Mientras algunos en la izquierda no paran de acusar al presidente Putin de haber traicionado al
movimiento separatista de las autoproclamadas republicas de Donetsk y Lugansk,
las fuerzas neoconservadoras están rabiosas ante lo sucedido en Minsk, comparándolo
con la traición de Chamberlain y Daladier en Munich en 1939, donde acordaron
con Hitler la incorporación de una parte de Checoslovaquia conocida como los
Sudetes a la Alemania nazi. Pero mientras el pacto de Munich era una
concesión a Hitler, el de Minsk pretende el acercamiento de las repúblicas separatistas
del este a una Ucrania reformada que tome en cuenta y respete los derechos de autonomía
de su población.
MINSK, MUNICH
Por Nahiasanzo
Viñeta de KAL en The Economist en la que el amenazante Putin estrecha la “mano” al presidente ucraniano, más parecido a Lukashenko que al presidente Poroshenko.
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“Éstas son las conversaciones de los derrotados” Vytautas Landsbergis, antiguo
Presidente de Lituania, 12 de febrero de 2013.
Una de las reacciones más sorprendentes al acuerdo de Minsk ha sido la
comparación con el Acuerdo de Munich de 1938 sobre los Sudetes. Mientras aquel
pacto establecía el procedimiento para la integración de una parte de
Checoslovaquia en la Alemania nazi, el de Minsk perfila una estrategia,
probablemente ilusoria, de acercamiento de las regiones de Donetsk y Lugansk a
una Ucrania reformada desde posiciones de respeto a los derechos de su
población.
Las referencias a una traición similar a la de Chamberlain y Daladier,
adalides del apaciguamiento ante Hitler, es mantenida con vehemencia en algunos
sectores, en particular entre los vinculados a la histórica alianza entre
Estados Unidos y los movimientos nacionalistas de las llamadas naciones
captivas del este de Europa.
Paul A. Goble es uno de los propagandistas que ha defendido más intensamente
esta posición desde The Interpreter, una web anti-Putin apoyada
desde Nueva York por el Institute of Modern Russia. Goble, asesor del
Departamento de Estado entre 1986 y 1991, abandonó su cargo en protesta por el
apoyo de George H. W. Bush a la estrategia de colaboración de las antiguas naciones
de la URSS con la nueva Rusia de Boris Yeltsin. Según el Office of Slavic and
Eurasian Analysis, hacia mediados de los años 90 Goble se había convertido en
uno de los principales defensores en Occidente de la tesis del resurgimiento
del imperialismo ruso tradicional. En 1993, un artículo del Ukrainian Weekly le
atribuía la siguiente declaración: “lo que ocurre entre Rusia, Ucrania y los
Estados Unidos será el pivote en torno al que se moverá el mundo”.
Sin embargo, la expresión más enrabietada de la tesis derrotista la ha
formulado el líder que llevó a Lituania a su independencia, Vytautas
Landsbergis. En la presentación de un libro sobre los acontecimientos de 1991
en aquel país, el líder conservador ha llegado al paroxismo en este punto al
señalar que Minsk “es peor que Munich”.
Las razones para el exabrupto se vinculan en parte a la participación en
las negociaciones de Minsk de los representantes de Donestk y Lugansk,
Plotnitsky y Zakharchenko. “En esa Conferencia de Munich, no había
probablemente SS de los Sudetes que hablaran en nombre de la nación y pidiendo
repartirse Checoslovaquia. Al menos no se sentaban en la mesa. Y ésos sí”,
señala.
Es obvio que lo que le escandaliza no tiene nada que ver con la oposición
al nazismo puesto que Landsbergis fue Presidente de Lituania cuando se inició
el proceso de exoneración de personas convictas durante el periodo soviético,
un proceso que se extendió a colaboradores del régimen de Hitler. Landsbergis
ha mostrado siempre comprensión, además, por los miembros del régimen lituano
que en 1941 colaboró con la Alemania nazi.
No es por tanto Hitler o las SS quienes le molestan sino Putin y los
líderes de Donetsk y Lugansk, en especial la pretensión de éstos de representar
a una parte de la población de Ucrania. “Dar territorio, reconocer a esos
bandidos como líderes que están invitados a la mesa y a los que se permite
firmar documentos. ¿Por qué dar esa legitimación a los mercenarios de Putin”,
dice escandalizado. Le decepciona que la Canciller alemana Angela Merkel
aceptara ese “teatro de marionetas” según el cual Putin acabó
presionando a los rebeldes para que firmaran el acuerdo. “¿Por qué hundirse
a tan bajo nivel?”, remata.
