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Todo el mundo ha perdido a su país, su hogar, su equilibrio. La mayoría ha
perdido a un familiar o amigo cercano en la guerra. Lo que queda es una especie
de orgullo teatral, la necesaria representación de la voluntad. “Este lugar es
una tumba para camellos”, le dice a Remnick, un refugiado en sus treinta años
de edad de nombre Ahmed Bakar. “Los camellos no pueden vivir aquí. Pero los
sirios pueden”.
“LA CIUDAD DE LOS PERDIDOS”
Los refugiados o desplazados, son casi que por
diseño, las primeras víctimas de los conflictos armados o como eufemísticamente
se dice, el resultado del daño colateral. Siria, que desde hace más de dos años
se encuentra envuelta en un conflicto armado interno, con amplia injerencia
foránea, ha producido un torrente de refugiados o desplazados que según algunas
fuentes sobrepasan los 2.5 millones de sirios, quienes desde el inicio de la
guerra civil en marzo del 2011, han buscado refugio en los países vecinos o
dentro de Siria. Según el Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR), más de 600,000 personas han huido hacia países vecinos,
como Turquía, Líbano, Jordania e Iraq. Sin embargo, se considera que el número
de refugiados sirios en estos países es mucho más alto, quizás el doble de las
estadísticas de ACNUR, que únicamente tiene records de aquellos que se
registran como refugiados.
Uno de los países que ha recibido una enorme
cantidad de refugiados sirios, es Jordania, en donde se encuentra ubicado el
campamento de refugiados de Za’atari, en la localidad del mismo nombre a tan solo seis millas al este de la ciudad de
Mafraq, que de acuerdo a David Remnick, autor del reportaje The City of the Lost publicado por la
revista The New Yorker (agosto 26, 2013), aumentó al doble su tamaño
debido al enorme flujo de refugiados que cruzaban de Siria a Jordania -miles
todas las noches, cruzando la frontera a pie y evadiendo el fuego de los
francotiradores.
Hasta hace un año no existía mucho en la
vecindad: algunas modestas mezquitas y escuelas de ladrillo, una base de la
Real Fuerza Aérea Jordana. Según le relató a Remnick un colaborador humanitario, Za’tari,
había sido un poco más que un lugar con “arena, serpientes y escorpiones”. El
levantamiento en Siria, que se inició en Dara’a, cambió todo eso. Se hizo
necesario construir un campamento, el cual fue construido y abierto en dos
semanas durante el Ramadán por ACNUR y una larga lista de organizaciones
humanitarias.
Cuando Za’atari abrió, en julio del 2012, su
población se calculaba en los centenares. A finales de agosto tenía 15,000
residentes. Actualmente ese número ha alcanzado los 120,000 –la población de
Hartford, Connecticut, o Santa Clara, California. La principal arteria está
ubicada en la parte occidental del campamento, un boulevard de tiendas
desvencijadas, clínicas y escuelas improvisadas. Los olores son los de una
ciudad: aguas negras, sudor, humo de cigarrillos, eau de cologne, asados. Los
sirios y los colaboradores humanitarios conocen el boulevard, como
Champs-Élysées (Los Campos Elíseos).
Desde que empezó la revuelta en Siria, hace más de
dos años, el total de muertes ha sobrepasado los 100,000. En Za’tari, el
desahucio es absoluto. Todo el mundo ha perdido a su país, su hogar, su
equilibrio. La mayoría ha perdido a un familiar o amigo cercano en la guerra.
Lo que queda es una especie de orgullo teatral, la necesaria representación de
la voluntad. “Este lugar es una tumba para camellos”, le dice a Remnick, un
refugiado en sus treinta años de edad de nombre Ahmed Bakar. “Los camellos no
pueden vivir aquí. Pero los sirios pueden”.
En The City of the Lost (La Ciudad de los
Perdidos), David Remnick, haciendo uso de sus enormes habilidades reporteriles
nos ofrece un relato de primera mano sobre el drama de los refugiados sirios en
el campamento de Za’tari. La historia ha
dado un vuelco terrible y ahora la tragedia de la guerra ha llegado a cientos
de miles de ciudadanos de un país que anteriormente acostumbraba a recibir
a refugiados de otras guerras en esa
región del mundo. Pero como relata el reportero, “en el segundo campamento de
refugiados más grande del mundo, los sirios encuentran que no es fácil huir de
la guerra”.
Lo que sigue a continuación es una transcripción
parcial del reportaje de The City of the Lost, el cual puede ser
leído aquí
en su versión completa en inglés. Es un recuento, como ya lo hemos mencionado,
de primera mano sobre el drama de los refugiados sirios, sobre el sentir de
estos y las complejidades de la guerra civil en Siria, las vicisitudes y
peripecias de los trabajadores humanitarios y sobre situaciones que evocan el
lado oscuro de la vida en las grandes ciudades y que terminan por ser parte de
la vida en los campamentos en donde se presta ayuda humanitaria. Además es una
ventana que se nos abre para comprender en alguna medida lo que han dado por
llamar, la Primavera Árabe.
“Más del noventa por ciento de los refugiados en Za’tari
son originarios de Dara’a; ellos vienen de las aldeas y pueblos de la provincia
de Dara’a, una región de poco menos de un millón de habitantes o, de la ciudad
de Dara’a, la capital provincial, la cual tiene una población de 80,000
habitantes. Los refugiados del sur son generalmente más rurales, menos educados
y menos prósperos que aquellos de las ciudades del norte, como Aleppo, quienes
acostumbrar a ir a Líbano y Turquía.
Los rebeldes consideran a Dara’a una especie de
ciudad heroica, porque es allí donde empezó el levantamiento sirio. En marzo,
2011, las fuerzas de seguridad arrestaron a quince muchachos de entre diez y
quince años de edad por pintar consignas contra el régimen por toda la ciudad….
No todos los sirios de Dara’a son refugiados. En
Amman, me reuní con un hábil y astuto joven de nombre Nabegh Srour, quien había
sido un estudiante de literatura inglesa en la Universidad de Damasco. (“Estaba
leyendo a Shakespeare, Lawrence, Byron, ‘The Waste Land’ -como nuestra tierra
ahora, un vertedero”). Hoy en día él se dedica a transportar suministros a
través de la frontera para el Ejército de Liberación Sirio.
Srour fue arrestado en el 2006. “Le envié un S.M.S
a un amigo, pero él se lo envió a otra persona que me delató. El S.M.S. decía,
‘Bashar, eres un ¡hijo de puta! A la mierda con tigo y con tu país’”. Durante
las sesiones de tortura, sus interrogadores le decían, “Bashar es tu Dios”.
Después de cuatro meses fue dejado en libertad.
Hace dos años cuando decidió regresar a la región
para colaborar con la resistencia él había estado trabajando como interprete en
Dubái. El suministra a los rebeldes con medicina de Arabia Saudita, teléfonos
satelitales, walkie-talkies y alimentos. En junio, dice, él estuvo en Dara’a por
dos semanas cuando la ciudad estaba siendo bombardeada. Habían francotiradores
por todas partes. “No sientes temor a la muerte”, dice. “Se ha vuelto algo
normal”.
El odio de Srour hacia Bashar era comparable
únicamente por el sentir de que los rebeldes estaban siendo injustamente
ignorados por todo el mundo. “Occidente nos está engañando, dijo. “Si ellos
quisieran noquear al régimen, no tomaría más de diez días. Nosotros no tenemos
nada. Ellos nos hacen promesas –pero son promesas vacías. Ellos quieren que la
lucha continúe y que se arruine el país.
Srour dijo que había crecido odiando a los
israelíes, pero ahora él hace un llamado a todo aquel, inclusive Israel, para
invadir su país. “No quiero rezar en la Mezquita Al Aqsa en Jerusalén”, dijo.
