Trump se convirtió en el
vocero de esa clase que había sido traicionada y abandonada por las sucesivas
administraciones del bipartidismo tradicional al servicio de los grandes
intereses económicos y militares del imperio, esos deplorables ahora se
encontraban con un hombre que pensaba y hablaba como ellos, a pesar de ser
parte de esa elite rica que les había dado la espalda.
EL DEPLORABLE TRUMP EL NUEVO
PRESIDENTE DE LOS EE.UU
Uno de los fatales errores de Hillary Clinton, la Reina del Caos o de la
Guerra (Killary, la llaman otros con mucho acierto; Afganistán, Irak, Libia,
Siria y Honduras, como mudos testigos de sus matanzas imperialistas), fue haber
calificado a los seguidores de Donald Trump como una cesta de deplorables,
irreformables. Su desprecio, típico de la elite blanca con suficiente poder
político y económico sirvió a la postre para galvanizar a ese numeroso sector de
destituidos para que votaran masivamente por el multimillonario neoyorkino convirtiéndolo
así en el nuevo presidente de los EE.UU. Al contrario de lo que dicen ahora los
desprestigiados medios del establishment pro Clinton que llevaron a cabo una
campaña de linchamiento público sin precedentes contra Trump, el resultado no
fue una sorpresa, era algo que se veía venir desde el mismo momento en que
demolió en la primarias republicanas a todos sus rivales.
La mayoría de “expertos” de los medios de comunicación que discutían sobre la
inevitabilidad de la presidencia de Hillary, pasaron por alto o prefirieron
obviar el hecho que Trump había hecho trizas a uno de los miembros del poderoso
Clan Bush, el insípido Jeb, que se pensaba sería el nominado del partido
Republicano que se enfrentaría en la final a Hillary Clinton. (Se daba por un
hecho que Killary no tendría mayores dificultades en derrotar a un paquete
deforme de la talla del republicano Jeb Bush). Pero los preconcebidos planes
del establishment político estadounidense se vieron interrumpidos por la
irrupción del incorregible multimillonario de Manhattan quien con un discurso nacionalista
sencillo que apelaba a sentimientos antiinmigrantes, la xenofobia y
despotricando contra la corrupción e incapacidad de la clase gobernante, todo
sintetizado en el lema “Make America Great Again”, fue capaz de tocar y sacar a
flote ese profundo resentimiento de clase que por mucho tiempo ha anidado en
esa otrora floreciente clase trabajadora blanca que ha sufrido en carne propia
las terribles consecuencias de la ola globalizadora neoliberal que ha devastado
regiones enteras de la América profunda, como el famoso Rus Belt, donde la
industria manufacturera, del acero y el carbón, con sus buenos empleos,
constituían parte del orgullo y la identidad de sus habitantes.
Donald Trump supo interpretar ese resentimiento de clase, canalizarlo y
elevarlo a su máxima potencia. Trump se convirtió en el vocero de esa clase que
había sido traicionada y abandonada por las sucesivas administraciones del
bipartidismo tradicional al servicio de los grandes intereses económicos y
militares del imperio, esos deplorables ahora se encontraban con un hombre que
pensaba y hablaba como ellos, a pesar de ser parte de esa elite rica que les
había dado la espalda. Como nunca antes un candidato presidencial perteneciente
a un partido afín al poder económico y militar públicamente arremetía contra
todo el establishment estadounidense acusándolo de ser el causante directo de
la destrucción del sueño americano, de haber convertido a la nación número uno
en un país tercermundista, de ciudades fantasmas e infraestructura dilapidada.
Uno de los anuncios de su campaña política sacado al aire antes del día de
la elección manifestaba que Goerge Soros, Janet Yellen, a cargo de la Reserva
Federal y el banquero Lloyd Blakfein (Goldman Sachs), eran parte de una
estructura de poder global responsable por las decisiones económicas que han
resultado en el robo a nuestra clase trabajadora, en el despojo de la riqueza
de nuestro país y han puesto ese dinero en el bolsillo de un puñado de grandes
corporaciones y organizaciones políticas.
Similarmente acusaba a la elite republicana especializada en materia de
seguridad nacional, que le cuestionaba su capacidad para dirigir el país, de
ser los responsables de las desastrosas decisiones que han convertido al mundo
en lugar caótico y peligroso, la fracasada elite de Washington buscando
perpetuarse en el poder, esta gente con acceso privilegiado, junto con Hillary
Clinton, son los culpables de la invasión en Iraq, del desastre en Benghazi y
del surgimiento del Estado Islámico, es tiempo que respondan por sus acciones. Estas
osadas declaraciones le valieron a Trump el ser declarado el enemigo público
número uno del establishment político, económico y militar de los EE.UU. Sin
embargo, era un héroe para los millones de depauperados, red necks, white trash,
que simpatizaban con él.
No se sabe hasta que punto Donald Trump como presidente será capaz de
cumplir con sus promesas de campaña, sobre todo en revitalizar la economía y
crear o recuperar los millones de empleos perdidos a causa de la
desindustrialización experimentadas en la últimas décadas de destructivas
políticas económicas neoliberales implementadas por republicanos y demócratas.
Tampoco se sabe si podrá establecer mejores relaciones con Rusia y China y
reducir la enorme tensión que se ha venido acumulando con esas dos potencias
como resultado de la belicosidad de las facciones guerreristas,
neoconservadoras y liberales intervencionistas enquistadas en Washington y que
tienen al mundo al borde de una catástrofe de enormes dimensiones. No se sabe
hasta qué punto Trump tendrá la voluntad y la audacia política para vencer la
resistencia y deshacerse de esa clica nociva de auténticos criminales que
pulula en los pasillos del poder en Washington, es decir, “drenar el pantano de
la actual burocracia y sacudir el establisment”, como lo prometió en su
campaña. Es difícil saber si Trump podrá reemplazar esa poderosa facción que de alguna manera tratara de infiltrarse
en su gabinete, como ya se especula que lo está intentando, con el objetivo de
impedir que Trump cumpla con sus promesas, principalmente, reducir la beligerancia
y establecer relaciones de amistad y cooperación con Rusia.
Seguramente el nuevo presidente la tendrá muy difícil, sobre todo si la
gente que se ha opuesto a él desde un principio, al menos en el papel, acentúan
la presión y el clima de hostilidad en su contra, como ya viene sucediendo con
la serie de protestas montadas en su contra en varias ciudades estadounidenses,
las insinuaciones sobre que carece del mandato popular y la sugerencias que
busque el asesoramiento de los eternos indispensables que cuestionaron su capacidad
o de lo contrario fracasará, incluso se menciona la posibilidad de un juicio
político en su contra en un futuro no muy lejano.
Hasta ahora, el presidente electo Donald Trump es una incógnita en cuanto
a la forma y el rumbo que tomará su
futuro gobierno, una cosa son sus promesas de campaña y algo muy diferente lo
que hará, o le dejaran hacer en la práctica. El viejo establishment
excepcionalista estadounidense ha acumulado demasiado poder y fortuna como para
permitir que su agenda de dominación sea puesta en riesgo y peleará hasta la
última gota de sangre para conservar esa posición y evitar que el conjunto de
instituciones que ha moldeado de acuerdo a sus intereses de clase se les escape
de las manos. Después de todo Donald Trump es una creatura de ese sistema
capitalista explotador, saqueador y destructor de naciones, creyente en la idea
de la nación indispensable, la numero uno.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario