sábado, 27 de octubre de 2018

Este día domingo, 28 de octubre de 2,018, Brasil va al encuentro de su destino con una izquierda maneta que es urgente refundarla

Urge refundar la izquierda, ante el desastre que se avecina en Brasil, cuyo tiempo de Bolsonaro, marcará terribles pautas que seguirán las ultraderechas de América Latina.


ESTE DÍA DOMINGO, 28 DE OCTUBRE DE 2,018, BRASIL
VA AL ENCUENTRO DE SU DESTINO CON UNA IZQUIERDA
MANETA QUE ES URGENTE REFUNDARLA


Por Luciano Castro Barillas

Las izquierdas posmodernas de América Latina, con la única excepción de la Revolución Bolivariana, fueron dejando de lado, progresivamente, principios y profundas y apasionadas convicciones. Se dejó de creer en la lucha armada, en el internacionalismo proletario, en la lucha antiimperialista e ingenuamente se creyó en la solución pacífica de las controversias o enemistades internacionales. El desastre ideológico y político vino cuando en 1992 se desmanteló la Unión Soviética y se puso de moda la desmovilización ideológica entre los inconsistentes y los “intelectuales”, esos que arreglan al mundo desde los gabinetes académicos por su poco contacto con el pueblo.  Fue, esa política de moderación y tolerancia, un acierto de la civilización humana, en su intención de ser un impulso civilizador integral, de anteponer al diálogo a las soluciones violentas, por las armas, como lo hicieron siempre los diferentes tipos de revoluciones.

Al final, en la mejor de las suertes, las guerras empiezan en las mesas de diálogos y terminan en las mesas con un diálogo averiado, con pocas opciones. El vencedor del conflicto armado impone sus verdades, y los diálogos del armisticio, son una simple formalidad. Lo mismo que la firma de los acuerdos de paz. Hay una verdad impuesta por la fuerza de las armas. Y los ejemplos saltan a la vista, pasados y recientes: Hitler tuvo que ser aplastado para que sus generales firmaran la rendición incondicional de la Alemania nazi. Los acuerdos de paz del FMLN con el ejército y los oligarcas de El Salvador dieron esmirriados frutos, una generación de revolucionarios castrados que estuvieron conscientes de que conquistarían algún día el gobierno, pero no el poder. ¿Y para qué puede querer un esperpento político así la dignidad revolucionaria?

En Guatemala resultó peor que en El Salvador. La Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, URNG, se constituyó en caída libre en el más desnutrido partido político, con tan solo un miserable diputado en el Congreso y que, efectivamente, es un leño que no hace flama, por eso también las razones de su acomodamiento. Y lo de Colombia, pues por el mismo estilo. La revolución no triunfante es día a día descabezada de sus activistas sociales, hasta llevarla al punto de volverla inoperante y no poder participar en las elecciones como Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, FARC, nombre que tiene sentido, pero hoy, en la época de las comunicaciones rápidas y cortas, pues, sencillamente, no dice nada. ¿Esto lo previeron los neomarxistas o revolucionarios posmodernos? ¿Acaso fue una traición de la que no nos dimos cuenta? 

Muchos de los neomarxistas, que en el pasado se les llamó revisionistas, sirvieron no de sepultureros del capitalismo, sino del propio marxismo, en primer lugar y la variedad de izquierdas, que gravitaban “autocríticos” con sus teóricos cuyo legado ya no se ve por ningún lado. Se colocaron en las cómodas posiciones, tan propias de la izquierda norteamericana, cuyas ideas quisieron presentarlas como originales: sus reivindicaciones de género, indigenistas, propuestas extremas de la paz y los derechos humanos. Ya lo decía el maestro Enrique Dussel: la peor colonización es la mental. Cohabitaron y fornicaron en ese lugar plácido, de poco compromiso y mucho menor riesgo. Nada de guerras. Y dieron por sentirse cómodos. De allí los diversos experimentos de Acuerdos de Paz, cuyos resultados sentaron hechos políticos de auténtica jurisprudencia política.

Todos esos acuerdos terminaron en el desastre y sus logros, como procesos revolucionarios No Triunfantes, transigen con el poder constituidos de militares y oligarcas y llevan al final, al sacrificio de dirigentes sociales no porque los maten físicamente, sino porque les secuestran el cerebro y han dejado a la izquierda sin raciocinio. Es decir, una izquierda que ha mutado a la derecha. ¿Hay todavía intelectuales de izquierda? Ya no se puede tener certeza en ese axioma de década atrás.  Ya los intelectuales de izquierda no bogan en el líquido elemento, transparente, que mantiene al pez con vida. Están inmersos en aguas turbias, que no permiten ver el fondo del río, el cieno que se subleva. Urge, pues, refundar la izquierda, ante el desastre que se avecina en Brasil, cuyo tiempo de Bolsonaro, marcará terribles pautas que seguirán las ultraderechas de América Latina. La siega podría empezar, no del trigo, sino de cabezas de hombres, pero de los que piensan, los otros son funcionales. Ojalá no fuera así. Aún sigue verde mi esperanza.





Publicado por La Cuna del Sol
USA.

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