La mayor crítica de Landsbergis se dirige, sin embargo, al atrevimiento de
Rusia en dictar lo que debe ser el orden constitucional en Ucrania. “Si los
países negocian y Rusia dicta el tipo de reforma constitucional que deberían
tener”, entonces es posible preguntar: “¿dónde está su propia reforma
constitucional, cuando va a empezar a respetar su propia Constitución, señor
Putin?”. Y si no lo hace, que “cierre la boca y no nos hable de
Constitución”. “Somos un país democrático con un Parlamento elegido por
el pueblo. Soy el Presidente electo, podría decir Poroshenko. Mientras ustedes
se han nombrado a sí mismos”, señala enrabiado.
Landsbergis es de aquellos que no creen por tanto en Minsk, pidiendo que se
arme a Ucrania. “Si no, significa que Ucrania ha sido vendida”. Según el
político lituano, Rusia ha declarado la guerra a la civilización de Occidente.
“Los líderes occidentales tienen su excusa: no queremos la guerra. Pero la
guerra está en marcha, señora. Sin embargo no ve nada malo en que ucranianos
sean asesinados”, afirma dirigiéndose, sin necesidad de nombrarla, a Angela
Merkel.
El expresidente lituano fue uno de los primeros firmantes de la
constitución de una de las principales iniciativas neo-conservadoras en Europa,
la Henry Jackson Society. Entre sus objetivos figura la promoción activa de la
democracia liberal en el mundo, soportada en una fuerte capacidad militar de
Occidente y sin renunciar al intervencionismo exterior. Entre los primeros
promotores de esa sociedad aparecen importantes figuras neo-conservadoras del
otro lado del Atlántico como Richard Perle, William Kristol y James Woolsey.
En su crónica de las negociaciones de Minsk en el británico The
Telegraph, David Blair sigue una línea de argumentación que tampoco parece
dejar dudas respecto a quién fue el vencedor de las negociaciones en Minsk: “El
lenguaje corporal lo decía todo. Petro Poroshenko, grimoso y agotado, se
inclinaba hacia delante suplicante; Vladimir Putin, benevolente y relajado,
esbozaba una sonrisa enigmática”. “Las fotografías de las conversaciones
maratonianas de ayer entre los líderes de Ucrania y Rusia demostraban cuál de
los dos tenía más razones para la confianza respecto del acuerdo que surgió en
Minsk”. Mientras destaca que, después de Minsk, Ucrania tiene todas sus
obligaciones detalladas y sujetas a un calendario preciso, se pregunta: “¿Y
Rusia?”.
La referencia a Munich es menos directa en la crónica de Blair pero, no por
ello, menos clara: “La pregunta es si este éxito particular, le va a
satisfacer. Porque, en última instancia, esta crisis nunca ha sido sobre
Ucrania solo; más bien, siempre ha sido acerca de la agotadora ambición de
Putin en darle la vuelta al arreglo posterior a la Guerra Fría”. “Así
que nos encontramos con una pregunta que no ha sido planteada desde 1938:
¿hasta dónde se extienden las ambiciones territoriales de un autócrata europeo?
Al ponderar este enigma, todo lo que tenemos que seguir es la sonrisa
enigmática de Putin”, afirma.
En el Financial Times, Niall Ferguson también sostiene que el resultado de
Minsk es altamente favorable a la parte rusa pero transmite a su audiencia un
mensaje más tranquilizador: el acuerdo no trae una paz duradera pero tampoco es
Munich. El argumento sin embargo sorprende cuando afirma que el acuerdo “no
es siquiera un acuerdo formal … es más una lista de cosas para hacer que pueden
(o que no pueden) llevar a una tregua en el este de Ucrania”.
Para probar esta curiosa sentencia, Ferguson señala que los cuatro
participantes en la mesa no firmaron nada, sólo lo hicieron los representantes
del Grupo de Contacto. Según el autor, Poroshenko hizo bien en actuar como lo
hizo porque, con ello, conseguía evitar la aniquilación de sus fuerzas en
Debaltasevo y garantizarse el apoyo económico del FMI. Pero, que nadie se
engañe, no se trata de un verdadero alto el fuego.
Sea lo que sea lo que se haya acordado en Minsk, parece que nadie se
equivocará al sostener que las fuerzas del neo-conservadurismo en el mundo no
están a favor. En realidad, lo acordado les irrita y mucho.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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