En los actuales momentos,
Venezuela y la Revolución Bolivariana se debaten entre la vida y la muerte en
medio de un mar turbulento y rodeados por muchos enemigos que quieren su
destrucción.
ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
El atentado del 4 de agosto en Caracas, la capital de Venezuela, que
involucró la presencia de naves aéreas no tripuladas (drones) cargadas con
explosivos que irrumpieron en el espacio
aéreo inmediato al lugar donde el presidente Nicolas Maduro pronunciaba un
discurso con motivo del 81 aniversario de la Guardia Nacional Bolivariana, solo
puede interpretarse como un intento de eliminar físicamente al presidente
venezolano. El plan fracasó, sin embargo, quedó en claro una cosa: que todas las
fuerzas reaccionarias, externas e internas, comandadas por Estados Unidos,
están decidas a terminar con la “dictadura” Madurista, el Chavismo, la
Revolución Bolivariana y todo aquello que huela a socialismo. A estas alturas,
a excepción de la invasión militar para “restaurar la democracia” en Venezuela,
todas las herramientas en el arsenal golpista para forzar la salida (cambio de
régimen) de Maduro han sido ensayadas y ninguna, a pesar de todo el caos económico
y la violencia que han generado, ha logrado su objetivo.
La crisis en Venezuela ha adquirido matices muy profundos, el cerco
mediático y económico, más la amenaza latente de invasión militar hacen que la
solución a la misma sea muy difícil para el gobierno venezolano que se ha
demorado en tomar aquellas medidas radicales que serían necesarias para acabar
con la crisis y que luego terminen por encausar, por donde debe, a la
revolución bolivariana. La inhabilidad o la falta de decisión del liderazgo
venezolano para consolidar el socialismo como sistema político y económico, y
su inclinación o deseo por continuar operando, buscando el dialogo, dentro de
los parámetros de un sistema político y económico que continua manteniendo los
privilegios de la burguesía venezolana, ha dado lugar a que esta última, con
apoyo del exterior, haya sido capaz de explotar las debilidades del gobierno
para llevar adelante su estrategia contrarrevolucionaria. Es dentro de este
esquema contrarrevolucionario que se lleva a cabo el atentado en contra de la
vida de Maduro, cuyo objetivo era decapitar al gobierno y provocar las
condiciones para el golpe final.
Tras la eliminación física del presidente Maduro, como esperaban los
organizadores del atentado, el país se vería sumido en un caos sin precedentes,
situación que sería aprovechada por las fuerzas de la contrarrevolución para
poner en marcha la última fase de la salida, ya no “democrática”, aunque sí “humanitaria”,
del régimen madurista. Esta salida humanitaria, como suelen catalogarse las
intervenciones militares imperialistas contra naciones consideradas como
desobedientes (como en Libia), seria ejecutada ya sea a través de una
sublevación militar de elementos desafectos al madurismo en el seno de las FANB,
como se ha llegado a sugerir incluso por altos funcionarios estadounidenses, o
a través de un operación militar proveniente del extranjero, específicamente
desde Colombia que funciona como base militar de los EE.UU-OTAN y donde se ha
especulado que el Pentágono ha preparado planes para atacar a Venezuela. Resulta
entonces que no es de extrañar que el dedo acusador del presidente Maduro haya
señalado al hasta hace poco presidente de Colombia, Juan Manuel Santos y al
propio gobierno de Estados Unidos como organizadores del complot para
asesinarlo, estos como era de esperar han negado todas las acusaciones en su
contra. Sin embargo, el propio New York Times, ha informado recientemente, que
en efecto el gobierno de Trump ha estado en contacto con militares venezolanos con
el objetivo de derrocar al presidente Nicolás Maduro, corroborando las
repetidas denuncias que el gobierno de
Maduro ha hecho sobre las tramas golpistas del imperialismo en su contra.
Independientemente de lo que hayan establecido las investigaciones del
gobierno venezolano a cerca de la procedencia, así como sobre la identidad de
los involucrados en el acto criminal, las propias actuaciones del ex presidente
colombiano, “Nobel de la Paz”, declarando públicamente
la inminente caída de Venezuela, así
como el hecho de formar parte de una de las oligarquías más reaccionarias y pro
yanqui de Latinoamérica, lo convierte en un personaje con los suficientes
credenciales como para ser considerado entre los principales sospechosos del
criminal atentado. De los Estados Unidos, suficiente es tener en cuenta su
largo historial intervencionista y de agresiones de todo tipo en una región a
la que siempre ha considerado como su zona exclusiva de influencia económica,
política y cultural y, donde desde la creación de la tristemente célebre
Doctrina Monroe, su dominio ha sido prácticamente incuestionable.
