No presenciamos la
“recomposición” política-económica-militar del sistema como lo fue la
reconversión keynesiana (militarizada) de los años 1940 y 1950 sino su
degradación general. La mutación parasitaria del capitalismo lo convierte en un
sistema de destrucción de fuerzas productivas, del medio ambiente, y de
estructuras institucionales donde las viejas burguesías se van transformando en
círculos de bandidos, novedoso encumbramiento planetario de lumpenburguesías
centrales y periféricas.
ILUSIONES PROGRESISTAS
DEVORADAS POR LA CRISIS
(AMÉRICA LATINA A LA HORA
DEL LUMPENCAPITALISMO)
Por Jorge Beinstein
La coyuntura global está marcada por una crisis deflacionaria motorizada
por las grandes potencias. La caída de los precios de las commodities, cuyo
aspecto más llamativo fue desde mediados del 2014 la de las cotizaciones del
petróleo, descubre el desinfle de la demanda internacional mientras tanto se
estanca la ola financiera, muleta estratégica del sistema durante las últimas
cuatro décadas. La crisis de la financierización de la economía mundial va
ingresando de manera zigzageante en un zona de
depresión, las principales economías capitalistas tradicionales crecen
poco o nada[1] y China se desacelera rápidamente. Frente a ello Occidente despliega su último
recurso: el aparato de intervención militar integrando componentes armadas
profesionales y mercenarias, mediáticas y mafiosas articuladas como “Guerra de
Cuarta Generación” destinada a destruir sociedades periféricas para
convertirlas en zonas de saqueos. Es la radicalización de un fenómeno de larga
duración de decadencia sistémica donde el parasitismo financiero y militar se
fue convirtiendo en el centro hegemónico de Occidente.
No presenciamos la “recomposición” política-económica-militar del sistema
como lo fue la reconversión keynesiana (militarizada) de los años 1940 y 1950
sino su degradación general. La mutación parasitaria del capitalismo lo
convierte en un sistema de destrucción de fuerzas productivas, del medio
ambiente, y de estructuras institucionales donde las viejas burguesías se van
transformando en círculos de bandidos, novedoso encumbramiento planetario de
lumpenburguesías centrales y periféricas.
La declinación del
progresismo
Inmersa en este mundo se despliega la coyuntura latinoamericana donde convergen
dos hechos notables: la declinación de las experiencias progresistas y la
prolongada degradación del neoliberalismo que las precedió y las acompaño desde
países que no entraron en esa corriente de la que ahora ese neoliberalismo
degradado aparece como el sucesor.
Los progresismos latinoamericanos se instalaron sobre la base de los
desgastes y en ciertos casos de las crisis de los regímenes neoliberales y
cuando llegaron al gobierno los buenos precios internacionales de las materias
primas sumados a políticas de expansión de los mercado internos les permitieron
recomponer la gobernabilidad.
El ascenso progresista se apoyó en dos impotencias; la de la derechas que
no podían asegurar la gobernabilidad, colapsadas en algunos casos (Bolivia en
2005, Argentina en 2001-2002, Ecuador en 2006, Venezuela en 1998) o sumamente
deterioradas en otros (Brasil, Uruguay, Paraguay) y la impotencia de las bases
populares que derrocaron gobiernos, desgastaron regímenes pero que incluso en
los procesos más radicalizados no pudieron imponer revoluciones,
transformaciones que fueran más allá de la reproducción de las estructuras de
dominación existentes.
En los casos de Bolivia y Venezuela los discursos revolucionarios
acompañaron prácticas reformistas plagadas de contradicciones, se anunciaban
grandes transformaciones pero las iniciativas se embrollaban en infinitas idas
y venidas, amagos, desaceleraciones “realistas” y otras astucias que expresaban
el temor profundo a saltar las vallas del capitalismo. Ello no solo posibilitó
la recomposición de las derechas sino también la proliferación a nivel estatal
de podredumbres de todo tipo, grandes corrupciones y pequeñas corruptelas.
