“Ahora bien, ya estando aquí
¿Qué sucede con esa cantidad de personas? Nos convertimos en la mano de obra
barata, la mayoría trabajamos en oficios y no en profesiones por obvias
razones. Pero mi enfoque de hoy es acerca de las remesas, ¿cómo se hacen? ¿cómo
se logran? ¿cómo se envían? Y, ¿la familias que se quedan las valorarán?” Son
interrogantes que plantea Ilka Oliva en su escrito y cuyas respuestas, con base
en la experiencia directa, constituyen la realidad de una historia o historias que
subyacen bajo la superficie, en secreto, pero que sin embargo, forman parte esencial
del drama del inmigrante indocumentado,
sobre todo del que viene de las regiones al otro lado de la frontera sur de los
Estados Unidos.
Por Ilka Oliva Corado
He notado que en los periódicos de mi país de origen se habla muy poco de
las personas migrantes, en los medios de comunicación televisivos y
radiofónicos sucede lo mismo. Son los invisibles que salen del país en parvadas
todos los días a todas horas. Lo mismo sucede en otros países, Guatemala no es
la excepción. De vez en cuando cubren con una fotografía y una nota de diez
líneas, las estadísticas de las deportaciones, pero ni cuando muere gente en La
Bestia son capaces de dedicar un espacio. Siendo las personas migrantes las que
sostienen las bases de sus países de origen, ésos que aun están en desarrollo
–que le dicen-. ¿Pero a quién le puede importar el infortunio de una persona
migrante? A nadie, ni a la propia familia que se queda esperando y recibiendo
las remesas. Quien migra se convierte en proveedor, ahí nomás.
En la última década el movimiento migrante ha crecido enormemente, las
personas del sur del continente viajan hacia Europa en su mayoría, las de
Centro América y México buscan Estados Unidos, por la proximidad y por la forma
de travesía, a Europa no se puede viajar sin una visa, hay un mar de por medio,
en cambio a Estados Unidos se puede llegar de las formas más inverosímiles.
Viene a mi memoria la noche que crucé la frontera entre México y Estados
Unidos, en el desierto de Sonora hacia el de Arizona. A las once y media de la
noche llegamos a la línea divisoria el grupo de 15 personas en el que yo iba,
habíamos salido a las cinco de la tarde de Agua Prieta caminando por todo el
desierto de Sonora. Las instrucciones fueron precisas: a las doce en punto
cruzaríamos la frontera, que explicó constaba de dos cercos de alambrado del
lado mexicano, una carretera, otros dos cercos de alambrado, otra carretera por
donde pasaba la Border Patrol , y luego dos cercos de alambrado más del lado de
Arizona. En el cambio de guardia de la patrulla fronteriza cruzaríamos,
contaríamos con diez minutos para saltar los cercos, la calle, los otros cercos
y correr lo más lejos posible del lugar, en ese momento dejaba de ser nuestro
coyote y si nos agarraba la migra nadie, absolutamente nadie lo denunciaría
porque entonces las consecuencias las conoceríamos.
Inocente yo, pensé que solo las quince personas del grupo íbamos la
sorpresa me la llevé cuando llegamos a la línea divisoria y los cientos de
personas de otros grupos también esperaban las doce de la noche para cruzar.
Observé con ojos desorbitados, eran cientos de cientos, de todas las edades,
hombres mujeres, niños, niñas, abuelos, abuelas, el coyote decía que la línea
formada por personas acaparaba toda la línea divisoria de los Estados de Sonora
con Arizona, ¿cuántas personas serían entonces en tantos kilómetros de
distancia? Nos acostamos sobre la tierra seca y pronto empezaron a aparecer las
botellas de tequila y mezcal, que pasaban de mano en mano y de boca en boca,
era la forma en que las personas espantaban el frío atroz del desierto, yo
llevaba conmigo tres litros de suero, me abstuve de beber y pasé la botella a
la siguiente mano que ya esperaba con impaciencia.
De aquella noche conservo dos piedras: una que recogí en el desierto de
Sonora y la otra del desierto de Arizona, aquí están en mi escritorio, en mi
cuchitril. Sirven para que la memoria no me juegue una mala pasada y no
traicione yo mi condición de migrante, ni mis poros de frontera. Toco el tema
de mi experiencia porque fueron mis ojos los que vieron aquellos cientos de
personas, hace una década. La realidad es que cada minutos salen de los países
de origen miles que terminan cruzando las fronteras en masivas peregrinaciones.
