Como Latinoamérica vino a
convertirse en territorio libre en este distópico mundo de agujeros negros y de
vuelos secretos o clandestinos, tendría que ser la interrogante. Después de
todo fue en Latinoamérica en donde una generación más temprana de elementos
contrainsurgentes de EEUU y de la región apoyados por este último pusieron en
marcha un prototipo de la guerra global contra el terrorismo de Washington del
siglo XXI. Aun antes de la revolución cubana, antes que el Che Guevara
exhortara a los revolucionarios a crear “dos, tres, muchos Vietnams”,
Washington ya se había adelantado en la creación de dos, tres, muchas agencias
centralizadas de espionaje en América Latina. A finales de 1954 después del
golpe de Estado orquestado por la CIA que depuso al gobierno democráticamente
elegido de Guatemala, el Consejo de Seguridad Nacional recomendó el
fortalecimiento de las “fuerzas de seguridad interna de los países amigos”.
TERRITORIO LIBRE: AMÉRICA
LATINA,
LA EXCEPCIÓN
Como un gulag de tortura
global de Washington se convirtió en la única zona libre de la tierra.
Un reporte recientemente hecho público por el Open
Society Institute bajo el título, “Gobalizing Torture: CIA Secret Detentions and Extraordinary Rendition”, y el
cual el Washington Post ilustra con un mapa, muestra el alcance
global de la campaña contra el terrorismo desatada por la CIA después del 9/11.
El mapa según lo describe Greg Grandin en TomDispatch; esta empapado en rojo, como si con sangre,
mostrando que en los años después del 9/11, la CIA convirtió a casi todo
el planeta en un archipiélago de gulags. Del total de los aproximadamente 190
países del planeta, un número asombroso de 54 países participaron de variadas
formas en el sistema de tortura global, hospedando los tenebrosos “agujeros
negros” o prisiones secretas, permitiendo el uso de su espacio aéreo y
aeropuertos para ser usados como salida o destino de los llamados vuelos
secretos, proveyendo inteligencia, participando en el secuestro de individuos
de otras nacionalidades o de sus propios ciudadanos y en el proceso
entregándolos a los agentes secretos de los Estados Unidos para luego ser
extraditados (rendered) a terceros países como Egipto y Siria. Según Open
Society el sello distintivo de toda esta operación ha sido la tortura. El reporte documenta el nombre
de 136 individuos que fueron atrapados en lo que dice es una operación que
continua, aunque los autores dejan en claro que el número total, implícitamente
más alto, “permanecerá sin conocerse” a causa del “extraordinario nivel de
secretividad del gobierno asociado con las detenciones secretas y las
extradiciones extraordinarias”.
Pero lo que resulta sorprendente a cerca del
reporte es que, a pesar de que prácticamente ninguna región del globo se ha
escapado de quedar manchada (Norte América, Europa, el Medio Oriente, África o
Asia, inclusive la social demócrata Escandinavia, pues Suecia entregó al
menos a dos personas a la CIA que luego fueron extraditados a Egipto en donde
fueron sometidos a todo tipo de tortura), ninguna parte de América Latina que
siempre ha sido considerada como el “patio trasero” de Washington, resulta teñida en
el mapa del horror de la campaña antiterrorista gobal post 9/11 de la CIA.
Ningún país de la región participó o apoyó el
abuso o la tortura de aquellos “sospechosos de terrorismo” dirigida desde
Washington, el centro del comando del gulag global. Ni siquiera Colombia, que a
lo largo de las dos últimas dos décadas ha sido el colaborador más cercano en
el proyecto militarista del Pentágono para la región. Es cierto que una manchita
roja deberia aparecer sobre Cuba, pero eso solo serviria para resaltar el hecho de que
Teodoro Roosevelt tomo la base naval de la bahía de Guantánamo para los Estados
Unidos en 1903, “en perpetuidad”.
Como Latinoamérica vino a convertirse en territorio libre en este anti
utópico mundo de agujeros negros y de vuelos secretos o clandestinos, tiene que
ser la interrogante. Después de todo fue en Latinoamérica en donde una
generación más temprana de elementos contrainsurgentes de EEUU y de la región
apoyados por este último pusieron en marcha un prototipo de la guerra global
contra el terrorismo de Washington del siglo XXI. Aun antes de la revolución
cubana, antes que el Che Guevara exhortara a los revolucionarios a crear “dos,
tres, muchos Vietnams”, Washington ya se había adelantado en la creación de
dos, tres, muchas agencias centralizadas de espionaje en América Latina. A
finales de 1954 después del golpe de Estado orquestado por la CIA que depuso al
gobierno democráticamente elegido de Guatemala, el Consejo de Seguridad
Nacional recomendó el fortalecimiento de las “fuerzas de seguridad interna de
los países amigos”. Esto en la región significaba tres cosas:
Primero, los agentes de la CIA y otros oficiales de los EEUU iniciaron el
trabajo de “profesionalización” de las fuerzas de seguridad de países como
Guatemala, Colombia y Uruguay, trasformando los brutales, torpes y corruptos
aparatos de inteligencia locales en, eficientes, “centralizados” aunque siempre
brutales agencias capaces de recolectar información, analizarla, y almacenarla.
Más importante aún, tenían que coordinar
las diferentes divisiones de las fuerzas de seguridad de cada país, la policía,
los militares y los escuadrones paramilitares, para actuar sobre esa información, la mayoría de las
veces letalmente y siempre despiadadamente.
Segundo, los Estados Unidos expandieron
grandemente el campo de acción de estas más eficientes y efectivas agencias,
dejando en claro que su portafolio incluía no solamente la defensa nacional
sino que también las actividades ofensivas internacionales. Ellas iban a ser la
vanguardia en una guerra global por la “libertad” y contra el terror anti
comunista en el hemisferio. Tercero, nuestros hombres en Montevideo, Santiago,
Buenos Aires, Asunción, La Paz, Lima, Quito, San Salvador, Ciudad Guatemala, y
Managua iban a ayudar en sincronizar el trabajo individual de las fuerzas de
seguridad nacionales.
El resultado fue un estado de terror a escala
casi continental. En los años 1970 y 80, el dictador chileno Augusto Pinochet
montó la Operación Cóndor la cual vinculaba estrechamente a los servicios de
inteligencia de Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Chile, fue el más infame
consorcio del terror transnacional llegando a cometer actos de violencia
barbárica en lugares tan distantes como los Estados Unidos, Roma Y Paris. Los
Estados Unidos habían ayudado más temprano a poner en funcionamiento
operaciones similares en otras partes de Suramérica, especialmente en América
Central en la década de los 60. Cuando la unión Soviética colapsó en
1991, cientos de miles de latinoamericanos habían sido torturados, asesinados,
desaparecidos o encarcelados arbitrariamente, gracias en gran parte a la
capacidad organizacional y apoyo de EEUU. Para entonces Latinoamérica era el
gulag trasero de Washington.
Cuando terminó la Guerra Fría los
grupos de derechos humanos empezaron con la enorme tarea de desmantelar la
amplia red continental de agentes de inteligencia, prisiones secretas, y
técnicas de tortura profundamente incrustadas dentro de los aparatos de seguridad
de la región. Los militares a lo largo de toda la región fueron obligados a
dejar las posiciones de gobierno y retornar a sus cuarteles, Washington no se interpuso en este proceso,
al contrario, colaboró en la despolitización
de las fuerzas armadas latinoamericanas. Muchos pensaron que con la
desaparición de la Unión Soviética, Washington proyectaría su poder en su
“patio trasero” a través de medios más livianos, como los tratados de libre
comercio y el uso de otras medidas económicas. Entonces sucedió 9/11.
