Mientras tanto la
desglobalización sigue su curso, las élites dominantes del planeta buscan
desesperadamente preservar sus posiciones, acentúan sus disputas internas,
empiezan a producir salvadores pragmáticos de todo tipo. Así es como ha
irrumpido un personaje grotesco como Donald Trump buscando combinar xenofobia,
concentración de ingresos, reindustrialización y recomposición del esquema
geopolítico global. O los neofascismos europeos emergentes y los ya instalados
en América Latina. Se trata de tentativas ilusorias de recomposición de
sistemas decadentes profundizando al mismo tiempo el saqueo, dinámica
parasitaria ya vista a lo largo de la historia humana acompañando, acelerando
las declinaciones imperiales.
ESPERANDO A TRUMP. LA CRISIS
SISTÉMICA GLOBAL
Y ALGUNOS MANOTAZOS
DESESPERADOS
Jorge Beinstein. La Haine
A partir de la victoria de Trump los medios de comunicación hegemónicos han
lanzado una avalancha de referencias al “proteccionismo económico” del futuro
gobierno imperial y en consecuencia al posible inicio de una era de desglobalización.
En realidad la instalación de Trump no será la causa de esa
desglobalización anunciada sino más bien el resultado de un proceso que dio su
primer paso con la crisis financiera de 2008 y que se aceleró desde 2014 cuando
el Imperio ingresó en un recorrido descendente irresistible.
Desde el punto de vista del comercio internacional la desglobalización
viene avanzando desde hace aproximadamente un lustro. Según datos del Banco
Mundial en la década de los 1960 las exportaciones representaron en promedio el
12,2 % del Producto Bruto Global, en la década siguiente pasaron al 15,8 %, en
los años 1980 llegaron al 18,7 % pero hacia fines de esa década el proceso se
aceleró y en 2008 alcanzó su máximo nivel cuando llegó el 30,8 %, la crisis de
ese año marcó el techo del fenómeno a partir del cual se produjo un descenso
suave que se acentuó desde 2014-2015 (1). La propaganda acerca de que las
economías se internacionalizaban cada vez más, condenadas a exportar porciones
crecientes de su producción fue desmentida por la realidad desde 2008 y ahora
la globalización comercial comienza a revertirse.
Pero las dos décadas de globalización acelerada fueron principalmente un
movimiento de financiarización, de hegemonía total del parasitismo financiero
sobre el conjunto de la economía mundial, su centro motor se encontraba en los
Estados Unidos, extendiendo sus fortalezas hacia el conjunto de Occidente y el
socio oriental Japón. Los llamados “productos financieros derivados”, negocios
especulativos altamente volátiles, verdadero corazón del sistema, llegaban en
el año 1999 a unos 80 billones (millones de millones) de dólares,
aproximadamente dos veces y media el Producto Bruto Mundial, luego esa masa se
expandió vertiginosamente y en 2008, un poco antes del desastre financiero
tocaba los 683 billones de dólares, casi 12 veces el Producto Bruto Mundial de
ese año. Allí alcanzó su techo histórico, creció luego muy poco en términos
nominales de tal manera que hacia fines de 2013 llegaba a los 710 billones de
dólares (9,3 veces el Producto Bruto Global de ese año), fue el comienzo del
desinfle ya que en diciembre de 2015 había caído a 490 billones (6,6 veces el
Producto Bruto Global de 2015). La oligarquía financiera había entrado en
declinación lo que acentuó su canibalismo interno y sus tendencias depredadoras
no solo en la periferia sino también en el centro del sistema.
A esos procesos económicos se agregó una profunda crisis geopolítica, el
expansionismo políticomilitar del Imperio fue frenado en su principal territorio
de operaciones: Asia. Los dos rivales estratégicos de Occidente: China y Rusia,
estrecharon su alianza y fueron arrastrando hacia su espacio a grandes,
medianos y pequeños estados de la región: desde India, hasta Irán, pasando por
las naciones de Asia Central. Los recientes giros de Turquía y Filipinas
alejándose de la influencia norteamericana y acercándose al espacio chino-ruso
marcan desde el Mar Mediterráneo y desde el Océano Pacífico, en los dos
extremos geográficos de Eurasia, el declive de la dominación periférica del
imperialismo occidental. El fracaso estadounidense en Siria señala el principio
del fin de su omnipotencia militar.
