domingo, 25 de noviembre de 2018

Odios profundos

Por eso prefiero los libros, mis amigos más cercanos, a quienes solo escucho con su hablar aparatoso, elegante y extravagante y digo: para qué quiero esa clase de “amigos”, los maledicentes.


ODIOS PROFUNDOS


Por Luciano Castro Barillas

Ayer por la tarde tuve ocasión para reflexionar sobre un tema que creía superado o tal vez no eso exactamente: que la crispación, la ira, el odio, la polarización por diferencias ideológicas podía canalizarse por caminos más amplios y civilizados y no ser tratados de una manera tan obtusa y, digamos, brutal; como lo fueron los años terribles del conflicto armado interno donde se secuestró, mató y torturó al “enemigo interno”¸ hasta que se le quitó el filo a los cuchillos desolladores o las pistolas o armas automáticas se encasquillaron. Pensaba hasta hace poco que esas acciones tan deplorables motivadas por razones políticas era asunto que, poco a poco, se iba superando. Que si bien los crímenes comunes no experimentaban un descenso significativo, no eran más que eso: crímenes de una delincuencia que mata por dinero, por pleitos de botín o por encargos de quien puede pagar una ejecución extrajudicial. Pero, no, nada más alejado de mi percepción de esa realidad.

Mi actitud sobre la amistad entró en una crisis de inseguridad, cordura y defraudación. Siempre he albergado, toda mi vida, sentimientos amables hacia los demás. Nunca pude ser de otra manera y ello me significó que muchos saquearan mi biblioteca (35 libros un año), se llevaron no sé de qué manera un diccionario enorme, artesanías (lo último fue una arañita de pedrería obsequio de una querida amiga de Chicago) y tantas otras cosas perdidas, inclusive el inmenso dinero de un hombre pobre. Siempre confié en todos, nunca tuve recelos ni estrecheces para dar mi amistad. Fui poco cauto porque imaginé que muchas sonrisas que encontraba por una u otra calle eran amigos o conocidos que me apreciaban. Ignoraba los grandes odios ideológicos que se tenían contra mí, por una, tal vez, sencilla actitud: tuve siempre dignidad.

No fui culebrón, ni alfombra, ni trapeador, ni escudero de nadie. Solo enarbolé mis convicciones. Solo hice eso y nada extraordinario para ser objeto de su malquerencia. Solo trate de ser consecuente en una buena medida con lo que yo creía. Fallé muchas veces. Me equivoqué a raudales, no obstante, mis grandes defectos; si me cuidé de algo: nunca tocar lo que no fuera mío. No fui ladrón, ni ratero, ni lagarto, ni “tamarindo”, como decían los compas salvadoreños. Nunca anduve alampado por el dinero. No me quitaba el sueño ni corroía la envidia la riqueza de otros. Por eso, cuando un día expresando una crítica y sin argumentos mi interlocutor, de sopetón y con tremenda estocada traicionera, solo atinó a decir descalificándome: ¡envidioso!

Yo nunca envidié a alguien que tuviera una casa espectacular, un coche de alta gama, un reloj que jamás podría lucir en la muñeca de mi mano o una cuenta abultada como señor potentado y ostentoso. No me ofendió quien me dijo eso (uno de esos raros “amigos”) sino que me sorprendió y me sentí terriblemente defraudado y triste que después de tantos años de relación, de amistad,  nunca me conoció o nunca quiso conocerme. Por eso prefiero los libros, mis amigos más cercanos, a quienes solo escucho con su hablar aparatoso, elegante y extravagante y digo: para qué quiero esa clase de “amigos”, los maledicentes. Y tal vez, al final, se dio la reciprocidad: nunca les hice falta ni tampoco ellos me hicieron falta alguna. Me di cuenta que nunca les había dado, instintivamente, alojamiento en mi corazón. Imagínate, pues, si así son estos “compañeros”. ¿Qué sentimientos tan siniestros albergan nuestros enemigos ideológicos y políticos? Soy un hombre de paz pero no me matarán como un cordero. Para ellos van estos versos de un poeta querido, Manuel José Arce:

“Va mi pistola dormida, / señora en su cartuchera/ treinta y ocho clarinera, / que me defiende la vida./ Qué gusto me da saberte,/ honrada, cabal y fuerte; / por si un mal día me toca, / saber que guarda tu boca;/ seis duros besos de muerte.





Publicado por La Cuna del Sol
USA.

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