(…) Me dan la mano, a
veces, y no he terminado de dar el apretón cordial y fraterno, cuando ya tengo
la zancadilla puesta o la puñalada en la espalda. Pero antes del saludo, me
hicieron la cara de amistad y me prodigaron frases cordiales.
Es una vaina.
Y siempre me pasa lo
mismo. Y lo peor es que no escarmiento. Tengo una ilimitada fe en la gente.
FE EN LA GENTE
(De la serie Pensando
Tonterías III)
Por Manuel José Arce
Me viven fregando. Pero ¿qué voy a hacer? Tengo
fe en la gente.
Me venden un producto que es una verdadera
porquería. Caro además. Pero antes de ofrecérmelo me han dicho que es la gran
maravilla. Me dan la mano, a veces, y no he terminado de dar el apretón cordial
y fraterno, cuando ya tengo la zancadilla puesta o la puñalada en la espalda.
Pero antes del saludo, me hicieron la cara de amistad y me prodigaron frases
cordiales.
Es una vaina.
Y siempre me pasa lo mismo. Y lo peor es que no
escarmiento. Tengo una ilimitada fe en la gente.
Y es que tal vez mi viejo me enseñó a ver la
vida desde un ángulo muy particular. Y creo que toda la gente es buena. Y
cuando no logra serlo, es muy a pesar suyo. Alguien -a quien estimo mucho- me hizo el otro día una observación que
quiero trasladar a usted porque apuntaló en gran medida mi optimismo que
flaqueaba en ese momento.
Hablábamos del fusilamiento aplicado hace poco.
Y usaba yo de mis argumentos que después fueron publicados. “Sí
-decía yo- esa vida de miseria,
frustración y oscuridad solo puede dar un odio monstruoso en esos hombres”. Y
mi interlocutor me hizo la siguiente observación:
-Pero ¿ya se dio cuenta de qué pueblo tan bueno
es el nuestro? Son miles y miles de gentes las que viven dentro de esas
condiciones. Y sólo se dieron esos dos. Y los he visto, luchar a brazo partido
para salir de esa miseria y vivir, al mismo tiempo, dentro de la ley.
Sí. Nuestro pueblo es bueno. Es heroico y
abnegadamente bueno.
Si usted no lo cree, levántese temprano un día
de tantos y asómese a la calle. Verás pasar de madrugada hombres de apretado
paso urgido, que van sacudiéndose todavía de las pestañas el último pedazo de
cansancio que el sueño no logró y que lo llevan como un trozo de fatiga
adelantada en la jornada; los verá pasar en las bicicletas compradas por abonos
salteados, hacia quién sabe qué remota construcción; niños que van con un
rimero de periódicos, más grandes que sus fuerzas, bajo el brazo y un grito
destemplado en la garganta; mujeres de canastos desmesurados cuyo peso, desde
las épocas más tiernas del crecimiento; les ha torcido las piernas, les ha
reducido el cuello y se ha hecho consustancial con su cuerpo.
Véalos. Detrás de cada uno de ellos hay una
familia, hay una vida de privación y supervivencia. Han conseguido un trabajo,
un jornal, insuficiente para sus necesidades más inmediatas. Pero se aferran
con él con uñas y dientes. Véalos: ese es nuestro pueblo.
Son miles y miles. Viven dentro de la ley.
Pagan impuestos. Trabajan. Sostienen hogares. Contribuyen a la vida del país permanentemente.
Es cierto, a veces nuestra gente no tiene toda
eficiencia que quisiérase pedir. A veces se emborrachan. Sus hogares no marchan
de acuerdo con los más altos cánones. Pero ¿qué quiere usted? ¿Qué cultura se
les ha dado? ¿Cuántas energías no les regatea su precaria forma de vida?
Y no hablemos del desempleo. “El que se quiere
ganar la vida lo consigue de cualquier modo”. ¿De cualquier modo honesto? ¿Está
usted seguro? ¿Se ha quedado usted, sin tener una preparación adecuada, sin
empleo? No hablemos de esos hogares en los que falta hasta lo más elemental,
desde el trabajo que garantice una mínima suma paliativa, periódica y segura.
Y al señalar ejemplos no señala excepciones, sino la mayoría de los casos. La mayoría social
que después se vuelve frío número en las estadísticas.
Ese es nuestro pueblo.
Por eso tengo fe en él, en heroica bondad -que a veces parece absurda- . Por eso tengo
fe tonta e ilimitada en nuestra gente.
Aunque me viven fregando.
Publicado por LaQnadlSol
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