“Nuestro enemigo es Bashar, no Israel. Queremos vivir en paz. Tengo treinta
años de edad, y no he visto un buen día en mi vida”.
Le dije que era improbable que Occidente,
principalmente los Estados Unidos, invadiera Siria, que la administración de
Obama consideraba que la oposición estaba muy fracturada, demasiado dependiente
de grupos de islamistas de línea dura, como Al Nusra Front, un afiliado de Al
Qaeda que ha jurado establecer un califato islámico con todo y la ley Sharia.
Srour, como otros refugiados rehúsan admitirlo. Dijo que era verdad que la
oposición estaba dividida, pero que era a causa de la falta de apoyo inicial
del exterior. El admitió, además, que no había ayudado el hecho de que los
extranjeros escucharan sobre los macabros reportes de asesinatos por parte de
la oposición y que vieran los videos del grotesco abuso, como el infame video
de un comandante rebelde parado sobre el cuerpo de un soldado sirio, mientras
se comía un pedazo de su pulmón. “Eso fue muy malo para la imagen de los Sunitas”,
dijo.
Estábamos cenando sentados en la veranda de un
hotel en el centro de Amman. A lo largo de la conversación, un compañero de
Srour, un hombre joven muy callado, se sentó a mi lado y me miró
sospechosamente. Cuando la plática viró hacia la naturaleza de la oposición y
Al Nusra, él se encogió de hombros y me dio su iPhone. En él había una foto de
un niño de no más de dos o tres años de edad, gravemente herido, probablemente
muerto. Esto era todo lo que él necesitaba saber a cerca de Siria, y, él
pensaba, lo que todo el mundo necesitaba saber. En ese momento, Srour, el
contrabandista, el intérprete, el estudiante de literatura inglesa, se levantó
y dijo, “nosotros apelamos a la comunidad internacional a que invada Siria.
Hablo en el nombre de un millón de personas de Dara’a”.
Los campos de refugiados nacen de la emergencia y
evolucionan en ciudades de dependencia, burocracia, y en estadísticas del
sufrimiento. Ellos rescatan a seres humanos, y luego los alojan o depositan en
bodegas. Ellos liberan de la carga financiera al país anfitrión y la dispersan
entre los estados miembros de las Naciones Unidas. Dadaab, en Kenia, es el
campo de refugiados más grande en el mundo –el único más grande que Za’tari. Fue
construido para aproximadamente 90,000 personas y hoy en día alberga alrededor
de medio millón. Establecido hace dos décadas para atender a los somalíes que
huían de la guerra civil, hambruna y sequía, Dadaab ha existido por mucho
tiempo que ahora existen diez mil niños nietos de otros niños que nacieron en
el campo, se les conoce con el nombre de “Dadaab grandchildren” o los nietos de
Dadaab.
Todavía no hay nietos de Za’atari, pero ya han nacido dos mil bebés en el
campo, con aproximadamente setenta nuevos nacimientos cada semana. Za’atari es
ahora el cuarto centro poblacional más grande en Jordania. La expansión y
restructuración parecen nunca terminar. Después de la primera fase de la
construcción llegaron las clínicas y los centros de distribución de alimentos,
instalaciones sanitarias, almacenamiento del agua, electricidad, escuelas,
cocinas y toilettes comunales prefabricados, y duchas, transporte público,
puestos de policía y seguridad. Y muy pronto, en la parte occidental del campo,
a lo largo del Champs-Élysées, llegaron el shawarma y el pollo y las pizzerías,
las cafeterías y los salones de té, tiendas de electrodomésticos en donde se
puede conseguir un ventilador, un TV de pantalla plana, un aire acondicionado.
También hicieron su aparición los salones de belleza en donde se puede conseguir
un depilado o un tinte y corte de cabello; la tienda de novias Abu Mohammad’s en donde se puede rentar, por
unas cuantas horas, un traje de novia y una “limosina” para la recepción. En
ocasiones los refugiados se quedan con las ganancias, otras veces son
utilizadas para financiar al Ejército de Liberación Sirio
El peso de la atención médica en el campo es incalculable: amputaciones,
tuberculosis, tifoidea, hepatitis, malnutrición y diarrea. Muchas veces los
refugiados necesitan de seria atención médica. Dominique Hyde, de UNICEF, quien
trabaja muy de cerca con los refugiados en Za’atari, dijo, “no acostumbro ser
muy emocional”, sin embargo, el año pasado ella conoció a una pareja y a sus
tres hijos que habían llegado de Homs, donde su casa había sido bombardeada. “La
madre recién había dado a luz, y los rostros de dos de los niños estaban completamente deformados y los brazos
del padre también –el trato salvarlos del fuego. Estos niños están desfigurados
y sus vidas marcadas para siempre. La madre rehúsa dejarlos que se acerquen a
un espejo”.
UNICEF y otras organizaciones han improvisado escuelas para las decenas de
miles de niños en el campamento, pero apenas una sexta parte atiende a ellas. Algunas
veces los padres quieren que los niños trabajen, otras veces piensan que los
certificados escolares no tendrán validez cuando retornen a Siria. “Cuando le
pregunté a un niño de ocho años de edad el por qué había dejado la escuela”, relata
Hyde, “él dijo que su ultimo recuerdo de la escuela fue cuando hombres armados
llegaron al salón de clases y le dispararon a los maestros”. Hay niños –niños
con más años de edad- quienes mojan sus camas, tienen pesadillas o repentinamente
dejan de hablar. Ellos están afectados, cuenta Hyde, “y mucha violencia e ira
tiene lugar en el campamento –se lanzan
piedras, hay empujones y peleas. Cuando te fijas en sus dibujos, hay sangre,
armas y cadáveres. Tengo dos hijos de 11 y 3 años de edad, y nunca los he visto
hacer dibujos como esos”.
Hyde y otros cooperantes están particularmente preocupados por las mujeres
jóvenes en el campamento, muchas de las cuales son viudas o separadas de sus
esposos que se quedaron combatiendo en Siria. Su vulnerabilidad las persigue, a
menudo, se quedan escondidas. Conocí a una viuda de la guerra de 19 años de
edad, llamada Heba Faouri quien tiene una hija de cinco años de edad. “Estoy en
Za’atari porque necesito sentirme a salvo”, relata Faouri. “Nadie le está
poniendo atención a alguien como yo, vivo en una tienda de campaña y mi hija no
tiene ropa para vestirse” Bajo el cruel calor del desierto ella usa un velo
islámico y un traje negro que le llega a los tobillos. Existen reportes de
acoso sexual, violaciones y prostitución. Algunos padres de muchas jóvenes en
Za’atari, ansiosos por sacar a sus hijas del campamento, venden jovencitas de
catorce o quince años de edad a hombres que buscan una esposa. Poco importa que
en Jordania tales matrimonios sean ilegales. Hay hombres de Jordania y del
Golfo que se presentan al campamento con miles de dólares en busca de una joven
esposa. “Lo que preocupa es que hay a menudo un gran brecha”, relata Hide. “En
Siria, una jovencita de 16 años de edad se puede casar con un joven de 18.
Aquí, se ven casos de hombres de 65 años de edad casándose con jovencitas de
16. Usted se está casando con una jovencita que debería estar en la escuela y
que está siendo desprovista de su niñez.
En los primeros meses de la guerra los refugiados sirios se habían llenado
de esperanza. El Ejército de Liberación Sirio parecía tener la ventaja. Los
líderes mundiales hablaban de la inevitable caída de Bashar. Muy pronto lo
refugiados se podrían ir a casa. Sin embargo, para esta primavera, aun cuando
las fuerzas islamista rebeldes, como Al Nusra, estaban siendo armadas y
financiadas por Catar y Arabia Saudita y estaban aventajando a los rebeldes
seculares, Bashar había conseguido un compromiso militar más a fondo de Irán,
Hezbollah y Rusia. En Damasco, la inteligencia iraní y la Guardia
Revolucionaria estaban ayudando a guiar la contrainsurgencia. Hezbollah encabezó una
crucial derrota militar de los rebeldes en la localidad de Qusayr. Rusia y
China ayudaron a impedir cualquier acción diplomática de Occidente contra Bashar.
Bashar repuntó.
Las noticias que llegan de casa y el desgastante efecto de la vida en el
campamento ha conducido a un profundo sentimiento de frustración y desesperanza,
y eso se ha traducido en furia dirigida a la administración de Za’atari. Cuando
cuatro jóvenes hermanos murieron en un incendio esta primavera –una vela que
cayó causo el incendio en la tienda de campaña- doscientos sirios marcharon
hacia el centro administrativo del campamento. Puede que algunas veces parezca
que lo único que se interpone entre el orden y el caos es un hombre llamado, Kilian
Tobias Kleinschmidt, un fornido alemán de 51 años de edad, quien hizo a un lado
una vida como un hippie itinerante dedicado a la construcción, para trabajar en
un campo de refugiados.
Cuando conocí a Kleinschmidt, él estaba bajando de su tráiler con una
sonrisa. “La mierda literalmente ha dado en el ventilador”, dijo, extendiéndome
la mano para saludarme. Era la crisis de todos los días: Había habido una
disputa entre los contratistas y únicamente un diez por ciento de las aguas
negras estaba siendo evacuadas del campamento. La inundación estaba en
evidencia por todas partes. “Entonces ahora”, Kleinschmidt dijo, “esto es una
situación”. Él está acostumbrado a los aprietos. Unos pocos días antes de yo
llegara, unas cien personas bloquearon la puerta de entrada a sus oficinas
acampando y cantando en las afueras, “İqueremos casas rodantes ahora!” Era
entendible: los tráileres son más seguros y cómodos que las tiendas de campaña,
especialmente en el invierno, cuando las temperaturas por la noche pueden
descender casi al punto de congelación. Uno de los agitadores le trajo un
regalo -un vaso lleno de escorpiones- para mostrarle a lo que estaban expuestos
sus hijos.
Kleinschmidt es empleado de ACNUR y se desempeña con el título oficial de superior
de campo. Los refugiados lo conocen como “el alcalde”, o inclusive, “lord
alcalde”. El vestía pantalones kakis, bufanda vaporosa y camisa kaki sobre
manchada de sudor. Él tiene seis hijos y se ha casado dos veces. Su actual
esposa es de Beslan, en el sur de Rusia, un hecho que el no da a conocer. Los
refugiados sirios odian a Vladimir Putin, quien le está enviando armas al
régimen de Damasco, tanto como odian a Bashar al-Assad.
Kleinschmidt nació en Essen y se educó en Berlín. Sus ideas políticas eran
pacifistas. Cuando joven solía vagabundear por los Pirineos. Criaba cabras para
hacer queso. Los perros salvajes se comían a las cabras. Cuando se rompió su
primer matrimonio, montado en una motocicleta cruzó el Sahara hasta llegar
al norte de Malí. En un bar, borracho aceptó la oferta de una pareja
francesa para ayudarles en la construcción de
una escuela. A él le gustó el trabajo. Sintió que estaba haciendo
algo con un propósito. Luego después construyó un centro vocacional en
Uganda y trabajó en un puente aéreo de ayuda en el aeropuerto de
Entebe, cargando cajas destinadas al sur de Sudán. Una vida dedicada al
trabajo empezó a tomar forma. Temprano en los 1990, relata, “estaba lidiando
con 20,000 refugiados sudaneses cerca de
la frontera con Kenia”. Kleinschmidt se convirtió en un trabajador en ayuda
humanitaria en Bosnia y Kosovo. En 1997, fue llamado por el U.N.H.C.R. para
colaborar en el rescate de cientos de miles de refugiados Hutu que estaban
siendo perseguidos por los Tutsis en las selvas del Congo. Para llegar hasta
los refugiados, él y su equipo repararon una línea férrea abandonada por los
colonialistas belgas. “Mi misión era encontrar a los refugiados, estabilizarlos
y rescatarlos”, dijo. “Fuimos a la selva en donde nos dijeron se ocultaban.
