Febrero poéticamente hablando el más galante
de los meses invernales se ha marchado, algo para el recuerdo o nostalgias
venideras nos habrá dejado. Pero en el campo de la realidad cotidiana de un
pueblo, de un país, sumido en una profunda crisis en lo político, económico y
social, producto de los excesos de su destino manifiesto, significó uno de los periodos
en el que los efectos del cambio climático se hicieron sentir con una severidad
enorme. Descomunales tormentas invernales que sepultaron literalmente a
comunidades enteras en grandes regiones del país, en algunos casos hasta 40
pulgadas de nieve acumulada, paralizaron casi por completo todo tipo de
actividad con los consiguiente atrasos y dolores de cabeza experimentados por
millones de personas que presenciaban impotentes la potencia paralizadora y
destructora de semejantes fenómenos naturales que cada temporada son más
frecuentes. Estas tormentas invernales paralizaron y terminaron de afectar
negativamente la vida de millones de personas quienes esperan mucho de sus
supuestos líderes políticos que lo único que ofrecen son discursos vacíos que
no solucionan nada. Ahí tenemos todo el circo político que se ha armado alrededor
de la cacareada reforma migratoria que aliviaría o haría menos sufrible la vida
de millones de indocumentados, es cuestión de buena voluntad política y
sensibilidad humana el buscarle una solución a este problema de una vez y por
todas. Pero los mandamases de Washigton prefieren la obstaculización y las
soluciones a medias de un problema tan ingente y vital para la salud económica
de este país. Son 11 millones de personas, en el mejor de los casos auténticas
mil usos todas, que como quedó demostrado durante los momentos críticos de
estas recientes tormentas invernales estaban ahí prestas, aun a riesgo de sus propias vidas
trabajando turnos de hasta 30 o más horas, a aportar su valiosa ayuda para
darle un respiro a aquellas personas y comunidades que habían sufrido los
embates de la Madre Naturaleza. Son 11 millones que esperan se les reconozca su
aporte y esfuerzo para con este país y su sociedad, que se les pare de criminalizar
y considerar como subhumanos, solo piden que se les dé la oportunidad de vivir aunque
sea con un mínimo de dignidad libres del temor a la persecución y del
anonimato. LaQnadlSol.
COPOS EN FEBRERO
Por Ilka Oliva, 27 febrero, 2013
Y me como dice aquella de Sabina, …
y me dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres… y la nieve no deja de caer. Se dio al anuncio
en la mañana de que al filo del medio día comenzarían a caer catizumbadas de
nieve y fue así efectivamente, toda la tarde, toda la noche y gran parte de la
madrugada.
Febrero es galante y generoso es el mes más blanco del invierno su
despedida no podía ser para menos silenciosa, describiría el invierno como algo
maravilloso porque a mí me gusta, porque no me deprime y porque hay magia en
cada copo, otra persona tal vez te dirá que se le baja la moral porque nunca o
casi nunca sale el sol, que detesta los días nublados y grises, que el frío
quema, que limpiar la nieve aburre y que detesta las atracazones en la
carretera.
Lo cierto es que cada instante, cada día, cada época tiene su lado de luz y
su lado oscuro yo pienso que ambos hay que disfrutarlos o sufrirlos según sea
el caso con la misma intensidad, porque las cosas a medias no sirven, es mi
forma de ver la vida y de vivirla estoy encaramada en una constante montaña
rusa, pa`rriba y pa`bajo.
Traté de dormir como seguro trató de hacerlo el resto de la ciudad pero fue
imposible y no porque el efecto nevada tenga el mismo de la lluvia cayendo
sobre las láminas oxidadas en las covachas de Ciudad Peronia, sino porque el ruido de las palas raspando la nieve crean
un sonido ensordecedor que lujo fura si se pareciera al de las chicharras
despertando en los últimos días de febrero para engalanar el marzo de allá
pondieuna.
A las diez de la noche pasó el primer carro de palangana con su enorme pala
raspando la nieve en la calle y un puñado de hombres armados con palas
limpiando las banquetas y las puertas de los edificios. El ritual se realizó
cada hora hasta las cinco de la mañana.
Quedándome medio cuajada iba cuando otra vez aparecía la mole con su pala
eléctrica, ahora con la adicción de un motor lanzando sal y un hombre
encaramado en una máquina muy parecida a
las de cortar grama de esas que recogen la nieve y por medio de una especie de
embudo la van lanzando hacia un lado.
Me levanté vi el reloj era la una de la madrugada con cuarenta y cuatro
minutos, me asomé a la ventana y observé el espectáculo: me detuve en los
hombres algunos con triple chumpa, los que tuvieron suerte y el dinero les dio
para comprar botas de invierno los otros
con zapatos normales y con la nieve congelándoles las pantorrillas, con guantes y bufandas unos y otros con una
simple gorra de verano cubriéndoles la cabeza, todos latinoamericanos y me
atrevo a afirmar que centroamericanos y mexicanos que somos quienes en general realizamos este tipo de trabajo.
Y digo realizamos porque mi hermana y yo también lo hicimos, recién
llegadas a este país de ensueños fantasmagóricos y de adormecidas letanías de
triunfos fallidos, limpiamos nieve éramos de las hormiguitas muy parecidas al
puñado de hombres que vi hoy en la madrugada, con pala en mano limpiando la
nieve de las banquetas. En invierno dormíamos con el celular encendido esperando
que a cualquier hora de la noche y madrugada timbrara teníamos cinco minutos
para abrigarnos y salir, conducir hasta el punto de reunión y treparnos en las
moles de palas eléctricas, el recorrido
por centros comerciales, pueblos, duraba
largas horas, terminábamos con los brazos molidos, los pies congelados y
la nariz roja como un tomate, las orejas tiesas y el hambre a tuto. El salario
mínimo nos felicitaba por la ardua labor.
