INTRODUCCIÓN
Eric Hobsbawm quien falleció el 1 de
octubre a la edad de 95 años fue descrito por The Guardian, como el más
ampliamente leído y por un considerable margen el más influyente y respetado
intelectual e historiador británico de la tradición marxista. El escribió más de 20 libros
incluida la celebrada serie de tres volúmenes sobre el “largo siglo XIX” desde
la revolución francesa hasta la primera guerra mundial. Fue miembro del partido
Comunista desde 1936 hasta que colapsó después de 1989, paso la mayor parte de
su vida como profesor universitario en Cambridge al igual que en Birbeck en
Londres. Howsbawm rehusó, a lo largo de toda su vida a, abandonar el comunismo que
lo transformó en una figura. Como le explico al New York Times en el 2003, “Yo
pienso todavía que fue una gran causa, la emancipación de la humanidad. Quizás lo
hicimos de la forma equivocada, quizás apoyamos al caballo equivocado, pero
usted tiene que estar en esa carrera, o de lo contrario la vida humana no vale
la pena vivirla”. Sus críticos se irritaban ante su insistencia de no
retractarse de sus creencias en el Comunismo, tal vez condenando su legado al
recuerdo de un simpatizante comunista que del sistemático, perspicaz historiador.
En 1989 se convirtió en Companion of Honour
un raro honor para cualquier Marxista. Marvin Najarro.
ERIC HOBSBAWM, LA ÚLTIMA
ENTREVISTA
Por Wlodek Goldkorn
La noticia de la muerte del capitalismo es por lo menos prematura, el
sistema económico social que desde hace algunos siglos gobierna el mundo no
está ni siquiera enfermo, y basta mirar a China para convencerse de ello y para
leer el futuro. En Oriente, masas de campesinos están entrando al universo del
trabajo asalariado, abandonan el mundo rural y se convierten en proletarios. Ha
nacido un fenómeno nuevo, inédito en la historia: el capitalismo de Estado,
donde la vieja burguesía intelectual, creativa y, si cabe, rapaz —como la
describía Marx en el “Manifiesto Comunista”—, es sustituida por las
instituciones públicas. En suma, esto no es el fin del mundo, y ninguna
revolución está a la vuelta de la esquina, simplemente el capitalismo está
mudando la piel.
Eric Hobsbawm desciende con una especie de montacargas por la empinada
escalera de su casa de Highgate, en Londres, no muy lejos, precisamente, del
lugar donde descansa su gran maestro e inspirador, Karl Marx. Ha sido sometido
a una operación, y por eso camina con dificultad. Tiene 95 años, pero si el
cuerpo muestra las marcas de la edad, la cabeza de este señor, considerado el
máximo historiador contemporáneo, es la de un joven.
Está escribiendo un ensayo sobre Tony Judt, un intelectual británico
fallecido prematuramente, hace dos años. Habla en la BBC, está más activo que
nunca. Y nunca ha dejado de ser marxista. Y, si para esta entrevista con
L’Espresso , una de las poquísimas que ofrece, pidió que le mandasen las
preguntas por email, y aunque comenzara según el esquema acordado, después de
pocos minutos pasa a un acelerado y espontáneo diálogo con el interlocutor.
“ Me pregunta si es posible el capitalismo sin crisis”, comienza. “No. A
partir de Marx sabemos que el capitalismo funciona precisamente a través de
crisis, y restructuraciones. El problema es que no podemos conocer la gravedad
de la crisis actual porque aún estamos dentro de ella”.
¿La crisis actual es diferente de las anteriores?
Sí. Porque está ligada a un desplazamiento del centro de gravedad del
planeta: desde los viejos países capitalistas hacia las naciones emergentes.
Del Atlántico al Océano Índico y el Pacífico. Si en los años treinta todo el
mundo estaba en crisis, a excepción de la URSS, hoy la situación es distinta.
El impacto en Europa es diferente respecto de los países BRIC: Brasil, Rusia,
India, China. Otra diferencia con el pasado es que, a pesar de la gravedad de
la crisis, la economía mundial sigue creciendo. Aunque solo en las zonas que
están fuera de lo que llamamos Occidente.
Cambiarán las relaciones de fuerza, ¿también las
militares y políticas?
Por el momento, están cambiando las económicas. Las grandes acumulaciones
de capital de inversión son hoy día las que pertenecen al Estado y a las
empresas públicas en China. Y, de este modo, mientras en los países del viejo
capitalismo el desafío es mantener los niveles de bienestar existentes —aunque
yo creo que estas naciones se encuentran en un rápido declive—, para los nuevos
países, los emergentes, el problema es cómo mantener el ritmo de crecimiento
sin crear problemas sociales gigantescos. Está claro, por ejemplo, que China se
ha dado a una especie de capitalismo en el que la presión de la marca
occidental del Welfare, el Bienestar, es completamente inexistente. Ha sido
sustituida en su lugar por la velocísima incorporación de las masas de
campesinos al mundo del trabajo asalariado. Es un fenómeno que ha tenido
efectos positivos. Queda la cuestión de si este mecanismo que puede funcionar a
largo plazo.
