La propaganda es un sistema
en el que se insertan las empresas mediáticas, la clase política y sus
discursos, la cultura occidental prepotente y colonialista, los periodistas,
los artistas, los intelectuales, los académicos y los filósofos mediáticos.
Todos estos intelectuales se han convertido en un “clero secular” y “optan por
jugar un papel fundamental en la interiorización de la ideología de la guerra
humanitaria como un mecanismo de legitimación” (Bricmont, Imperialismo
humanitario. El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra, El viejo
Topo, 2005, p. 126). Unos conscientemente, otros no tanto, se han puesto al
servicio de la propaganda de guerra del imperio.
LA COMPLICIDAD DE ALGUNOS
INTELECTUALES
EN LA GUERRA IMPERIAL CONTRA
SIRIA
Por Ángeles Diez Rodríguez
El caso de Siria es uno de los más paradigmáticos en los que desde 2011 se
evidencian con claridad el papel legitimador de la guerra jugado por ciertos
intelectuales de izquierda. Una parte importante de éstos ha optado por servir
de coro a la guerra mediática contra Siria investidos de un aura ilustrada y
cargados de principios morales de factura occidental. Desde sus púlpitos en los
medios alternativos pero también en los masivos elaboran explicaciones,
justificaciones y relatos que presentan como principios éticos cuando en
realidad se trata de su opción política. Ridiculizan y simplifican, manipulan y
tergiversan la opción de los militantes antiimperialistas e incluso se permiten
enmendar la plana a los gobiernos latinoamericanos que, defendiendo la soberanía
y el principio de no injerencia, se oponen a la guerra contra Siria.
En junio de 2003 en el marco de la guerra y ocupación de Iraq no fue muy
complicado, en el ámbito universitario, en el de la cultura y en la militancia
de izquierdas, que se alzaran cientos de voces contra la guerra; fuimos capaces
de reconocer las trampas discursivas, capaces de descubrir los intereses del
imperio y sus socios, de desvelar las mentiras mediáticas y sobre todo de
establecer prioridades en la movilización y la denuncia. No pudimos parar la
guerra ni la ocupación de Iraq pero pusimos los cimientos de un movimiento
antiimperialista que podría haber sido el freno de mano de la barbarie bélica y
que, de alguna manera, aplazó el objetivo de continuar la neocolonización de la
zona.
Si en el 2003 nos fue relativamente fácil movilizarnos contra la guerra en
Iraq y los planes imperiales, lo cual no significaba apoyar ninguna dictadura,
muchos nos hacemos ahora la pregunta: ¿Qué ha pasado para que no surja o para
que no se dé continuidad al movimiento que emergió en el 2003? Seguramente haya
diversas razones entrecruzadas pero me gustaría destacar dos que me parecen
centrales: los medios de comunicación masivos han hecho un buen trabajo
disuasorio y una parte de los intelectuales de izquierdas que antes eran
referentes políticos contra la guerra han optado por servir en el otro bando.
Intelectuales de izquierda al servicio de la legitimación bélica
Que los medios masivos mienten, tergiversan, ocultan, señalan, dan forma y
rostro a nuestros enemigos es una evidencia repetida una y otra vez en la
historia. Lo hacen no porque sean instrumentos del imperio, no, lo hacen porque
son parte consustancial del poder. Pero la justificación de las guerras,
la “fabricación del consenso” que diría Chomsky, no sólo se hace a través de
las corporaciones mediáticas. La propaganda es un sistema en el que se insertan
las empresas mediáticas, la clase política y sus discursos, la cultura
occidental prepotente y colonialista, los periodistas, los artistas, los
intelectuales, los académicos y los filósofos mediáticos. Todos estos
intelectuales se han convertido en un “clero secular” y “optan por jugar un
papel fundamental en la interiorización de la ideología de la guerra
humanitaria como un mecanismo de legitimación” (Bricmont, Imperialismo
humanitario. El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra, El viejo
Topo, 2005, p. 126). Unos conscientemente, otros no tanto, se han puesto al
servicio de la propaganda de guerra del imperio.
