En
Guatemala hay cerca de 20 mega-iglesias. Estos grandes templos fabulosos,
siempre construidos con la más alta tecnología y pagados al más estricto
contado, estricto dinero efectivo, abre interrogantes. ¿Quiénes están detrás de
todas estas iniciativas? Da para reflexionar, sin dudas. ¿Podría pensarse,
eventualmente, en lavado de dinero? Estamos hablando de construcciones de
muchos millones de dólares. Debe estarse alerta ante estos mecanismos; hay que
sensibilizarse ante estas manipulaciones: aquí hay manos invisibles que
utilizan tendenciosamente, con agendas ocultas bien precisas, un supuesto
mensaje religioso. Ahí no sólo hay religión, o más aún, ahí no hay nada de
religión: hay otros intereses políticos e ideológicos de grupos que no quieren
que cambien sus privilegios.
LA EXPLOSIÓN IMPARABLE DE CULTOS EVANGÉLICOS:
UN MECANISMO DE CONTROL SOCIAL
Por Marcelo Colussi
Rebelión
I
Desde hace ya algunos años Guatemala, al igual que todos los países de la
región latinoamericana, se encuentra virtualmente bombardeada por innumerables
grupos religiosos de denominación evangélica. El fenómeno merece una especial
mención, dado que comporta ribetes de orden más sociopolíticos que
específicamente religiosos.
Ya en la década de los '60 del pasado siglo había comenzado este proceso,
pero desde el advenimiento al poder político en los Estados Unidos de América
de Ronald Reagan y el ala ultra conservadora de los republicanos hacia los años
'80, se agiganta convirtiéndose en una estrategia política claramente definida.
De hecho aparece mencionado como un mecanismo a implementar en los Documentos
de Santa Fe I y II, base ideológica de este proyecto de derecha del poder
estadounidense. Surge casi como una contrapropuesta ante el avance de la
Teología de la Liberación de la Iglesia Católica y su compromiso social a
través de la opción por los pobres.
Las iglesias evangélicas tradicionales (adventista, bautista,
presbiteriana, etc.) tienen ya una larga historia en Guatemala de, al menos, un
siglo. Por lo pronto, y en más de una ocasión, han desarrollado actitudes
pastorales de mayor compromiso social que la Iglesia Católica. Esto,
seguramente, atendiendo a sus orígenes históricos, proviniendo de sociedades
más liberales y muchas veces enfrentadas a la curia romana. Su incidencia
cuantitativa en la población, de todos modos, ha sido relativamente modesta,
sin haberse propuesto nunca una "cruzada" para captar feligresía.
Ahora bien: la proliferación de los grupos evangélicos que ha tenido lugar
en estas últimas tres décadas llama la atención por varios motivos. Ante todo
–asumiendo una actitud de respeto hacia cualquier expresión religiosa, no
importa cuál sea– lo más importante a remarcar es que este movimiento,
justamente, no constituye una expresión religiosa.
Toda esta corriente surgió –fríamente pensada como estrategia de manejo y
control social– para cumplir con un cometido no espiritual. Es una forma de
desconectar, neutralizar las preocupaciones terrenales más concretas, y
eventualmente las respuestas que se le puedan dar. Poniendo el énfasis en una
cuestionable espiritualidad casi enardecida y apelando a una moralina
simplificante, estas iniciativas se mueven hábilmente llenando vacíos en los
sectores más humildes y desprotegidos de las sociedades más pobres.
Es claro que actúan según un mapeo de potenciales zonas conflictivas:
aparecen y se desarrollan en los países y en las regiones más pobres, donde
menor presencia estatal se verifica, y donde es más altamente probable que
pueden darse reacciones a esas situaciones estructurales de injusticia y
postergación. Actúan, en ese sentido, como claras y sopesadas estrategias
contrainsurgentes. Paños de agua fría, mecanismos de contención, colchones
suavizadores, podría llamárseles.
En una sociedad como la guatemalteca, con más de la mitad de su población
por debajo de la línea de la pobreza que establece Naciones Unidas y lejísimo
de poder cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio, debatiéndose entre
tanta miseria y falta de salida para sus grandes mayorías, a los sectores que
se benefician de esa situación y pretenden perpetuarse sin que se dé ningún
cambio estructural, estas iglesias fundamentalistas le vienen como anillo al
dedo. Así como también le son totalmente funcionales a los planes
geoestratégicos de la potencia del Norte que nos toma como su virtual
"patio trasero". Para la política hemisférica de Washington todo lo
que sea contestatario, foco de rebeldía, una voz que se levanta en contra de
algo, etc., es potencialmente peligroso, pues podría poner en tela de juicio el statu
quo. Por ello, sin dudas, esos movimientos presuntamente
religiosos o espirituales terminan yendo más allá de ello para pasar a ser
movimientos políticos. Incluso, movimientos políticos con sustento y respuestas
económicas. Y lo más trágico del asunto: sin que quienes los engrosan lo sepan
ni lo sientan como tal.
