jueves, 19 de septiembre de 2024

Campo de exterminio

Lo que el Estado de Israel ha creado en la Franja de Gaza no es otra cosa que un campo de exterminio similar a lo que los nazis crearon para realizar la masacre de judíos y otros supuestos enemigos del Reich.

 

CAMPO DE EXTERMINIO



Gary Fields
Counterpunch

Desde 2007, cuando el Estado de Israel puso en marcha su bloqueo de Gaza, el cual hasta hoy en día sigue vigente, han surgido diversos términos para describir las condiciones de los palestinos que viven en el territorio bajo el continuo asedio israelí. Tras 11 meses del asalto asesino israelí contra la población de Gaza, es necesario revisar una vez más lo que el Estado de Israel ha impuesto en el territorio.  Lo que el Estado de Israel ha creado en la Franja de Gaza no es otra cosa que un campo de exterminio similar a lo que los nazis crearon para la masacre de judíos y otros supuestos enemigos del Reich.

Durante años, el término preferido para describir a la Franja de Gaza, fue el de «la mayor prisión al aire libre del mundo» que -sorprendentemente- surgió de las declaraciones realizadas en 2010 por el ex primer ministro británico, David Cameron, durante un viaje a Ankara (Turquía).  Hablando junto a su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, Cameron insistió sin rodeos en que «no se puede ni se debe permitir que Gaza siga siendo un campo de prisioneros».  Esta caracterización de Gaza como una prisión se asemejaba a la metáfora utilizada por Michel Foucault para describir la inactividad y la inmovilización impuestas por las autoridades a las ciudades europeas de finales de la Edad Media afectadas por la peste y que a la vez se ha convertido en una representación estándar de Gaza bajo el asedio israelí.

Después del 7 de octubre de 2023, en las semanas iniciales de la brutal represalia del ejército israelí contra los civiles de Gaza, Masha Gessen, en un artículo muy provocador para el New Yorker, escribió que la analogía de la prisión ya no era aplicable para describir lo que los palestinos de Gaza estaban experimentando.  En su lugar, Gessen insistió en referirse a Gaza como un «gueto» y sugirió que lo que Israel estaba llevando a cabo en Gaza era precisamente lo que los nazis hicieron en lugares como el gueto de Varsovia.  En lo que fue una observación valiente, además de perspicaz, Gessen escribió que los israelíes estaban «liquidando» el gueto de Gaza igual que los nazis liquidaron el gueto de Varsovia.

Actualmente, tras 11 meses de incesantes bombardeos y matanzas diarias de una población en gran medida indefensa y sin final a la vista; con toda una población, incluidos mujeres y niños, obligada a sufrir sin alimentos, sin agua potable, enfermedades sin medicinas y con los hospitales en gran parte destruidos; y con los civiles de Gaza encerrados en el espacio del territorio sin ningún lugar al que huir; el ejército israelí está recreando un proyecto similar a los campos de Treblinka, Sobibor y Oswiecim pero a mayor escala espacial.  ¿Qué otra cosa sino un campo de exterminio corresponde a la matanza diaria organizada de palestinos dentro de un espacio confinado llevada a cabo por el Estado de Israel?

En tales circunstancias, la interrogante que reclama respuestas es: ¿cómo puede una nación que reivindica su herencia de las cenizas del Holocausto y los campos de exterminio nazis -y se enorgullece de defender el lema «nunca más»- dar media vuelta e infligir prácticamente el mismo tipo de sufrimiento a otro grupo de civiles, y hacerlo aparentemente sin remordimientos?  Aunque no hay respuestas fáciles a este enigmático rompecabezas, sorprendentemente un punto de partida son las ideas de dos contemporáneos del siglo XIX con convicciones políticas muy diferentes.

En su célebre obra The Ancien Régime and the Revolution (1856), Alexis de Tocqueville se preguntaba cómo las luminarias de la Revolución Francesa, con su «amor por la igualdad y el ansia de libertad», acabaron por crear un sistema de gobierno autoritario poco diferente del absolutismo que con tanta pasión se propusieron derrocar.* Al tratar de explicar esta paradoja, de Tocqueville señaló una verdad seductora sobre revolucionarios como Robespierre y St. Just, quienes, insiste, «eran hombres moldeados por el viejo orden».  Puede que estos individuos quisieran distanciarse del antiguo régimen que tan fervientemente deseaban destruir, pero los años de condicionamiento bajo el absolutismo francés habían influido en su visión y su comportamiento.  Por mucho que lo intentaran, estos revolucionarios «seguían siendo esencialmente lo mismo, y de hecho... nunca cambiaron».

Cuatro años antes de The Ancien Regime de Alexis de Tocqueville, Karl Marx, en su Eighteenth Brumario of Luis Bonaparte, escribió sobre como los seres humanos hacen su propia historia, pero no la hacen a su antojo.  La hacen «bajo circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado».  Utilizó esta percepción para mostrar no cómo la historia se repite, sino cómo la historia «rima» a medida que los actores humanos recrean en el presente lo que han encontrado en la experiencia pasada.  Marx describió la repetición del pasado como tragedia y farsa.