Llegamos y vimos gente que había sido mutilada hasta morir y otros que todavía
estaban vivos. Teníamos suplementos y equipos de médicos y entonces procedimos
a rescatar gente. Vi a una mujer colgando de un árbol que se estaba ahogando en
una poza. Luego me di cuenta que si pasaba tres horas rescatándola, no estaría
haciendo mi trabajo. Mi trabajo no es rescatar a esa mujer, es asegurarme de
que alguien más lo haga”.
En la mayoría de campos de refugiados en el mundo, existe una enorme
afluencia, de golpe; un campamento es establecido, una turbulenta estabilidad
tiene lugar. En Za’atari, la afluencia y las salidas han sido tumultuosas,
impredecibles. “Lo que hace que sea muy complicado”, dice Kleinschmidt. “Hay
muchas cosas que entran y que salen en el campamento, es un lugar en donde hay
mucho nerviosismo, con historias muy recientes sobre torturas, violaciones y
comunidades destruidas, que lo mantienen con vida y al día. Siempre hay algo
sucediendo diariamente. Más o menos una diez mil personas regresan mensualmente
a Siria. Muchas veces la gente que retorna está vinculada al E.L.S o son
familiares que regresan para recoger a los jóvenes que habían dejado atrás”.
Jordania no permite que jóvenes sin acompañantes crucen la frontera. Los
refugiados están en constante comunicación con la gente que se ha quedado en
casa y por las noches suben arriba de las casas rodantes y envían mensajes de
texto, llaman y usan Skype. En el campamento siempre se vive al filo, no solo
por la vivida presencia de la tragedia, de las noticias y de las conversaciones
de tono militar, sino también, porque la gente sospecha que los hombres de
Bashar envían espías a Za’atari.
Kleinschmidt, al igual que muchos hombres y mujeres que desempeñan ese
oficio, está expuesto a un agotamiento interminable y al sufrimiento. De cuando
en vez él solía ver a un psicólogo militar, pero frecuentemente trata de bloquear
las emociones de su trabajo, con tareas, con arreglar problemas. “Si me fijo en
los traumas y en las historias, termino llorando y dejo de trabajar”, dice. “Lo
bloqueo, construyo un jaula a mi alrededor. Pero a veces necesito saber por qué
estoy haciendo esto. De lo contario, tratas a los refugiados como mercancías,
como unidades empacad en varios lugares…. Para mí, un refugiado significa, que
no únicamente perdiste tu apartamento y a tus seres queridos; has perdido el
derecho a ser un ciudadano en tu propio país.
Kleinschmidt es un técnico en desposeimiento, él no es un terapista.
Construye y administra ciudades para los que han perdido todo. El me lleva a
una mesa en su tráiler donde, como un tablero de juego, es desplegado un mapa
de plástico del campamento. Cerca del mapa estaba una caja de zapatos llena con
juguete: camiones, casas, ambulancias, carros patrulleros, tiendas de campaña,
una estación de gasolina. El usa los juguetes para determinar los recursos que
tiene y los que está tratando de obtener al tiempo que el campamento recibe más
y más refugiados.
El comienza por analizar las condiciones de los sirios, su estado
particular de angustia colectiva e ingratitud. “Tú tienes 125,000 personas
quienes están sufriendo de heridas recientes –heridas mentales, heridas físicas.