Lo interesante es que esta cohorte creadora de opinión pública antes se
reclutaba en las filas conservadoras, en las liberales y una parte en las de
los socialdemócratas (recordemos la campaña del PSOE con “la OTAN de entrada
No”) pero desde la guerra de Yugoslavia (1999) son cada vez más los grupos de
intelectuales que proceden o se reclaman revolucionarios de izquierda,
anticapitalistas y antiimperialistas. Se explican a sí mismos con
argumentos morales universalistas y humanitarios: luchar contra las dictaduras (estén
donde estén) y defender la causa de los pueblos (siendo éstos
las mujeres afganas, los insurgentes libios, los manifestantes sirios o la parte
de pueblo que los medios masivos señalen como víctima de las dictaduras).
Algunos de estos intelectuales enarbolaron el “No a la guerra” contra Iraq
en el 2003, sin embargo, desde el inicio de las llamadas “primaveras árabes”
tocan en la misma orquesta que sus gobiernos llamando al derrocamiento del
tirano Bashar Al-Assad y a la transición democrática en Siria; incluso hay
quien reclama la intervención militar de la novelista Almudena Grandes: “Al
fondo está El Asad, un dictador, un tirano, un asesino en serie que resultará
el único beneficiario de la no intervención”.
Suponemos que para ellos Sadam Huseín era menos dictador que Al-Assad o
quizá se trate de que en esa guerra había cientos de miles de ciudadanos en las
calles gritando “No a la guerra”, caso que no se da ahora.
El papel que juega este “clero secularizado” es
doble: por un lado suministran argumentos justificadores de la intervención
armada; por otro, dividen, debilitan o bloquean cada vez con mayor intensidad
el surgimiento de una oposición fuerte a las guerras imperiales.
Unas veces por ignorancia política, otras por confusión, pero la mayoría de
las veces por un sentido subyacente de superioridad moral como intelectuales
del mundo desarrollado, esta “izquierda” ha interiorizado los argumentos de la
derecha. Según Bricmont, se ha movido en dos actitudes: a) lo que llama el
imperialismo humanitario, que se apoya en creer que nuestros “valores
universales” (la idea de libertad, democracia) nos obligan a intervenir en
cualquier lugar. Sería una especie de deber moral (derecho de injerencia); b)
el “relativismo cultural”, que parte de que no hay costumbres buenas o malas.
Tendríamos el caso de que si hay un movimiento wahabista o fundamentalista que
se revela contra la represión hay que aplaudirlo porque “los pueblos no se
equivocan” o, como me explicó un filósofo español “cuando los pueblos hablan,
la geoestrategia calla”.
Extrañas coincidencias por la libertad y la democracia
La dominación imperial es siempre militar pero necesita
una ideología que la justifique para eliminar resistencias en la retaguardia. Hoy día, gracias a la
complejidad del sistema de propaganda cada vez más sofisticado, tecnificado y
efectivo, una gran parte de la construcción de esta ideología legitimadora está
en manos de una izquierda, ahora ya respetable, que cuenta con credibilidad
para la opinión pública críticagracias a su currículo como
defensora de la causa palestina. El núcleo duro de los discursos legitimadores
se ha desplazado de la ya clásica “libertad” a la críptica “dignidad” ymantiene
la “democracia” y los derechos humanos como consignas. La democracia como “la
intervención soñada” del filósofo Santiago Alba sirve de utopía light para
sumar adeptos y confundir los deseos con la realidad.
Sin embargo, hay ocasiones en las que la consigna de la libertad emerge
cual ave fénix cuando el público al que se dirigen es demasiado occidentalizado
para desentrañar el enigma de la “dignidad”. Dice Bricmont que justo cuando el
imperio abandona el lenguaje de la libertad porque ya no resulta creíble, lo
retoma esteclero humanitarista. Así, en el llamamiento de la campaña de
solidaridad global con la Revolución Siria firmado entre otros por G. Achcar,
S. Alba y Tariq Ali cuyo título es “Solidaridad con la lucha siria por la
dignidad y la libertad”,
en apenas dos páginas se utiliza 14 veces la palabra 'libertad'.
A medida que la guerra mediática contra Siria se ha ido recrudeciendo, han
aumentado las coincidencias entre los relatos imperiales y los discursos de los
que dicen apoyar a los “revolucionarios sirios”. Sigamos con los ejemplos
ilustrativos y comparemos el “llamamiento de solidaridad global con la
Revolución Siria” con la declaración conjunta sobre Siria que firmaron 11 países en el marco
de la reunión del G20, a propuesta de Estados Unidos, para forzar un frente de
estados que apoyen la intervención armada.
En el llamamiento del clero humanitarista se apuntan los
siguientes argumentos:
1. En Siria hay una revolución en marcha.
2. El único responsable de las muertes, de la militarización del conflicto
y de la polarización de la sociedad es B. Al-Assad.
3. Hay que apoyar a los revolucionarios sirios porque “luchan por la
libertad a nivel regional y mundial”.
4. Hay que “apoyar una transición pacífica hacia la democracia para que
decidan los propios sirios”.
5. Se pide una “Siria libre, unificada e independiente”.
6. Se pide ayuda a todos los refugiados y desplazados internos sirios.
En la web de la campaña se introduce el texto del llamamiento especificando
que “la revolución del pueblo debe ser apoyada por todos los medios” –suponemos
que “todos los medios” significa todos los medios–, y se exige que B. Al-Assad
dimita, sea juzgado y se ponga fin al apoyo militar y financiero al régimen
sirio, sólo al “régimen sirio”.
1. Condena exclusivamente al gobierno sirio al que hace responsable del
ataque con armas químicas.
2. La guerra contra Siria es para defender al resto del mundo de las armas
químicas evitando su proliferación.
3. La intervención trataría de evitar males mayores: “un mayor sufrimiento
del pueblo sirio y la inestabilidad regional”.
4. Se condena la violación de los Derechos humanos “por todas las partes”.
5. Se pide una salida política, no militar, y se dice: “Estamos
comprometidos con una solución política que se traduzca en una Siria unida,
incluyente y democrática”.
6. Se llama a la asistencia humanitaria, a los donantes y a la ayuda a las
necesidades del pueblo sirio.
En la comparación de ambos textos lo sorprendente es que en el primero se
destila un aire mucho más belicista, no se reconoce que haya dos bandos en el
conflicto, la responsabilidad se reduce a B. Al-Assad, se justifica el apoyo a
los “revolucionarios sirios” porque están haciendo la revolución mundial y no
se plantea una salida política sino la derrota del gobierno sirio. Pareciera
que este llamamiento hubiera sido redactado precisamente por uno de los bandos
en conflicto que se arroga la portavocía del pueblo sirio en su conjunto.
Las trampas del lenguaje: “Condenamos la intervención, ni con unos ni con
otros, los pueblos siempre tienen razón”
La construcción de la ideología del imperialismo humanitario ha
tenido distintos recorridos. Como decíamos al inicio de esta intervención, ha
sido el estandarte de la izquierda biempensante (parte de ella vinculada al
trotskismo de la Cuarta Internacional) que desde la guerra contra Yugoslavia
(1999) fue dando forma a un discurso moralista cómodo que la homologaba como
“izquierda respetable” aunque se declarara “anticapitalista”.
Si analizamos algunos de sus discursos sobre Siria encontramos las pautas
que se repiten. En primer lugar hay que dejar claro constantemente el punto
de partida antiimperialista, y negar que se esté con “la intervención
militar extranjera”, como hace G. Achcar en el artículo “Contra la intervención militar extranjera, apoyo
a la revuelta popular siria”, o S. Alba en “Siria, la intervención soñada”, que termina con un “condeno, condeno,
condeno, la intervención militar estadounidense”. Decía V. Klemperer en su obra La
lengua del Tercer Reich que “el lenguaje saca a la luz aquello que una
persona quiere ocultar de forma deliberada, ante otros o ante sí mismo, y
aquello que lleva dentro inconscientemente”. El clero humanitarista no
está a favor de la intervención militar pero se ve obligado a repetirlo
constantemente en sus escritos y conferencias como si el público al que se
dirigen no estuviera del todo convencido. Tampoco conviene hablar de guerra y
por tanto se utiliza constantemente el eufemismo “intervención militar
extranjera” o “intervención militar estadounidense”.
Ni con Estados Unidos ni con B. Al-Assad. La equidistancia es sin duda un
refugio ideal para las buenas conciencias y tiene la ventaja de la ambigüedad
que permite posicionarse en un lado o en otro según discurran los
acontecimientos. Se trata de una falsa simetría que coloca en el mismo plano al
agresor y al agredido. Si en una situación en la que un estado o un conjunto de
estados amenazan y declaran la guerra a otro nos declaramos neutrales, en
realidad, apoyamos la opción del más fuerte. No ha sido Siria quien ha
declarado la guerra a Estados Unidos o a Europa, y el poderío y capacidad
bélica de Siria respecto al imperio y sus socios (armas químicas, nucleares y
convencionales) es incomparablemente menor.