De este modo, tanto de Tocqueville como Marx ponen de relieve cómo los actores humanos emergen de las circunstancias que les rodean y, de un modo extraño, recrean lo que ellos mismos conocen y ya han experimentado.  Lo que estas dos grandes figuras revelan es que la historia pesa sobre los vivos cuando intentan rehacer el mundo del presente.  ¿Qué tipo de «peso muerto» arrojaron el Holocausto y la experiencia de los campos de exterminio nazis sobre el sionismo, los judíos y el Estado de Israel?

En respuesta a esta interrogante, el impulso lógico, pero en última instancia ingenuo, es imaginar a las víctimas del Holocausto llenas de compasión por quienes han experimentado destinos similares.  Supuestamente, quienes soportaron los estragos de los campos de exterminio saldrían de su tragedia repletos de empatía por el sufrimiento de otros.  En algunos casos, esto es indudablemente cierto.

Mucho más creíble es la perturbadora probabilidad de que el Holocausto produjera herederos completamente repletos de rencor y amargura hacia la humanidad, con poca compasión por otras víctimas de la brutalidad y la injusticia, y un sentido del victimismo, si no único, de profundo resentimiento. De hecho, se trataba de víctimas desventuradas de un crimen incalificable patrocinado por el Estado que transmitieron esos sentimientos de amargura y resentimiento a las generaciones posteriores, incluida la actual generación de israelíes que, según todos los indicadores de opinión pública, apoyan plenamente las actividades fratricidas de su gobierno y parecen ajenos al sufrimiento de sus vecinos palestinos de Gaza.  De qué otra forma es posible explicar la crueldad de esos civiles israelíes que destrozan los suministros de ayuda destinados a la hambrienta y sufrida población de Gaza, un espectáculo verdaderamente perverso que evoca imágenes de los judíos cautivos en los campos de exterminio de los nazis, hambrientos y esqueléticos.

Hay una escena hacia el final de la reciente y galardonada película The Zone of Interest en la que los comandantes nazis de los campos de exterminio y varios expertos civiles están reunidos, sentados alrededor de una gran mesa, discutiendo cómo van a poner en práctica la logística para liquidar a un contingente de 700 000 judíos húngaros que están siendo transportados a los distintos puntos de ubicación de los campos.  El diálogo franco e insensible, incluso banal, de esta escena sobre los retos logísticos de procesar tantos cuerpos para la muerte es obviamente un eco de The Banality of Evil de Hannah Arendt.  Al mismo tiempo, las imágenes visuales de esta recreación cinematográfica de la reunión son escalofriantemente similares a las fugaces imágenes presentadas en los noticiarios del llamado «Gabinete de Guerra» israelí, en el que suelen aparecer los estoicos rostros del primer ministro Benjamin Netanyahu y el ministro de Defensa, Yoav Gallant.  Aunque no conocemos las palabras exactas que intercambiaron estos generales y líderes civiles israelíes, el trabajo de este grupo ha estado a la vista del mundo durante los últimos 11 meses.

En una fascinante rueda de prensa celebrada el 26 de agosto, dos veteranos funcionarios de UNRWA participantes directos en la distribución de ayuda médica y alimentaria a la población de Gaza, Louise Wateridge y Sam Rose, describieron una catástrofe humanitaria que calificaron de no tener precedentes, algo que nunca habían visto en décadas de trabajo en la ONU.  Los habitantes de lugares como Al-Mawasi y Deir al Balah, sin alimentos, agua, medicinas ni atención médica, viven entre lagos de aguas residuales sin tratar en un paisaje apocalíptico de carnicería en condiciones totalmente inadecuadas para la convivencia humana.  La situación empeora cada hora puesto que Israel ordena a un millón de personas hambrientas y enfermas que desalojen una y otra vez -ya van 16 evacuaciones en agosto- y encuentren refugio en un espacio confinado que comprende el 11% de Gaza y que el ejército israelí bombardea incesantemente.

En última instancia, la forma de comprender cómo se llega a esta situación descrita por los dos funcionarios de la UNRWA es yuxtaponer la escena de The Zone Of Interest sobre la liquidación de los 700 000 judíos húngaros, y compararla con las imágenes del Gabinete de Guerra israelí. Hay una desconcertante simetría en esta comparación que nos invita a que reflexionemos sobre cómo el Estado de Israel ha llegado a este momento de masacrar a tantos miles de inocentes, mientras mantiene a los que siguen vivos acorralados, preparándolos para la muerte al impedirles cualquier vía de escape.

 

* Para acceder al resto de este párrafo y el siguiente, véase Gary Fields, «Nazis:  The Fraught Politics of a word and a People Besieged». Jadaliyya

 

Gary Fields es profesor en el Departamento de Comunicación de la UCSD y autor de Enclosure:  Palestinian Landscapes in a Historical Mirror.  Reside en San Diego.




Publicado por La Cuna del Sol

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