De acuerdo a Greg Grandin en TomDispatch,
a finales de noviembre 2002, en el preciso momento en que los lineamientos
básicos de las detenciones secretas y extradiciones extraordinarias
(extraordinary renditions) de la CIA estaban tomando forma en otras partes del
mundo, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, voló 5,000 millas rumbo a
Santiago, Chile, para atender a una cumbre hemisférica de ministros de defensa.
“Demás está decirlo” dijo Rumsfeld no obstante, “Yo no estaría viajando toda esta distancia
si no creyera que esto fuera
extremadamente importante”.
Todo esto fue después de la invasión a
Afganistán y antes de Iraq, en ese momento Rumsfeld estaba volando muy alto y
en cada oportunidad que tenía dejaba escapar la frase 9/11. Quizás él no sabía
del significado especial de esa fecha en América Latina que, 29 años antes
había experimentado el primer 9/11 cuando el golpe de Estado apoyado por la CIA
depuso al democráticamente elegido presidente de Chile, Salvador Allende. O ¿quizás
él sabía el significado exacto y ese era el punto? Después de todo, una
nueva batalla por la libertad, la proclamada Guerra Global contra el
Terrorismo, estaba en marcha y Rumsfeld había llegado a reunir a los reclutas.
En Santiago, de acuerdo a Grandin,
Rumsfeld y otros funcionarios del Pentágono trataron de vender lo que ellos
calificaban como la “integración” de “varias capacidades especializadas dentro
capacidades regionales más grandes” -una manera insípida de describir el
secuestro, la tortura y la muerte en marcha en otros lugares del mundo. “Los
eventos alrededor del mundo antes y después del 9/11 sugieren las ventajas”,
dijo Rumsfeld, que tiene para las naciones trabajar unidas para hacerle frente
a la amenaza del terrorismo.
“Dios mío”, le dijo Rumsfedl a un
reportero chileno, “esta clase de amenazas que enfrentamos son globales”.
América Latina estaba en una época de paz, el admitió, pero tenía una
advertencia para sus líderes: ellos no deben adormecerse creyendo que el
continente está libre de los nubarrones en otras partes. Los peligros existen
“viejas amenazas, como las drogas, crimen organizado, tráfico de armas
ilegales, toma de rehenes, piratería y lavado de dinero; nuevas amenazas, como
el crimen cibernético, y amenazas desconocidas que pueden emerger sin ser advertidas”. “Las nuevas amenazas”, él
ominosamente agregó, “deben de ser contrarrestadas con nuevas
capacidades”. Según Greg Grandin, gracias al reporte del Open Society , podemos
ver muy claramente lo que Rumsfeld daba a entender por “nuevas capacidades”
Entre algunas de ellas, Grandin menciona,
la detención, unas semanas previo al arribo de Rumsfeld a Santiago, del
ciudadano sirio-canadiense Maher Arar en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva
York. Él fue detenido en base a falsa información proveída por la Real Policía
Montada de Canadá y luego entregado a una “Special Removal Unit” que
posteriormente le envío en un vuelo, primero a Jordania en donde fue golpeado y
luego a Siria donde fue entregado a los torturadores locales. Arar pasó un año en
una celda que parecía tumba donde fue abusado y torturado. Tres semanas antes
del viaje de Rumsfeld a Chile, Ghairat Baheer fue capturado en
Paquistán y aventado a una prisión de la CIA en Afganistán llamada el Agujero
de Sal (Salt Pit). Mientras el secretario de Defensa encomiaba el retornó de América Latina a la
vida democrática y al imperio de la ley después de los días oscuros de la
guerra fría, Baheer muy bien estaría soportando en esos momentos una de sus
sesiones de tortura, “colgado desnudo por horas sin fin”. Dos días después del
discurso de Rumsfeld en Santiago, un oficial de la CIA en el Agujero de Sal
hizo que Gul Rahma se desnudara y luego lo encadenó a un piso de concreto
sin cobijas. Rahma se congeló hasta morir. Estas y otras muchas
historias están contenidas en el reporte del Open Society Institue.
Territorio libre
Continuando con su artículo en
TomDispatch, Greg Grandin, dice que Rumsfeld salió de Santiago sin ningún
compromiso firme. Algunos de los líderes militares de la región se sintieron
tentados por las supuestas oportunidades ofrecidas por la visión del secretario
de fusionar el combate al crimen dentro de una campaña ideológica contra el
Islam radical, una guerra unificada subordinada en su totalidad al comando de
los EEUU. En el momento de la visita de Rumsfeld a Santiago y de acuerdo al
politólogo Brian Loveman, el jefe del ejército de Argentina comprendió el
más reciente conjunto de objetivos de Washington, insistiendo que “la defensa
debe ser tratada como un asunto integral”, sin una falsa división separando la
seguridad interna de la externa.
Pero la historia no estaba del lado de
Rumsfeld. Su viaje a Santiago coincidió con el épico colapso financiero en
Argentina, entre los peores de la historia y que señaló el colapso general del
modelo económico que Washington había estado promoviendo en América Latina
desde el fin de la guerra fría. Pronto, una nueva generación de líderes de
izquierda llegarían al poder en muchas partes de Latinoamérica comprometidos
con la idea de la soberanía nacional limitando la influencia de Washington en
la región como no lo habían hecho anteriores gobiernos.
Hugo Chávez era en esos momentos el
presidente de Venezuela. Justo unos meses antes del viaje de Rumsfeld a
Santiago, Luiz Ignacio “Lula” da Silva ganó la presidencia de
Brasil. Unos pocos meses después, temprano en el 2003, los argentinos eligieron
a Néstor Kirchner, quien inmediatamente después finalizó los ejercicios
militares conjuntos de su país con los EEUU. En los años que siguieron, los
Estados Unidos experimentaron un revés tras otro. En el 2008, por ejemplo,
Ecuador expulsó a los militares de EEUU de la base aérea de
Manta.
La acelerada invasión de Iraq por parte de
la administración Bush, un acto al que se opusieron la mayoría de los países de
Latinoamérica, contribuyó a tirar
por la borda cualquier buena voluntad post 9/11 que los Estados Unidos tenían
en la región. Iraq pareció confirmar las peores sospechas de los nuevos líderes
del continente: que lo que Rumsfeld estuvo tratando de vender como una fuerza
internacional para “mantener la paz” no sería más que una invitación para que
los soldados latinoamericanos sirvieran como Gurkhas en una resucitada y
unilateral guerra imperial.
“La cortina de humo” de Brasil
Cables diplomáticos hechos públicos por
Wikileaks muestran el grado de rechazo de Brasil a los esfuerzos para pintar de
rojo a la región en el nuevo mapa del gulag global de Washington. Un cable del
Departamento de Estado de mayo del 2005, por ejemplo, revela que el gobierno de
Lula da Silva rehusó “múltiples peticiones” de Washington de recibir a
un grupo de prisioneros recientemente liberados de Guantánamo. El cable informaba
que, la “posición de Brasil en relación a ese tema no ha cambiado desde el 2003
y probablemente no cambiará en un futuro predecible. El cable
reportaba que el gobierno de Lula consideraba que todo el sistema que
Washington había montado en Guantánamo (y alrededor del mundo) era una mofa
al derecho internacional. “Todos los intentos de discutir este asunto” con los
funcionarios brasileños, el cable concluyó, “fueron rechazados rotundamente o
aceptados de mala gana”.
Adicionalmente Brasil rehusó cooperar con
los esfuerzos de la administración de Bush de crear una versión del “Acta
Patriótica” (Patriot Act) para todo el Hemisferio Occidental. Lula evadió por años la
revisión solicitada por Washington del código legal brasileño que rebajaría los estándares de evidencia
necesitados para determinar una conspiración mientras que al mismo tiempo
ampliaba la definición de conspiración criminal. El departamento de Estado no
se percató de las maniobras de Lula hasta en abril del 2008, cuando uno de sus
diplomáticos redactó un memorándum llamando al supuesto interés en
reformar su código legal para complacer a Washington, una “cortina de humo”.
Otro cable de Wikileaks reveló que el gobierno de Brasil temía que una
definición más amplia de terrorismo podría ser usada contra miembros de
movimientos sociales que luchan por una sociedad más justa. Un diplomático
norteamericano se quejó de que esta “mentalidad”, que valora las libertades
civiles, “presenta serios desafíos a nuestros esfuerzos de fortalecer la
cooperación antiterrorista o de promover la aprobación de leyes anti
terrorista”. Adicionalmente Brasil estaba preocupado de las repercusiones de
esta legislación antiterrorista sobre muchos de los brasileños de origen árabe
que viven en el país.
Finalmente, uno tras otro los cables de
Wikileaks revelaban las repetidas veces
que Brasil desestimó los esfuerzos de Washington para aislar a Hugo
Chávez que hubiese sido un paso necesario si los Estados Unidos quería
incorporar a Suramérica dentro de su banda antiterrorista. En febrero del 2008, por ejemplo, en una
reunión entre el embajador norteamericano Clifford Sobell y el ministro de
Defensa brasileño, Nelson Jobin, este ante la quejas del embajador sobre
Chávez, le respondió que aunque compartía sus preocupaciones ante el potencial
desestabilizador de Venezuela, lo mejor era, en vez de aislar a Venezuela y causar
mayores complicaciones, la creación del
Concejo de Defensa de Sur América -que el gobierno de Brasil apoyaba-
“para traer a Chávez dentro de la corriente prevaleciente”. Pero había algo que
llamaba la atención aquí: ¡en primer lugar el Consejo de Defensa de Sur América era una idea de
Chávez! Era parte de su esfuerzo, en colaboración con Lula, de crear
instituciones independientes paralelas a aquellas controladas por Washington.
El memo concluye con el embajador de EEUU haciendo notar cuan curioso resultaba
que Brasil usara la “idea de Chávez para la cooperación en defensa” como parte de
una “supuesta estrategia para contener” a Chávez.
Obstaculizando la máquina perfecta de la guerra perpetua
Según el artículo de Greg Grandin en
TomDispatch, la administración de George Bush incapaz de poner en marcha todo
su proyecto antiterrorista post 9/11 en toda América Latina, redujo su
presencia. En su lugar intentó construir una “máquina perfecta de guerra
perpetua” en el corredor que abarca Colombia, Centro América y México. El
proceso de militarización de esa más limitada región, a menudo bajo el disfraz
de la “guerra contra las drogas”, ha escalado, en el mejor de los casos, bajo
la administración de Obama. América Central, de hecho, se ha convertido en el
único lugar en donde el Comando Sur (Southcom) que cubre Centroamérica y
Suramérica, puede operar más o menos a su voluntad. Una mirada a este otro mapa, ensamblado por Fellowship of Reconciliation, hace que la
región luzca como una gran pista de aterrizaje para los drones y los vuelos de
interdicción de drogas de los Estados Unidos.
Washington continua empujando y sondeando
más al sur, tratando una vez más de establecer una presencia militar más
firme en la región y enlazarla en lo que es ahora una cruzada menos ideológica
y más tecnocrática, pero que todavía es una de alcance global en sus
aspiraciones. A los estrategas militares norteamericanos, por ejemplo, les
gustaría tener una pista aérea en Guayana Francesa o la parte de Brasil que se
proyecta dentro del Atlántico. El Pentágono la utilizaría como un trampolín para
su creciente presencia en África, coordinando el trabajo del Comando Sur con el
más nuevo comando global, Africom.
Pero por ahora, Sur América le ha lanzado
obstáculos a la máquina.