INTRODUCCIÓN
Y no podía, no puede ser de otra manera. Guatemala,
país de innumerables y colosales bellezas naturales que no se reflejan en la
calidad humana de muchos de sus seres. Sí que en verdad duele y duele mucho. De
qué sirve tanta experiencia, tanta sabiduría acumulada en la venerable
ancianidad de tantos de sus hijas e hijos, si a nuestros desalmados y corruptos
funcionarios les importa un pito la deplorable situación en la que actualmente
viven nuestros ancianos. De nada sirve que estos otrora dignos ciudadanos hayan
dado lo mejor de su vida en beneficio de un país y de una sociedad que
corrompida hasta el tuétano ahora les desprecia y les trata como seres
indeseables, como estorbos, que sus mezquinos prejuicios no pueden tolerar.
Razón tenía el más grande de los poetas guatemaltecos, Manuel José Arce, cuando
en una de sus magistrales piezas literarias enfatizaba: “Y no quisiera
ser de aquí". Escribió: (…) desde adentro de mí mismo este país -este pequeño y
cruel país- , se me hace presente, me sangra, me duele. Cuánto amor en el
dolor. Cuánto dolor en el amor. ¡Que dura eres Guatemala! Marvin Najarro
LA VALENTÍA DE APALEAR
ANCIANOS
Por Luciano Castro Barillas
Hubo en México hace algunos años una asesina en
serie de ancianos apodada La
Mataviejitas, despiadada mujer que aprovechándose de su fortaleza física,
pues había sido luchadora en la Arena México, se hacía pasar como trabajadora
doméstica, circunstancia que aprovechaba para robar y matar a personas de la
tercera edad. Luego de innumerables crímenes la sádica asesina fue capturada y
condena a la pena máxima por esta clase de ilícitos de la legislación mexicana.
En Guatemala el mataviejitos es su injusto sistema social que ha hecho que
miles de ancianos salgan como personas en sus mejores tiempos a protestar por
la insensibilidad con que son tratados ante un poder desdeñoso que
prácticamente los considera personas inútiles, según se desprende por la
indiferencia con que son tratadas sus modestas demandas, que se focalizan en
dos cosas: comer un poco y tener donde dormir. Asuntos como recreación,
atención a sus enfermedades físicas y emocionales, son asuntos de poca
importancia.
Hacía meses que los ancianitos del asilo del irónico nombre, Dulce Refugio, estaban en una situación de postración tal que
muchos pensaron seriamente en morir, ya que literalmente estaban muriéndose de
hambre. Realidad que contrastaba cuando ese día salían de rendir su primera
declaración ante un tribunal dos mujeres regordetas de feas caras y con la
apariencia de ser glotonas sin control, no encontrando curiosamente el corrupto
funcionario judicial indicios racionales
de la comisión de delito, por lo tanto, les dictó una medida sustitutiva consistente
en una multa, a cambio de ir a prisión. Estas dos señoras eran acusadas por
alcaldes de pequeños pueblos de haber sido estafadas con cantidades millonarias
de dinero por gestionarles créditos de desarrollo para sus paupérrimos
municipios. La madre y sus dos hijas ladronas salieron de la audiencia con una
sonrisa torva de guasón de medio lado, sabiendo que en este país se pueden
cometer los ilícitos más inquietantes sin que necesariamente pase nada, máxime
si usted es o ha sido pariente de un presidente de la República. Sin embargo,
la realidad para los ancianos del asilo Dulce Refugio, con edades entre los 80
y 90 años de edad, la situación era diametralmente opuesta.
Ellos forman parte de las decenas de miles de
personas de la tercera edad en Guatemala que no gozan de ninguna protección
social por parte del Estado. Su única ayuda han sido las solidaridades
históricas entre los pobres y uno que otro familiar que no los ha olvidado.
Actitud generosa a lo cual se han opuesto desde siempre las cámaras
empresariales guatemaltecas con campañas disimuladas tales como afirmar que: “No contribuya a crear mendigos, no de
limosna”. Gracias a la desatención de esa propuesta ideologizante los
ancianos de Dulce Refugio han logrado comer mal que bien, en tristes y aciagos
días donde toda vianda lo ha constituido dos delgadísimas hojaldras, casi
milimétricas, con un café escaso de café
y azúcar, servidas en un vaso plástico porque los viejos -según unos energúmenos cuidadores- no deben usar tazas de cerámica porque las
quiebran. ¡Y como no se le van a caer sus recipientes si son acomodados sobre
endebles e inestables mobiliarios!
Pero los ancianitos, pese a las desventajas
físicas de su edad, hombres y mujeres sorprendieron a todos los ciudadanos
guatemaltecos. En horas de la madrugada, con gran sigilo, tomaron una de las calles principales del
Centro Histórico y decidieron a acampar, teniendo por casas de campaña ligeros
plásticos y cartones para guarecerse del frío y el viento. Tenían pensado hacer
un plantón para poder llevarse un pan o una tortilla más a la boca. Los
automovilistas trasnochados y borrachos que acertaban por el lugar, molestos
los insultaban, por la terrible molestia de tener que desviarse unos 300 metros
de su ruta habitual, maldiciendo que “esos vetarros amanecieron jodiendo”.
La movilización tenía su origen a raíz que el
indigno Congreso Nacional les quitara el dinero aduciendo malos manejos, como
si ellos, precisamente, fueran el paradigma del manejo honrado de los recursos
del Estado. ¡El burro hablando de orejas!
Afirman los actuales funcionarios de Pérez
Molina que a los ancianos se les hizo una propuesta ante la presencia del
Procurador de los Derechos Humanos y el Alto Comisionado de los Derechos
Humanos de las Naciones Unidas, testigos de honor; que los fondos fueran
administrados por el nuevo Ministerio de Desarrollo Social, como lo afirmara
también Francisco Cuevas, Secretario de Comunicación Social de la Presidencia.
Pese a lo “acordado” y ante la experiencia y cautela con quienes se habla, los
ancianitos optaron mejor por presionar a los politiqueros y esa noche tomaron
las calles desoladas y frías de una ciudad cruel, quizá creyendo que por su
ancianidad, por lo venerable de sus años les respetarían y los tratarían con
consideración. Todo lo contrario, los policías antimotines enviados por el
Ministro de Gobernación y el Jefe de la Policía Nacional Civil, en aras del
orden público, con carros, escudos y batones los sacaron a empellones. Tarea
fácil para personas que apenas pueden caminar, debilitados doblemente por el hambre y el abandono. Los
policías, tal como piensan en tiempos de la dureza de medidas, no hubieran
vacilado en repartir garrote si se les hubiera impartido esas instrucciones por
sus jefes. Ganas posiblemente no les faltaron, pero un batonazo propinado a una
persona de esa edad pudiera resultar mortal, porque ellos, respetables personas
de voz cascada, mano trémula y ojos grises de soledad y tristeza; no piden
mucho para los 13 asilos: 18 millones de quetzales, beneficio social que nunca
recibieron en sus años productivos, que no se compara, claro está, con los 540
millones de quetzales ganados en un día de sobreprecio de la medicina comprada
a tres farmacéuticas financistas de la campaña electoral del Partido Patriota.
Este país -Guatemala- es un país brutal y no se avizora el camino
de su humanización. Y como cansa eso de empezar con dolor una nueva semana. A
veces ya no quisiera estar aquí, para no conocer de estas valentías, de este
rigor, de esta severidad contra los débiles.
Vuelvo a repetir lo que dijera el oficial
romano Acacio: “Mientras en este mundo
no hayan mejores personas que las actuales, es mejor tener desenvainada la
espada”.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario