“La Salvadorización de Iraqk, es
el título de un artículo publicado en el 2005 por el New York Times, en el
Peter Maass, explora como las estrategias que los Estados Unidos estaba usando
en Irak habían sido perfeccionadas en sus intervenciones en las “guerras sucias”
de Centro América. Con las nuevas evidencias que han salido a luz, que
demuestran el vínculo directo entre los “escuadrones de la muerte” de El
Salvador y de Irak y la de asesores militares norteamericanos como el teniente
coronel James Steele, escogido por Donald Rumsfeld y el general David Petraeus
para que hiciera lo que mejor sabe hacer, términos eufemísticos como “intervenciones” quedan en la total bancarrota. Todas las imputaciones que hacen testigos de Irak y de EEUU aparecen en un reciente documental del Guardian/BBC
Arabic, el cual fue motivado por la información contenida en los documentos
filtrados por el soldado Bradley Manning.
En el documental del Guardian se ofrecen abundantes historias de horror
provocadas por las técnicas de contrainsurgencia utilizadas en Iraq. En Irak como en El Salvador esta complicidad con las fuerzas paramilitares locales, no
rindió resultados, sino que dio lugar a una ola de violencia escandalosa y al abuso de
los derechos humanos.
EL HOMBRE DE WASHINGTON TRAS LOS
BRUTALES ESCUADRONES DE LA MUERTE
Por Varios autores
Autores : Mona
Mahmood, Maggie O’Kane, Chavala Madlena, Teresa Smith, Ben Ferguson,Patrick
Farrelly, Guy Grandjean, Josh Strauss, Roisin Glynn, Irene Baqué,Marcus Morgan,
Jake Zervudachi y Joshua Boswell.
La guerra sucia desde El Salvador
hasta Iraq
En 2004, mientras la guerra de Irak iba de mal en peor,
EE.UU. designó a un veterano de las guerras sucias de Centroamérica para ayudar
a establecer una nueva fuerza para combatir la insurgencia. El resultado:
centros secretos de detención, tortura y una espiral hacia la carnicería
sectaria.
Un exclusivo campo de golf se encuentra al fondo de una
espaciosa casa de dos pisos. Sobre el césped yace una manguera verde. Las
persianas de tablillas grises de madera están cerradas. Y, como en las otras
casas de lujo vacías en este conjunto residencial cerrado cerca de Bryan,
Texas, nada se mueve.
El coronel retirado Jim Steele, cuyas condecoraciones
militares incluyen la Estrella de Plata, la Medalla de Servicio Distinguido en
la Defensa, cuatro Legiones de Mérito, tres Estrellas de Bronce y el Corazón
Púrpura, no está en casa. Tampoco está en la sede de sus oficinas en Ginebra,
donde aparece como director ejecutivo de Buchanan Renewables, una compañía
energética. Los esfuerzos para localizarle en la oficina de su compañía en
Monrovia son inútiles. Le dejamos mensajes. No hay respuesta.
Durante más de un año, The Guardian ha estado tratando de
contactar con Steele, de 68 años, para preguntarle por su tarea durante la
guerra de Irak como enviado personal del Secretario de Defensa de EE.UU. Donald
Rumsfeld a los Comandos Especiales de la Policía de Irak: una temible fuerza
paramilitar que mantuvo una red secreta de centros de detención en todo el país
donde torturaban a los sospechosos de rebelarse contra la invasión dirigida por
EE.UU., para extraerles información.
En el décimo aniversario de la invasión de Irak las
afirmaciones sobre los vínculos estadounidenses con las unidades que acabaron
acelerando la caída de Irak en la guerra civil presentaron la ocupación
estadounidense bajo una luz nueva y aún más controvertida. La investigación fue
provocada hace más de un año por millones de documentos militares de EE.UU.
descargados en Internet y sus misteriosas referencias a soldados
estadounidenses a los que se había ordenado que ignoraran la tortura. El
soldado Bradley Manning, de 25 años, se enfrenta a una condena de 20 años,
acusado de filtrar secretos militares.
La contribución de Steele fue esencial. Fue el personaje
encubierto estadounidense tras la recolección de inteligencia por parte de las
nuevas unidades de comando. El objetivo: parar en seco una naciente insurgencia
suní sacando información a los detenidos.
Era un papel a la medida de Steele. El veterano se hizo
famoso en El Salvador casi 20 años antes como jefe de un grupo estadounidense
de consejeros de las fuerzas especiales que entrenaban y financiaban a los
militares salvadoreños para combatir la insurgencia guerrillera del FNLM. Esas
unidades gubernamentales se ganaron una temible reputación internacional por
sus actividades como escuadrones de la muerte. La propia biografía de Steele
describe su trabajo como “entrenamiento de la mejor fuerza de
contrainsurgencia” en El Salvador.
Steele habló al con el doctor Max Manwaring, autor de El
Salvador at War: An Oral History: “Cuando llegué aquí había una tendencia a
concentrarse en indicadores técnicos… pero en una insurgencia hay que concentrarse
en aspectos humanos. Eso significa que la gente hable contigo”.
Pero el armamento de una parte del conflicto causado por
EE.UU. aceleró la caída del país en una guerra civil en la que murieron 75.000
personas y un millón de personas más, de una población de 6 millones, se
convirtieron en refugiados.
Celerino Castillo, agente especial sénior de la DEA
(Administración de Represión de Drogas de EE.UU.) que trabajó junto a Steele en
El Salvador, dice: “Primero oí que el coronel James Steele iba a Irak, pensé
que iban a implementar lo que se conoce como la “Opción Salvador en Irak” y es
exactamente lo que sucedió. Y me horroricé porque sabía las atrocidades que
iban a ocurrir en Irak, ya que sabía que habían ocurrido en El Salvador”.
En El Salvador Steele entró con David Petraeus. Petraeus,
que entonces era un joven mayor, visitó El Salvador en 1986 y se dice que
incluso vivió en la casa de Steele.
Pero mientras Petraeus ascendía a la cima, la carrera de
Steele sufrió un golpe inesperado por su implicación en el affaire
“Irán-Contra”. Como piloto de helicóptero, con licencia para volar jets,
dirigía el aeropuerto desde el cual los consejeros estadounidenses transferían
ilegalmente armas a las guerrillas derechistas de la Contra en Nicaragua.
Aunque la investigación que tuvo lugar en el Congreso acabó con las ambiciones
militares de Steele, se ganó la admiración del entonces congresista Dick Cheney
quien participaba en el comité y admiraba los esfuerzos de Steele para combatir
a los izquierdistas en Nicaragua y El Salvador.
A finales de 1989, Cheney estuvo a cargo de la invasión
estadounidense de Panamá para derrocar a su antiguo hijo predilecto, el general
Manuel Noriega. Cheney escogió a Steele para que se hiciera cargo de la
organización de una nueva fuerza policial en Panamá y fuera el principal
contacto entre el nuevo gobierno y los militares de EE.UU.
Todd Greentree, quien trabajó en la embajada de EE.UU. en
El Salvador y conocía a Steele, no se sorprendió de la forma en éste volvió a
aparecer en otras zonas de conflicto. “No en vano se llamaba ‘guerra sucia’; de
modo que no es ninguna sorpresa ver a individuos vinculados con ese tipo de
guerra y que conocen sus pros y sus contras, reaparezcan en diferentes puntos
en conflictos similares”, dice.
Una generación después, y al otro lado del mundo, la
guerra de EE.UU. en Irak iba de mal en peor. Era 2004, los neoconservadores
habían desmantelado el aparato del partido baasista y eso fomentó la anarquía.
Un levantamiento, sobre todo suní, estaba ganando terreno y causaba grandes
problemas en Faluya y Mosul. Hubo una violenta reacción contra la ocupación por
EE.UU. que costaba más de 50 vidas estadounidenses al mes en 2004.
El ejército de EE.UU. se engrentaba a una insurgencia
guerrillera no convencional en un país del que sabía poco. Ya se hablaba en
Washington DC de la utilización de la opción salvadoreña en Irak y el hombre
que podía encabezar esa estrategia ya se encontraba en el lugar.
Poco después de la invasión de marzo de 2003, Jim Steele
se encontraba en Bagdad como uno de los más importantes “consultores” de la
Casa Blanca, enviando informes a Rumsfeld. Sus memorandos eran tan apreciados
que Rumsfeld los transmitía a George Bush y a Cheney. Rumsfeld hablaba de él en
términos elogiosos. “Ayer tuvimos una discusión con el general Petraeus y hoy
recibí una información de un hombre llamado Steele que ha estado allí
trabajando con las fuerzas de seguridad y a decir verdad ha hecho un
maravilloso trabajo como civil”.