En otros términos, son instrumentos para sectores de poder que no desean el
más mínimo cambio. Hay iglesias históricas a las que les preocupa las causas de
la pobreza (por ejemplo: muchas denominaciones evangélicas tradicionales), pero
justamente esas iglesias no crecen. La pobreza, por cierto, no es un designo divino;
por el contrario, tiene causas muy concretas: son las injusticias de nuestras
sociedades, la violación sistemática a los derechos humanos, la explotación
lisa y llanamente, amparada muchas veces en el racismo que atraviesa a la
sociedad guatemalteca de cabo a rabo. Pero a la población –léase "la
feligresía"– no se le permite ver todo esto, y más bien se la
induce sólo a resolver sus problemas personales puntuales en su espacio
inmediato, nunca con perspectiva de futuro ni con un criterio de comunidad, de
colectividad. Se busca así que la " salvación " sea individual sin
importar a costa de qué. En tal sentido, el mensaje de estos grupos
neopentecostales pasa a ser una respuesta política, social y económica antes
que un genuino planteamiento religioso-espiritual.
El discurso con que se presentan es sencillo, esquemático, rápidamente
asimilable. En realidad no hay precisamente un mensaje teológico o espiritual
en su tejido; antes bien proponen una visión casi maniquea de la realidad,
basada en una peligrosa y cuestionable simplificación moralista de las cosas:
"buenos" y "malos". El demonio juega un papel de
trascendental importancia en su lógica. Se mueven como sectas, apelando a un
fanatismo, a un fundamentalismo intolerante que, a veces, puede sorprender.
Desde la experiencia guatemalteca podríamos encontrarle distintas
explicaciones a este complejo fenómeno. Por un lado, las ciencias sociales nos
indican que las religiones son un producto construido, un reflejo de las crisis
económicas, políticas, sociales y culturales de quienes las practican. Es
decir: las religiones las realizan personas con nombre y apellido, con
necesidades, que tienen un lugar concreto en la vida, que sufren, que en muchas
ocasiones no encuentran salidas a los grandes problemas de la vida. Por fuera
de la discusión si los dioses –independientemente que puedan ser una
construcción humana, una " proyección " diría el psicoanálisis–
existen o no (eso es una aporía sin solución en términos discursivos; hay más
de 3,000 dioses registrados. ¿De cuál de ellos hablamos?), las religiones sí
son terrenales, bien terrenales. Son, en definitiva, instituciones basadas en
el ejercicio de poderes. "Las religiones no son más que un
conjunto de supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos
ignorantes", dijo un teólogo de monta como el italiano Giordano Bruno
–lo cual, valga aclarar, le valió la hoguera– (En Seperiza Pasquali, 2004) . O,
siendo más cáusticos: "La religión existe desde que el primer
hipócrita encontró al primer imbécil" (En Eskubi Arroyo, 2008 ),
según escribió el iluminista y agnóstico Voltaire.
II
Una sociedad pobre, con mucha marginación, con fuertes problemas de
seguridad ciudadana, con marcada discriminación étnica, tal como es la cruda
realidad en Guatemala, se refleja en el ejercicio de la religión que practica.
La gente siempre necesita alguna explicación a las realidades que le toca
vivir, y las religiones vienen a cumplir esa misión (explican lo inexplicable,
podría decirse). Sirven como una guía hacia el futuro. Más aún en una sociedad
conflictiva, atravesada por la desigualdad y la violencia, la población
necesita consumir bienes religiosos que le ayuden a sobrevivir, a soportar
tanto sufrimiento. Otra alternativa es el alcohol, por lo que cobra sentido lo
dicho en su momento por el Premio Nobel Miguel Ángel Asturias: "En
este país sólo borracho se puede vivir" . En ese orden de cosas
no podríamos acercarnos al fenómeno del neopentecostalismo sólo negándolo o
alabándolo, sino que debemos entender qué significa como expresión social.
