Que los guatemaltecos,
acosados por un delirio colectivo de muerte, no nos transformemos en un pueblo
de asesinos. Que no se rompan los últimos diques de una guerra social a la que
nos están arrojando a todos la desesperación y el crimen. Hemos sido un pueblo
pacífico, de corderos. No nos transformen en fieras.
EL TERROR VUELVE
FIERAS A LOS CORDEROS
Por Manuel José Arce
(De la serie “El Solar Conocido”)
En Guatemala están ocurriendo una serie de
fenómenos que jamás se habían presentado en nuestra convulsa historia política.
La pasividad tradicional del guatemalteco ha quedada relegada al pasado -según parece- y una violencia frenética se ha enseñoreado
en la vida del país.
No escapa a nadie el curioso fenómeno de que la
política del país está debatiéndose al margen de todas las instituciones
legales y de derecho. Los partidos políticos no determinan nada en tal sentido.
Son las facciones clandestinas las determinantes momentáneos e imprevisibles de
la vida nacional. Es en el terreno de la ilegalidad y de la clandestinidad en
donde la verdadera lucha política se está realizando.
Pero, de allí se deriva el otro fenómeno, el
mismo carácter clandestino, ilegal y hasta delictivo de tal lucha, el anonimato
general de quienes esa luchan esgrimen y ejercen, ha llevado las cosas a un
clima de irresponsabilidad, de desenfreno y de exceso como no se habían
producido en ningún pueblo y -acaso- en
ninguna época.
Hay una consigna general que domina el panorama
de tal política: Terror. Ya no terrorismo, sino llana y exclusivamente terror y
violencia.
El terror paraliza. Inhibe. Acobarda.
Momentáneamente.
Pero, cuando el terror se exacerba, cuando el
miedo llega a un colmo, se produce la reacción contraria y desesperada: se
pasa -como tituló Galich a una obra
suya- el paso “del pánico al ataque”.
Cuando el hostigamiento se vuelve obsesivo,
sistemático, el más cobarde de los hombres, se transforma en una fiera. La
rabia, la desesperación, el más elemental y ciego impulso de defensa cambian no
solo a los hombres sino también a los pueblos.
Y queda siempre, como fruto maldito del terror
y de la violencia, el odio. El odio añejándose, incubándose, como simiente de
nuevo terror y de nueva violencia. Cáncer que una vez inoculado en el organismo
de un pueblo cuesta mucho, mucha sangre, mucha muerte, mucho llanto
desarraigarlo.
Basta ya.
Que la paz no huya definitivamente de
Guatemala.
Que los guatemaltecos, acosados por un delirio
colectivo de muerte, no nos transformemos en un pueblo de asesinos. Que no se
rompan los últimos diques de una guerra social a la que nos están arrojando a
todos la desesperación y el crimen. Hemos sido un pueblo pacífico, de corderos.
No nos transformen en fieras.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario