INTRODUCCIÓN
La Ciudad de la Estrella, como le llamara el
poeta colombiana Porfirio Barba Jacob, seduce con sus callejuelas estrechas de
viejo abolengo hispano. Es una ciudad que no es de este mundo. Se cuaja la luna
en sus piedras relucientes por el brillo de la noche y en sus calles retorcidas
a cada momento, en cada recodo, es un lugar propicio para el amor. Quien la
haya diseñado era un poeta, porque no hay ciudad más bella que ella. El calor
del amor, esa expresión tan común, se entera uno de su sentido real cuando del
frío de la calle te metes a la cama y te acaricia la tibia ternura de las
sábanas y la piel de la mujer amada. Xela te enseña a ser varón y comprender la
justa dimensión del amor. Luciano Castro
Barillas.
RAZONES Y SINRAZONES
PARA AMAR A UNA CIUDAD
Por Manuel José Arce
Xela: te quiero por tu gente, por tus indios
dignos y por tus señorones señoriales. Por tus calles retorcidas y tus casonas
de piedra tallada. Por tu aire limpio, tu frío piadoso que aprieta pero no mata
y por tus flamantes aguaceros. Por tus puentecitos sorpresivos hechos para que
pasen las canciones y las correntadas con barquitos de papel. Por tus
empedrados y tus balcones en los que todavía se oyen pasos y besos sin gente.
Porque tienes orgullo de lo que fuiste y tiempo
para seguir siendo. Por tus Juegos Florales y tus reinas con Corte de
querubines. Porque el español que hablas sabe a verso salpicado por cadencias
indígenas. Por la cabeza nevada y el vozarrón de retumbo de Don Alberto
Velásquez y por el paso que te dejó tatuado Carlos Wyld Ospina. Por los anteojos
y la pelambre de Don Osmundo y por tus mil familias de marimbistas y magos. Por
las manzanas, los duraznos, las ciruelas y las rosas silvestres que crecen
generosas y libremente en tus patios. Por la sonrisa burlona de Don Chebo
Ibarra. Por las verduras de Zunil y Almolonga cultivadas con sudor de hombres y
magma de volcanes. Por la frente atormentada de Werner Ovalle López. Por el
trigo y el maíz hondos en el paisaje y de pie en la sangre de tu gente. Por las
fuentes Georginas en la axila sudorosa de la montaña. Por tu Catedral que
hierve en cúpulas y tu San Nicolás de gótico ingenuo y tu león de ojos
luminosos y tu Templo de Minerva terminado medio siglo después.
Por la shola de Herminio y la risa con dientes
acústico de Baldomero. Por los refrescos de “El Pájaro Azul” endulzados con
declaraciones amorosas de adolescentes escolares y por las campanas que te
sueñas desde los callejones hasta los rebaños de ovejas negras.
Por el maishtro Nito Rodolfo Geleotti de la
Truncia y de las Torres con sus Tecunes pelioneros, sus Marimbas malversadas y
el sudor cantando. Por el duro pisto de los De Paz. Por el agreste erudito que
alienta bajo la piel de viejo tambor del Profesor Chávez.
Por tus ricos de antaño que conocían París sin
venir a la capital. Y por tus ínfulas de Sexto Estado. Y por tu Ferrocarril que
perdió sus rieles andinistas en el olvido. Por tus futbolistas de leyenda que
heredaron la técnica de los jugadores de pelota precolombinos. Por tu Teatro
romántico que revive todas las noches en el silencio el eco de los viejos
aplausos. Por las añoranzas que duermen en el INVO o en el INSO o en cada aula
pajarera a las que los viejos vuelven para sentirse jóvenes, a las que los
jóvenes llegan para seguir siendo jóvenes. Por tu vecindario con el Caldo de
Frutas. Porque tienes una cárcel convertida en Casa de la Cultura. Por tus
lindas viejas chismosas de la Archicofradía de la Tijera y de la Hermandad del
Despelleje. Por los pasos cruelmente interrumpidos de Julio César de la Roca.
Por los acantos de tu Alcaldía y por el paisajito orgulloso de tu escudo
dibujado por Doña Celeste de Espada en mis diplomas de poeta.
Por los ojos de Thelma del Río Xequijel fijos
en la eternidad. Por tu callejón de “La Selecta”, por tu campo de la
feria, y de la furia. Por tus “Tristezas
Quezaltecas”. Por tu legión de Médicos sabios que aprendieron en La Sorbona y
entre los brujos del cerro del Baúl.
Por la casa que me alquilaban los Chiminos
Arriola en tiempo del Gallo Calderón y de Diego. Por tu gente toda, por tus
nubes todas y por tu aire todo. Por cada una de tus piedras y tus tejas y tus
adobes. Por cada una de tus horas y de tus espigas y de tus lágrimas. Por cada
uno de tus sueños y de tus alardes y de tus angustias.
El inventario todo que conforma tu estilo,
Xelajú; lo quiero, lo defiendo con amor, le pongo mi cariño a manera de chonte
desvelado para cuidarlo. Si algo puede mi amor, óyelo, no te pierdas, no me
niegues el rostro de mestiza con el que supiste enamorarme para siempre.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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