Por otro lado hay que destacar que las religiones tienen su propio
discurso, su propia forma de organizarse, su propia práctica. Por tanto,
existen religiones institucionalizadas, jerarquizadas; y eso, de alguna manera
también influye en la dinámica de las sociedades. En América Latina la religión
más estructurada es la Iglesia Católica Romana, que está presente por estas
tierras desde el momento mismo del inicio de la Conquista. De hecho, la derrota
de los pueblos originarios a manos europeas a inicios del siglo XVI tiene como
una de sus aristas principales la conquista espiritual, la evangelización
forzada. En tal sentido, la Iglesia Católica tiene una larga historia, una
sólida estructura, un discurso homogéneo que se ha impuesto ya largamente en
las "mentes" y los "corazones" . Su influencia en la vida
de los países es muy visible, en las distintas manifestaciones sociales, en las
políticas de los gobiernos, en la moral cotidiana. Sus valores son aceptados
por todos. Si bien se declara el laicismo por parte del Estado, la religiosidad
católica domina ampliamente el panorama cultural. En su mayoría la población de
nuestro continente sigue siendo católica romana por toda una tradición de
siglos. Cuando aparecen todas estas expresiones neopentecostales, aparece una
disputa de espacios con la Iglesia Católica; definitivamente se trata de luchas
de poderes bien terrenales por espacios concretos de influencia. Si las
religiones tocan lo espiritual, definitivamente las iglesias se ocupan de poderes
muy terrenales, defendidos a capa y espada.
Aunque todas estas nuevas religiones no son las oficiales, constituyen una
oferta válida, cada vez más asimilada y presente en la cotidianeidad normal. En
ciertas regiones –curiosamente los lugares más explosivos: el campo, conde
décadas atrás actuaba el movimiento revolucionario armado, y en las barriadas
populares de las ciudades, siempre los posibles focos de conflictividad social–
son una alternativa que se les ofrece a los católicos (curiosamente también:
siempre los sectores pobres). Los nuevos cultos evangélicos hablan de una
democratización de acceso a la Biblia, contrariamente a como pasa en la Iglesia
Católica, donde sólo el clero está en condiciones de acceder y explicar el
texto bíblico. Como la gente necesita, o al menos aprovecha casi como bálsamo,
un acceso directo a lo divino, por esa necesidad de búsqueda de respuestas ante
la crudeza de la vida, esa oferta neopentecostal tiene mucha aceptación. Dado
que la gente común, a través de esos nuevos cultos, puede acceder a los textos
sagrados de modo directo, eso trae cada vez más seguidores. Es gente que busca
acercarse a lo sacro como explicación de su vida, de su futuro. Si la Iglesia
Católica niega el contacto directo con todo ese campo, estas nuevas expresiones
neopentecostales lo permiten, lo favorecen y estimulan. Por tanto, enormes
cantidades de población van volcándose hacia ellas como alternativa. Por otro
lado, también facilita ese paso el hecho que ahí no hay un clero tan
impenetrable como en la Iglesia Romana. Las nuevas iglesias no exigen una gran
formación teológica para sus pastores (de hecho, muchos son semi-analfabetas y
conocen muy superficialmente el texto bíblico, más allá de rigurosas
hermenéuticas forjadas en años de seminario ascético); cualquier persona de
pueblo que se pone al frente de un grupo, sin estudios bíblicos profundos, sin
estudiar hebreo, latín ni griego, puede hacerse pastor con facilidad.
La inmensa mayoría de la población no busca explicaciones especialmente
sofisticadas, exégesis complejas con traducciones directas del arameo, sino
respuestas concretas a sus necesidades diarias. Y esas iglesias sin dudas, a su
modo, las ofrecen. Por eso las poblaciones, en muy buena medida, se van
sintiendo identificadas con esa oferta, con un pastor del pueblo que habla su
mismo idioma. De ahí el crecimiento enorme de todo este fenómeno en nuestros
países latinoamericanos. No está de más recordar que la Iglesia Romana ha
resentido esta significativa merma de feligreses, y también de sacerdotes
(¿cuántos jóvenes están dispuestos hoy al celibato?); de ahí que ha ido tomando
formas propias de las iglesias neopentecostales, para volver más accesible y
cotidiano el credo –la misa en latín y con el sacerdote de espaldas a la gente
ya quedaron en la historia, y sin dudas no volverán. Por el contrario, no es
nada improbable que el Vaticano termine por incluir a la mujer en el oficio
religioso, y que incluso revise la abstinencia sexual de sus pastores–).