Eso de que aquí hay doce millones de personas indocumentadas es una treta
orquestada por el gobierno estadounidense, sepa usted que por cada persona que
deportan, mínimo entrarán mil al país.
Ahora bien, ya estando aquí ¿Qué sucede con esa cantidad de personas? Nos
convertimos en la mano de obra barata, la mayoría trabajamos en oficios y no en
profesiones por obvias razones. Pero mi enfoque de hoy es acerca de las
remesas, ¿cómo se hacen? ¿cómo se logran? ¿cómo se envían? Y, ¿la familias que
se quedan las valorarán? Solo quienes migramos conocemos la realidad de la que
no se habla y lo vivido en la frontera, lo experimentado aquí, la mayoría de
personas prefieren nunca pronunciar lo vivido en la frontera a sus familiares
que se quedaron en sus países de origen, es un secreto que se llevan a la tumba
y que les pudre el alma.
Si en los países de origen hay racismo, discriminación por: color de piel,
etnia y grado de escolaridad, imagínese usted en un país en donde no se habla
el idioma y en donde la mayoría de personas son altas, esbeltas, de ojos azules
y verdes, de cabello rubio y piel blanca caucásica, porque aquí aparte una cosa
es tener tez clara y otra pertenecer a la dinastía de la piel caucásica que ésa
solo la tienen las personas europeas y anglosajonas. Estipulado en papelería
oficial. No vaya a creer que le estoy contando mentiras. Así que muy rubio de
Zacapa y Chiquimula y muy rubia de Argentina puede ser que aquí es simple tez
clara.
Sucede entonces que entramos en una especie de colador, en donde nos
escogen por apariencia física, color de piel, dominio del idioma. En
albañilería escogen a los hombres corpulentos, entre menos hablen el idioma es
mejor porque son utilizados solamente para cargar: máquinas, herramientas, madera,
bloques, basura, muebles.
Para niñeras hay cierta presentación, con sobrepeso y mayores de cuarenta
años es raro que una mujer encuentre trabajo, aunque hable el idioma. La niñera
se tiene que verter a la moda porque es el rostro de la familia del niño que
carga, mejor si tiene un automóvil de modelo reciente. Don de gentes. Yo no
encajo en los requisitos, ni tengo don de gentes, ni me visto a la moda ni mi
carro es de último modelo, de chiripa tengo trabajo se puede decir, me ayuda la
juventud que pronto acabará y pasaré a formar parte del listado…
Para limpieza de casas sucede lo mismo, a las jefas gringas les encantan
las mucamas de porte europeo o de latinoamericanas caribeñas, -no negras
mulatas o africanas porque el negro es muy profundo y molesta la vista- altas y
con carnes, entonces sucede que la mayoría de mujeres que trabaja en ese oficio
es polaca, y latinoamericana capitalina, hablando propiamente de Guatemala:
zacapanecas, chiquimultecas, jutiapanecas y jalapanecas. Digamos que yo he
tenido suerte por mi cuerpo rollizo y por no ser negra oscura. Les va mejor a
las de tez blanca.
Es raro ver a una mujer de etnia indígena laborando en casa. Ellas trabajan
por compañía que es el mismo trabajo pero hay más explotación , porque las
dueñas de las casas contratan compañías para que les lleguen a limpiar, pagan
por ejemplo $300 por la limpieza, llegan entonces cuatro mujeres que la hacen
en tres horas y el dueño de la empresa les paga a $5.50 la hora. ¿Cuánto le
quedó a él y cuánto les pagó a ellas? Las mujeres trabajan de ocho a quince
horas diariamente, porque limpian casas, apartamentos, oficinas, centros
comerciales. Llegan a las cinco de la mañana a la oficina de donde las
transportan en una camioneta tipo caravan o de las que parecen panel, y las
andan llevando de lugar en lugar. Un pan o una fruta es la comida de todo el
día, se lo bajan con un vaso de agua.
Por compañía no importa apariencia física y si no hablan el idioma es
mejor. Los dueños de estos negocios son asiáticos en su mayoría chinos, alguno
que otro gringo y dolorosamente mujeres latinoamericanas explotando a otras.
Las he escuchado gritarles, insultarlas, obligarlas y no dejarlas descansar ni
cinco minutos, las dueñas de estos negocios son en su mayoría capitalinas que
tratan a las de pueblo de indias patas rajadas. El lastre más desgraciado que
puede vivir una persona en este país es trabajar para una persona de su propio
país de origen o para una latinoamericana.
En donde no importa apariencia también es en la cocina de restaurantes de
comida rápida que no nombraré pero que usted imagina, lavando platos o friendo
hamburguesas, es en donde más explotan pagando a hasta a $5.00 la hora menos
del salario mínimo, no hay derecho a queja porque sin documentos la persona no
existe, con cualquier levantadita de vista el despido es seguro.
La mayoría de jardineros son latinoamericanos de origen de pueblos
milenarios, poco español hablan y desconocen el idioma inglés, entre ellos el
mestizo hace el trabajo más fácil y como animal de carga va el indígena, el
hermano, que con la vista baja pegada en la grama y las flores que cuida se le
van la vida que le dobla la espalda. El mestizo a medias mastica el inglés que
por hablarlo se siente superior aunque solo sepa decir Yes, Sr.
La mayoría de personas que no hablan español y no entienden inglés son
utilizadas como escalón por sus propios paisanos, que pasan sobre ellos sin
importar lo que cueste con tal de llenarse las bolsas con dólares.
Ahora bien usted sabe muy bien que no generalizo y que siempre en todos
lados hay gente de todo tipo. Está pues el indígena que humilla doblemente a su
propio compañero indígena y es letal mucho más que el mestizo. Hace hervir la
sangre y ganas no faltan de querer empuñar las manos y darles un golpe certero
en la nariz o arrancarles los huevos de un jalón. Aquí en tierra de nadie se
aprovechan de los desde siempre invisibles.
Están las jutiapanecas, zacapanecas, chiquimultecas, capitalinas,
colombianas, puertorriqueñas y mexicanas que hacen de sus hermanas indígenas
las esclavas más explotadas del mundo laboral indocumentado. No les basta con
exprimirlas en horarios laborales sino que las hacen ir a limpiarles sus casas
y no les pagan. La primera semana de trabajo no se las pagan y por si fuera
poco tienen que pagan $500 por derecho a que les den el trabajo. Maldita la
mujer que abusa de otra.
Están pues las costureras que pierden la vista entre la aguja y el hilo, de
noche y de día de pie frente a una mesa y una luz macilenta, encerrada en una
fábrica o en una lavandería industrial. El obrero que cargando cajas de un
lugar a otro las vértebras se les astillan. Ellos son los parias de los parias.
El plebeyo del plebeyo.
Quienes migran hacia Estados donde hay siembra de frutas y hortalizas se
les añeja la amargura entre surcos donde las rodillas se les vuelven aserrín,
que ningún doctor puede operar porque la persona lesionada no cuenta con seguro
médico. Manda a comprar entonces pastillas a su pueblo que le mandan por
encomienda, que pagan aquí con un ojo de la cara. De sobra se sabe que la mayor
parte de medicina no la venden sin receta, para tener receta hay que ir a una
clínica y hospital, por temor a una deportación la gente no va y se las
enfermedades se les van instalando entre huesos, músculos, sangre, corazón,
alma y espíritu.
Quien es dueño de un negocio de encomiendas, es quien más dinero hace
porque trafica con la nostalgia de las personas, cobra precios exagerados por
un tamal, por un pan llegado de una aldea, por una manta bordada a mano en las
entrañas de algún pueblo latinoamericano o de la África milenaria o de la Rusia
polar.
Lo mismo el envío de aquí hacia cualquier país.
Aparte de laborar en fábrica, por compañía o en restaurante, de jardinero
es que no pagan en efectivo y que aparte del pago por que le cambien el cheque
él a la empleada o empleado le descuentan el impuesto, aunque se sabe de sobra
que trabajan con número de seguro social falso, es un doble juego entre
autoridades, gobierno y empresas.
Se sabe de sobra y es un secreto a voces que: en los campos de cultivo los
jefes violentan sexualmente a las trabajadoras, lo mismo sucede en las
fábricas, en los trabajos de casas y quien más lo hace es el latinoamericano
que está al mando, ése que sabe que no puede ser acusado porque su víctima no
tiene documentos. Lo hace el jefe gringo con la adolescente. También se sabe
que hombres son violentados sexualmente por otros en las maquilas, en los
rastros, en las fincas ganaderas y son obligados a guardar silencio porque está
en riesgo su trabajo. Nada es una persona sin documentos, no existe salvo para
la explotación laboral y de todo tipo.
Agredidas por autoridades de sus países en el extranjero, que se supone
deberían de defenderlas. Explotadas por el paisano y paisana de país o por la
del mismo idioma materno. Explotada por familiares aquí.
Porque también hay familiares que cuando llega alguien recién emigrado lo
que hacen es pagar sus casas a costillas de quien no conoce a nadie más, por
llevarlos al trabajo les cobran la gasolina que utilizará la familia entera en
trasportarse durante un mes.
Así pues que hay muchas realidades y todas son entendibles desde el punto
de vista humano.
Están quienes ya no quieren saber nada de los familiares que dejaron:
hijos, hijas, esposas, padre, madre. Porque con todo lo que viven aquí el que
allá no valoren las remesas es una injusticia y más que eso una traición a la
bondad humana.
Llegan pues las quejas que los zapatos que les mandaron no eran los que
querían, que la bicicleta era de otro color, que la refri está muy pequeña, que
la playera era de otra marca, que la loción no era esa, que el carro lo quería
deportivo o de doble tracción.
Que la ordenadora la quería Apple no Sony. Que, ¿en dónde está el iPad que
encargó, no iba en la caja? Que necesita dinero para celebrar los quince años a
la princesa que los quiere en un salón de hotel en la capital. Que no quiere
estudiar en universidad pública sino en una privada para echar chile a los de
la aldea, a los de la colonia.
Y más no saben que en el país de llegada la persona migrante agoniza en
alma y cuerpo.
Yo he aprendido a ya no ver las cosas en blanco y negro, cada matiz tiene
su razón de ser, la actitud y actuar de las personas he aprendido a
comprenderlos.
La gente se vuelve fría porque se le ha secado el corazón de tanta decepción,
las personas ya no quieren saber nada de nadie ni de ellas mismas, se
convierten en máquinas automáticas.
Entonces ya no quieren regresar a sus países de origen y no porque en el
extranjero tengan comodidad o riquezas, sino porque el solo hecho de saber que
regresarán al mismo lugar en donde viven las personas que les han robado los
ahorros de toda su vida, donde están los hijos que nunca enviaron una tarjeta
de cumpleaños, una llamada de saludo sin razón, donde están las esposas que se
gastaron el dinero en joyas, donde están los padres que con el dinero de los
hijos mujeriaron, lo apostaron en casinos, en juegos de naipe, en apuestas, se
lo bebieron en alcohol.
Prefieren vivir lejos y seguir siendo explotados que regresar y recibir
abrazos hipócritas de personas que los vieron solamente como proveedores. ¿A
qué regresar si no hay nada de lo que dejaron? Se esfumó el amor, la confianza,
la lealtad, la conciencia y el agradecimiento.
Culpa nuestra es enviar cajas con regalos pensando que como nunca tuvimos,
quienes ahora los tienen los valorarán.
Y están los banqueros que con enormes colmillos hacen de las remesas sus
negocios de mayor plusvalía. Se sabe que el país seguirá lanzando fuera de las
fronteras a sus hijos e hijas, cada días más, llegarán las remesas pues que de
las que ellos sacan la mejor tajada, sentaditos en sus butacas y luciendo
zapatos de charol. Los gobiernos que saben que sin remesas los países se
desmoronarían y ni aun así acuerdan que sus empleados del Ministerio de
Exteriores sean capaces de tratar humanamente a connacionales.
Ésa es otra de las realidades de las remesas que son enviadas a las
carreras cuando las y los migrantes sin documentos salen del trabajo y lo
primero que van a hacer es a cambiar los cheques y ahí mismo enviar el dinero,
aunque aquí se queden sin lo de la comida. En días de lluvia de los embargan,
en tormentas invernales que les congelan los recuerdos y en veranos que les
queman a fuego lento lo poco que les queda de alma.
Es entonces que las remesas tienen un valor más importante que el económico
y es el de la vida misma que pocas personas cuando las reciben son capaces de
percibir. Somos pues, remitentes remesas que perdemos los nombres, la esencia,
las querencias y nos convertimos en hojas secas que en otoño el viento sopla
hacia cualquier lugar.
Vuelvo a repetir, hay tantas realidades respecto a la migración
indocumentada, a las remesas, a los trabajos, a las formas de vida y es
necesario darles luz a todas para que quien se queda tenga una idea de lo que
vive su familiar en el extranjero.
Ilka Oliva Corado.
Enero 09 de 2014.
Estados Unidos.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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