viernes, 24 de abril de 2020

El capitalismo: el coloso con pies de barro


No fue necesario mucho, con poco, casi se vino abajo, en el término de unas semanas. De sopetón, el coloso de pies de barro del capitalismo, entró en crisis. Ha sido necesario instalarle un respirador de billones de dólares para que sobreviva malamente.



EL CAPITALISMO: EL COLOSO CON PIES DE BARRO


Por Luciano Castro Barillas / Escritor y analista político

No fue necesario mucho, con poco, casi se vino abajo, en el término de unas semanas. De sopetón, el coloso de pies de barro del capitalismo, entró en crisis. Ha sido necesario instalarle un respirador de billones de dólares para que sobreviva malamente. Con un empujoncito más hubiera caído de bruces. Pese a estar construido con oro, plata, bronce, hierro y arcilla; como la pesadilla que tuvo el rey Nabucodonosor II (604 años antes de Cristo) y que el judío Daniel, un profeta llevado como esclavo después de la destrucción de Judá y Jerusalén, se apresuró a interpretar mal intencionadamente como la caída de su imperio.

Los judíos desde la antigüedad le hicieron mala fama a Babilonia y a su rey (lea el Viejo Testamento y los libros de Reyes, Jeremías y Crónicas) que se los llevó a esa ciudad, no precisamente de turismo, sino para trabajar gratis, es decir, de esclavos, previa destrucción de Judea y Jerusalén.  Entre las difamaciones y calumnias de los judíos, de buena lengua ya en esos tiempos profundos de la humanidad, estuvo la de llamar a la espléndida ciudad de Babilonia La Gran Ramera (reina de las abominaciones) solo porque no creían sus ciudadanos en su dios y porque no tenían la ración debida de ajos y cebollas. Otras sandeces del mismo estilo se difundieron en el Pentateuco y hasta la fecha, en pleno siglo XXI, solo son creídas por los amplios votantes de confesión protestante de Donald Trump y Jair Bolsonaro, personajes que se gastan unos cerebros altamente receptivos para las estupideces y rutilantes de oscuridad.

Pues, bien, con este preámbulo histórico necesario para ilustrar la debilidad del Coloso con pies de Barro, nada mejor que esta imagen aplicada a la actual crisis del capitalismo, construido con el oro y la plata saqueada a los pueblos del mundo. El feudalismo desde el siglo XIV daba señales inequívocas de su agotamiento como formación económica-social, lo cual la acabó de erosionar la Peste Negra hacia 1343 o 1346. La renta por el alquiler de la tierra ya no daba para mucho y si bien los señores feudales seguían teniéndole miedo al trabajo y escoraban por la buena vida, la tierra agotada ya no daba para mucho, apenas sí para que los campesinos no se murieran de hambre. Las guerras de grandes dimensiones han modificado desde siempre las viejas estructuras políticas y sociales, pero también las grandes epidemias como la peste aludida. 

A mediados del siglo XIV se dio una de las mayores epidemias de la humanidad, la Peste Negra, que minó las obsoletas estructuras sociales, económicas y políticas del régimen feudal. Europa ya no fue la misma pues las relaciones sociales de producción se modificaron inopinadamente, es decir, sin querer queriendo. La fuerza de trabajo, los campesinos, quedó altamente diezmada con los millones de muertos (25 millones de difuntos) para una población que no era tan extensa. En Florencia, por ejemplo, sobrevivió un 15% de su población y, por cierto, para variar, se acusó a los judíos de infestar los pozos. La rebeldía y la insubordinación proliferó en el campo y grandes contingentes humanos buscaron las incipientes ciudades o las grandes ciudades despobladas de Italia o Flandes donde la vida libre, artesana, permitía vivir un poco mejor que bajo la férula de los señores feudales. Eso marcaría el final del régimen feudal, el ocaso de los señores que comían bien, vestían de manera espléndida y habitaban casas de cal y canto donde no proliferaban las pulgas ni las ratas; y que no le ponían ganas, ni el mínimo esfuerzo, para sembrar una maceta con culantro. Igual que como pasa actualmente en el sistema capitalista mundial, no se necesitó mucho para que el régimen feudal cayera paso a paso, ya sin vitalidad para recomponerse, pues las arterias nutritivas de su vida y sus sueños de vivir sin trabajar, eran y son, como ahora; la gente humilde y trabajadora.

La gran agonía del capitalismo no es exactamente de ahora. Ni tampoco su derrumbe obedece a una fuerza inesperada que de la noche a la mañana investida de inmensos poderes lo derrumba fácilmente. No, el derrumbe del capitalismo empezó a todo lo largo del siglo XX. Empieza con la primera Guerra Mundial por los intereses en discordia, luego sigue cuando ocurre la catástrofe de 1929 con el Crack, le sigue la aterradora Segunda Guerra Mundial por los mismos pleitos intracapitalistas y corona su prolongada agonía con una pandemia de mayor alcance histórico como el Covid-19. No es asunto de cifras solamente, de infectados, de desempleados (26 millones de empleos perdidos solo en los Estados Unidos es terrorífico). No solo es problema de producción, distribución y consumo. Es más profundo. Se trata el colapso, la ruina, la polilla; de viejas maneras de pensar y relacionarnos. Ya se descalabraron ideítas tales como “lo mío es mío, y lo tuyo es tuyo”.  Son los tiempos de la solidaridad, piadosa o simplemente humana, para que podamos entre todos salir adelante. Son los tiempos de la cooperación entre los hombres y no de la competencia. De la comprensión del otro y no de su culpabilización. Son los tiempos de esperar pacientemente a los especialistas genéticos por doce meses o más para que encuentre la vacuna adecuada, segura, garantizada; y no proponer con desprecio e ignorancia inyectar a los humildes un desinfectante en las venas para ver la posibilidad de curarse.

El hombre irá dejando atrás, poco a poco, sus pensamientos primitivos, antropocéntricos y egoístas y enterarse que el nuevo camino apenas empieza a hacerse, pero ahora sí, vamos sobre seguro, por las reservas espirituales del capitalismo y sus fantasías filosóficas idealistas, ya no alcanzan para entendernos y ser mejor entre nosotros. No fue necesario la guerra nuclear, aunque los muertos son muchos. El capitalismo está jorobado por sus propias contradicciones. Las guerras han cambiado a la humanidad y también las epidemias. La Peste del Peloponeso hizo más inteligentes a los atenienses. La Peste Antonina hizo lo propio y en Guatemala (como aquí todo sucede al revés cual disparate cruel) El Cólera por acción de los conservadores derrumbó el primer gobierno democrático de Centroamérica, el del doctor Mariano Gálvez en 1830. Vamos caminando por un túnel con una diminuta luz al fondo. No hemos caído en un pozo. El pozo es para los capitalistas, el túnel para los pueblos trabajadores del mundo ahítos de bondad, como lo es toda la gente trabajadora. La cabeza de los holgazanes, no cabe la menor duda, sigue siendo el taller del diablo.





Publicado La Cuna del Sol

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