Venezuela aparece como el caso más evidente de mezcla de discursos
revolucionarios, desorden operativo, transformaciones a medio camino y
autobloqueos ideológicos conservadores. No se consiguió encaminar la transición
revolucionaria proclamada (más bien todo lo contrario) aunque si se logró
caotizar el funcionamiento de un capitalismo estigmatizado pero de pié,
obviamente los Estados Unidos promueven y aprovechan esa situación para avanzar
en su estrategia de reconquista del país. El resultado es una recesión cada vez
más grave, una inflación descontrolada, importaciones fraudulentas masivas que
agravan la escasez de productos y la evasión de divisas que marcan a una
economía en crisis aguda [2].
En Brasil el zigzagueo entre un neolioberalismo “social” y un keynesianismo
light casi irreconocible fue reduciendo el espacio de poder de un progresismo
que desbordaba fanfarronería “realista” (incluida su astuta aceptación de la
hegemonía de los grupos económicos dominantes). La dependencia de las
exportaciones de commodities y el sometimiento a un sistema financiero local
transnacionalizado terminaron por bloquear la expansión económica, finalmente
la combinación de la caída de los precios internacionales de las materias
primas y la exacerbación del pillaje financiero precipitaron una recesión que
fue generando una crisis política sobre la que empezaron a cabalgar los
promotores de un “golpe blando” ejecutado por la derecha local y monitoreado
por los Estados Unidos.
En Argentina el “golpe blando” se produjo protegido por una máscara
electoral forjada por una manipulación mediática desmesurada, el progresismo
kirchnerista en su última etapa había conseguido evitar la recesión aunque con
un crecimiento económico anémico sostenido por un fomento del mercado interno
respetuoso del poder económico. También fue respetada la mafia judicial que
junto a la mafia mediática lo acosaron hasta desplazarlo políticamente en medio
de una ola de histeria reaccionaria de las clases altas y del grueso de las
clases medias.
En Bolivia Evo Morales sufrió su primera derrota política significativa en
el referendum sobre reelección presidencial, su llegada al gobierno marcó el
ascenso de las bases sociales sumergidas por el viejo sistema racista colonial.
Pero la mezcla híbrida de proclamas antiimperialistas, postcapitalistas e
indigenistas con la persistencia del modelo minero-extractivista de deterioro
ambiental y de comunidades rurales y del burocratismo estatal generador de
corrupción y autoritarismo terminaron por diluir el discurso del “socialismo
comunitario”. Quedó así abierto el espacio para la recomposición de las elites
económicas y la movilización revanchista de las clases altas y su séquito de
clases medias penetrando en un vasto abanico social desconcertado.
Ahora las derechas latinoamericanas van ocupando las posiciones perdidas y
consolidan las preservadas , pero ya no son aquellas viejas camarillas
neoliberales optimistas de los años 1990, han ido mutando a través de un
complejo proceso económico, social y cultural que las ha convertido en
componentes de lumpenburguesías nihilistas embarcadas en la ola global del
capitalismo parasitario.
Grupos industriales o de agrobusiness fueron combinando sus inversiones
tradicionales con otras más rentables pero también más volátiles: aventuras
especulativas, negocios ilegales de todo tipo (desde el narco hasta operaciones
inmobiliarias opacas pasando por fraudes
comerciales y fiscales y otros emprendimientos turbios) convergiendo con
“inversiones” saqueadoras provenientes del exterior como la megaminería o las
rapiñas financieras.
Dicha mutación tiene lejanos antecedentes locales y globales, variantes
nacionales y dinámicas específicas, pero todas tienden hacia una configuración
basada en el predominio de elites económicas sesgadas por la “cultura
financiera-depredadora” (cortoplacismo, desarraigo territorial, eliminación de
fronteras entre legalidad e ilegalidad,
manipulación de redes de negocios con una visión más próxima al
videojuego que a la gestión productiva y otras características propias del
globalismo mafioso) que disponen del
control mediático como instrumento esencial de dominación rodeándose de
satélites políticos, judiciales, síndicales, policiales-militares, etc.
