Sé que todo esto es bello,
porque Morley lo dice y lo repinten algunos extranjeros con barba y con
anteojos, más algunos agentes de turismo.
T I K A L
Por Manuel José Arce
Nada tengo qué ver con todo esto que no me pertenece.
Dicen que fueron mis antepasados los que alzaron todas estas piedras
empujados por una insaciable sed de estrellas. Mas, no me reconozco en este
Templo de las Inscripciones, ni en esbeltas pirámides, ni en labradas estelas.
Sé que todo esto es bello, porque Morley lo dice y lo repinten algunos
extranjeros con barba y con anteojos, más algunos agentes de turismo.
Y me cuesta creerlo.
Antes -cuando era niño- me enseñaron
que lo bello es lo rubio, y que nosotros somos, en consecuencia, solo un pueblo
feo.
Estas piedras ya no me dicen nada. Cuentan que es mi pasado. No lo creo. El
pasado más próximo para nosotros nace en la Conquista. El gran trauma. El gran
trauma inolvidable que nos borró la historia. De entonces para acá, ni
esplendor ni grandeza. Miseria y más miseria. Religiones extrañas llenas de
niños rubios y de mujeres blancas y de santos barbados y extranjeros (todo eso
era lo bello); idiomas que aún ahora nos cuesta pronunciar, ropa que queda
incómoda en el cuerpo, leyes que desconozco y en nombre de las cuales soy lo
que soy y estoy donde me encuentro.
Pregúntenle al abuelo cómo fueron construidas las pirámides: no sabrá
responderles. Él les diría en cambio lo que era “la montada”, cuánto pesa en
los lomos cada piedra de iglesia o de cuartel
-pesan lo mismo-, cuánto lo sacudía cada fiebre en las fincas costeras y
otra serie de cosas. No le pregunten nunca por Tikal: no supo nada de eso: él
era indio.
Sobre estos monumentos -que a mí
nada me dicen- puede obtenerse
información exacta en Pensilvanya University, en los ficheros arqueológicos de
pueblos olvidados, en los museos, en códices ilustres, que al final de cuenta
son los únicos sitios en donde tiene dignidad el indio.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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