Como toda generación
que surge, la del 20 quería dejar una huella profunda y constructora en la vida
de este país. Las obras de sus literatos lo dicen claramente: “El problema
social del indio”, en Asturias, “El autócrata”, en Wyld Ospina, sendos ejemplos
de ese miso anhelo. Pero como que nuestro país se obstina en hacer caso omiso
de las voces de sus intelectuales, como que se empecina en negarles la
posibilidad de aportar su clara visión al bien colectivo.
LA GENERACIÓN DEL 20
Por Manuel José Arce
(De la serie “Pensando
Tonterías” VII)
Primera Parte
La historia de Guatemala es, en mi manera quizá
muy personal de verla, en gran parte, la historia de la sistemática frustración
de las diferentes generaciones que en ella se han producido. No sé, pareciera
que un sino trágico y absurdo impidiera el florecimiento de los mejores sueños
de los guatemaltecos.
Todo parece condenado a descomponerse, a
podrirse antes de madurar. Como que llegamos o muy tarde o demasiado temprano a
la cita de la histórica.
Cuando el liberalismo despunta en nuestra
patria bajo el gobierno de Gálvez, aquella corriente renovadora y vital que
llegaba en el momento justo, con las condiciones históricas propicias -la euforia de una recién consolidada
independencia- para hacer de su práctica
el camino natural para el desarrollo social lógico en la evolución del país,
ocurre que algo se quiebra y produce un anacrónico retorno al pasado.
Cuando el liberalismo vuelve en 1871, viene ya
con síntomas de decadencia, contaminado del egoísmo pragmático en el que ha
caído en otros países después de muchos años y, en vez de generar un
capitalismo nacional fuerte y progresista, produce un capitalismo que tiene el
Estado por nodriza total y cede a la menor presión económica foránea.
Los gobiernos liberales que siguen a la
dictadura de Tata Rufo no tienen -salvo
la “liturgia”- nada de liberales. El
liberalismo en Guatemala -y acaso lo
digo con mucha ligereza-, a pesar de su revolución legislativa, se frustra,
entra en descomposición muchos antes de florecer y de dar los frutos que de él
era de esperar.
La revolución democrático-burguesa de 1944-54,
a pesar de la exaltada semántica revolucionaria, de la mística juvenil
renovadora de la que estuvo impregnada y de algunas sobresalientes medidas
históricas (seguro social, reforma agraria, código de trabajo, sindicalización,
etc.), no logra sino realizar algo de lo que el liberalismo no pudo asentar
institucionalmente.
Pero, sus mejores conquistas, sus finalidades
más fundamentales, se frustraron, no sobrevivieron al breve lapso primaveral de
diez años. Y esa generación, como aquellas del liberalismo, tuvo que presenciar
también el desmoronamiento de sus más constructivos anhelos.
Vienen las parrafadas anteriores a propósito de
que don Epaminondas Quintana, médico letrado, indigenista y cirujano, me
preguntaba en días pasados mi opinión
-mi desautorizada opinión- acerca
de la generación del 20.
Y mi opinión es que la de que la generación del
20 -como la del 71, la del 44 y tantas
más- se frustró.
Una generación que creció sufriendo en carne
propia la dictadura de Estrada Cabrera, que lanza a la vida adulta y
republicana con la gloriosa gesta que se inicia el 11 de marzo y que luego se
ve condenada a sufrir cuartelazos y tiranías,
exilios, prisiones y muerte bajo Orellana y Ubico, por mucho que los 311
hayan pertenecido a ella, es una generación que vio quebrados sus ideales,
frustradas sus esperanzas de una mejor sociedad para Guatemala.
Dio exponentes notables en todos los campos:
Miguel Ángel Asturias es quien acaso mejor resume en su vida -en su vía crucis- el sino de aquella generación. Y, a pesar de los premios Lenin y Nobel, de
la obra cumplida y del prestigio conquistado, ¡cuánto de dolorosa frustración
había en el fondo de la palabra del Gran Lengua! Porque la hermosa obra de
Asturias no tuvo, desgraciadamente, correlación con la vida de Guatemala. Como
toda generación que surge, la del 20 quería dejar una huella profunda y
constructora en la vida de este país. Las obras de sus literatos lo dicen
claramente: “El problema social del indio”, en Asturias, “El autócrata”, en
Wyld Ospina, sendos ejemplos de ese miso anhelo. Pero como que nuestro país se
obstina en hacer caso omiso de las voces de sus intelectuales, como que se
empecina en negarles la posibilidad de aportar su clara visión al bien
colectivo.
Asturias y Wyld Ospina, a pesar de sus
profundas convicciones democráticas, fueron tragados -sin instancia posible de albedrío
personal- por la dictadura omnímoda de
don Jorge ¡cuánto más cercana al Estrada Cabrera que esa misma generación que a
los postulados de la revolución del 1920 con la que sus miembros se
identificaron.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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