En junio de 2004 Petraeus llegó a Bagdad con
instrucciones de entrenar a una nueva fuerza policial iraquí que hiciera
hincapié en la contrainsurgencia. Steele y el coronel en activo James Coffman
presentaron a Petraeus un pequeño grupo endurecido de comandos policiales,
muchos de ellos supervivientes del antiguo régimen, incluido el general Adnan
Thabit, que fue condenado a muerte por un complot fracasado contra Sadam y le
salvó la invasión estadounidense. Thabit, seleccionado por los estadounidenses
para dirigir los Comandos Especiales de la Policía, estableció una estrecha
relación con los nuevos consejeros. “Se convirtieron en amigos míos. Mis
consejeros, James Steele y el coronel Coffman, eran de las fuerzas especiales,
de modo que aproveché su experiencia… pero la persona principal con la que
solía tener contacto era David Petraeus”.
Con Steele y Coffman como sus hombres de primera línea,
Petraeus comenzó a canalizar dólares de un fondo multimillonario hacia lo que
se convertiría en Comandos Especiales de la Policía. Según la Oficina de
Contabilidad del Gobierno de EE.UU., recibieron una parte de un fondo de 8.200
millones de dólares pagados por el contribuyente estadounidense. La suma exacta
que recibieron es confidencial.
Con el casi ilimitado acceso de Petraeus a dinero y armas
y la experiencia en el terreno de la contrainsurgencia de Steele, el escenario
estaba preparado para que los comandos emergieran como una fuerza aterradora.
Un elemento adicional completó el cuadro. EE.UU. había prohibido el acceso de
miembros de las violentas milicias chiíes, como la Brigada Badr y el Ejército
Mahdi, a las fuerzas de seguridad, pero al llegar el verano de 2004 levantó la
prohibición.
Miembros de milicias chiíes de todo el país llegaron “en
masa” a Bagdad para unirse a los nuevos comandos. Eran hombres ansiosos de
combatir a los suníes: muchos buscaban venganza por décadas de brutal régimen
de Sadam, apoyado por los suníes, y una posibilidad de tomar represalias contra
los violentos insurgentes y el terror indiscriminado de al Qaida.
Petraeus y Steele desencadenaron esa fuerza local contra
la población suní, así como contra los insurgentes, sus adeptos y cualquiera
que tuviera la mala idea de interponerse. Fue una contrainsurgencia clásica.
Tal vez desencadenó el letal genio sectario. Las consecuencias para la sociedad
iraquí fueron catastróficas. En el clímax de la guerra civil, dos años después,
aparecían 3.000 cuerpos al mes en las calles de Irak, muchos de ellos víctimas
civiles inocentes de la guerra sectaria.
Pero fueron las acciones de los comandos en los centros
de detención las que suscitan las preguntas más inquietantes para sus
patrocinadores estadounidenses. Desesperados por conseguir información, los
comandos establecieron una red de centros secretos de detención a los que
llevaban a los insurgentes para sacarles la información.
Los comandos utilizaban los métodos más brutales para
obligar a hablar a los detenidos. No existe evidencia de que Steele o Coffman
participaran en las sesiones de tortura, pero el general Muntadher al Samari,
exgeneral del ejército iraquí que trabajó con EE.UU. después de la invasión
para reconstruir la fuerza policial, afirma que sabían exactamente lo que
estaba sucediendo y suministraban a los comandos listas de personas a las que
debían arrestar. Dice que trató de detener la tortura pero que fracasó y huyó
del país.
“Estábamos almorzando con el coronel Steele y el coronel
Coffman, se abrió la puerta y el capitán Jabr estaba allí torturando a un
prisionero. Él [la víctima] estaba colgado cabeza abajo y Steele se levantó y
simplemente cerró la puerta. No dijo nada, para él era algo normal.”
Dice que había entre 13 y 14 prisiones secretas en Bagdad
bajo control del Ministerio del Interior y utilizadas por los Comandos
Especiales de la Policía. Afirma que Steele y Coffman tenían acceso a todas
esas prisiones y que visitó una en Bagdad con ambos.
“Eran secretas, nunca declaradas. Pero los mandamases
estadounidenses y la dirigencia iraquí lo sabían todo sobre esas prisiones. Las
cosas que ocurrían en ellas: perforaciones, asesinatos, tortura. La peor forma
de tortura que he visto en mi vida”.
Según un soldado del 69 Regimiento Blindado desplegado en
Samarra en 2005, que no quiere identificarse, “Era como los nazis… como la
Gestapo, básicamente. Ellos [los comandos] torturaban esencialmente a
cualquiera que les pareciera sospechoso, cualquiera que supiera algo, que
formara parte de la insurgencia simplemente la apoyara, y la gente lo sabía”.
The Guardian entrevistó a seis víctimas de la tortura
como parte de esta investigación. Un hombre, que dice que estuvo detenido
durante 20 días, dijo: “No se podía dormir. Desde la puesta del sol, comenzaban
a torturarme a mí y a los demás prisioneros.
