viernes, 7 de febrero de 2020

¿Un pueblo desarmado siempre será derrotado?

El pacifismo rara vez disuade a la bestia feroz, y no hay bestia más feroz que una clase dominante temerosa de perder su base material, Sin armas, el pueblo siempre será derrotado. No es casualidad que los únicos experimentos revolucionarios que han producido una transformación real de la sociedad hayan incluido tanto la política como la organización militar.


¿UN PUEBLO DESARMADO
SIEMPRE SERÁ DERROTADO?


Por Bruno Guigue

La República española creía en la democracia parlamentaria, y Franco impuso su dictadura. Salvador Allende creía en la democracia parlamentaria, y Pinochet termino con la tradición democrática liberal en Chile. Evo Morales creía en la democracia parlamentaria, y un golpe de estado lo sacó del poder.

Estos ejemplos entre muchas otros, es una ley de la historia: para enfrentarse a los lobos, nunca debemos “hacer” de corderos.

Al igual que las experiencias anteriores, la de Evo Morales no estuvo exenta de defectos, pero era muy prometedora. Ningún gobierno latinoamericano había logrado sus resultados: alto crecimiento, redistribución de la riqueza, disminución espectacular de la pobreza. Bolivia es el país latinoamericano con la menor proporción de analfabetos después de Cuba y Venezuela.

Pero estos avances sociales, basados en la nacionalización de las compañías de gas, son precisamente los que marcaron el destino de Evo Morales. Un presidente indígena que trabaja para los humildes es un escándalo y un ejemplo que tenía que terminar. Sedienta de venganza, la burguesía boliviana logró interrumpir un experimento progresista, que contaba con el apoyo mayoritario de sectores populares e indígenas.

Este triunfo temporal de la reacción nos plantea preguntas urgentes.

¿Cómo es posible que un gobierno legal sufra la quema de las casas de sus ministros y esto ocurra con total impunidad? ¿Por qué tuvo que abandonar el país el presidente electo de un estado soberano, visiblemente amenazado por las fuerzas armadas?

Desafortunadamente, la respuesta es obvia: esta humillación del poder legítimo por parte de los facciosos solo fue posible porque el pueblo estaba desarmado.

La policía boliviana y los jefes del ejército, debidamente capacitados en la «Escuela de las Américas», traicionaron al presidente socialista. Y dieron un golpe de estado que permitió que una senadora de un pequeño partido de extrema derecha se auto-proclamara presidenta, blandiendo una Biblia frente a una reunión sin quórum!

El presidente legítimo Evo Morales prefirió el exilio al derramamiento de sangre. Su elección es respetable, pero este hecho no nos exime de una reflexión sobre el ejercicio del poder cuando se pretende cambiar la sociedad.

El contraste con Venezuela es evidente. El mismo tinglado golpista fracasó miserablemente en Caracas. A pesar de la crisis económica el ejército venezolano ha resistido las amenazas y los intentos de corrupción de Washington.

La fidelidad de los militares a la República Bolivariana es un muro que se opone a las actividades imperialistas. Esto no es producto del azar: un militar experimentado, Hugo Chávez conquistó al ejército para proceso de cambio, y Maduro aprendió la lección. El patriotismo antiimperialista es el cemento ideológico de la revolución bolivariana. Apoyada por una milicia popular de un millón de miembros, esta fuerza armada educada en los valores progresistas protege a la República.

El pacifismo rara vez disuade a las bestias feroces, y no hay animal más feroz que una clase dominante enervada por el miedo a perder sus privilegios, en ese momento esta lista para arrasar con todo con el fin de evitar el veredicto de la historia.

Para lograr los fines en política, dijo Maquiavelo, que uno debe ser a la vez «león y zorro», utilizando la fuerza y la astucia según las circunstancias. Pero para hacer uso de la fuerza, es necesario tenerla.

Aunque las políticas progresistas sean beneficiosas para la mayoría de la población estás medidas indefectiblemente despiertan el odio de los que más tienen. Ese odio de clase, una auténtica peste en la mente de los privilegiados, nunca se extingue. Hay que saberlo y procurarse los medios para evitar que su odio de clase dañe al pueblo.

En las condiciones reales de la lucha política, lo que determina el resultado final no es la pureza de las intenciones, sino el ejercicio efectivo del poder.

Frente a la alianza de la burguesía local y el imperialismo, los progresistas no tienen elección: el pueblo debe tener un aparato armado leal para enfrentar la violencia de la reacción.

Obviamente el ideal es no tener que usar nunca las armas. Desde el punto de vista teórico podríamos contar con la baja propensión de la burguesía al “suicidio épico”. Sin embargo para ejercer este efecto disuasorio, es necesario tener miles de voluntarios fuertemente armados y listos para defender la revolución a riesgo de sus vidas.

Sin duda uno de los efectos colaterales de la pasión de la izquierda contemporánea por las elecciones, es haber olvidado la frase de Mao: «El poder nace del  fusil».

