martes, 13 de octubre de 2020

El mérito de un revolucionario no está en lo que hizo, sino en lo que está por hacer…

Vivir de las glorias pasadas es propio de la inconsciencia del romanticismo, como vida, aunque no como arte. Refocilarse en el pasado para vivir el presente también es otro error.

 

EL MÉRITO DE UN REVOLUCIONARIO
NO ESTÁ EN LO QUE HIZO,
SINO EN LO QUE ESTÁ POR HACER…
(Fidel Castro dixit)



Por Luciano Castro Barillas
Escritor y analista político
La Cuna del Sol

Vivir de las glorias pasadas es propio de la inconsciencia del romanticismo, como vida, aunque no como arte. Refocilarse en el pasado para vivir el presente también es otro error. Todo va cambiando, todo se va sustituyendo y aunque la historia del hombre es cíclica, como la serpiente que se muerde la cola; hay asuntos que nunca tienen retorno porque las circunstancias históricas son otras y los métodos tienen que ser distintos. Eso pasó con Gallito de Lata, César Montes, quien se quedó mentalmente varado en el pasado y no supo interpretar adecuadamente el nuevo signo de los tiempos, para otros, aunque sí para sus beneficios personales.

Este personaje nunca, realmente, la pasó mal. Vivió bien: buena comida, buenas casas, dinero y chicas de sobra y aunque, según cuenta una de sus amantes, (Nidia) la tenía chiquita, si sabía ser muy juguetón a la hora de hacer el amor. Tuvo muchos líos de faldas siendo guerrillero en armas donde, a no ser por lo pequeñín, hubiera arrasado con un batallón de mujeres combatientes de haberle dado la naturaleza un poco de más apostura pues, vaya usted a saber, por extrañas razones, César Montes caía mal. Era el rey de los mal cáidos, según un campesino cercano a él.

Quizá, más que lo físico, no le gustó a mucha gente, no le cayó bien a mucha gente, por su actitud de perdonavidas, complejo napoleónico y fabulador de quiméricas batallas. Gil, un teniente guerrillero del Ejército Guerrillero de los Pobres, se reía de sus operativos militares. El comandante muchas veces tuvo que salir despavorido dando tumbos en las rocas y troncos de los árboles porque sus emboscadas le salían al revés: iba por lana y salía trasquilado. No es tan así cuando dice, en una declaración arrogante, que le perjudica y no le favorece, ya que no puede con su ego: “(…) que de haber él estado en la refriega de la aldea Semuy II, no hubiera quedado ni un solo soldado vivo”. Esas son las invariables baladronadas, ya hechas tradición, de César Montes.  Es el típico perdonavidas.

Y si bien como comandante en jefe de la de la guerrilla del Frente Oriental de Zacapa dio la batalla, no hay quien pueda contarnos si sus ataques o defensas eran brillantes. Nadie vive para dar cuenta de ello, por eso su versión es la única y podría ser que, como siempre, no maneje las cifras reales en cuanto a logros, sino las cifras políticas. Sencillamente no se le puede creer, pues al menos lo visto como militar en la guerrilla el EGP, dejaba mucho que desear. Era un comandante que, si alguien no analizaba bien las cosas, se los llevaba a todos al barranco. Por lo tanto, es poco creíble lo de sus combates victoriosos contra tropas de élite como los kaibiles, los soldados especializados de la contrarrevolución nicaragënse y los Boinas Verdes cuando en la década de los sesenta asesoraban al ejército de Guatemala.

Lo único concreto de César Montes en estos años de su vida es su vinculación de manera orgánica a las iniciativas empresariales de penetración e inversión del capital nacional e internacional en la Cuenca del Polochic, donde las mineras canadienses y australianas depredan nuestros bosques, ríos y lagos y donde la industria maderera arrasa con los últimos bosques de la Sierra de las Minas. En las tierras llanas del Polochic se despojó de tierra a los campesinos indígenas para extender los cultivos de la caña de azúcar y la palma africana, sin pasar por alto la ruta del petróleo y las carreteras de extracción como la Franja Transversal del Norte y el tramo de Purulhá, Baja Verapaz, a El Estor, en el departamento de Izabal.

César Montes y su Fundación Luis Augusto Turcios Lima eran parte de ese engranaje, parte constituyente, lo que le redituaba a él excepcionales beneficios personales. Él había dejado hacía años de ser un revolucionario. Él era un interesante “colaborador” del sistema, pero le gustaba jugar a la guerra y organizó a humildes campesinos como milicias, de quiméricas guerras que vendrían y que, como los propietarios apocalípticos de los búnkeres privados de los Estados Unidos, esperaba en cualquier momento El Armagedón.

De sus sueños quizá despertó el 10 de octubre de 2020 cuando la policía de Guerrero, México, lo trajo de regreso a Guatemala y donde dará cuenta de sus barrabasadas. Es su fin y el de sus locuras. Pero la oligarquía guatemalteca quiere sacar dividendos para su beneficio y con ello desprestigiar al movimiento democrático guatemalteco en su conjunto que nada tiene que ver con César Montes y sus sociopatías. La lucha por un mejor Estado y una mejor sociedad continuará su camino y dejando en la cuneta de la historia a personas que no aprendieron lo dicho por un auténtico revolucionario: EL MÉRITO DE UN REVOLUCIONARIO NO ESTÁ EN LO QUE HA HECHO, SINO EN LO QUE ESTÁ POR HACER.




Publicado por La Cuna del Sol

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