¿Restauraciones
conservadoras o instauraciones de neofascismos coloniales?
Por lo general el progresismo califica a sus derrotas o amenazas de
derrotas como victorias o peligros de regreso del pasado neoliberal, también
suele utilizarse el término “restauración
conservadora”, pero ocurre que esos fenómenos son sumamente innovadores,
tienen muy poco de “conservadores”. Cuando evaluamos a personajes como Aecio
Neves, Maurico Macri o Henrique Capriles no encontramos a jefes autoritarios de
elites oligárquicas estables sino a personajes completamente inescrupulosos,
sumamente ignorantes de las tradiciones burguesas de sus países (incluso en
ciertos casos con miradas despreciativas hacia las mismas), aparecen como una suerte de mafiosos entre primitivos
y posmodernos encabezando políticamente a grupos de negocios cuya norma
principal es la de no respetar ninguna norma (en la medida de lo posible).
Otro aspecto importante de la coyuntura es el de la irrupción de
movilizaciones ultra-reaccionarias de gran dimensión donde las clases medias
ocupan un lugar central. Los gobiernos progresistas suponían que la bonanza
económica facilitaría la captura política de esos sectores sociales pero
ocurrió lo contrario: las capas medias se derechizaban mientras ascendían
económicamente, miraban con desprecio a los de abajo y asumían como propios los
delirios neofascistas de los de arriba. El fenómeno sincroniza con tendencias
neofascistas ascendentes en Occidente, desde Ucrania hasta los Estados Unidos
pasando por Alemania, Francia, Hungría, etc., expresión cultural del
neoliberalismo decadente, pesimista, de un capitalismo nihilista ingresando en
su etapa de reproducción ampliada negativa donde el apartheid aparece como la
tabla de salvación.
Pero este neofascismo latinoamericano incluye también la reaparición de
viejas raíces racistas y segregacionistas que habían quedado tapadas por las
crisis de gobernabilidad de los gobiernos neoliberales, la irrupción de
protestas populares y las primaveras progresistas. Sobrevivieron a la tempestad
y en varios casos resurgieron incluso antes
del comienzo de la declinación del progresismo como en Argentina el
egoísmo social de la época de Menem o el gorilismo racista anterior, en Bolivia
el desprecio al indio y en casi todos los casos recuperando restos del
anticomunismo de la época de la Guerra Fría.
Supervivencias del pasado, latencias siniestras ahora mezcladas con las
nuevas modas.
Una observación importante es que el fenómeno asume características de tipo
“contrarrevolucionario”, apuntando
hacia una política de tierra arrasada, de extirpación del enemigo progresista, es lo que se ve
actualmente en Argentina o lo que promete la derecha en Venezuela o Brasil, la
blandura del contrincante, sus miedos y vacilaciones excitan la ferocidad
reaccionaria. Refiriéndose a la victoria del fascismo en Italia Ignazio Silone
la definía como una contrarrevolución que había operado de manera preventiva
contra una amenaza revolucionaria inexistente[3]. Esa no existencia real de
amenaza o de proceso revolucionario en marcha, de avalancha popular contra
estructuras decisivas del sistema desmoronándose o quebradas, envalentona
(otorga sensación de impunidad) a las elites y su base social.
La marea contrarrevolucionaria es uno de los resultados posibles de la
descomposición del sistema imponiendo de manera exitosa en algunos casos del
pasado proyectos de recomposición elitista, en el caso latinoamericano expresa
descomposición capitalista sin recomposición a la vista.
Si el progresismo fue la superación fracasada del fracaso neoliberal, este
neofascismo subdesarrollado exacerba ambos fracasos inaugurando una era de
duración incierta de contracción económica y desintegración social. Basta ver
lo ocurrido en Argentina con la llegada de Macri a la presidencia: en unas
pocas semanas el país pasó de un crecimiento débil a una recesión que se va
agravando rápidamente producto de un gigantesco pillaje, no es difícil imaginar
lo que puede ocurrir en Brasil o en Venezuela que ya están en recesión si la
derecha conquista el poder político.