Guste o no (la izquierda política, por ejemplo, mira absorta este
crecimiento exponencial de seguidores neoevangélicos y este muy bien realizado
trabajo de hormiga en los sectores populares), hasta ahora el
neopentecostalismo se ha identificado con los sectores pobres de la sociedad.
Eso es algo muy importante que tienen estos grupos: de la noche a la mañana
confieren reconocimiento, autorrealización a las personas que comienzan a
profesar esos cultos. Lo hacen sentir alguien importante, lo sacan del
anonimato. Inclusive –dato nada despreciable– constituyen un muy poderoso
instrumento para sacar del alcoholismo a gran cantidad de varones, logro que la
población femenina no deja de reconocer y valorar grandemente. Todo eso pesa
mucho en una sociedad como la guatemalteca donde hay tanta marginación, tanta
miseria y exclusión social. Con gente tan golpeada que necesita tanto un apoyo,
es fácil que esa oferta religiosa se expanda y crezca entre los sectores más
humildes.
Y más aún: sabido es que en los peores años del eufemísticamente llamado
Conflicto Armado Interno (mejor designado como guerra interna), mucha población
de las áreas rurales, fundamentalmente del Altiplano donde se dieron las peores
masacres, vio en estas nuevas iglesias un salvoconducto que les permitió
sobrevivir. En otros términos: por distintos motivos enormes masas de población
históricamente excluida se volcó a los nacientes cultos como válvula de escape,
como huida de realidades crudísimas (¿qué son las drogas, cualquier droga, sino
eso: escapatorias, evasivos, anestesias ante grandes dolores?).
III
Pero también se da el fenómeno entre la clase media alta y alta. Ahí se
acerca gente de "éxito". Es decir: todas estas iglesias ofrecen los
caminos para la autorrealización y el éxito personal, por tanto dan algo que la
gente entiende mucho más, que necesita mucho más que lo que ofrece la Iglesia
Católica. De ahí que tengan tantos seguidores. Esas recetas son prácticas,
resuelven, ayudan. O al menos, así lo siente la gente. A la población más
excluida, la hace sentir que vale. Y a la gente de clase media y alta le
posibilita realmente, en algunos casos al menos, tener éxito empresarial con
sus iglesias. Surgen así, entonces, las llamadas mega-iglesias.
Por cierto, existe una desarrollada teología de la prosperidad. Por todo
esto, estas expresiones tienen una gran demanda en nuestros países
latinoamericanos, tienen un terreno fértil para crecer y expandirse. Cosa que
no se da tanto en los países ricos del Norte, donde la población tiene más
resueltos los diversos aspectos de la vida. Ahí tienen más arraigo las iglesias
protestantes históricas, o el catolicismo (por cierto, también a la baja). Si
es cierto que se trata de estrategias de dominación pensadas en las usinas
ideológicas de los poderes imperiales en tanto mecanismos de control social, es
obvio que esta gente sabe lo que hace. ¡Y lo hace muy bien!
Otro factor que debe tenerse en cuenta para analizar todo este fenómeno nos
hace ver que la gente ya no encuentra respuesta satisfactoria en las
instituciones religiosas tradicionales, por lo que busca nuevas expresiones. La
población ya está aburrida de tanto sacramentalismo, de tanta formalidad, por
eso busca nuevas opciones alternativas (¿convence a muchos hoy el llamado a la
abstinencia sexual hasta el casamiento? ¿Realmente se apega a la realidad
social del país el llamado a la no-realización del aborto siendo Guatemala uno
de los países de Latinoamérica con mayor porcentaje de esa práctica, siempre en
términos de ilegalidad? (Barillas, 2012). Eso no significa que ya no haya más
espiritualidad, sino que lo que sucede es que la gente quiere una relación
distinta con lo espiritual, más personal, más directa. Por eso lo encuentra más
en estos grupos neopentecostales, así como también se siente más identificada
con las nuevas expresiones de la Iglesia Católica, tal como son los grupos
carismáticos (un remedo ¿mercadológico? de los cultos neoevangélicos). Todo
esto explica el auge de estas nuevas iglesias en una América Latina, y en
particular una Guatemala con la guerra interna más cruenta de la región
–200,000 muertos, 45,000 desaparecidos, impunidad campante y persistente– que
ha perdido las utopías políticas de años atrás, que no tiene referentes, que
tiene como meta un llamado moralista y apocalíptico para "parar de
sufrir", pero sin mayores alternativas más allá de ese grito de desesperación.