Ellos están furiosos con la comunidad internacional porque no cumplimos con
ellos militar y políticamente. Insisten en que se los debemos. Piensan que
nosotros los que brindamos ayuda humanitaria somos un pobre versión de lo que
ellos deberían estar consiguiendo. Saben que un misil crucero o una zona de
exclusión aérea costaría mucho más que un campamento de refugiados, por lo que
están profundamente frustrados”.
Por toda su empatía, su actitud hacia los rebeldes de Dara’a no es nada
sentimental. “La gente de Dara’a lanzó la primera piedra. Sin embargo, las
familias ligadas a la revolución están a menudo vinculadas a los negocios –una
suerte de vínculo profano entre un rebelde y un bandido…. La mafia está
vinculada al ELS y a los traficantes. Eso es en donde se vuelve complicado. Y
ellos usan la frustración de la gente para alterar el orden”.
Los refugiados en Za’atari son “gente de la frontera”, dice Kleinschmidt.
Muchos de ellos son negociantes, contrabandistas, acostumbrados a desplazarse
por Jordania, Siria, Turquía y Líbano. El descubrió rápidamente que los
contrabandistas difícilmente dejan de trabajar cuando llegan al campamento: Los
beduinos no consiguieron las tiendas de campaña del U.N.H.C.R. por accidente.
“En Dara’a existían estructuras en pie, como burdeles, que se han reubicado aquí”,
dice. “Tú ves a la prostitutas que entran por la frontera –y los proxenetas que
esperan. Hay trabajadoras del sexo, hay historias sobre prostitutas que prestan
sus servicios gratuitamente a los combatientes. En el campamento existen toda
clase de mercados negros, toilettes, alimentos, electrónicos, drogas, trajes de
novia”. Naturalmente, existen los “dones” que cogen su tajada de los varios
negocios que se han establecido.
“Hay energía negativa y vandalismo dirigido a los establecimientos
comunales: duchas, cocinas”, dice Kleinschmidt. “A la gente no le gustan las
cosas comunales. No quieren compartir el toilette con ningún otro. Entonces
roban todo esto. Edificios completos han desaparecido: La cocina 77 fue
construida por unos hermanos alemanes con bloques de concreto. La idea era que
la gente fuera ahí, cocinaran juntos, y llevaran la comida a casa. La cocina
que había sido pagada por el U.N.H.C.R. fue robada hasta el cimiento. Tuvimos
que recurrir a las imágenes de satélite para probar que la cocina 77 en
realidad había existido. Hemos tenido cocinas que han sido transformadas en
hogares privados. Catorce edificios prefabricados que han sido robados hasta
los cimientos”.
Una mafia que controla la electricidad le paga setenta dólares a alguien
para que suba por una escalera y enganche un cable al sistema de alumbrado del
campamento y luego vende la electricidad a los tenderos. El problema es que
esto puede recargar los transformadores y echar abajo todo el sistema. Otra
mafia vende a potenciales dueños de negocios los mejores locales en el
Champs-Élysées hasta por dos mil dólares. Hay 65,000 niños menores de 18 años
en el campamento, y, debido a que no asisten a la escuela, una gran reserva de
muchachos está disponible para trabajar para las diferentes mafias.
Kleinschmidt, como parte de su trabajo se ha dado a la tarea de conocer a
los jefes no oficiales del campamento –no para llevarlos a juicio, sino, para
trabajar con ellos, para encontrar un acomodamiento. No hace mucho tiempo, Kleinschmidt
llamó a Mohammed al-Hariri, un ex comandante de una unidad del Ejército de
Liberación Sirio, llamada los Halcones de la Tribu del Profeta Mahoma. De
acuerdo a un reporte en Der Spiegel, Hariri era un especialista en minas que
asegura haber matado a más de setenta personas en combate. Agotado de combatir,
Hariri fue de los primeros refugiados en el campamento, y en el último año se
ha convertido en una especie de jefe mafioso, conduciendo negocios ilegales,
extrayendo favores, y devolviéndolos. Él dice que controla veinte calles en el
campamento y le agrada que le llamen Aquid, o sea “coronel”. De alguna manera
se las ha arreglado para apropiarse de tres tráileres y se aprovecha del
suministro de electricidad de la clínica italiana que está próxima a su
recinto.
Hariri comenzó su reunión con Kleinschmidt con una arenga de media hora
sobre las condiciones en el campamento. Kleinschmidt decidió ponerle atención
pero sin mostrar debilidad. “En esta parte del mundo, tú tienes que ser muy
macho”, dice, recordando el encuentro. “En Asia, tienes que ser humilde. En
Somalia, gritas primero y luego besas. Aquí, tienes que mostrar que eres un hombre
y pelear y no ser una gallina…. Después de que termino con todo esto,
finalmente dijo, ‘İtú, tú eres un buen hombre! Porque solamente un
hombre que no tiene medio camina por la noche en este campamento como tú lo
haces’. Y luego alguien dijo, ‘nosotros te vimos, y pensamos si deberíamos
secuestrarte o no, y decidimos no hacerlo’”. Conjuntamente con un coronel de
policía jordano, quien dirige la seguridad en el campamento, Kleinschmidt está
tratando de persuadir ahombres como Hariri para que trabajen juntos con él.
“Estamos tratando de traerlos del lado obscuro de la luna al lado iluminado. Si
confrontas directamente a una pandilla, habrán problemas”. En un campamento tan
enorme lleno de sufrimiento y resentimiento político, de descontento y
ansiedad, nadie está buscando por más problemas.
Las organizaciones de ayuda humanitaria en Za’atari han realizado un buen
trabajo en proveer refugio, alimentos, y agua (treinta y cuatro litros de agua
al día para cada refugiado). Y aun así, los refugiados son miserables. “Esta
gente que está aquí -y hay un gran cambio- están empezando a ver el campamento
como su hogar”, dice Kleinschmidt. “Su arrogancia se ha acabado. Antes pensaban
que Bashar se iría muy pronto, entonces ¿Por qué tengo que hablar con tigo? Tú
eres tan solo un muchacho que vive en una casa rodante con aire acondicionado,
que está haciendo mucho dinero. Nosotros regresaremos a casa. Eso ha cambiado,
con la ayuda de Hezbollah. Ellos se han dado cuenta que Bashar no se irá. Por
lo tanto, los planes que ellos rechazaron, ahora los aceptan. Ellos me aceptan.
Aceptan la realidad de tener que quedarse por un buen rato”.
Una tarde, un niño de ocho años de edad llamado Ahmed Bashir me siguió
mientras caminaba por los Champs-Élysées. El procedía de una aldea en Dara’a, y
hablaba mucho de regresar a Siria y ‘reventarle la cabeza a Bashar”. Él estaba
fanfarroneando, cantando, era un manojo de energía nerviosa. Y luego paró y me
jaloneo por la muñeca, y, en voz calmada, dijo, “Sabes, mi madre está muerta,
le dispararon a la cabeza”. Él quería regresar a casa, pero ahora eso parece
algo muy, muy lejano”.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
Definitivamente la guerra tiene siempre intereses obscuros y quienes las provocan siempre salen librados de todo castigo, me pregunto ¿que ganan los gringos, los pinches ingleses y franceses? proveyendo a los rebeldes de armas y participando a través de acnur en los campos de refugiados, ¿acaso no es eso una doble moral? provocan la guerra y dan ayuda humanitaria. Se me ocurre pensar que ganan muchos dólares con la venta de armas, que ganan muchas prebendas políticas y económicas que les permiten llevar comida chatarra como McDonald y medicinas para sus consecuencias que son enfermedades del tracto digestivo, cardiovasculares y diabetes, así como la explotación minera o de petróleo, entre otras formas de explotación que representan muchos dólares. Me pregunto también ¿como es que cae gente como Kleinschmidt en el juego de ellos?
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