La ingenuidad ante la crueldad del mundo conduce raramente al éxito, y el desarme unilateral es una forma de autoinmolación voluntaria. Es cierto; nuestra conciencia rechaza la violencia, pero esta actitud en condiciones de un fuerte enfrentamiento tiene la desventaja de reducir significativamente la esperanza de vida de un proceso revolucionario.

Si queremos mantenernos vivos para alcanzar el cambio social, es mejor renunciar a las «visiones morales del mundo», como explicó Hegel, y enfrentar “sin ceguera la realidad”.

El pacifismo rara vez disuade a la bestia feroz, y no hay bestia más feroz que una clase dominante temerosa de perder su base material, Sin armas, el pueblo siempre será derrotado. No es casualidad que los únicos experimentos revolucionarios que han producido una transformación real de la sociedad hayan incluido tanto la política como la organización militar.

Siempre podemos discutir la naturaleza y los límites de esas transformaciones, pero todas las revoluciones han tenido un componente militar.

La Revolución Francesa organizó un ejército en el  Año II del levantamiento popular. En Haití, Toussaint Louverture, que dirigió la primera insurrección exitosa de esclavos negros a las colonias, fue primero un general de la Revolución Francesa.

La Revolución Rusa creó el Ejército Rojo, que derrotó a los blancos (apoyados por catorce naciones imperialistas) y, luego venció las hordas hitlerianas después de una lucha titánica.

La revolución china debe su éxito en 1949 a las victorias militares de Zhu y a las ideas de Mao. La República Socialista de Vietnam derrotó al ejército de los Estados Unidos. El socialismo cubano debe su supervivencia a la derrota del imperialismo en Bahía de Cochinos en 1961.

La experiencia histórica verifica una constante: armas o derrota. Si pudiéramos prescindir de ellas, por supuesto que lo haríamos.

Pero, ¿acaso el bando contrario utiliza otra opción que no sea la violencia?

Desde Washington se sabotean las economías de los países que buscan emanciparse, se imponen embargos asesinos, se financian pandillas de criminales, se utilizan a políticos marionetas con fines golpistas, se emplea el caos y el terror como armas contra el pueblo.

¿Ofrecen estas bestias feroces alguna opción a sus victimas?

Si la Cuba socialista no se hubiera atrincherado en la defensa inflexible de los logros de la revolución, si Castro no hubiera cortado de raíz los intentos subversivos de la CIA, ¿tendría hoy el pueblo cubano el mejor sistema de salud y educación de América Latina?

El camino electoral

En realidad, el camino electoral elegido por los partidos progresistas es honorable, pero choca con las contradicciones de la democracia formal. Es ingenuo creer que la sociedad se transformará sólo obteniendo una mayoría parlamentaria. Bajo las condiciones objetivas de la sociedad capitalista, los partidos de las clases dominantes nunca son leales con la democracia.

Sabemos que la burguesía controla la economía y los medios de comunicación. Aun así, los partidos progresistas creen poder ganar. Aun así, alimentan la esperanza que poder contrarrestar la influencia de unos medios que pervierten sistemáticamente la conciencia de segmentos enteros de la sociedad. Pero, ¿alguien puede nombrar un solo lugar donde este escenario idílico se haya realizado un cambio sin la reacción violenta de los dueños del dinero?

Este enfoque ideal se basa en creer ingenuamente en el “juego democrático” de los países capitalistas. Esta fábula es para la política lo que los romances edulcorados de los folletines son para la buena literatura.

Para socavar el poder de la clase dominante hay que expandir nuestra base social formando alianzas, pero finalmente debemos golpear el hierro cuando está caliente.

La competencia electoral es uno de los instrumentos de la conquista del poder, pero no es el único. Una fuerza armada comprometida con las clases populares no es una opción, es una condición de supervivencia para un movimiento verdaderamente progresista.

Sin embargo, la constitución de esta fuerza armada popular sería inútil si las fuentes de alienación no son desmanteladas desde el principio. Todavía la gran mayoría de los medios de comunicación bolivianos pertenecen a la burguesía neocolonial. ¡El pueblo de Bolivia ha enfrentado el combate con un jugador que juega con todos los naipes marcados!

Sin embargo, plantear la cuestión de los medios de comunicación es plantear la cuestión de la propiedad de los medios de información y también es enfrentar el tema de la propiedad de los medios de producción.

Para revertir el  brutal desequilibrio de poder y garantizar el éxito de la transformación social, debemos despojar los medios de producción (incluidos los medios de producción de información) de las manos de la clase dominante.

Si no llegamos a este punto de inflexión, el fracaso está asegurado.

«El estado, dijo Gramsci, es la hegemonía blindada de la coerción”, es decir, es la ideología dominante apoyada por la fuerza militar, y viceversa.

Esta idea es totalmente aplicable a cualquier Estado popular, donde su conquista por parte de las fuerzas progresistas tiene por objeto transformar la sociedad en beneficio de los humildes.







Publicado por La Cuna del Sol

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