“Querían confesiones. Decían: ‘Confiesa lo que has
hecho’. Cuando decías: ‘No he hecho nada. ¿Queréis que confiese algo que no he
hecho?’, decían ‘Sí, así lo hacemos. Los estadounidenses nos dijeron que
llevemos la mayor cantidad posible de detenidos para mantenerlos
atemorizados’”.
“No confesé nada, aunque me torturaron y me arrancaron
las uñas de los pies”.
Neil Smith, un médico de 20 años que trabajaba en
Samarra, recuerda lo que decían soldados rasos en la cantina. “Lo que se sabía
perfectamente en nuestro batallón, definitivamente en nuestro pelotón, era que
eran bastante violentos en sus interrogatorios. Golpeaban a la gente, les daban
choques eléctricos, los apuñalaban, no sé qué más… suena como cosas bastante
horribles. Si enviabas a un tipo lo iban a torturar y tal vez a violar o lo que
fuera, humillado y deshumanizado por comandos especiales a fin de obtener
cualquier información que desearan”.
Ahora vive en Detroit y es un cristiano renacido. Habló
con The Guardian porque dijo que ahora considera un deber religioso declarar
públicamente lo que vio. “No pienso que la gente en casa, en EE.UU., haya
tenido la menor idea de lo que hacían los soldados estadounidenses allí, la
tortura y ese tipo de cosas”.
A través de Facebook, Twitter y medios sociales The
Guardian logró contactar con tres soldados que confirmaron que entregaban
detenidos a los comandos especiales para que los torturasen, pero ninguno,
excepto Smith, estuvo dispuesto a que lo fotografiaran.
“Si detenemos a alguien y se lo entregamos al al Ministro
del Interior le colgarán de los testículos, le electrocutarán, le golpearán, le
violarán con una botella de botella de
Coca Cola o algo parecido”, dijo uno de ellos.
Abandonó el ejército en septiembre de 2006. Ahora, con 28
años, trabaja con refugiados del mundo árabe en Detroit, enseñando inglés a
recién llegados, incluidos iraquíes.
“Supongo que es mi manera de decir que lo siento”, dijo.
Cuando The Guardian/BBC Arabic plantearon preguntas a
Petraeus sobre la tortura y su relación con Steele recibieron en respuesta una
declaración de un funcionario proóximo al general en la que decía: “El
historial del general (retirado) Petraeus, que incluye instrucciones a sus
propios soldados… refleja su clara oposición a cualquier forma de tortura”.
“El coronel (retirado) Steele fue uno de miles de
consejeros de las unidades iraquíes que trabajaban en el área de la policía
iraquí. No había una frecuencia establecida de las reuniones del coronel Steele
con el general Petraeus, aunque el general Petraeus lo vio en numerosas
ocasiones durante el establecimiento y los despliegues iniciales de la policía
especial en los que el coronel Steele jugó un papel significativo”.
Pero Peter Maass, que entonces informaba en el New York
Times y entrevistó a ambos, recuerda de manera diferente la relación entre
ellos: “Hable con los dos, uno sobre otro, y quedó muy claro que estaban muy
cercanos en términos de su relación de comando y también en cuanto a sus
planteamientos e ideología sobre lo que había que hacer. Todos sabían que era
el hombre de Petraeus. Incluso el propio Steele se definía como hombre de
Petraeus”.
Maass y el fotógrafo Gilles Peress obtuvieron una
audiencia singular con Steele en una biblioteca convertida en centro de
detención en Samarra. “Lo que oí fue a prisioneros gritando toda la noche”,
dijo Peress. “Uno sabe cuándo un joven capitán estadounidense dice a sus
soldados, no se acerquen, no se acerquen a esto”.
Dos hombres de Samarra que estuvieron encarcelados en la
biblioteca hablaron con el equipo de investigación de The Guardian. “Nos ataban
a un asador o nos colgaban del techo por las manos y nuestros hombros se
descoyuntaban”, nos dijo uno de ellos. El segundo dijo: “Me aplicaron
electricidad. Me colgaron del techo. Tiraban de mis orejas con tenazas, me
pateaban en la cabeza, me preguntaban por mi mujer, diciendo que la llevarían
al mismo lugar”.
Según Maass en una entrevista para la investigación: “El
centro de interrogación era el único sitio de la mini zona verde de Samarra que
no me permitieron visitar. Sin embargo, un día, Jim Steele me dijo: ‘hey,
acabamos de capturar a un yihadista saudí, ¿Quere entrevistarlo?’”
