Incluso la reciente declaración de Donald Trump de que utilizaría la acción ejecutiva para abolir la ciudadanía por derecho de nacimiento tiene un vínculo histórico con la experiencia chino-estadounidense.
LECCIONES DE LA HISTORIA SOBRE
EL EXTREMISMO ANTIINMIGRANTE
Michael Luo
The New Yorker
El presidente electo, Donald Trump, ha
prometido que en el momento que asuma el cargo empezará a poner en vigor la agenda antiinmigración en la cual centró su
campaña: deportaciones masivas, medidas enérgicas contra las personas que “arriban
en grandes cantidades a través de México y otros lugares”, e incluso la
eliminación de la ciudadanía por derecho de nacimiento. (El futuro de la
inmigración altamente cualificada es un área de incertidumbre; una disputa
sobre los visados H-1B consumió al mundo MAGA durante las vacaciones). La
magnitud de lo prometido por Trump es difícil de comprender y carece de
precedentes recientes. Hace siglo y medio, sin embargo, comenzó a acelerarse en
Estados Unidos un movimiento para expulsar a un grupo diferente de personas.
En abril de 1876, un comité del Senado del
estado de California celebró una serie de audiencias en Sacramento y San
Francisco sobre el “efecto social, moral y político” de la inmigración china.
Según algunas estimaciones, más de cien mil chinos vivían en el estado.
Funcionarios del gobierno, agentes de policía y líderes cívicos testificaron
que representaban la escoria de su tierra natal y estaban plagados de un “elemento
criminal”; vivían hacinados y en condiciones inmundas (como manifestó un testigo, “más parecidos a cerdos que a seres humanos”); eran
vectores de enfermedades y libertinaje. Tal vez lo más importante es que,
mientras una prolongada depresión económica se apoderaba del país y San
Francisco bullía con miles de hombres blancos desempleados, los testigos
argumentaban que los trabajadores chinos hacían bajar los salarios y quitaban
puestos de trabajo a los estadounidenses. Un pastor de California proclamó que
los trabajadores blancos debían “morir de hambre, o ponerse al nivel de los
chinos, o en caso contario abandonar ellos mismos el país”.
Más de diez mil personas de California y
Nevada se unieron a las “facciones” locales de la Orden de los Caucásicos
(Order of Caucasians), una organización que tenía como objetivo “proteger al
hombre blanco y a la civilización blanca”. En julio de 1877, un mitin en San
Francisco degeneró en días de disturbios cuando
las turbas arrasaron el barrio chino y destrozaron negocios de propiedad china,
en su mayoría lavanderías, por toda la ciudad. Varias semanas después, los
senadores del estado enviaron un mensaje urgente al Congreso, advirtiendo que
los residentes blancos de toda la costa oeste estaban empezando a manifestar un
“profundo descontento con la situación” y que llegaría un día “en que la
paciencia acabaría”.
Un tratado entre Estados Unidos y China
garantizaba la libre circulación de personas entre ambos países, razón por la
que los políticos de Washington eran reacios a imponer restricciones. Pero,
entonces como ahora, la nación estaba dividida políticamente, y los estados del
oeste eran un premio estratégico tanto para republicanos como para demócratas.
Ganarlos, evidentemente, dependía de resolver la cuestión china. Como
resultado, en 1882, Estados Unidos -por primera vez en su historia- cerró sus
puertas a un grupo de personas debido a su raza, cuando el Congreso aprobó una
ley que prohibía el ingreso de trabajadores chinos al país. (La legislación
llegó a conocerse como Ley de Exclusión China). Sin
embargo, los inmigrantes seguían encontrando formas de entrar, por lo que el
Congreso aprobó leyes cada vez más severas. Residentes alarmados de docenas de
comunidades del oeste también se unieron para expulsar a sus vecinos chinos.