Y aunque en la últimas décadas la influencia estadounidense en América
Latina se vio limitada tras la llegada al poder de gobiernos progresistas que rechazaban
la injerencia de los norteamericanos en sus asuntos internos, la realidad es
que Estados Unidos, a pesar de las distracciones y el deterioro causados por la
excesiva carga de sus ambiciones hegemónicas en otras regiones del planeta,
nunca ha prescindido de su dominio sobre el sur del continente. No era cierto
que la era de la Doctrina Monroe había terminado, tal y como lo expresó en 2013,
el entonces secretario de Estado, John Kerry, pues fue durante el mismo
gobierno de Obama, del que Kerry formó parte, que el contraataque imperialista
empezó a manifestarse, primero en Honduras, luego en Paraguay, hasta llegar al día de hoy, con Donald Trump
en el poder y casi toda Latinoamérica en manos de la extrema derecha feliz de
recuperar su papel de vasallos de siempre del imperialismo.
Se hablado mucho sobre las intenciones de Trump de limitar o retroceder en
la ambiciones imperialistas de los EE.UU, pero lo cierto es que los altos
niveles de agresividad en los que está embarcado hoy en día en todas las regiones
del planeta, sugiere todo lo contrario, y lo que salta a la vista es la
intención de restaurar la supremacía global de Estados Unidos utilizando para
ello todo su arsenal económico y militar. Un reconocido analista internacional
estima que además de Rusia y China, que están siendo sometidos a feroces
ataques por parte de los EE.UU, la UE, Irán, Turquía, Paquistán y Venezuela
enfrentan un panorama similar: Sera un periodo en el que los EE.UU utilizará
todo el peso que tiene a su disposición para restaurar la hegemonía global
estadounidense, y hacer que todos se adhieran o acepten su amplia agenda de
dominación.
Los altos niveles de agresividad que Estados Unidos está exhibiendo en los
actuales momentos contra todo el mundo, aliados y no aliados, solo tiene una
explicación: la enorme profundidad de la crisis económica en la que se
encuentra sumido y de la cual no hay manera de salir siguiendo las reglas del capitalismo
de libre mercado, pues esa batalla ya la ha perdido. Es obvio que ante esa realidad
que golpea duramente las viejas estructuras del poder estadounidense, algunos
de cuyos elementos siguen teorizando sobre otro siglo o siglos de supremacía
global ininterrumpida, la única posibilidad es la destrucción de sus
principales adversarios a través de la guerra económica / militar.
Ante la imposibilidad de mantener su hegemonía en aquellas regiones del
planeta de mayor importancia estratégica, como en el Mar del Sur de China,
donde como su nombre lo indica, el gigante asiático terminará siendo el poder
dominante, o sobre el crucial Oriente Medio donde Rusia se está convirtiendo en
la potencia más relevante, tendrá que ser América Latina donde Estados Unidos fije
toda su atención, reafirmando la hegemonía que por casi 200 años ha mantenido sobre
la región a la que siempre ha considerado su patio trasero. Y aunque en los
últimos tiempos China y Rusia han avanzado en la región, el actual reacomodo
imperialista busca en esencia convertir a Latinoamérica en su zona de
influencia exclusiva, sin rivales que incomoden su estatus hegemónico. En toda
esta estrategia imperialista, Venezuela es la joya de la corona que los EE.UU quieren
tener en su poder, y la razón es ampliamente conocida: Las grandes reservas de
petróleo, un recurso de gran valor estratégico y sobre el cual Estados Unidos
busca el control total.
En los actuales momentos, Venezuela y la Revolución Bolivariana se debaten
entre la vida y la muerte en medio de un mar turbulento y rodeados por muchos
enemigos que quieren su destrucción. Estados unidos y la Doctrina Monroe, ahora
personificada en la figura de Donald Trump y su MAGA, están de vuelta con toda
la fuerza del caso, empeñados en reafirmar su hegemonía sobre una región a la
que siempre han considerado de su dominio exclusivo, y en la que Venezuela,
como una testaruda piedra en el zapato, se ha convertido prácticamente en el último obstáculo para su
dominio total sobre el sur del continente. Esta situación es inaceptable para
Washington, sobre todo en momentos en que se exacerban los conflictos con China
y Rusia, y potencias regionales como Irán, que están desafiando, económica y
militarmente, su cada vez más deteriorada supremacía global. Sin embargo,
Estados Unidos se resiste a considerar el hecho que los días de su hegemonía
absoluta están llegando a su final y que la emergencia de un nuevo orden
mundial ya se está haciendo visible, y en su lugar opta por aumentar sus niveles
de agresividad e hipocresía, amenazando e intimidando a todo aquel que rehúse
obedecer a sus dictados. Venezuela debe permanecer en estado de alerta pues los
tambores de la “guerra humanitaria” suenan con fuerza persistente.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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