Los barberos-cirujanos
medievales que tuvieron que enfrentarse con la casuística de los campos de
batalla, hicieron más por el avance de la práctica médica que físicos
académicos que raramente examinaban pacientes y que basaban sus tratamientos en
el conocimiento de los textos de Galeno y otros manuales. Aún hoy, los
investigadores "puros" tienden a despreciar la práctica y términos
como "aggie school" y "cow school" son oídos con desagradable
frecuencia en los círculos académicos. Si nos tomáramos en serio el mensaje de
Engels y reconociéramos que nuestra creencia en la superioridad inherente de la
investigación pura es lo que es -un prejuicio social- entonces podríamos forjar
entre los científicos la unión entre teoría y práctica que un mundo que se balancea
peligrosamente cerca del abismo tan desesperadamente necesita.
“LA POSTURA HIZO AL HOMBRE”
Por Stephen Jay Gould
Ningún evento hizo más por la fama y el prestigio del Museo de Historia
Natural que las expediciones al Desierto de Gobi en los años `20. Los
descubrimientos, incluyendo el primer huevo de dinosaurio, fueron excitantes y
abundantes y se adecuaban perfectamente a las aventuras heroicas del más puro
estilo holliwoodense. Es todavía difícil encontrar una mejor historia de
aventuras que el libro de Roy Chapman (con su título chauvinista): The New
Conquest of Central Asia. Sin embargo, la expedición fracasó por completo en
cumplir el propósito original: encontrar en Asia Central los ancestros del
Hombre. Y fracasaron por la más elemental de las razones – nosotros
evolucionamos en África, como Darwin lo supuso cincuenta años antes.
Nuestros ancestros africanos (o por lo menos nuestros primos más cercanos)
fueron descubiertos en depósitos cavernarios durante los años `20. Pero estos
australopitecos fracasaron en dar el tipo de lo que las nociones preconcebidas
suponían que el “eslabón perdido” debía ser, y muchos científicos se negaron a
aceptarlos como miembros de buena fe de nuestro linaje. La mayoría de los
antropólogos había imaginado una relativamente armoniosa transformación desde
el mono al humano, impulsada por el crecimiento de la inteligencia. Un eslabón
perdido debía ser intermediario tanto en el cuerpo como en el cerebro -Alley
Oop o las viejas (y falsas) representaciones de los encorvados Neanderthals. Pero
los australopitecos se rehusaban a adecuarse. Ciertamente, sus cerebros eran
más grandes que los de los monos con tamaños corporales similares, pero no
mucho mayores. La mayoría de nuestro incremento evolutivo en el tamaño del
cerebro ocurrió después que alcanzamos el nivel australopiteco. Sin embargo,
estos australopitecos con pequeños cerebros caminaron tan erectos como ud. o
yo. ¿Cómo podía ser? Si nuestra evolución fue propulsada por el crecimiento
cerebral, ¿cómo podría la postura erecta (otra “clave de la hominización” no un
tema secundario) haberse originado primero? En un ensayo de 1963, George
Gaylord Sympson se sirvió de este dilema para ilustrar el a veces espectacular
fracaso para predecir descubrimientos aún cuando hay una importante base para
esa predicción. Un ejemplo evolutivo es el fracaso para predecir el
descubrimiento de un “eslabón perdido”, hoy conocido [Australopiteco], que
caminó erecto y fabricó herramientas pero tenía la fisonomía y la capacidad
craneal de un mono.
Debemos adscribir este “espectacular fracaso” principalmente a un prejuicio
subterráneo que conduce a la siguiente extrapolación inválida: Nosotros
dominamos a otros animales por el poder del cerebro (y poco más); en
consecuencia el crecimiento del cerebro debe haber propulsado nuestra evolución
en todos los estadios. La tradición que subordina la postura erecta al
crecimiento del cerebro puede ser seguida a través de toda la historia de la
antropología. Karl Ernst von Baer, el mayor embriólogo del siglo XIX (y segundo
sólo después de Darwin en mi panteón personal de héroes de la ciencia) escribió
en 1828: “La postura erecta es sólo la consecuencia del más alto desarrollo del
cerebro. … toda la diferencia entre el hombre y los demás animales depende de
la construcción del cerebro.” Cien años más tarde, el antropólogo inglés G. E.
Smith escribió: “No fue la adopción de la postura erecta o la invención de un
lenguaje articulado lo que separó al hombre del mono, sino el gradual
perfeccionamiento del cerebro y la lenta construcción de la estructura mental,
de lo cual la postura erecta y el lenguaje son algunas de sus manifestaciones
incidentales.”
Contra este coro que enfatiza en el cerebro, unos muy pocos científicos
sostuvieron la primacía de la postura erecta. Sigmund Freud basó mucho de su
altamente idiosincrática teoría del origen de la civilización sobre esto.
Comenzando con sus cartas a Wilhelm Fliess en los `90 y culminando en su ensayo
de 1930 sobre Civilization and its discontents, Freud argumentó que nuestra
adopción de la postura erecta había reorientado nuestra sensación primaria
desde el olfato a la visión. Esta devaluación del olfato cambió el objeto de
estimulación sexual en los machos desde el cíclico olor menstrual a la continua
visibilidad de los genitales femeninos. El deseo permanente de los machos
conduce a la continua receptividad de las hembras. La mayoría de los mamíferos
copulan sólo alrededor de los períodos de ovulación; los seres humanos son
activos sexualmente todo el tiempo (un tema favorito de los escritores sobre
sexualidad). La sexualidad permanente colocó en el centro a la familia humana e
hizo posible la civilización; los animales con copulación fuertemente cíclica
no tienen ímpetu para una estructura familiar estable. “El fatal proceso de civilización”
Freud concluye, “podría haber comenzado con la adopción de la postura erecta
por el hombre”.
Fuente: Razón y revolución
Traducido por Eduardo Sartelli de Monthly Review, vol 47, nro. 6, nov. de
1995
Publicado por LaQnadlSol
USA.
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