sábado, 2 de junio de 2012

LAS DEFORMADAS FORMAS…

INTRODUCCIÓN

Las formas siempre han sido las apariencias. Desde la antigüedad, el propio Cristo dijo (…) que en el mundo solo hay dos cosas: la verdad y la falsedad. La verdad es lo que es, y la falsedad lo que parece ser. Pero quizá la peor expresión de las formas se encuentre en el ámbito jurídico, pues no es lo mismo un hombre de derecho que tiene como valor más preciado la equidad, cumbre de la justicia; que un leguleyo para quien importan los legalismo extremos, que son la antítesis de la justicia. Es decir, los hombres al servicio de las leyes y no las leyes al servicio de los hombres. Pero esta excepcional lección de derecho y de filosofía nos la da, no precisamente un académico, sino un ayudante de albañil (que el diploma o título más importante que obtuvo en la vida Manuel José, nuestro insigne poeta, otorgado por INTECAP) saturado de sabiduría; impregnado de amor, auténtico hombre de letras, que aprendió desde muy joven, como dijera el poeta inglés Dylan Thomas, “muy niño me enamoré de las palabras. Amor del que no se habla es visión de ciegos. Si supiera exactamente lo que es la palabra o el amor, dejaría de escribir.  Pero lo dicho de la autenticidad, no de la apariencia  de las personas hay una variante brillante, alucinante, maravillosa; dicha por un gay respetable en el guión de su película “Todo sobre mi madre”, que me dio un vértigo mental, al referirse a la historia entrelazada de una puta vieja y fea, abocada a todo tipo de implantes (senos, glúteos y nariz) para verse mejor, para mejorar su “apariencia física”, haciéndole decir al personaje secundario de la película: “Uno es más auténtico, en tanto más se parece a lo que ha soñado de uno mismo. Es, pues, el espacio cultural que le ofrece La Cuna del Sol a sus apreciados lectores. Luciano Castro Barillas.


LAS DEFORMADAS FORMAS


Por Manuel José Arce

“Usted puede hacer lo que quiera,  siempre y cuando no atropelle las formas”. ¡Las formas! Robe, muy bien. Pero que nadie piense que está robando sino que está obteniendo una “legítima ganancia”. Mate. Claro que puede matar. Pero, por favor, que se pueda decir que “está haciendo justicia”, que está defendiendo tal o cual causa. Deforme, prostituya, explote, saquee, falsee, puede hacer todo lo que usted quiera, todo lo que se le antoje… pero ¡cuidado con las formas! Las formas, las fachada integérrima, la apariencia intachable.

En aras de las apariencias destruimos todo lo que con ellas queremos simular. Las apariencias, las formas son las tapaderas pomposas de los tachos de la basura. Compro mi apariencia humanitaria con el dinero que obtengo explotando inhumanamente a mis congéneres. Compro mi apariencia de hombre culto con lo que obtengo de la ignorancia ajena. (¿Qué es la cultura de las grandes naciones cultas sino el depósito del saqueo, a mano armada, de la cultura de otras naciones consideradas como incultas?).

Así hemos vaciado de contenido las palabras. Hemos deformado su sentido intrínseco. La “forma” debió ser, en alguna época, la apariencia externa consecuente de un contenido interno. Pero la simulación, la falsificación, la trampa burguesa, llevó a crear un divorcio entre la forma externa y el contenido interno hasta el punto de que la forma se ha transformado en una contraverdad  -como dice alguien a quien amo- , como la expresión antitética de lo que hay detrás de ella.

La palabra “amor” no conlleva, en frecuentes ocasiones, sino la denominación del anti-amor, de la egoísta posesión de la persona, el uso de la persona, la asociación sadomasoquista (para emplear el término clínico) entre dos personas que, tras la forma, ocultan infiernos de pugnacidad, de odio mutuo.

La palabra “respeto” y sus derivados ha devenido un término burgués que equivale, semánticamente, a una falsa respetabilidad, a un ceremonioso traje negro, a una actitud engolada, a la máscara de Tartufo, cuando lo verdaderamente respetable es lo opuesto, lo auténtico, lo vital, lo profundamente humano.

Las formas. El culto al formalismo, la obsesión por el formalismo han vaciado las formas, han creado una versión disfrazada de la realidad que nos obligó a todos a interpretarla como justamente lo opuesto. Los pechos, las nalgas, las caballeras postizas han usurpado el sitio de la realidad de una mujer hermosa. Las maneras retorcidas y falseadas de simular el amor han llegado a ocupar, en nuestras formas de relacionarnos, el sitio del verdadero amor. El diletantismo y lo snob en vez de la cultura. Lo indigno de respeto en lugar de lo verdaderamente respetable.

Y en ese juego de máscaras, de simulaciones, de cotidiana mentira en que estamos todos metidos hasta la médula del alma, hasta el menor de los átomos del aire respirado, la institución de la forma, de lo formal, del formalismo que tiene en la Babel de la incomunicación, en el archipiélago del egocentrismo y de la desconfianza mutua más salvajes y feroces, en la guerra más loca y desesperada. La cáscara de una piña puede esconder un tomate, la piel de la oveja oculta un lobo, la palabra significa lo contrario de lo que expresa.

No obstante, a pesar de que todos los sabemos, seguimos gritando ¡cuidado con las formas! Seguimos quemando incienso ante el altar de las formas, sacrificando en ese mismo altar todo lo noble, todo lo verdadero y alto de lo que el ser humano puede ser capaz.

No creo que esta voz sea una prédica iluminada capaz de cambiar nada en absoluto. No creo que mis palabras puedan hacer nada. Ni lo pretendo. Solo digo lo que veo, vivo y siento. Solo grita desde aquí: ¡No estoy de acuerdo!






Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.

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