Lo que está diciendo nos lleva a la cuestión del
capitalismo de Estado. El capitalismo como lo hemos conocido significaba una
apuesta personal, creatividad individualismo, capacidad de invención por parte
de la burguesía. ¿Puede el Estado ser tan creativo?
Hace unas semanas, The Economist versaba sobre el capitalismo de Estado. En
él se planteaba la tesis de que este sistema podría ser óptimo para la creación
de las infraestructuras y en lo que respecta a las inversiones masivas, pero no
tan conveniente en lo concerniente a la esfera de la creatividad. Pero hay más:
no es seguro que el capitalismo pueda funcionar sin instituciones como el
Bienestar. El Bienestar por norma es gestionado por el Estado. Por tanto, creo
que el capitalismo de Estado tiene un gran futuro.
¿Y qué hay de la innovación?
La innovación está orientada al consumidor. Pero el capitalismo del siglo
XXI no debe pensar necesariamente en el consumidor. Y por otro lado, el Estado
funciona bien cuando se trata de la innovación en el ámbito militar. Además, el
capitalismo de Estado no tiene la obligación de garantizar un crecimiento
ilimitado, lo cual es una ventaja. Al decir esto, deducimos que el capitalismo
de Estado significa el fin de la economía liberal como la hemos conocido en los
últimos cuarenta años. Pero es la consecuencia de la derrota histórica de
aquello que yo llamo “la teología del libre mercado”, la creencia, realmente
religiosa, según la cual el mercado se regula por sí mismo y no precisa de
ninguna intervención externa.
Durante generaciones la palabra capitalismo rimaba
con libertad, democracia, con la idea de que los individuos forjan su propio
destino.
¿Estamos seguros de eso? En mi opinión, no es en modo alguno evidente la
asociación de los valores que acaba usted de mencionar con determinadas
políticas. El capitalismo de mercado puro no está obligatoriamente vinculado a
la democracia. El mercado no funciona como teorizaban los pensadores liberales:
desde Hayek a Friedmann. Lo hemos simplificado demasiado.
¿A qué se refiere?
Hace algún tiempo escribí que hemos vivido con la idea de dos vías
alternativas: el capitalismo de aquí y el socialismo de allá. Pero esa es una
idea estrambótica. Marx nunca la tuvo. Por el contrario, él explicaba que este
sistema, el capitalismo, un día quedaría superado. Si observamos la realidad,
Estados Unidos, Holanda, Reino Unido, Suiza, Japón, podemos llegar a la
conclusión de que no se trata de un sistema único y coherente. Hay muchas
variantes del capitalismo.
Sin embargo, los financieros prevalecen. Hay quien
dice que el capitalismo podría existir sin la burguesía. ¿Cree que es acertado?
Ha emergido con fuerza una élite global compuesta por personas que lo
deciden todo en el campo de la economía y que se conocen entre ellos y trabajan
juntos. Pero la burguesía no ha desaparecido: existe en Alemania, quizás en
Italia, menos en Estados Unidos y Reino Unido. No obstante, ha cambiado el modo
en que se accede a formar parte de ella.
¿Es decir?
La información es hoy día un factor de producción.
Eso no es nada nuevo. Los Rothschild se hicieron ricos porque fueron los
primeros en enterarse de la derrota de Napoleón en Waterloo, lo que les
permitió desbancar la Bolsa…
Yo lo veo de otro modo. Hoy haces dinero porque controlas la información. Y
este es un argumento fuerte en manos de los reaccionarios que proponen combatir
a las élites educadas. Las personas que leen y que tienen una avanzada
formación universitaria son las que consiguen los empleos más lucrativos. A la
gente bien formada se le identifica con los ricos, con los explotadores, y eso
es un verdadero problema político.
Hoy se hace dinero sin producir bienes materiales,
con derivados, especulando en Bolsa.
Pero se sigue haciendo dinero también, y sobre todo, produciendo bienes
materiales. Solo ha cambiado el modo en que se produce aquello que Marx llamaba
el valor añadido (la parte del trabajo del obrero de la que se adueña el
propietario [ Nota del redactor] ). Hoy este valor añadido ya no lo producen
los trabajadores, sino los consumidores. Cuando compra un billete de avión
online , usted con su trabajo gratuito, está pagando por la automatización del
servicio. Por tanto, es usted el que crea la plusvalía que genera el beneficio
de los propietarios. Esto es una consecuencia característica de la sociedad
digitalizada.
¿Quién es hoy el propietario? En cierto tiempo
existió la lucha de clases.
