Cada una de las intervenciones de los senadores interpelando a Elliott Abrams, con su sonrisa desencajada, nos resonaba como aquella canción infantil, disparate tras disparate, mentira tras mentira, tratando de dibujar la compleja realidad del continente latinoamericano.
VAMOS A CONTAR MENTIRAS…
Por Jorge Arreaza Monserrat
Misión Verdad
En el mundo hispanohablante es popular una canción infantil muy peculiar:
“Vamos a contar mentiras”. A través de la repetición de hilarantes estrofas y
una pegajosa melodía, se sucede una serie de situaciones absurdas provocadas
por las delicias de los niños. La comedia es un ejercicio en el cual se enajena
la realidad para poder conseguir carcajadas.
La canción nos hizo recordar lo sucedido en días pasados en el Senado de
los Estados Unidos, durante la interpelación del inefable Elliott Abrams, que
por mucho que parezca un villano de un conocido programa infantil que persigue
sin éxito duendes azules, sigue siendo un macabro operador político de Donald
Trump.
El Senado de ese país le pidió explicaciones a Abrams ante la ineficacia de
su errática estrategia para lograr el cambio de gobierno en Venezuela. La
actuación que ejecutaron en el Senado traspasa la frontera de la comedia para
representar el papel de una tragedia de dimensiones mayúsculas.
Es una tragedia por partida doble: por una parte, por la triste
representación del señor Abrams, con sus facciones aguileñas ante el cúmulo de
derrotas frente a Nicolás Maduro y a la resistencia del pueblo venezolano,
balbuceando excusas incomprensibles, inventando palabras mágicas para tratar de
desviar la atención y asegurar éxito en la empresa.
Sin embargo, lo más preocupante es la tragedia que vemos en la desconexión
con la realidad que demostraron todos los actores de esta obra parlamentaria.
Para tomar decisiones coherentes y asertivas, uno de los valores fundamentales
de la política es partir de premisas reales, de las situaciones que forman
parte del juego político, de los actores, de la realidad ideológica, de la
realidad concreta.
Hollywood le ha hecho creer al mundo que la élite dominante en Washington
tiene todos los medios para contar con información cierta sobre cualquier
asunto imaginable; la realidad es muy distinta. Cada una de las intervenciones
de los senadores interpelando a Elliott, con su sonrisa desencajada, nos
resonaba como aquella canción infantil, disparate tras disparate, mentira tras
mentira, tratando de dibujar la compleja realidad del continente
latinoamericano.
El senador por Kentucky, Rand Paul, despojándose de cualquier sentido del
ridículo, mostraba su ignorancia ideológica al interpelar al pobre Elliott -que
miraba incrédulo, siempre derrotado, sin saber bien qué responder- sobre la
preocupación de sustituir el gobierno socialista del presidente Nicolás Maduro
por uno de Guaidó que, a su juicio, “también es socialista y su partido
político está reconocido por la Internacional Socialista”. ¡Increíble! Está
convencido de que el títere confeccionado por la administración Trump para el
saqueo de las riquezas venezolanas, con el único propósito de conseguir para sí
mismo migajas y el desprecio de su propio pueblo; aquel que intentó dar un
golpe de estado y sólo logró manchar su camisa con plátano verde; firme
entusiasta de los imperios, especialmente del norteamericano; ese sujeto, para
el senador Paul, es un socialista.
Tendría que empezar por leer un poco sobre las ideas reales de un
pensamiento que coloca en el centro al ser humano, rescata la dignidad de los
pueblos, no se vende al mejor postor, reconoce el trabajo de la gente y
distribuye los recursos equitativamente para lograr una vida digna y
gratificante. Le convendría estudiar un poco de historia sobre las luchas
populares latinoamericanas, la sangre derramada por los cocaleros de
Cochabamba, el sufrimiento de las Madres de Plaza de Mayo, que aún conjuran los
fantasmas del oprobio militar, el sacrificio de los mineros chilenos contra la
vorágine capitalista por el cobre. El socialismo, parafraseando al Che Guevara,
se lleva en el corazón para morir por él, no en la boca para vivir de su idea.
Este senador está ideológicamente perdido en el espacio.
Pero el despropósito no termina allí. La senadora por New Hampshire, Jeanne
Shaheen, invocando los espíritus del Macartismo, le reclama al golpeado Elliott
para que impulse la imposición de sanciones a las empresas turcas que llevan
alimentos a Venezuela. No basta con el sufrimiento que ya viven los venezolanos
y venezolanas al enfrentar el bloqueo y las inmensas dificultades para adquirir
aquello que el pueblo necesita, la senadora Shaheen pretende también que se
persiga implacablemente a los empresarios de otros países por abastecer de
alimentos a Venezuela.
La senadora atenta contra el más elemental principio de humanidad, pero
también contra un valor que su propio espíritu capitalista defiende sin
miramientos: la libertad para el comercio. Para ella, que finalmente le demanda
a Abrams que le haga llegar la lista de empresas turcas que serán objeto de
sanción por parte de Trump y sus cuatreros, los pueblos no tienen el derecho de
procurar su posibilidad de sustento alimentario y la supuesta libertad de
comercio siempre debe estar limitada a la aprobación de los Estados Unidos y su
caprichosa voluntad de concebir al mundo.
Finalmente, el senador Tim Kaine, quien -según su perfil en Twitter- es
aficionado a tocar la armónica en sus ratos libres, termina de cerrar la
retahíla de despropósitos contenidos en esta concatenación de equívocos de la
élite estadounidense. En una tragicómica sentencia del mundo al revés, este
sesudo representante del estado de Virginia señala que se debe colocar a
Colombia en contraposición a Venezuela como ejemplo del buen gobierno
democrático.
Nada más y nada menos que al país que exporta drogas y violencia a todas
las latitudes del continente -especialmente Estados Unidos que es el principal
consumidor de la droga colombiana-, donde el estado está involucrado en, cuando
menos, dudosas acciones de aniquilamiento de su propia población en manos de
grupos irregulares fomentados por el propio partido de gobierno. El país en el
que la desaparición y asesinato de periodistas y activistas es tan cotidiano
que se ha normalizado como constante en la opinión pública y publicada.
Colombia, donde se constituyen y entrenan grupos paramilitares para atacar
la soberanía de países vecinos. Colombia, el país cuya realidad más le duele a
todos los pueblos de Nuestra América. Pretender presentar a Colombia como un
modelo a seguir, puede ser catalogado como el esperpento más descabellado que
invocaron estos senadores, sin pensar o saber lo que dicen.
Reconocemos que hubo una notable excepción entre los senadores. La
intervención del senador demócrata Chris Murphy dejó sin palabras al Gargamel
interpelado. Este senador presentó sin pudor alguno una inefable confesión
pública de cómo su gobierno ha estado detrás de cada operación y acción de
desestabilización en Venezuela en los últimos años, todas, por cierto,
violatorias del Derecho Internacional Público y la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela.
Utilizando la primera persona del plural, el senador Murphy fue la nota
disonante de la noche. No se dedicó a decir mentiras o a repetir narrativas
ideologizadas. Se esforzó en demostrar cómo su gobierno ha tratado de derrocar
infructuosamente al gobierno venezolano y tachó de fracasada la estrategia
utilizada hasta ahora. De su arrogante boca no salieron más que verdades sobre
una política construida sobre falsos supuestos, inconexa con la realidad
venezolana y destinada a fracasar desde el primer día.
Desde Venezuela podríamos reír ante el desafinado canto de las mentiras y
los despropósitos de esta nueva agresión del Senado estadounidense contra
nuestra soberanía. Por más que parezca un guión jocoso, deja de serlo en el
momento en que se expresan con soberbia seriedad dentro de los más altos
recintos de un estado que funge como la más clara expresión política del
imperialismo mundial. Es totalmente comprensible el estrepitoso fracaso de la
estrategia de máxima presión contra Venezuela. No saben nada sobre Venezuela,
mucho menos sobre el chavismo y su rol histórico, político y social.
Sus fuentes son ficticias, la información sobre la cual toman decisiones no
es ni siquiera inexacta: es falsa, absurda e ideologizada a más no poder. La
administración Trump ha extendido su guión miamero y maniqueo, su perorata
destemplada y su irreflexiva agresión, a buena parte de las extremidades del
cuerpo político de su país. Pero nuestra convicción con la verdad y la dignidad
permanece incólume.
El presidente Nicolás Maduro cada día obtiene nuevas victorias sobre la
arremetida de la gestión Trump y la vocación cataclísmica de esa caricatura
llamada Elliott Abrams.
Con Venezuela no han podido, ni podrán. El pueblo venezolano no sólo
resiste, sino que avanza. Nada ni nadie lo detiene. No sabe de capitulaciones.
Sabe luchar y vencer.
Publicado por La Cuna del Sol