Lo que sucedió después del
golpe militar en Egipto que derrocó al gobierno de Mursi no fue más que la
estrategia de los militares golpistas apoyados en este este esfuerzo por liberales,
secularistas, salafistas, e irónicamente, por sectores de la izquierda, de aplastar a la Hermandad
Musulmana.
EN EGIPTO LA HERMANDAD
MUSULMANA
HA SIDO APLASTADA, LA
REVOLUCIÓN FUE UNA ILUSIÓN
Durante los primeros días de los levantamientos espontáneos contra la
dictaduras que tuvieron lugar en el mundo árabe y que hasta le fecha siguen
causando zozobra en esa conflictiva zona del mundo, en variados foros de la
izquierda se discutía sobre la naturaleza de estos levantamientos; ¿eran
revoluciones, estrictamente hablando, que buscaban el suplantamiento del orden
actual afín a los intereses de dominación capitalista, por uno diferente que
acabara de raíz con el viejo orden? O ¿eran la farsa capitalista burguesa de
las llamadas “revoluciones de colores”, las que desde su incepción van
inoculadas con el germen de la cooptación que, al final no van a cambiar nada? Aunque haya quienes siguen creyendo que, como
en el caso particular de Egipto, la revolución con todos sus contratiempos
-golpes militares que derrocan a un gobierno legitimado en las urnas- lo que
necesita es tiempo para resolver todas sus contradicciones y materializarse, los
sucesos que han rodeado al levantamiento egipcio desde sus mismos inicios no
dan para creer que alguna vez existió algo llamado revolución.
En “islamismo, democracia y
revolución”, el respetado filósofo y arabista, Santiago
Alba Rico, habla de los casos en lo que podemos hablar de “revolución”:
- Cuando una mayoría social,
con intereses diversos o no e incluso sin un programa político, derroca una
dictadura.
- Cuando un programa político
de transformaciones radicales, mediante las armas o no y con el apoyo de una
mayoría social, se impone sobre una “democracia burguesa”.
De acuerdo a Alba Rico, “en Egipto hubo una revolución en 2011 en el
primero de los sentidos. No ha habido hasta el momento ninguna revolución en el
segundo de los sentidos. Y el caso ahora del derrocamiento de Mursi no encaja
-es evidente- en ninguna de las dos definiciones. No había ninguna dictadura
que derrocar en Egipto (sino una limitada “democracia burguesa”) y no hay
ningún programa político de transformaciones radicales en juego, al menos
apoyado por la mayoría de la plaza. Cuando son las armas de un ejército
fascista las que derrocan una “democracia burguesa”, eso se llama -técnica y
políticamente- “golpe de Estado”. Si millones de personas, incluso muchas de
ellas revolucionarias en el primer sentido del término, piden un golpe de
Estado, no por eso deja de ser un golpe de Estado. Si miles de personas en la
plaza no quieren la intervención del ejército -porque son revolucionarias
también en el segundo sentido del término- su voluntad queda completamente
anulada por el golpe de Estado. Un ejército fascista que destituye y secuestra
a un presidente electo, que suspende la constitución y disuelve el parlamento,
que detiene a los dirigentes del partido mayoritario, cierra sus televisiones y
dispara sobre sus partidarios, está dando un golpe de Estado. Si lo apoya mucha
gente, lo tiene más fácil. Si lo apoya además la izquierda y lo llama
“revolución”, entonces lo tiene facilísimo.
Indudablemente, Santiago Alba Rico, quien tiene su residencia en Túnez en
donde se está llevando a cabo un proceso político con alguna semejanza al
egipcio, es un hombre que sabe muy bien lo que opina y merece toda la
credibilidad y respeto. En Egipto, cuando las masas -con interese diversos-
salieron a las calles, concentrándose en la Plaza Tahrir para exigir la
renuncia del dictador Mubarak, el ejército que sostuvo y se benefició del largo
régimen dictatorial, inmediatamente se puso del lado de los manifestantes quienes exaltadamente coreaban, “el ejército y
el pueblo van de la mano”. Pero lo que en realidad sucedió fue que, el ejército
nunca estuvo del lado de los alzados, actuó engañosamente para proteger sus
propios intereses y los de la burguesía proclive a los intereses de occidente.
El ejército egipcio dominado desde siempre por los viejos allegados al
decrepito Mubarak, fue el que en su fase temprana arteramente decapitó a la
incipiente revolución. De la mano reaccionaria del ejército, la
contrarrevolución se hizo presente inmediatamente acabando de tajo con la ilusión
revolucionaria, cuya semilla, apenas terminó de germinar, pues la
contrarrevolución militar la mató.
Luego de ese episodio, todas las fuerzas de la reacción, locales y
foráneas, girando alrededor del ejército procedieron a montar el juego de la
farsa de la democracia electoral, que legitimaría o mantendría intacta,
bajo la máscara democrática, las viejas estructuras del poder burgués dominante,
apuntalado por la institución militar que siempre ha cumplido un papel central
en la dirección del Estado y, como dice Alba Rico, “administra directamente,
con procedimientos semimafiosos, la mitad de la economía del país”. Lo que
vendría después no sería más que el principio del fin de la Hermandad Musulmana.
Como resultado del proceso electoral democrático, controlado por los militares,
los Hermanos Musulmanes, como la fuerza político-religiosa mejor organizada de
Egipto no tuvo mayores inconvenientes en llegar al poder por medio del voto
popular. Pero los Hermanos Musulmanes, que fueron renuentes a ser parte del
levantamiento anti Mubarak y quienes además dijeron que no serían parte del
proceso electoral, o mejor dicho que no querían gobernar, al llegar al poder, y
como lo observa Alberto Cruz en excelente artículo
que vale la pena leer, “cometieron muchos errores pero uno,
crucial, fue el intento de copar en poco tiempo todos los sectores de poder en
Egipto, con lo que se enfrentó al mismo tiempo con militares, liberales y
salafistas (financiados por Arabia Saudita). Es de suponer que esta afirmación
se entienda a la primera al ver cómo estos tres sectores han coincidido en el
apoyo al golpe cuando, aparentemente, los HM y los salafistas comparten los
mismos intereses islámicos, como se puso de manifiesto en el año de gobierno de
los HM.
Otro error y no menos importante de la HM, señalado por Cruz, es que “pese
a ser unos “hijos” de los intereses de Occidente en la zona –de forma especial
de EEUU, con quien mantenían unas excelentes relaciones desde 2007- comenzaron
a caminar en solitario intentando controlar todo el marco árabe donde se han
producido revueltas: Túnez, Libia, Egipto, Líbano, Jordania y Siria. Fue aquí
donde encontraron su primer freno: Arabia Saudita. Se dice que el embajador
saudita en El Cairo presionó todo lo que pudo para evitar el triunfo de Mursi
en las elecciones de 2012, lo que tiene sentido si se tiene en cuenta que
Arabia Saudita fue el primer país en saludar el golpe militar y en felicitar al
presidente interino”.
Claramente los militares conjuntamente con las demás fuerzas opositoras
-con intereses diversos- enemigas del gobierno de Mursi, pusieron todos los
obstáculos posibles para hacerlo fracasar lo que al final lograron conjurando
una revuelta popular masiva que culminó con el golpe de Estado de la fuerzas
armadas que depuso al gobierno que había sido el producto de la voluntad
popular de los egipcios expresada en el voto. Lo que sucedió después del golpe
no fue más que la estrategia de los golpistas apoyados en este este esfuerzo
por liberales, secularistas, salafistas, e irónicamente, por sectores de la izquierda, de aplastar a la Hermandad
Musulmana.
Con relación a la “revolución” y a las vanas ilusiones de la izquierda
egipcia sobre el que hay darle tiempo a la revolución, o que todos los procesos
están llenos de contradicciones e inclusive de aquellos izquierdistas
occidentales o de reconocidos marxistas que ven una suerte de “nacionalismo
conservador antiimperialista” de los militares, hay que decirlo, como Cruz, que
tales presunciones es una especie de
locura temporal que Frantz Fanon (autor al que habría que leer) llamaría
disonancia cognitiva. La izquierda debería saber que la burguesía se ha
apoderado de todos los símbolos de la izquierda, comenzando por el lenguaje o,
más bien la izquierda se ha entregado con todo a la burguesía. Algo más que hay
que tener en claro, como Cruz lo hace de nuevo, es que, en ninguna parte del mundo árabe ha habido
revolución alguna y el simple hecho de admitir que lo que está ocurriendo es
una “revolución” supone una des-radicalización de las luchas que se hacen,
desde ahora, siempre en los límites del sistema.
Un proceso revolucionario supone la transformación de todos –repito, todos-
los aspectos de la sociedad y no sólo de las relaciones interpersonales, sino
de los aparatos del Estado y de las relaciones económicas y de producción para
acabar con todas las formas de opresión. En el mundo árabe no hay nada de eso,
ni atisbos de ello ni a corto, medio o largo plazo. Aunque algunos todavía
sueñen con la “revolución permanente” o “un proceso de larga duración en el que
no hay nada decidido”. Aún siendo benévolo con ellos, olvidan la geopolítica.
Como siempre.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario