sábado, 14 de julio de 2018

Opinando sobre el conflicto en Nicaragua: la larga batalla contra el imperialismo estadounidense


Podemos, y debemos, abrazar múltiples verdades al mismo tiempo: que el gobierno de Ortega ha dado grandes pasos en beneficio de los trabajadores en Nicaragua, que muchos nicaragüenses han manifestado, y siguen manifestando sus inconformidades con el gobierno de Ortega, que ha habido un verdadero costo humano que ha costado la vida a cientos de nicaragüenses como resultado del conflicto, y que Estados Unidos está tratando de aprovechar este descontento e inestabilidad para su propio beneficio.


OPINANDO SOBRE EL CONFLICTO EN NICARAGUA:
LA LARGA BATALLA CONTRA EL
IMPERIALISMO ESTADOUNIDENSE


Por Celina Stien-Della Croce

Hasta el 28 de junio, el número de muertos en Nicaragua había llegado a 285, con más de 1,500 heridos. El país está dividido, tratando de dar sentido a la violencia y el clima político que lo rodea. En los Estados Unidos, es casi imposible dar sentido a la historia actual. Parece que hay una sola historia que es transmitida por el ciclo noticioso tradicional y que se repite constantemente. Según esta historia, el presidente Daniel Ortega es autoritario. Él redujo las pensiones. La gente protestó. Ortega respondió violentamente, matando a un sinnúmero de manifestantes. Ortega debe irse, y Estados Unidos debe apoyarlo, en nombre de la democracia. Pero la realidad rara vez es así de simple. Este artículo no es una defensa de la administración de Ortega. No busca condonar o pasar por alto las muertes recientes. Es un intento de un ser humano hacia otro para empujar contra las paredes de esta caja de resonancia y dar contexto histórico al conflicto actual.

La desinformación (o, en el mejor de los casos, la cuidadosa selección de los hechos) en torno a las recientes protestas comienza con los recortes a las pensiones que desencadenaron el conflicto. Contrario a la historia actual, las propuestas de las pensiones no se originaron con la administración de Ortega. En respuesta al déficit presupuestario del Fondo de Seguridad Social de Nicaragua (INSS), el FMI propuso recortar los beneficios en un 20% y elevar la edad de jubilación de 60 a 63 (o incluso 65), entre otros cambios. La administración de Ortega rechazó las severas medidas de austeridad del FMI y en su lugar propuso recortar las pensiones en un 5% y aumentar las contribuciones de los empleadores al INSS en un 3.5% y de los empleados en un 0,7%. La propuesta de Ortega recortó las pensiones a tasas mucho más bajas que el plan sugerido por la política del FMI, pero de alguna manera el FMI parece haber escapado a la culpa en el relato en torno a las protestas. No nos dejemos engañar: el FMI y la agenda neoliberal en general tienen una larga historia de elaboración de políticas que empobrecen a la gente común y amplían las brechas de desigualdad en todo el Sur Global. Nicaragua no es una excepción

Daniel Ortega ha sido durante mucho tiempo un enemigo de los Estados Unidos y su agenda imperialista. Ortega fue parte de la Revolución Sandinista que derrocó a la dictadura de 40 años de Somoza, respaldada por Estados Unidos, en 1979. Los sandinistas permanecieron en el poder durante 19 años bajo el liderazgo de Ortega, tiempo durante el cual las tasas de analfabetismo cayeron casi un 40%. Los sandinistas perdieron las elecciones en 1990, allanando el camino para 17 años de administraciones neoliberales. En 2006, Ortega una vez más ganó las elecciones presidenciales. Desde que asumió el cargo en 2007, la pobreza cayó del 48.3% en 2005 al 24.9% en 2016 después de permanecer prácticamente inalterable durante la serie de administraciones neoliberales que siguieron a la derrota de 1990 del gobierno sandinista. De 2006 a 2017, el PIB aumentó en un 38 por ciento. Ortega ha disfrutado de altos índices de popularidad, pero decir que la gente de Nicaragua lo ama de manera incondicional sería una mentira. Su record es complicado: lo era antes de las protestas, e incluso más ahora. Pero el hecho de que las conquistas logradas por su administración hayan sido ignoradas por gran parte de la cobertura de las protestas más recientes en Nicaragua da lugar a una pregunta más amplia, que nada tiene que ver con los deseos y demandas del pueblo nicaragüense. El conflicto en Nicaragua no es blanco y negro: es posible que el pueblo de Nicaragua este inconforme con Ortega, y también que hay otros factores en juego que hacen eco de las tendencias más amplias de una intervención imperialista y una agenda neoliberal en toda América Latina propagada por los EE. UU, más recientemente en Brasil y Venezuela.