Ante todo eso, la gente quiere predictibilidad, saber qué va a pasar, saber
adónde va. Ahora bien, la pregunta que se abre, y que no deja de provocar
sorpresa, se refiere al porqué de su tan amplia aceptación, infinitamente mayor
que la de cualquier propuesta política de izquierda. No cabe ninguna duda que
en estos alrededor de 30 años en los cuales estos movimientos evangélicos
fundamentalistas vienen desarrollándose, su crecimiento ha sido gigantesco.
Tanto que en muchas ocasiones están a la par –y en algunos casos superan– el
poder de convocatoria de la tradicional Iglesia Católica (toda una institución
en Latinoamérica, y sin dudas también en Guatemala, con cinco siglos de
presencia y actor principalísimo en esta historia).
Obviamente su oferta llena un vacío; de otra manera –como es el caso de
otras propuestas religiosas existentes: mormones, testigos de Jehová,
islamismo, budismo– no encontrarían el eco que efectivamente tienen.
Actualmente, quizá ante la falta de propuestas políticas globales
alternativas, ante el descrédito acrecentado día a día de los partidos
tradicionales, estas sectas ocupan un lugar cada vez más preponderante en la
vida social de los sectores pobres, tanto en Latinoamérica como en lo que puede
constatarse en Guatemala. En realidad no solucionan ningún aspecto
práctico/concreto en la vida de millones de pobladores del área. Pero insuflan
una fuerza espiritual que permite seguir soportando las penurias ("¿opio
de los pueblos?") Nunca más oportunas las palabras de un ideólogo
estadounidense, padre intelectual de los Documentos de Santa Fe que
mencionáramos, y arquitecto de las políticas contrainsurgentes de Washington,
el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew Brzezinsky: "En la
sociedad actual, el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de
ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de
personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las
técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón
" (Brzezinsky, 1968).
Los grupos de poder saben lo que hacen, sin dudas; y por algo han delineado
estas nuevas religiones, hechas a la medida de las necesidades de las
sociedades donde proliferan. Si alguien maneja todo esto, es el planteamiento
neoliberal. Es decir: la competencia, el individualismo, la idea que las
personas valen en tanto consumen, y cuanto más consumen más valen. Todo eso lo
transmiten de manera funcional, bien organizada y presentada estas nuevas
expresiones religiosas. La Iglesia Católica, luego del Concilio Vaticano II,
dio un gran vuelco en su posición tradicional comenzando a tomar partido por
los excluidos con su llamada "opción preferencial por los pobres". La
Teología de la Liberación fue la expresión acabada de todo ese movimiento en el
seno de la Iglesia, de esa nueva ideología y posición para la vida pastoral.
Por eso surgen como respuesta beligerante esos documentos de Santa Fe, con la
clara intención de frenar ese avance hacia lo popular. Es así que aparecen
estas nuevas iglesias, para restarle presencia e influencia a la Iglesia
Católica por medio de una estrategia de distracción con estos cultos,
desorganizando, desmovilizando a la gente, buscando insensibilizar en relación
a las causas de la pobreza. Igualmente oportunas también las palabras ya
citadas de Giordano Bruno y de Voltaire; ¿podría acaso caber alguna duda
respecto a las intuiciones de estos finos pensadores?
Buscaron, y buscan hoy día, despolitizar totalmente a las personas, quitan
todas las responsabilidades cívicas poniendo el énfasis exclusivamente en
cuestiones divinas despreocupándose de las cosas terrenales, de los problemas
económicos y políticos. En su prédica insisten siempre en que la política es
mala, no sirve, por lo que hay que dejar todo eso en manos de políticos
profesionales que son los que supuestamente saben del tema. Ello es congruente
con la idea de debilitar y achicar los Estados nacionales. Ahí aparece entonces
toda la prédica neoliberal, de una manera bien presentada, engañosa, disfrazada
de discurso religioso. Ese es el pensamiento real que se esconde detrás de todo
este neopentecostalismo. En definitiva: se busca mantener el privilegio de unos
pocos a partir de la pobreza de las grandes mayorías, haciendo que la gente no
advierta todo ello, quedándose simplemente con la idea que las injusticias
"son voluntad de dios". En otras palabras: para tener
"éxito" en la vida hay que seguir a estas nuevas iglesias, las
injusticias no existen y el "triunfo" es siempre producto de un
proyecto individual de autosuperación. Ese es el mensaje que se pasa
veladamente. Los que se preocupan por las injusticias terrenales no sirven, son
"perdedores", están "pasados de moda". Con estas nuevas
iglesias se logra hacer que la gente no piense en el mediano ni en el largo
plazo; se logra hacer interesar al público sólo en lo inmediato. En otros
términos, suena muy parecido a la psicología del adicto: resolver las cosas
aquí y ahora, como pura descarga puntual, sin medicaciones, sin proyecto a
largo plazo, sin historia. ¿No funcionan de la misma manera los medios masivos
de comunicación? Curiosa coincidencia. Basta revisar lo apuntado por un
intelectual orgánico al sistema como el recién citado Brzezinsky.