La caída de los precios de las commodities y su creciente volatilidad, que
la prolongación de la crisis global seguramente agravará, han sido causas
importantes del fracaso progresista y aparecen como bloqueos irreversibles de
los proyectos de reconversión elitista-exportadora medianamente estables. Las
victorias derechistas tienden a instaurar economías funcionando a baja
intensidad, con mercados internos contraídos e inestables, eso significa que la
supervivencia de esos sistemas de poder dependerá de factores que las mafias
gobernantes pretenderán controlar. En primer término el descontento de la mayor
parte de la población aplicando dosis variables de represión, legal e ilegal,
embrutecimiento mediático, corrupción de dirigentes y degradación moral de las
clases bajas. Se trata de instrumentos que la propia crisis y la combatividad
popular pueden inutilizar, en ese caso el fantasma de la revuelta social puede
convertirse en amenaza real.
La estrategia imperial
Los Estados Unidos desarrollan una estrategia de reconquista de América
Latina aplicándola de manera sistemática y flexible. El golpe blando en
Honduras fue el puntapié inicial al que le siguió el golpe en Paraguay y un
conjunto de acciones desestabilizadoras, algunas muy agresivas, de variado
éxito que fueron avanzando al ritmo de las urgencias imperiales y del desgaste
de los gobiernos progresistas. En varios casos las agresiones más o menos
abiertas o intensas se combinaron con buenos modales que intentaban vencer sin
violencias militar o económica o sumando dosis menores de las mismas con
operaciones domesticadoras. Donde no funcionaba eficazmente la agresión empezó
a ser practicado el ablande moral, se implementaron paquetes persuasivos de
configuración variable combinando penetración, cooptación, presión, premios y
otras formas retorcidas de ataque psicológico-político.
El resultado de ese despliegue complejo es una situación paradojal:
mientras los Estados Unidos retroceden a nivel global en términos económicos y
geopolíticos, van reconquistando paso a paso su patrio trasero latinoamericano.
La caída de Argentina ha sido para el Imperio una victoria de gran importancia
trabajada durante mucho tiempo a lo que es necesario agregar tres maniobras
decisivas de su juego regional: el
sometimiento de Brasil, el fin del gobierno chavista en Venezuela y la
rendición negociada de la insurgencia colombiana. Cada uno de estos objetivos
tiene un significado especial:
La victoria imperialista en Brasil cambiaría dramáticamente el escenario
regional y produciría un impacto negativo de gran envergadura al bloque BRICS
afectando a sus dos enemigos estratégicos globales: China y Rusia. La victoria
en Venezuela no solo le otorgaría el control del 20 % de las reservas
petrolíferas del planeta (la mayor reserva mundial) sino que tendría un efecto
dominó sobre otros gobiernos de la región como los de Bolivia, Ecuador y
Nicaragua y perjudicaría a Cuba sobre la que los Estados Unidos están desplegando
una suerte de abrazo de oso.
Finalmente la extinción de la insurgencia colombiana además de despejar el
principal obstáculo al saqueo de ese país le dejaría las manos libres a sus
fuerzas armadas para eventuales intervenciones en Venezuela. Desde el punto de
vista estratégico regional el fin de la guerrilla colombiana sacaría del
escenario a una poderosa fuerza combatiente que podría llegar a operar como un
mega-multiplicador de insurgencias en una región en crisis donde la
generalización de gobiernos mafioso-derechistas agravará la descomposición de
sus sociedades. Se trata tal vez de la mayor amenaza estratégica a la
dominación imperial, de un enorme peligro revolucionario continental, es
precisamente esa dimensión latinoamericana del tema lo que ocultan los medios
de comunicación dominantes.
