El pueblo mexicano ya se
cansó como sucede actualmente con el pueblo de Guatemala. Ambos naciones están
hastiadas de una clase política altamente corrupta y de una clase empresarial
que determina las políticas de Estado, porque sencillamente, aquí como allá,
los poderes del Estado no mandan; están subordinados programáticamente al poder
económico dominante.
NO ESTADOS FALLIDOS, SINO
ESTADOS EN DESASTRE,
EL CASO DE GUATEMALA Y
MÉXICO
Por Luciano Castro Barillas
Los matices diferenciales entre las dos repúblicas presas del
neoliberalismo son ahora, en el desenvolvimiento pleno del siglo XXI, casi imperceptibles entre
Guatemala y México. Los indicadores sociales y la vida misma nos indican el
calvario diario del ciudadano de los sectores populares para sobrevivir en un
mundo lleno de estrecheces e inseguridad. Y se sufre más no por la carencia de
comida o dificultades de acceso a la educación sino por algo muy preciado en la
vida de todo ser humano y que en algún momento, resultado del embobamiento del
consumo mínimo u ostentoso, no se pondera de la manera debida: la tranquilidad.
México como Guatemala vive la locura de los delincuentes organizados,
principalmente la demencia criminal de las variadas y asaz avaricias de los
narcotraficantes, sujetos que desestructurados psicológicamente que llevan su
mundo catódico, negativo; a todos los ámbitos de la sociedad. La crisis de una
sociedad, de una nación se puede ejemplarizar muy bien en el actual ciudadano
mexicano.
Eligieron los mexicanos a un presidente de poca profundidad política y
cultura, tan justo y exacto para ese viejo sistema capitalista mexicano que tras
setenta años de dictadura del PRI, se sigue reproduciendo en alternancia con el
PAN en el ejercicio del control de los poderes públicos, de la superestructura
del Estado. Un hombre de discernimiento tendrá
-eso se espera- como primera
consejera a su mujer y una actriz de telenovela de dudoso talento, frívola y
banal, no puede ser un gran aporte para la escasa materia gris del señor Peña
Nieto. Ya ve usted los niveles de “responsabilidad” de este hombre que sumida
la nación en una gran crisis de gobernabilidad no pudo aplazar su gira por
China y Australia, urgido quizá por algo que se sospecha. Los $7 millones de
dólares que costó la nueva residencia de la familia presidencial pudiera ser
“obsequio chino”, pues la casa, da la casualidad, era propiedad de una firma
mexicana en consorcio con la compañía china Railway Construction Corporation,
que había obtenido la licitación apenas el 3 de noviembre para la construcción
del tren de alta velocidad México-Querétaro. Los funcionarios chinos, por
cierto, pidieron ayuda internacional hace unos días para detener el exponencial
problema de la corrupción en el gigante asiático que se mueve en todas las
esferas de la vida económica, por lo tanto, la sospecha no puede descartarse en
este caso tan particular.
El PAN es el PRI y el PRI es el PAN. No hay una ideología que los
diferencia ni una voluntad política que los haga distintos. Ambos son la misma
basura pestilente que ya llega casi a un siglo y que ha llevado a los pueblos
del sur y centro de México a ser verdaderos estados preinsurrecionales porque
los poderes del Estado mexicano no tienen presencia o incidencia en las
comunidades para garantizarle la vida y la seguridad, sino la muerte y la
violencia. México se ha hecho ingobernable y la coyuntura actual con un presidente
que coge camino para China (posiblemente para apaciguar el trinquete de la casa
de 7 millones de dólares donde la muñidora fue su esposa) y Australia refleja
de cuerpo la contextura muy superficial como la piel del agua, de este señor
representante del mundo neoliberal mexicano.
El pueblo mexicano ya se cansó como sucede actualmente con el pueblo de
Guatemala. Ambos naciones están hastiadas de una clase política altamente
corrupta y de una clase empresarial que determina las políticas de Estado, porque
sencillamente, aquí como allá, los poderes del Estado no mandan; están
subordinados programáticamente al poder económico dominante.
Lo lamentable en México es que la mayoría de ciudadanos no están plenamente
conscientes de que la guerra civil atípica ha estado beligerante desde hace
diez o doce años desde el momento en que, torpemente, el señor Felipe Calderón
creyó que se podía derrotar al monstruo de mil cabezas del crimen organizado a
pura bala y trancazo. El aparecimiento constante en todo el territorio nacional
de fosas con cuerpos de seres humanos mexicanos expresa que el gobierno
mexicano no tiene control sobre la fuerza pública y si en el pasado, por
ejemplo, en los países Centroamericanos o Colombia los grupos paramilitares
eran incondicionales colaboradores o perpetradores de la guerra sucia, en
México, en cambio, lo hacen los encargados de la seguridad ciudadana, no
necesariamente el ejército. Por eso, repito, es una guerra civil atípica,
porque no puede calificarse de otra manera tan atroces hechos de violencia como los sucedido a los 43 muchachos de
Ayotzinapan.
La respuesta de los ciudadanos en marchas, plantones o destrozos de ira no
conduce a ningún buen resultado político. Podrán pasar toda la vida gritando y
maldiciendo (eso le importa poco al viajero presidente, al final), pero si se
toca de otra manera ese poder económico y político intocable, entonces, las
fuerzas políticas y sociales se modifican. El agotamiento del diálogo da lugar
a las guerras y cuando no hay opción, a las guerras se les responde con otra
guerra. No hay otra manera de hacerse respetar.
Publicado por LaQnadlSol
USA.
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