Como informó recientemente Tricontinental (Institute for Social Research), Estados Unidos está librando una "guerra no convencional" contra Venezuela y en toda la región, utilizando sanciones económicas, la manipulación de la opinión pública y otros maquinaciones para insertar una agenda neoliberal bajo el pretexto del humanitarismo, "librando una guerra que tiene la particularidad de que a veces parecen ser movilizaciones por los derechos de los ciudadanos". Estas "guerras no convencionales" proporcionan un contexto importante para entender las protestas y su relación con la violencia en Nicaragua. Estados Unidos, a través de sanciones económicas y otros medios, ha creado en gran parte la crisis en Venezuela, y posteriormente utilizó las consecuencias como pretexto para la intervención. La autodeterminación es una amenaza para los intereses corporativos y estadounidenses que podrían beneficiarse de los recursos naturales, los acuerdos comerciales y la mano de obra barata en la región. En el caso de Nicaragua, la administración de Daniel Ortega se ha alineado con el gobierno izquierdista venezolano, alzando el puño a la bestia del imperialismo estadounidense. Es de valientes mirar al imperialismo estadounidense a los ojos (según Tricontinental:  Institute for Social Researches In the Ruins of the Present, Estados Unidos tiene el ejército más poderoso del mundo con $611,200 millones por año), pero no deja de tener sus consecuencias.

Occidente ha demostrado que las afirmaciones de Venezuela y Nicaragua de que tienen derecho a actuar independientemente de los intereses estadounidenses y occidentales no será tolerado, principalmente en la medida en que se atrevan a utilizar los recursos de esos países para invertir en el bienestar de su propia gente a expensas de las ganancias de las corporaciones multinacionales. Estados Unidos ha dejado en claro que habrá consecuencias para cualquier gobierno que se atreva a desafiar su autoridad. Con este fin, Estados Unidos impulsa la Nicaraguan Investment Conditionality Act of 2017 o Ley de Condicionamiento de Inversión Nicaragüense de 2017 (también conocida como la Ley NICA), que busca bloquear el acceso del país a préstamos internacionales, todo bajo el pretexto de la democracia y el humanitarismo (a pesar de que estos préstamos se utilizan en gran medida para la salud, la educación y el gasto social). La Ley NICA ha sido interpretada por muchos como una forma de castigar a Nicaragua por su alianza con Venezuela y su desviación de los deseos del imperialismo y la hegemonía estadounidenses. Para los Estados Unidos, esto no tiene nada que ver con la democracia. No tiene nada que ver con los recortes a las pensiones. No tiene nada que ver con apoyar los reclamos reales que el pueblo nicaragüense tiene en contra de su gobierno.

El argumento estadounidense sobre Nicaragua es un reflejo cercano de las "guerras no convencionales" en Venezuela y Brasil, ocultándose detrás de un relato manufacturado de necesidad humanitaria y utilizado un shock sistemático como una oportunidad para insertar una agenda neoliberal. Como han indicado el periodista Max Blumenthal y otros, el gobierno de los Estados Unidos ha inyectado una gran cantidad de dinero en el movimiento de protesta anti-Ortega (incluidos algunos grupos de manifestantes, medios de comunicación y otros grupos anti-Ortega), en gran parte a través del National Endowment for Democracy (NED) y USAID. Recientemente, un grupo de líderes estudiantiles de las protestas realizó un viaje a los Estados Unidos financiado por Freedom House, un socio de la NED financiado por el gobierno de EE.UU, y se reunió con los senadores conservadores Marco Rubio, Ted Cruz e Ileana Ros-Lehtinen para solicitar apoyo (los mismos tres que recientemente volvieron a presentar la Ley NICA en abril). Si bien las intenciones de los estudiantes y la realidad sobre el terreno son confusas en el mejor de los casos, las intenciones del imperialismo estadounidense no podrían ser más claras.

No debemos olvidar que Estados Unidos tiene una larga historia de intromisión en América Latina y de apoyo al cambio de régimen para promover sus propios intereses económicos. En Nicaragua, Estados Unidos apoyó la brutal dictadura de Somoza y financió a los Contras de derecha en un intento por derrotar a los sandinistas durante el icónico escándalo Irán-Contras. Con esta historia en mente, ¿debemos de creer que en realidad el gobierno de los EE.UU alberga las mejores intenciones para con el  pueblo nicaragüense? ¿Están preocupados sobre las quejas de la gente con Ortega, o hay algo más en juego?

Podemos, y debemos, abrazar múltiples verdades al mismo tiempo: que el gobierno de Ortega ha dado grandes pasos en beneficio de los trabajadores en Nicaragua, que muchos nicaragüenses han manifestado, y siguen manifestando sus inconformidades con el gobierno de Ortega, que ha habido un verdadero costo humano que ha costado la vida a cientos de nicaragüenses como resultado del conflicto, y que Estados Unidos está tratando de aprovechar este descontento e inestabilidad para su propio beneficio. El impulso a la Ley NICA y la financiación de grupos de oposición le dan fuerza a cualquier sospecha que los historiadores puedan haber tenido. Sabemos lo que quiere EE.UU. Pero debemos permitirle a la gente de Nicaragua trazar su propio destino, ser los hacedores de su propia historia y tener la esperanza de una paz y un futuro que esté libre de la presión sofocante del imperialismo estadounidense.






Publicado por La Cuna del Sol
USA.

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