Juan Manuel Santos es un
instrumento de las transnacionales, es un instrumento del imperialismo y por
eso sus ideas de paz siempre van a estar ligadas a una determinación mezquina
que es la de exigir la rendición de la guerrilla, la sumisión de la insurgencia
y de la resistencia popular. En general, como si el problema de la guerra y de
la paz tuviera que ver estrictamente con aspectos de orden militar y pasáramos por
alto las razones; las causas de fondo están en la miseria que padece el pueblo
colombiano. Entonces mientras Santos no entienda eso, o quizás lo entiende,
pero mientras no admitan que resolviendo los problemas de los colombianos, de
esos 30 millones que están en condiciones de miseria, mientras eso no se
resuelva, en Colombia no va a haber paz. Nosotros, las FARC tienen toda la
disposición, los brazos, el corazón abierto para hacer una aproximación, un
diálogo que tiene que ser de cara al país, con la participación de las
comunidades. Pero eso no es algo que dependa de nosotros solamente. Santos cree
que depende solamente de su llave y que la tiene guardada ¿no se en que
bolsillo? Este proceso, si alguna vez se inicia, tiene que ser definido y
conducido por las mayorías de este país que son los pobres de Colombia.
Movilizaciones de las masas. Comandante
Jesús Santrich, uno de los
representantes de la guerrilla en la Habana.
LA TREGUA UNILATERAL
DE LAS FARC
Y LAS SEÑALES
ERRÁTICAS DEL PRESIDENTE SANTOS
Por Luciano Castro Barillas
En todo proceso de paz las fuerzas beligerantes
tienen rostros visibles y rostros encubiertos. Es decir, poderes fácticos que
no dan la cara y que, sin embargo, son los que tienen el poder real o toman las
decisiones estratégicas. En el caso de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia, no es exactamente así. Las FARC, como vanguardia revolucionaria, no
responden a más intereses que el de sus propias convicciones y del pueblo que
representan; los campesinos, los obreros, pobladores, desplazados, refugiados,
exiliados y profesionales democráticos. La vida de sacrificio en la selva por
tantos años los coloca en un plano heroico, percepción que naturalmente no
tienen los sectores oligarcas colombianos que los tipifican simplemente como
bandidos o terroristas, término éste último acuñado por la fincada paranoia
norteamericana a partir del 11 de septiembre y puesto muy de moda en el
lenguaje de los variopintos funcionarios de los países dependientes o
extremo-dependientes de los Estados Unidos, a quienes el 11-9 les dolió
particularmente. Para las FARC y su comandancia general o dirección nacional no
fue asunto de intríngulis despiadado el tomar la decisión de la tregua
unilateral. Es una acción sencillamente coherente de personas que, en
primer lugar, aman a su país y quieren construir una sociedad diferente basada
en la justicia integral y la democracia real, independiente de ser un
movimiento político inteligente que eleva su prestigio como interlocutor
político y moral válido y serio. La
decisión está exenta de complicaciones por otro asunto fundamental, pero a la
vez sencillo, como toda verdad: hay una doctrina, el marxismo-leninismo, que le
permite a su dirección no solo identidad de
concepciones teóricas sino métodos comunes de trabajo revolucionario a
seguir. Las visiones tácticas y estratégicas son las mismas, las metodológicas
tal vez no, por eso precisamente existe el otro destacamento revolucionario, el
ELN, que confirma la dialéctica de la revolución y sus contradicciones. Los
saltos de calidad, las reificaciones y las acumulaciones prácticas.
No se puede decir lo mismo del presidente
Santos y su gabinete. Hay una urdimbre de coordenadas, entrecruzadas a tal
punto, que su resolución es tan intricada como El Laberinto del rey Minos de
Creta. Dédalo irresoluble por el entrecruzamiento de las diferentes expresiones
de la oligarquía colombiana que van desde la financiera, la agroganadera (de la
cual Uribe es su más fiel intérprete y representante), la industrial y la
comercial, sin excluir a los grandes barones de la droga colombianos con
vínculos e intereses en el vasto mundo empresarial colombiano legal e ilegal.
Pero hay otro gran poder fáctico que determinará el ritmo de la realidad, de la
negociación, en Colombia: los grandes intereses geopolíticos y económicos
norteamericanos, ante lo cual Santos tendrá la más difícil negociación y la más
fuerte coacción. Las dos fuerzas más poderosas, la oligarquía nacional y el
imperialismo, no pueden arriesgarse a perder sus privilegios en el primer caso
y su influencia político-militar en el segundo caso, sobre todo por la
presencia de un Estado hostil
-Venezuela- que podría incidir
con su ejemplo, en la reversión de las estructuras políticas, sociales y
económicas colombianas. La nueva concepción de la toma revolucionaria del poder
llevada a cabo por el pueblo venezolano es una pedagogía altamente peligrosa
para los sectores conservadores de Colombia. La historia reciente de las
revoluciones sociales en América Latina pueden ir prescindiendo de los
guerrilleros por los votos. Hay un ejemplo muy inmediato en el tiempo y muy
pegado a su geografía que enseña que las revoluciones triunfantes no
necesariamente en el siglo XXI se cristalizan a través del esfuerzo armado. El
foquismo o la insurrección ya son escuelas revolucionarias caducas y aunque
podría afirmarse con Nietzche en su “filosofía del eterno retorno” que,
más temprano que tarde, esas escuelas revolucionarias de lucha, algún día los
revolucionarios podrían apelar nuevamente a ellas; por el momento eso no es
posible. Las circunstancias del mundo son, definitivamente, otras y los métodos
para construir la realidad tendrán que ser innovadores. Ya lo dijo Marulanda en
1992 cuando se le inquirió sobre el porqué los revolucionarios colombianos se
empeñaban en la lucha armada cuando habían caído en cadena los “socialismos” en
Europa Oriental. Dijo algo muy aleccionador: “Los revolucionarios colombianos
vivimos de nuestras propias realidades”. Los términos de negociación
están, pues, determinados también por las experiencias históricas
centroamericanas, como es el caso de Guatemala y El Salvador, donde los
Acuerdos de Paz son ahora simples papeles echados a perder por las intocables
oligarquías nacionales. Lo ocurrido con las revoluciones centroamericanas y sus
procesos de negociación han sido aleccionadores para los revolucionarios
colombianos, de allí que la propuesta es concreta y clara: Acuerdo Suscrito; Acuerdo Cumplido. Las
celadas y los incumplimientos no podrán funcionarle a los oligarcas
colombianos, por lo tanto se impone la sinceridad en lo negociado. De lo
contrario la guerra continuará para hacer de Colombia una tierra insufrible
para todos, para los ricos y para los pobres.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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