Sin embargo, los chinos no fueron víctimas
pasivas: en 1892, después de que una nueva ley les exigiera obtener un
certificado de residencia que estableciera su derecho a estar en el país, los
líderes de la comunidad organizaron una campaña de resistencia. Los líderes
antichinos, a su vez, prometieron deportaciones masivas, sólo para que el
esfuerzo fracasara cuando quedó claro que la medida sería exorbitantemente costosa.
La comunidad china no bajó los brazos, pero existió en una
especie de estado de tensión permanente hasta 1965, cuando el presidente Lyndon
Johnson promulgó una ley de reforma del sistema de inmigración.
Las preocupaciones económicas de hoy en día
están nuevamente sirviendo de combustible a las exhortaciones abiertamente
racistas y populistas de los políticos. Una nébula de indignación entre los
votantes de la clase trabajadora ha impulsado al movimiento MAGA, muy similar a
la rabia que impulsó al movimiento antichino. Incluso la reciente declaración
de Trump de que utilizaría la acción ejecutiva para abolir la ciudadanía por
derecho de nacimiento -los expertos debaten si esto sería legal- tiene un
vínculo histórico con la experiencia chino-estadounidense. En 1898, treinta
años después de que la Decimocuarta Enmienda estableciera el principio como una
forma de salvaguardar los derechos de los estadounidenses negros anteriormente
esclavizados, la Corte Suprema lo confirmó en un caso histórico presentado por
un estadounidense de origen chino, Wong Kim Ark.
Una de las tragedias de la exclusión china es
que la ira contra los inmigrantes era probablemente errónea. Los trabajadores
chinos generalmente no competían directamente con los blancos. En un estudio
económico publicado en 1963, el historiador Ping Chiu encontró que en
California los dos grupos estaban mayoritariamente estratificados en diferentes
grupos de mano de obra, con los chinos concentrados en empleos de salarios más
bajos en la agricultura y en industrias como la textil y la fabricación de
puros. Los principales factores de las dificultades económicas que afectaban a
los trabajadores blancos de California eran la competencia de las fábricas del este,
tecnológicamente más avanzadas y eficientes, junto con el cambio a la
producción en masa.
Similarmente, otros estudios han sugerido que
la exclusión de la mano de obra china no mejoró la suerte de los trabajadores
blancos. El pasado otoño, un grupo de economistas publicó un documento sobre el
impacto de la Ley de Exclusión China en los estados del oeste. Según sus
conclusiones, esta ley afectó considerablemente a las economías de Arizona,
California, Idaho, Montana, Nevada, Oregón, Washington y Wyoming, los estados
con mayor población china, al menos hasta 1940. Los economistas tampoco
encontraron “pruebas de que el trabajador blanco promedio se beneficiara de la partida
de los chinos” y concluyeron que los efectos positivos de los inmigrantes
chinos en la mano de obra, incluidas las economías de escala logradas por su
presencia, superaban cualquier oportunidad de empleo que surgiera de su
ausencia. Las conclusiones no son sorprendentes. Un estudio reciente del, Brookings
Institution afirma que el aumento de la inmigración ayuda a explicar la
fortaleza de la economía estadounidense desde 2022, beneficiando a los
empresarios que necesitan trabajadores y contribuyendo al gasto de los
consumidores.
En el siglo XIX, los chinos tenían pocos defensores
entre el público. John C. Weatherred, ejecutivo de un banco de Tacoma,
Washington, escribió en su diario el 1 de octubre de 1885, un mes antes de que
los chinos fueran expulsados de su ciudad, que habían “muchos tontos en
relación al asunto antichino” y que deseaba “ayudar al indefenso en su lucha”.
Elogió al “chino” por su “laboriosidad, economía y sobriedad”. Sin embargo,
Weatherred al igual que otros simpatizantes se guardaron casi siempre sus
sentimientos. Mientras una envalentonada Administración Trump se prepara para
una nueva ofensiva contra los inmigrantes, la historia ofrece lecciones sobre
el costo del silencio.
Publicado por La Cuna del Sol