Dos meses después de su
llegada a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump tendrá que aclarar su
posición en relación con el plan de rediseño del Medio Oriente ampliado que sus
predecesores trataron de imponer. Y si realmente quiere poner fin al yihadismo,
tendrá que reconocer la resistencia de la República Árabe Siria y reposicionar
tanto al Reino Unido como a Arabia Saudita y Turquía.
TRUMP: LA ACLARACIÓN
Por Thierry Meyssan
Luego de haber hecho declaraciones a todas luces apresuradas sobre diversos
temas militares, el presidente Donald Trump está ateniéndose a las opiniones de
su secretario de Defensa, el general James Mattis, en materia de cuestiones
estratégicas y tácticas. La Casa Blanca decidirá sobre objetivos y medios
políticos mientras que el Pentágono tendrá carta blanca en cuanto a la aplicación.
Esta diferenciación entre política y acción militar no existía bajo la
administración Obama: en aquella época, el Pentágono sometía toda acción letal
a la aprobación de la Casa Blanca.
Desde la nominación del general James Mattis como nuevo secretario de
Defensa, el presidente estadounidense Donald Trump solicitó al general la
preparación de planes para liquidar definitivamente a los yihadistas en vez de
limitarse a moverlos de un lugar a otro ni a conservar algunos para seguir
utilizándolos.
En su discurso del 28 de febrero de 2017 ante el Congreso de Estados
Unidos, Trump confirmó que su objetivo es acabar con el «terrorismo islámico
radical». Y, para evitar errores de interpretación, recordó que las víctimas de
ese terrorismo son tanto musulmanas como de confesión cristiana. Trump muestra
así que no está en contra del islam sino contra una ideología política que
recurre a referencias musulmanas.
Todo parece indicar que la cadena de mando estadounidense está siendo
objeto de un proceso de corrección ya a punto de terminar. Cuando el presidente
Trump haya fijado el objetivo y designado los medios a utilizar para
alcanzarlo, los militares podrán concretar la operación como lo crean más
conveniente. Y las responsabilidades estarán compartidas: al Pentágono le
tocará asumir la responsabilidad por los errores de actuación o los «daños
colaterales» mientras que la Casa Blanca asumirá las derrotas.
Es por eso que conviene precisar lo más rápidamente posible la posición de
Estados Unidos frente a la República Árabe Siria. Esa posición debería
anunciarse en Washington, el próximo 22 de marzo, en una reunión de los países
miembros de la coalición anti-Daesh que debe contar con la participación del
secretario de Estado, Rex Tillerson. Lo menos que puede decirse es que, por el
momento, nada ha cambiado en ese sentido: en el Consejo de Seguridad de la ONU,
la embajadora estadounidense Nikki Haley incluso respaldó recientemente un
enésimo proyecto de resolución franco-británico contra Siria, que se estrelló
contra el sexto veto chino y el séptimo veto ruso.
Por su parte, el embajador sirio Bachar Jaafari denunció que tras la
maniobra franco-británica consistente en acusar sin pruebas –basándose en
supuestos testimonios de los grupos empeñados en agredir a la República Árabe
Siria– se escondía un intento de justificar un «cambio de régimen» y de
absolver a Israel, país culpable de posesión de armamento atómico y por tanto
violador del Tratado de No Proliferación.
Acabar con el yihadismo equivaldría a renunciar al plan conjunto de Londres
y Washington tendiente a rediseñar el Medio Oriente ampliado y a instalar en el
poder a la Hermandad Musulmana en todos los países de esa región. Sería también
reconocer que las «primaveras árabes» sólo fueron la reedición –Made in CIA y MI6–
de la «Revuelta Árabe» de 1916. Eso obligaría al Reino Unido a renunciar a una
carta que desde hace un siglo había venido construyendo pacientemente; forzaría
a Arabia Saudita a desmantelar la Liga Islámica Mundial, que desde 1962
coordina a los yihadistas; compelería a Francia a renunciar a su delirio de
obtener un nuevo mandato sobre Siria, mientras que Turquía se vería obligada a
dejar de apadrinar las organizaciones políticas de los yihadistas. No se trata,
por tanto, de una decisión únicamente estadounidense sino que implicaría como
mínimo a otros 4 Estados.
A pesar de las apariencias, esta decisión va mucho más allá del ámbito
sirio. Pudiera incluso convertirse en el posible fin de la política imperial
anglosajona, lo cual tendría múltiples consecuencias en el campo de las
relaciones internacionales. Se trata, en efecto, del programa electoral de
Donald Trump, pero nadie sabe si realmente podrá aplicarlo, debido a la
extraordinaria oposición que ha encontrado en las élites estadounidenses.
Por su parte, el general Joseph Dunford, jefe del Estado Mayor Conjunto de
Estados Unidos, tuvo una reunión en Ankara con sus homólogos de Rusia y
Turquía. El objetivo de ese encuentro era evitar que los militares de cada uno
de esos países, presentes en el terreno, interfieran a los de los otros dos
Estados en este conflicto caracterizado por la presencia de múltiples actores.
Irán no fue invitado a Ankara ya que, en contraste con el Hezbollah– sus
militares desde hace tiempo se limitan a defender solamente a las poblaciones
chiitas.
Mientras que el Ejército Árabe Sirio liberaba nuevamente la ciudad de
Palmira, el contingente militar de Estados Unidos ilegalmente presente en suelo
sirio aumentó sus efectivos a 900 hombres y atravesó el norte de Siria
haciéndose lo más visible que pudo.
La cuestión práctica más importante es saber en qué tropas se apoyaría
Estados Unidos para atacar la ciudad siria de Raqqa, actualmente en manos del
Emirato Islámico (Daesh). La prensa internacional sigue afirmando que el
Pentágono cuenta con los kurdos del YPG, pero otras fuentes mencionan la
posible aplicación de un esquema similar al de Mosul, en Irak, donde consejeros
estadounidenses dirigen las acciones del ejército nacional iraquí.
En la reunión de Ankara, el general Dunford pareció preocupado ante la
posibilidad de enfrentamientos entre los soldados turcos y los milicianos
kurdos, sobre todo teniendo en cuenta que parte del YPG ha decidido ponerse
bajo la protección de Damasco, ante el anuncio de un posible avance turco-mongol.
En el mejor de los casos, tendremos que esperar hasta el 22 de marzo para
saber si el presidente Trump finalmente reconoce que la administración Obama
perdió su guerra contra Siria y si él mismo es verdaderamente serio cuando dice
querer erradicar el yihadismo. ¿Qué pasará entonces con quienes han sido, a lo
largo de medio siglo, los fieles ejecutores de la política británica?
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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