Al clero humanitarista no le convence el posicionamiento
“ni-ni” y trata por todos los medios de decantar las opiniones hacia el lado
del bando donde se encuentran los llamados “revolucionarios sirios”. En ese
intento no escatima adjetivos contra el gobierno sirio y su presidente y se
sitúan por encima de la realidad o la veracidad de los hechos; tenemos así a S.
Alba diciendo que es un hecho irrefutable que “con independencia de que haya
usado o no armas químicas contra su propio pueblo, el régimen dictatorial de la
dinastía Assad es el responsable primero y directo de la destrucción de Siria,
del sufrimiento de su población y de todas las consecuencias, humanas,
políticas y regionales que se deriven de ahí”; o a Almudena Grandes calificando
a El Assad como “asesino en serie”. Pero lo cierto es que, como dice Bricmont,
“en tiempos de guerra denunciar los crímenes del adversario, aun suponiendo que
estén sólidamente fundamentados, algo que con frecuencia no es así, acaba
contribuyendo a estimular el odio que hace que la guerra sea aceptable” (op.
cit., p. 193).
Otro de los tópicos clásicos es estar del lado de los pueblos.
Aquí tenemos un escollo difícil de salvar ya que, en el caso de las primaveras
árabes, los gobiernos imperiales se han posicionado claramente a favor de los
pueblos y han sido los primeros en señalar su apoyo a los “revolucionarios”
sirios. La explicación más rocambolesca de estos intelectuales humanitarios es
la pura casualidad, el cinismo o las intenciones perversas del imperio que le
lleva a apoyar a los pueblos árabes para luego apropiarse de las revoluciones e
imponer sus propios intereses. La realidad es, según ellos, que ni a Estados
Unidos ni a Europa les interesa intervenir militarmente en Siria. Pero cuando
los “rebeldes y los refugiados sirios”, como antes hicieron los rebeldes
libios, manifiestan que “anhelan el ataque de Estados Unidos a Siria”, se
complica la definición de “revolucionarios” y la de “pueblo”, pues, ¿quién es
ese pueblo revolucionario o parte del pueblo que clama por un ataque militar de
otros estados?
“Dada la complejidad de la situación, refugiémonos en nuestros principios”
Podemos denunciar a las corporaciones mediáticas, a los políticos y
publicistas que nos siguen vendiendo la guerra con la misma retórica moralista
y con prácticas cínicas, pero el problema es que les sigue funcionando, por lo
menos con la gente poco concienciada. La novedad es que ahora disponen de una
cohorte de filósofos, intelectuales y artistas que se venden como estrellas
mediáticas, aunque sea en medios alternativos, que incluso se creen lo que
dicen, creen defender realmente los derechos humanos y estar del lado de los
pueblos, pero su labor ha sido la de acompañar los discursos imperialistas y
bloquear el surgimiento de movimientos de oposición a la guerra enfangándonos
en discusiones estériles sobre su propio posicionamiento.
Sus textos, conferencias e intervenciones mediáticas han tenido una gran
eficacia para confundir, persuadir y culpabilizar a los activistas contra la
guerra, a la gente más dispuesta a ofrecer resistencia efectiva a la guerra
imperial y a la propaganda de guerra. Para curarse en salud suelen afirmar que
todo es más complejo, impredecible, de modo que la única opción que nos queda
como gente buena que somos es refugiarnos en nuestra buena conciencia. Si
nuestros conocimientos y retórica son tergiversados y utilizados para favorecer
el apoyo a la guerra será un efecto no querido, un daño colateral por el que no
se nos puede responsabilizar.
Lo cierto es que los discursos, los llamamientos y las exigencias del clero
humanitarista no tienen la más mínima repercusión sobre los gobiernos
occidentales, pero también es cierto que sí afectan a la posibilidad de un
movimiento antiimperialista. Quisiera terminar con unas palabras de R. Sánchez
Ferlosio sobre la guerra: “Aparte de unos pocos exaltados, todos vemos la
guerra con matices pero en momentos decisivos los matices no pueden ser el
lastre que nos impida oponernos a la guerra con la contundencia necesaria. Ni
debemos dejar que se conviertan en munición en nuestra contra. Es
nuestra responsabilidad política” (Sobre la guerra).
Ángeles Diez Rodríguez, Doctora en Ciencias Sociales y Políticas,
y profesora de la Universidad Complutense de Madrid. El texto corresponde a su
conferencia impartida en el Ateneo de Madrid el 9 de septiembre de 2013.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.