INTRODUCCIÓN
“Durante esta experiencia, ustedes conocerán cómo
funciona el Estado, con la idea principal que conozcan el quehacer del
Congreso de la República, ya que esta actividad cívica se hace con el
ánimo de que cada día más jóvenes se interesen por conocer el trabajo
legislativo, considerando que son el futuro de Guatemala”. Las anteriores palabras fueron expresadas
por el entonces presidente del congreso, Roberto Alejos, al conversar con los
estudiantes de distintos establecimientos educativos del país con motivo de la
inauguración (2011) del Programa Cívico Permanente Niña-Niño Diputado por un
día. Ciertamente la premisa es válida si se deriva de un Estado responsable uno
de cuyos compromisos y metas más importantes haya sido el elevar el nivel
educativo de sus ciudadanos en todos los niveles. No es ese el caso de
Guatemala, uno de los países con los peores niveles educativos en Latinoamérica
superado únicamente por Haití. Acaso creen nuestras flamantes autoridades que
la profesión de diputado y el congreso como institución, en Guatemala,
gozan o son merecedores de un prestigio digno de emular por las actuales
generaciones de jóvenes escolares. Sin duda que la desfachatez de nuestras
autoridades no conoce límites. Pretender convertir la casa de los horrores, la
institución política nacional más corrupta y desprestigiada en centro de
enseñanza, aunque sea por un día, es más que un terrible paradigma, es ante
todo un acto inmoral. Marvin Najarro.
TERRIBLES PARADIGMAS
EDUCATIVOS
PARA LA NIÑEZ
GUATEMALTECA
Por Luciano Castro Barillas
Agosto 13, 2012
La ingobernabilidad generada por la propuesta
gubernamental de reforma a la carrera de magisterio -que lleva años de venirse
impulsando y nunca puede concretarse- no es, realmente, un rechazo per se a la carrera como tal. Es el
rechazo a un sistema educativo en su conjunto, agotado a tal punto, que no
genera expectativas de superación profesional, laboral e intelectual que se
desmarquen de la mediocridad. Todos los ciudadanos, jóvenes y adultos, están
conscientes de la perentoria necesidad de mejorar la calidad de la educación
guatemalteca, cuyos resultados en cuanto a didácticas de enseñanza,
infraestructura, gestión administrativa
y rendimiento, han hecho del currículo teórico y material guatemalteco,
un instrumento totalmente desafilado que se encuentra a la zaga, en todo sentido, de los estándares
pedagógicos internacionales. A esa falta de autocrítica de las autoridades
educativas de los sucesivos gobiernos de derecha y que funcionó perfectamente
en tanto la población no fuera de casi 15 millones como ahora, por fin explotó
en la cara de todos aquellos que, condescendientes con el poder de turno, hicieron oídos sordos a las urgencias
sociales en educación, cuyo referente de riqueza nacional invertida del infame
2.5% del Producto Interno Bruto, tenía, para colmo, dificultades de ejecución
presupuestaria por los trámites engorrosos de una burocracia de ineptos y
oportunistas. La educación, por cierto, pasa porque las naciones tengan un guía
solvente -el presidente, para
empezar- capaz de dar orientación
intelectual y motivación emocional capaz de tomar las propuestas de su programa
de gobierno como un gran ideario ciudadano, pero principalmente de la juventud.
Eso no ocurre en este país, que incapaz de hacer avances políticos importantes,
transformaciones profundas que necesita; vive un estado autocomplacencia con
los mínimos y magros resultados que, a la larga, han redundando en la crisis
profunda que ahora nos toca vivir y enfrentar todos los guatemaltecos. La
infraestructura ideológica del Estado en cuyo interior tiene un lugar
privilegiado la educación, encuentra en propuestas pedagógicas como “Diputado por un día” del Ministerio de
Educación, la peor de las proposiciones educativas para la niñez guatemalteca.
¿Acaso no es el Organismo Legislativo la institución de excelencia espuria del
Estado guatemalteco? ¿Acaso no son los diputados el peor modelo ciudadano de la
Nación guatemalteca? ¿Acaso no es ese alto organismo del Estado el lugar indicado
e idóneo para las personas que no tienen lugar? Aspirar a ser diputado en un
país como Guatemala no es asumir el papel de dignatario, de una persona
investida de dignidad. Es todo lo contrario. Ser diputado actualmente en
Guatemala es el ejercicio del oficio más
vil y despreciable, porque la politiquería y los politiqueros tradicionales han
echado a perder la alta dignidad que en el pasado tuvo ese cargo resultado de
la voluntad popular. Enseñar a la niñez guatemalteca que como resultado de un
logro estudiantil el va a ser Diputado
por un día en el Congreso de la República no es estimularla sino ofenderla.
¿Cómo puede, entonces, entender un niño que ese cargo tan vituperado por la
gran mayoría de guatemaltecos y sinónimo de deshonestidad puede ser un
paradigma, un ejemplo pedagógico propuesto por sus maestros? ¿Qué le pasa a
este país y a su gente? Promovamos, por favor, autoridades educativas; acciones
de compromiso conscientes con la educación nacional y que las orientaciones
técnico-pedagógicas sean realmente eso, no solo un rimbombante nombre. Porque ilusionar a los niños con ir al
Congreso a ejercer de diputados, como premio a su esfuerzo formativo sabiendo
lo que son casi todos los diputados es, en verdad, un absoluto fracaso
educativo nacional, porque esa iniciativa se impulsa en todo el país y a lo
ancho y largo de todo el territorio nacional se tiene la misma percepción de
esa clase de burócratas. Lo último, autoridades educativas, que se le podía
proponer a un niño es querer ser diputado. La nueva generación de oradores que
eventualmente pudieran surgir en los centros escolares de Guatemala deben ser
premiados con otras cosas: con libros, no con dinero ni estar en una curul por
un día.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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