El viejo proletariado ha seguido un proceso de externalización; de los
antiguos países hacia los nuevos. Es allí donde debería darse la lucha de
clases. Pero los chinos no saben qué es eso. Hablando en serio, quizás tengan
lucha de clases, pero todavía no la hemos visto. Y añado: las finanzas son una
condición necesaria para que el capitalismo camine hacia adelante, pero no
indispensable. No se puede decir que el motor que mueve a China sea solo el
afán de lucro.
Es una tesis sorprendente, ¿puede explicarla?
El mecanismo que está detrás de la economía china es el deseo de restaurar
la grandeza de una cultura y de una civilización. Es lo contrario a lo que
sucede en Francia. El mayor éxito francés de las últimas décadas ha sido
Astérix. Y no es casualidad. Astérix es el retorno al remoto poblado celta que
resiste al asalto del resto del mundo, un poblado que pierde pero que
sobrevive. Los franceses están perdiendo, y lo saben.
Mientras tanto, en Occidente tenemos a los bancos centrales que nos dicen
qué tenemos que hacer. Se habla de cuentas, de números, pero no de los deseos
de los humanos, y de su futuro. ¿Se puede avanzar así?
A largo plazo no. Pero estoy convencido de que el verdadero problema es
otro: la asimetría de la globalización. Algunas cosas están globalizadas, otras
súper globalizadas, y otras no han sido globalizadas. Y una de las cosas que no
lo ha sido es la política. Las instituciones que deciden sobre política son los
Estados territoriales. Por tanto, queda abierta la cuestión de cómo tratar
problemas globales sin un Estado global, sin una unidad global. Y eso afecta no
solo a la economía, sino también al mayor desafío actual, el medio ambiente.
Uno de los aspectos de nuestra vida que Marx no supo ver es el agotamiento de
los recursos naturales. Y no me refiero al oro o al petróleo. Pongamos como ejemplo
el agua. Si los chinos tuvieran que usar la mitad del agua per cápita utilizada
por los estadounidenses, no habría agua suficiente en el mundo. Se trata de
desafíos en los que las soluciones locales son inútiles, salvo desde el punto
de vista simbólico.
¿Hay alguna solución?
Sí, siempre que se comprenda que la economía no es un fin en sí misma, sino
que forma parte de la vida de los seres humanos. Esto se percibe observando la
trayectoria de la crisis actual. Según las creencias anticuadas de la
izquierda, la crisis debería generar revoluciones. Pero estas no se ven
(exceptuando las protestas de los indignados). Y, puesto que no sabemos tampoco
cuáles son los problemas que van a surgir, no podemos siquiera saber cuáles
serán las soluciones.
¿Puede hacer al menos algunas previsiones?
Es extremadamente poco probable que China llegue a ser una democracia
parlamentaria. Es poco probable que los militares pierdan todo el poder en la
mayoría de los Estados islámicos.
Usted ha defendido la necesidad de llegar a una
especie de economía mixta, entre lo público y lo privado.
Vuelva la vista atrás a la historia. La URSS intentó eliminar el sector
privado. Y resultó ser un sonoro fracaso. Por otro lado, la tentativa ultraliberal
también ha fallado miserablemente. Por tanto, la cuestión no es cómo será la
combinación de lo público con lo privado, sino cuál es el objeto de esta
combinación. O mejor, cuál es su objetivo. Y el objetivo no puede ser
simplemente el crecimiento de la economía. No es cierto que el bienestar esté
ligado al aumento del producto total mundial.
¿El objetivo de la economía es la felicidad?
Ciertamente.
Sin embargo, las desigualdades siguen creciendo.
Y están destinadas a aumentar aún más; con seguridad aumentarán dentro de
los Estados, y probablemente entre unos países y otros. No tenemos ninguna
obligación moral de intentar construir una sociedad más igualitaria. Un país
donde hay más equidad es probablemente un país mejor, pero no está en absoluto
claro el grado de igualdad que una nación es capaz de mantener.
¿Qué queda de Marx? Usted, a lo largo de toda esta
conversación, no ha hablado ni de socialismo, ni de comunismo…
El hecho es que ni siquiera Marx habló mucho de socialismo ni de comunismo,
pero tampoco de capitalismo. Escribía sobre la sociedad burguesa. Permanece su
visión, su análisis de la sociedad. Queda la comprensión del hecho de que el
capitalismo funciona generando crisis. Y por otro lado, Marx hizo algunas previsiones
acertadas a medio plazo. La principal: que los trabajadores deben organizarse
como partido de clase.
En Occidente se habla cada vez menos de política y
cada vez más de técnica. ¿Por qué?
Porque la izquierda ya no tiene nada más que decir, no tiene un programa
para proponer. Lo que queda de ella representa los intereses de la clase media
formada, y claramente no están en el centro de la sociedad.
Publicado Por LaQnadlSol
CT., USA.
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