Decadencia sistémica y
perspectivas populares
Más allá de la curiosa paradoja de un imperio decadente reconquistando su
retaguardia territorial, desde el punto de vista de la coyuntura global, de la
decadencia sistémica del capitalismo, la generalización de gobiernos
pro-norteamericanos en América Latina puede ser interpretada superficialmente
como una gran victoria geopolitica de los Estados Unidos aunque si
profundizamos el análisis e introducimos por ejemplo el tema del
agravamiento de la crisis impulsada por esos gobiernos tenderíamos a
interpretar al fenómeno como expresión específica regional de la decadencia del
sistema global.
El alejamiento del estorbo progresista puede llegar a generar problemas mayores
a la dominación imperial, si bien las inclusiones sociales y los cambios
económicos realizados por el progresismo fueron insuficientes, embrollados,
estuvieron impregnados de limitaciones burguesas y si su autonomía en materia
de política internacional tuvo una audacia restringida; lo cierto es que su
recorrido ha dejado huellas, experiencias sociales , dignificaciones
(suprimidas por la derecha) que serán muy difícil extirpar y que en
consecuencia pueden llegar a convertirse en aportes significativos a futuros (y
no tan lejanos) desbordes populares radicalizados.
La ilusión progresista de humanización del sistema, de realización de
reformas “sensatas” dentro de los marcos institucionales existentes, puede
pasar de la decepción inicial a una reflexión social profunda, crítica de la
institucionalidad mafiosa, de la opresión mediática y de los grupos de negocios
parasitarios. Ello incluye a la farsa democrática que los legitima. En ese caso
la molestia progresista podría convertirse tarde o temprano en huracán
revolucionario no porque el progresismo como tal evolucione hacia la
radicalidad anti-sistema sino porque emergería una cultura popular superadora,
desarrollada en la pelea contra regímenes condenados a degradarse cada vez más.
En ese sentido podríamos entender uno de los significados de la revolución
cubana, que luego se extendió como ola anticapitalista en América Latina, como
superación crítica de los reformismos nacionalistas democratizantes fracasados
(como el varguismo en Brasil, el nacionalismo revolucionario en Bolivia, el
primer peronismo en Argentina o el
gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala). La memoria popular no puede ser
extirpada, puede llegar a hundirse en una suerte de clandestinidad cultural, en
una latencia subterránea digerida
misteriosamente, pensada por los de abajo, subestimada por los de
arriba, para reaparecer como presente, cuando las circunstancias lo requieran,
renovada, implacable.
[1] Si consideramos el último lustro (2010-2014) el crecimiento promedio
real de la economía de Japón ha sido del orden del 1,5 %, la de Estados Unidos
2,2 % y la de Alemania 2 % (Fuente: Banco Mundial).
[2] Un buen ejemplo es el de la “importación” de fármacos donde empresas
multinacionales como Pfizer, Merck y P&G hacen fabulosos negocios ilegales
ante un gobierno “socialista” que les suministra dólares a precios
preferenciales. Con un juego de sobrefacturaciones, sobreprecios e
importaciones inexistentes las empresas farmaceuticas habían importado en 2003
unas 222 mil toneladas de productos por los que pagaron 434 millones de dólares
(unos 2 mil dólares por tonelada), en 2010 las importaciones bajaron a 56 mil
toneladas y se pagaron 3410 millones de dólares (60 mil dólares la tonelada) y
en 2014 las importaciones descendieron aún más a 28 mil toneladas y se pagaron
2400 millones de dólares (un poco menos de 87 mil dólares la tonelada). Como
bien lo señala Manuel Sutherland de cuyo estudio extraigo esa información:
“lejos de plantearse la creación de una gran empresa estatal de producción de
fármacos, el gobierno prefiere darles divisas preferenciales a importadores
fraudulentos, o confiar en burócratas que realizan importaciones bajo la mayor
opacidad”. Manuel Sutherland, “2016: La peor de las crisis económicas, causas,
medidas y crónica de una ruina anunciada”, CIFO, Caracas 2016.
[3] Ignazio Silone, “L'École des dictateurs”,
Collection Du monde entier, Gallimard, París 1964.
USA.