Sin embargo la decadencia de Occidente no implica el seguro ascenso de los
capitalismos de estado ruso y chino como nuevos amos del mundo, la crisis está
llegando a China, su crecimiento se va desacelerando, Rusia se encuentra en
recesión, ambas potencias son afectadas por la declinación de los mercados
occidentales y de Japón, sus principales clientes. Tratan entonces de compensar
esas pérdidas extendiendo sus negocios y acuerdos políticos hacia la periferia,
especialmente hacia el espacio asiático. Tal vez el más ambicioso proyecto
chino sea el de la “Nueva Ruta de la Seda”, gigantesca masa de inversiones en
infraestructura y sistemas de transporte terrestre y acuático distribuidas en
Asia apuntando hacia la integración comercial del espacio eurasiático, llegaría
a unos 890 mil millones de dólares según Financial Times (2). Esa cifra podría
ser comparada con la del Plan Marshall que a valores actuales representaría
cerca de 130 mil millones de dólares, China estaría empujando hacia esa zona
inversiones equivalentes a más de seis planes Marshall.
El problema es que todas esas economías que China busca integrar están siendo
golpeadas por la crisis, la caída de los precios de las materias primas deprime
al conjunto de la periferia, acorralan a Rusia, a Irán, a las repúblicas
centroasiáticas... mientras Europa declina.
La crisis es global, obedece a la dinámica del capitalismo como sistema
planetario, a su degeneración parasitaria que degrada tanto a los países
centrales como a los periféricos, emergentes o no.
América Latina es ahora víctima de esos cambios.
En su repliegue hacia el patio trasero histórico imperial los Estados
Unidos vienen allí ejecutando una estrategia flexible y arrolladora de
reconquista y saqueo que en unos pocos años ha conseguido desplazar a los
gobiernos de Honduras, Paraguay, Brasil y Argentina, acorralar a Venezuela y
poner de rodillas a la cúpula de la insurgencia colombiana. Sin embargo esa
reconquista se produce en el marco de la crisis económica,
social-institucional, cultural y geopolítica de Occidente que lleva hacia el
pantano a los regímenes lacayos del continente. Las victorias derechistas en
Paraguay, Argentina o Brasil anuncian profundas crisis de gobernabilidad, donde
sus “gobiernos”, en realidad bandas de saqueadores, generan con sus acciones
grandes destrucciones del tejido económico e inevitablemente el ascenso de
protestas sociales masivas y crecientes. Dicho de otra manera, la actual
arremetida derechista no es el comienzo de la reconversión colonial de la
región, de la instauración de un nuevo orden elitista sino de una etapa de
desorden, de rebeliones populares amenazando a las élites dominantes.
Mientras tanto la desglobalización sigue su curso, las élites dominantes
del planeta buscan desesperadamente preservar sus posiciones, acentúan sus
disputas internas, empiezan a producir salvadores pragmáticos de todo tipo. Así
es como ha irrumpido un personaje grotesco como Donald Trump buscando combinar
xenofobia, concentración de ingresos, reindustrialización y recomposición del
esquema geopolítico global. O los neofascismos europeos emergentes y los ya
instalados en América Latina. Se trata de tentativas ilusorias de recomposición
de sistemas decadentes profundizando al mismo tiempo el saqueo, dinámica
parasitaria ya vista a lo largo de la historia humana acompañando, acelerando
las declinaciones imperiales.
NOTAS:
(1) World Bank, “World
development Indicators”, 17-11-2016
(2) James Kynge, “How the Silk
Road plans will be financed”, Financial Times, Mai 9, 2016.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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