También entre los mil oficios fueron dos inviernos limpiando la basura del
estacionamiento de un enorme centro comercial, llegábamos a las seis de la
mañana y a limpiar pues las cuadras y cuadras llenas de basura, cuando nevaba
el clima entibiaba pero cuando había nevado la noche anterior era toda una
expedición ir a realizar el trabajo.
Entonces te das cuenta que la discriminación se ha propagado mucho más que
en siglos pasados aunque intentemos maquillarla con mil frases distintas, una
mirada lo dice todo, un gesto, una palabra. A nosotras los gringos que iban en
sus carros de último modelo nos fulminaban con la mirada, temían que nos
acercábamos a sus carros pensaban quizá que en un descuido los podríamos
abrir para asaltarlos, tu apariencia los
asusta, andás recogiendo basura, con
guantes sucios cargando bolsas negras plásticas y vos olés a residuos de todo
tipo. Trabajo que dignifica como cualquier otro.
Esos inviernos son inolvidables en mi vida. En la parte de atrás del centro
comercial estaba el recipiente de basura una especie de furgón, eran esos días…
tan agrios en mi vida de migrante, me odiaba y odiaba todo lo referente con mi
nueva vida en este país, conversábamos con mi hermana durante todo el
recorrido, ella en un lado del estacionamiento y yo en el otro calle por calle
de ida y vuelta, ella me exigía aprender inglés para tener la opción a limpiar
casas de lo contrario me dijo que me
pasaría limpiando estacionamientos toda mi vida, y yo le decía que lo mismo era
limpiar inodoros en un lugar que en el otro, pero después comprendí que no es
lo mismo, en uno te pagan más aunque la humillación es la misma, aunque yo he contado con la suerte de tener patronas
con el nivel de conciencia un poco más elevado al de la media, y en otros casos también me he
topada con lacras del racismo y xenofobia. Algunas veces me he negado a
trabajar y prefiero comerme las uñas pero en otras la tripa obliga y la
mensualidad del alquiler del apartamento. Entonces aprendés… aprendés… aprendés
que en la vida el trabajo honrado
dignifica aunque tu ego se sienta abatido es una lucha que le da equilibro a tu
vida y que si sabés aceptar y comprender te das cuenta que el ego es solamente
un estorbo que no te permite ser.
Yo odio limpiar pero aprendí a tenerle respeto a ese tipo de trabajo y a
agradecerle mi sustento.
Estaba ahí parada repesada en la ventana eran las dos de la madrugada
preparé café y les llevé al puñado de hombres limpiando la nieve con palas, sus
rostros sorprendidos lo agradecieron antes que lo hicieran sus palabras que
salían congeladas de sus labios. Qué ilusión ver sus miradas lo que hace una
simple taza de café a las dos de la madrugada.
Subí nuevamente a mi cuchitril y
les dije que me dejaran las tazas en la puerta del edificio. Me acosté en mi
cama con la mirada clavada en el techo
con la luz apagada, pensando en esos días limpiando nieve y limpiando el
estacionamiento del centro comercial, de
la ilusión que tuve de poder tomarnos una foto con mi hermana ahí recogiendo
basura y limpiando nieve para recordar cuando la memoria nos fallara, así como
tanto quise tener una de niña vendiendo helados pero nunca tuvimos dinero para
un lujo de esos, las imágenes difusas se
columpian en mis sesos cuando la urbe de
esta ensombrecida ciudad trata de enamorarme, entonces aparece inmediatamente
la niña heladera con sus canillas
cenizas, echa pistola corriendo con su hielera a tuto tratando de esconderse el
cobrador que no la dejaba vender en los callejones del mercado, cómo quisiera
tener en mis manos una fotografía de aquella niña guindaba de los autobuses
ofreciendo los helados y apeándose al pedalazo en la parada más cercana para
luego abordar otro y realizar el mismo ritual. Pero no hay ninguna no hay tales
de regresar el tiempo, solo tengo prestados
los recuerdos que temo que algún
día confabulen y armen su propia manifestación y se larguen lejos de mi
memoria, ese día moriré porque no sabré quién soy y de nada me servirá la vida.
Un día limpiando un inodoro en casa
de una señora recuerdo que le dije a mi jefe que me tomara una foto con mi teléfono celular ahí
limpiando el baño y él se sorprendió me preguntó que para qué quería una foto
en el baño y limpiándolo además, entonces le dije que a veces el ego traiciona
y cuando eso sucediera yo tendría esa foto en mi mano para arroparme en ella y
no despegar los pies del suelo.
Hoy en día tengo una cámara fotográfica que es mi amante, amiga,
confidente, compañera de aventuras que emprendemos ella y yo solamente. Cómo
hubiese querido contar con ella en mi infancia, pero la tengo ahora y el
presente hay que vivirlo con la
intensidad de que puede ser el último día de tu vida.
Es febrero el galante mes del invierno que generosamente se viste de blanco
para enamorarme y yo no me puedo resistir a su encanto, el día amaneció gris y
las nubes se confunden con el humus que emana de la tierra, y yo desvelada,
pasmada y toroleca me alisto para irme a trabajar y despedir el mes con el
respeto que se merece.
Posdata: sigo en los mil oficios lo cual no es ninguna tragedia sino una
tremenda universidad.
27 del mes del jocote rojo y de la flor de pito, de allá pondieuna.
Publicado por LaQnadlSol
Stamford CT., USA.
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