La tragedia natural le
ha servido al actual gobierno reaccionario para hacerse trabajo de imagen y
exhibir una preocupación que no existe, con el fin de recuperar una base social
que pierde aceleradamente y que no le confiere perspectiva para reelegirse en
las próximas elecciones. Pero hay algo más. La región afectada es donde se dan
los más altos niveles de ingobernabilidad y donde la conflictividad social es
casi explosiva: pobreza extrema, narcotráfico, contrabando, minería y desacato
a todo poder público. Así las cosas, podría ser que el terremoto del 7 de
noviembre de 2012 sea un nuevo catalizador que lleve a algún punto inopinado por
aquello de la exacerbación de las condiciones objetivas de que tanto se habló
en décadas pasadas.
LOS TERREMOTOS: LOS
GRANDES
REVELADORES DE LA
REALIDAD NACIONAL
Por Luciano Castro Barillas
Nada mejor que los seísmos para desvelizar de
cuerpo entero la famélica estructura social guatemalteca. Semejante a lo que
ocurrió en los Estados Unidos con el huracán Sandy: incapacidad gubernamental
para enfrentar de manera pronta y debida las catástrofes. Totalmente
comprensible en el caso guatemalteco pero absolutamente injustificable en el
caso de la primera potencia de la tierra que se retrató como todo un coloso con
pies de arcilla que, a las primeras aguas, se les deshizo el sustento y cayó de
bruces. ¿Y si ocurriera una debacle nuclear? Pues los auxilios a los ciudadanos
serían totalmente imprevisibles y por lo visto lo más seguro es que nunca
lleguen.
En Guatemala los terremotos han sido los
catalizadores, creadores de sus grandes momentos históricos. Crisol donde
andares inveterados se han hecho añicos. El terremoto de Santa Marta en el
siglo XVIII, por ejemplo, dio lugar a una nueva ciudad y nuevos ciudadanos
(Guatemala de la Asunción) significó también la ruptura del tejido social de la
metrópoli colonial del Reino de Guatemala entre los que decidieron quedarse
para levantar la señorial ciudad de sus ruinas y los que no viendo mejores
perspectivas en una tierra de gran inestabilidad geológica optaron por hacer su
vida en el Valle de las Vacas o de La Culebra.
El terremoto del 6 de febrero de 1976 fue el preludio trágico de la
segunda etapa de la guerra civil guatemalteca que se desbocó a partir de 1978 y
no paró sino hasta el 29 de diciembre de 1996. La miseria del pueblo de
Guatemala puesta al descubierto por el terremoto de ese año no sensibilizó a la
oligarquía ni le hizo pensar mejor, por el contrario, la coludió aún más
insensatamente con el poder militar e imperialista para impulsar una guerra
total contra las reivindicaciones históricas de un pueblo humilde, esforzado y,
en ese momento, en total rebelión. El
terremoto de 1976 agudizó las contradicciones de la sociedad guatemalteca y las
condiciones objetivas -tan comentadas en
las teorías revolucionarias de la época-
que si algún rezago metafísico tenían, fueron sacudidas, como las
esporas, para fecundar una tierra irredenta en busca de construir un futuro
luminoso. Todo lo contrario ocurrió. Ahora, en la crisis global, aunque el
terremoto no es de alcance nacional y está circunscrito a tres o cuatro
departamentos, la solución de esta problemática es improbable por muchas
razones: porque no hay recursos y porque no hay, sobre todo, voluntad política.
La tragedia natural le ha servido al actual gobierno reaccionario para hacerse
trabajo de imagen y exhibir una preocupación que no existe, con el fin de
recuperar una base social que pierde aceleradamente y que no le confiere
perspectiva para reelegirse en las próximas elecciones. Pero hay algo más. La
región afectada es donde se dan los más altos niveles de ingobernabilidad y
donde la conflictividad social es casi explosiva: pobreza extrema,
narcotráfico, contrabando, minería y desacato a todo poder público. Así las
cosas, podría ser que el terremoto del 7 de noviembre de 2012 sea un nuevo
catalizador que lleve a algún punto inopinado por aquello de la exacerbación de
las condiciones objetivas de que tanto se habló en décadas pasadas.
Las cifras son alarmantes para países
pobrecitos como Guatemala: 21, 800 viviendas dañadas y 1 millardo para hacer
frente inmediatamente a esa tarea, en el caso que las manos de la corrupción no
reduzcan esa cifra al 50%. Se necesitará
también del crédito externo en un monto de 99 millones de dólares facilitados
por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, lo cual es otra
tentación para las manos alevosas de los funcionarios mañosos que siempre salen
enriquecidos de las catástrofes de diferente índole que se dan en nuestro país.
La clase política o el sistema, creo, está sentado en un barril de pólvora o en
la punta de una bayoneta. Es bastante probable que la arrogancia de la clase
dominante no lo vea así, pero el tiempo irá dando la pauta si ocurre el
estrépito o la daga se desliza con dolor.
Publicado por LaQnadlSol
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