“No me llevaron al área principal, a la sala principal,
aunque de reojo pude ver que allí había muchos prisioneros con las manos atadas
a la espalda, me condujeron a una oficina lateral a la habían llevado al saudí
y había sangre real que corría por el lado del escritorio.
Peress se hace cargo de la historia: “Estábamos en una
pieza de la biblioteca entrevistando a Steele, miré por ahí y vi sangre por
todas partes. Él (Steele) oyó el grito del otro tipo al que torturaban mientras
hablamos, había manchas de sangre en la esquina del escritorio frente a él”.
Maass dice: “Y mientras tenía lugar esa entrevista con el
saudí, y Jim Steele también estaba en la pieza, oímos esos gritos terribles,
alguien gritando Alá, Alá, Alá. Pero no era una especie de éxtasis religioso o
algo parecido, sino gritos de dolor y terror”.
Uno de los supervivientes de la tortura recuerda que
Adnan Thabit “entró a la biblioteca y dijo al capitán Dorade y al capitán Ali
que fueran prudentes con los prisioneros. No descoyunten sus hombros. El motivo
era que había que haceles intervenciones quirúrgicas cuando salían de la
biblioteca”.
El general Muntadher huyó después de que asesinaran a dos
colegas cercanos tras convocarlos al ministerio y se hallaran sus cuerpos en un
vertedero. Se fue de Irak a Jordania. En menos de un mes, dice, Steele se pudo
en contacto con él. Steele estaba ansioso por encontrarlo y sugirió que fuera
al hotel de lujo Sheraton de Amman donde residía Steele. Se encontraron en el
vestíbulo a las 8 de la tarde y Steele estuvo hablando con él durante casi dos
horas.
“Me preguntaba por las prisiones. Me sorprendieron sus
preguntas y le recordé que eran las mismas prisiones en las que los dos
solíamos trabajar. Le recordé que una vez, cuando abrió la puerta, el coronel
Jabr estaba torturando a uno de los prisioneros y él no hizo nada. Steele dijo:
‘Pero recuerdo que regañé al oficial’. Y le dije: ‘No, no lo hizo, no regañó al
oficial. Ni siquiera dijo al general Adnan Thabit que ese oficial estaba
cometiendo abusos de los derechos humanos con esos prisioneros’. Y guardó
silencio. No hizo ningún comentario ni respondió. Me sorprendió.”
Según el general Muntadher: “Quería saber específicamente
si tenía alguna información sobre él, James Steele. ¿Tenía pruebas contra él?
Fotografías, documentos: cosas que demostraran que hizo cosas en Irak; cosas
cuya revelación le preocupaba. Era el propósito de su visita.
“Estoy dispuesto a enfrentarme al tribunal internacional
y jurar que altos oficiales como James Steele presenciaron crímenes contra los
derechos humanos en Irak. No impedían que sucedieran y no castigaron a los
perpetradores”.
Steele, el hombre sigue siendo un enigma. Abandonó Irak
en septiembre de 2005 y desde entonces se ha dedicado a negocioa energéticos
con el grupo de compañías del petrolero texano Robert Mosbacher. Hasta ahora ha
permanecido donde le gustar estar, lejos de la atención de los medios. Si no
fuera porque Bradley Manning filtró millones de documentos militares de EE.UU.
a Wikileaks, que revelaron los presuntos abusos de EE.UU. en Irak, podría
haberlo logrado. Las secuencias e imágenes de su persona son escasas. Un
videoclip de solo 12 segundos aparece en una investigación de una hora en la
televisión sobre su trabajo. Muestra a Steele, entonces un veterano de 58 años
en Irak, dudando, incómodo cuando ve que pasa una cámara.
Se aleja del lente, mira preocupado de reojo y luego se
aparta de la vista.
Una investigación de 15 meses de The Guardian y BBC
Arabic revela que el coronel estadounidense retirado James Steele, veterano de
las guerras por encargo de EE.UU. en El Salvador y Nicaragua, jugó un rol clave
en el entrenamiento y supervisión de comandos especiales de la policía que
dirigieron una red de centros de tortura en Irak. Otro veterano de las fuerzas
especiales, el coronel James Coffman, trabajó con Steele y dependía
directamente del general David Petraeus, a quien enviaron a Irak para organizar
los servicios de seguridad iraquíes.
Equipo de investigación: Mona Mahmood, Maggie O’Kane,
Chavala Madlena, Teresa Smith, Ben Ferguson, Patrick Farrelly, Guy Grandjean,
Josh Strauss, Roisin Glynn, Irene Baqué, Marcus Morgan, Jake Zervudachi y
Joshua Boswell
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Publicado por LaQnadlSol
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