escudos y batones los sacaron a empellones. Tarea fácil para personas que apenas pueden caminar, debilitados doblemente por el hambre y el abandono. Los policías, tal como piensan en tiempos de la dureza de medidas, no hubieran vacilado en repartir garrote si se les hubiera impartido esas instrucciones por sus jefes. Ganas posiblemente no les faltaron, pero un batonazo propinado a una persona de esa edad pudiera resultar mortal, porque ellos, respetables personas de voz cascada, mano trémula y ojos grises de soledad y tristeza; no piden mucho para los 13 asilos: 18 millones de quetzales, beneficio social que nunca recibieron en sus años productivos, que no se compara, claro está, con los 540 millones de quetzales ganados en un día de sobreprecio de la medicina comprada a tres farmacéuticas financistas de la campaña electoral del Partido Patriota. Este país  -Guatemala-  es un país brutal y no se avizora el camino de su humanización. Y como cansa eso de empezar con dolor una nueva semana. A veces ya no quisiera estar aquí, para no conocer de estas valentías, de este rigor, de esta severidad contra los débiles.

Vuelvo a repetir lo que dijera el oficial romano Acacio: “Mientras en este mundo no hayan mejores personas que las actuales, es mejor tener desenvainada la espada”.











Publicado por Marvin Najarro
CT., USA. 

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