Los cultos neopentecostales no son ingenuos, saben a dónde apuntan y qué
proyecto conllevan. No hay dudas que hay manos invisibles en su puesta en
marcha. Y a esto se podría agregar algo más: ahí está ligado también el tema
del narcotráfico, otro de los grandes poderes paralelos, no sólo en nuestro
país sino en la arquitectura global del actual "sistema-mundo", como
diría Wallerstein.
En Guatemala hay cerca de 20 mega-iglesias. Estos grandes templos
fabulosos, siempre construidos con la más alta tecnología y pagados al más
estricto contado, estricto dinero efectivo, abre interrogantes. ¿Quiénes están
detrás de todas estas iniciativas? Da para reflexionar, sin dudas. ¿Podría
pensarse, eventualmente, en lavado de dinero? Estamos hablando de
construcciones de muchos millones de dólares. Debe estarse alerta ante estos
mecanismos; hay que sensibilizarse ante estas manipulaciones: aquí hay manos
invisibles que utilizan tendenciosamente, con agendas ocultas bien precisas, un
supuesto mensaje religioso. Ahí no sólo hay religión, o más aún, ahí no hay
nada de religión: hay otros intereses políticos e ideológicos de grupos que no
quieren que cambien sus privilegios.
No hay dudas que millones de seres humanos encuentran en estas prácticas un
alivio –independientemente que podamos leerlo como engañoso, tergiversador,
maquiavélico si se quiere, en tanto sabemos la agenda oculta que lo alienta–.
El desafío que se abre para un discurso (y una práctica) comprometidos
–digámoslo así, aunque pueda sonar ostentoso– con la verdad, o con un cambio,
con una transformación social, es: ¿qué hacer ante esta avalancha de " fe “?
¿De qué manera oponerle alternativas válidas, coherentes? El desafío de buscar
esos caminos está abierto. Valga el presente escrito como una provocación en
esa dirección.
* Aparecido originalmente en la Revista “Análisis de la Realidad
Nacional”, N° 55, del Instituto de Problemas Naciones de la Universidad de San
Carlos de Guatemala.
Publicado por LaQnadlSol
USA.
Ese loco escribe lo que no sabe. Es como decir como esta el agua del océano observándolo desde un avión. Para tener un conocimiento científico del asunto hay que acudir a la experimentación, hay que meterse al agua. Para tener autoridad para hablar de la fe cristiana tiene que experimentar lo que es entregarse o rendir su vida a Cristo. Entonces podrá hablar de las iglesias evangélicas y la fe cristiana. Aunque, es aceptable, que siempre entre el trigo nace la cebada. Entre las ovejas hay lobos vestidos de oveja. Pero para eso Dios mismo ha provisto de los dones de discernimiento de espíritu para descubrirlos y ponerlos al descubierto.
ResponderBorrar¿y quiénes quemaron en la hoguera a Giordano Bruno? ¿los evangélicos? ¿los católicos? pues fueron esos asesinos que ahora se disfrazan de bondad, la religión católica romana, que es la que mantiene a los pueblos en la ignorancia, la superstición, el atraso cultural ¿o no? pues con todas esas tradiciones religiosas católicas romanas no puede adelantarse nada, ni socialmente, ni culturalmente, mucho menos económica y productivamente para el país, solo vean este ejemplo: cuando hay procesión, a los católicos se les antoja cerrar las calles, y bloquean la libre locomoción, aun a la misma gente que vive en esas calles y necesita entrar y salir de su propia casa ¿eso no es una tontería? por supuesto que lo es. Ser católico significa: ser borracho, abusador, malhablado, pendenciero, asesino, maltratar a su esposa e hijos, etc. Todo eso es lo que la religión católica romana produce y seguirá produciendo. Bien dicho, la religión CATÓLICA ROMANA es la que mantiene el atraso y la ignorancia.
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